- Señor Grey, dentro de muy poco aterrizaremos en Sea – Tac. ¿Desea tomar algo? No ha comido nada en todo el vuelo –la voz parece salir de entre mis sueños.
- ¿Perdón?
- Lo siento señor Grey, no me he dado cuenta de que estaba usted dormido.
- Gracias Evelyn. Es igual. No, no quiero nada.
- Muy bien, señor. Y por favor, discúlpeme, no quería molestarle.
Con un gesto de la mano le indico que se vaya. Miro el reloj, son casi las tres de la tarde en la costa oeste. ¿Cómo irán las cosas por aquí?
- Cabin crew please prepare for landing.
Evelyn va de un extremo al otro del avión guardando cosas en armaritos sellados, asegurados con cerrojos e imanes potentísimos. El avión dibuja un círculo perfecto y se lanza hacia abajo a toda velocidad. El monte Olympus se alza majestuoso en el centro de las Olympic, la cordillera más grande del estado. Su intenso color verde, incluso en esta época del año, enmarca la ciudad, a sus pies. Evelyn recoge una taza y un plato con restos de un sándwich de la mesa de Taylor.
- Gracias Evelyn.
- No hay de qué, Jason.
¿Jason? ¿Me duermo un rato y cuando me despierto mi hombre de confianza ha desarrollado una familiaridad así con la azafata? Pobrecilla, si piensa que le va a dar su teléfono. Taylor sólo tiene ojos para Gail. Al final se sienta en un transportín y comunica algo por el interfono al cockpit, la cabina del piloto.
Las imágenes de mi primer encuentro con Leila me nublan la mente. No sé si han sido potenciadas por el sueño, pero he revivido con tanta nitidez aquella tarde, aquella noche. Desde entonces Leila había vivido por y para mí durante casi tres años. Tres años en los que controlé su vida, sus idas y venidas, lo que comía y lo que compraba. Todo. Absolutamente todo.
- Bienvenidos al aeropuerto internacional Sea – Tac de Seattle. Son las 15 horas y 12 minutos, hora local, y la temperatura es de 19 grados centígrados. Espero que hayan tenido un vuelo agradable, y buenas tardes. Por favor, no se desabrochen los cinturones hasta que lleguemos a la terminal privada. Un coche les recogerá allí. Me desabrocho el cinturón y Taylor me regala una fría mirada de reproche.
- Vamos hombre, Taylor, no tenemos quince años. ¿Qué va a pasar?
- Nada, señor Grey, como quiera.
- Me pone enfermo que tarden tanto en llegar a la zona de aparcamiento. ¿Es que no se puede correr un poco?
- Sabe bien que no, señor Grey. Relájese, en media hora estaremos en el hospital. No vamos llegar antes por ponernos nerviosos ahora.
- Tienes razón Taylor. Estoy un poco alterado. Toda esta historia, Leila irrumpiendo en mi casa así, pasando por encima de toda la seguridad del Escala… Me tiro en mi asiento de nuevo, esperando que nos dejen desembarcar. Por fin veo aparecer mi R8 en la pista, y el avión se detiene por completo. Luke sale de él, y parece agitado. Un camión del servicio aeroportuario se detiene a su lado y de él saltan a la pista dos hombres. Uno de ellos carga el depósito de combustible de mi avión, el otro se acerca a abrir el compartimento de las maletas. Luke gesticula para avisarle de que no hay nada, y se marcha.
- Que tengan un buen día, ha sido un placer acompañarles.
- Igualmente, Evelyn –dice Taylor, ceremonioso.
- Adiós –digo yo sin pararme a estrechar su mano. – ¡Luke! ¿Qué coño ha pasado?
- Señor Grey, ha sido un accidente. No sé cómo ha podido ocurrir, pero la señorita Williams tenía la llave del antiguo acceso al edificio para la recogida de basura.
- ¡Y una mierda! ¡Eso es imposible! –grito cabreado, entrando en el coche. – Dame las llaves.
- ¿Cómo lo saben? –Taylor está mucho más sereno que yo.
- Siento contradecirle señor Grey, pero es así. Habíamos revisado las grabaciones de las cámaras de seguridad de todo el edificio en las doce horas previas al “espectáculo” de la señorita Williams sin encontrar absolutamente nada. La empresa de seguridad tiene instaladas cinco cámaras en el edificio, una en la entrada principal, una en el ascensor, dos en el garaje y una última en la entrada del helipuerto. No había absolutamente nada fuera de lo normal y, desde luego, la señorita Williams no aparecía ahí.
- ¿Entonces cómo coño se explica que estuviera dentro de mi casa Luke? ¿Puedes explicármelo de una puta vez? – Golpeo cabreado el salpicadero del coche por encima del volante.
- Si estaciona el coche un segundo puedo incluso enseñárselo, señor Grey.
Aparco el coche en el arcén de la interestatal 5 sin preocuparme mucho de lo ilegal que eso es. Si se para un agente, ya lidiaremos con ello.
- Verá, señor Grey, cuando revisamos todas las horas de las cintas sin encontrar nada en ninguno de los accesos posibles del Escala, quedó claro que la señorita Williams había accedido al edificio por una puerta no controlada por las cámaras de seguridad. Si no había sido ni por la entrada a pie de calle, ni por el garaje (ni por el helipuerto, que aunque era harto imposible lo comprobamos) sólo quedaba una opción: la entrada de servicio. Es la única que no está videovigilada.
Luke abrió su ordenador portátil mientras hablaba. Tecleó algo y en la pantalla apareció una imagen de malísima calidad de la entrada trasera del edificio de apartamentos en el que yo vivía. El más lujoso de la ciudad. El más seguro. En teoría.
- Inmediatamente –continuó Luke- nos pusimos en contacto con la compañía de seguridad para preguntar si no tenían un registro de otro tipo, si no había forma humana de saber quién y cuándo había accedido al edificio por la entrada de servicio.
- ¿Y qué coño te dijeron?
- Que no.
- ¡Malditos inútiles hijos de puta!
- Dijeron que había una mientras el acceso permanecía abierto del exterior al interior para recoger las basuras, pero que desde que instalaron la recogida neumática la quitaron. Sin embargo, al otro lado de la calle hay una cámara de tráfico que vigila el cruce de Stewart con la Quinta Avenida. Y mire lo que hemos encontrado.
En la pantalla del ordenador aparece borrosa la imagen de Leila, que entra en el campo de la cámara prácticamente corriendo, envuelta en una especie de gabardina. La grabación no es muy nítida pero se ve perfectamente cómo mira a ambos lados, y saca algo de un bolsillo interior. Tiene que ser una llave, porque justo después hace algo en la puerta, y desaparece tras ella.
Se hace el silencio en el interior del coche. Los tres nos quedamos con la vista fija en la pantalla mientras la imagen se repite en bucle, una y otra vez.
- Para eso de una vez, joder. Está bien claro que es ella y que ha entrado por allí. Tuvo que robar la llave de casa. ¿Pero cómo sabía dónde estaba? ¿Quién la tiene?
- Sólo hay una, señor Grey –dice Luke- y por lo que sabemos la tenía la señora Jones guardada en el armario del recibidor, con el resto de las llaves. Le hemos preguntado esta mañana y dice que está allí, que por lo menos la suya, no ha desaparecido.
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