lunes, 31 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.3 - ( Fans de Grey )

Anastasia camina en silencio hasta el fregadero. La sigo con la mirada, la cotidianeidad de sus movimientos, sintiéndome como un niño al que le invitan a una fiesta de pijamas por primera vez. No estoy cómodo fuera de mi elemento. No estoy cómodo fuera de mi apartamento pero, por algún motivo, con Anastasia puedo sentarme en el suelo a comer un sucedáneo de comida china, y sentirme bien. Como si, de alguna manera, el hecho de que esa casa sea la suya me hiciera pertenecer a ella.

- Christian, ¿todavía tienes las bolas esas de plata?

¿Las bolas de plata? Oh, dios, esta noche se presenta suculenta… lástima que no las tenga, pero lo que sí tengo son recursos suficientes para que no las eche de menos. Juguetón, me palpo el torso, los bolsillos, como si las estuviera buscando.

- Muy graciosa, Ana. No, justo hoy no las llevo encima. No voy por ahí con un juego de bolas chinas de placer en el bolsillo. En el despacho no suelen serme de mucha utilidad.

- No sabe cuánto me alegra oír eso, señor Grey –dice, dejando los platos en el fondo del fregadero y aclarándose las manos antes de venir hacia mí-. Creía que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.

- Ay, Anastasia, mi nuevo lema es “Si no puedes vencer al enemigo, únete a él” –respondo, pensando que lo que sí que es baja es mi guardia, y Anastasia es muy rápida.  Detrás de mí está el frigorífico. Busco la manilla del congelador y lo abro. En su interior apenas hay nada, pero sí una tarrina de helado. De vainilla. Un Ben & Jerry. No es mi preferido, pero es de vainilla. Y es helado. Lo saco.

- Esto servirá: Ben & Jerry & Anastasia.

Busco en los cajones de la encimera hasta que doy con una cuchara. Mi miembro empieza a endurecerse de nuevo debajo de mis pantalones mientras pienso en cómo va a seguir la velada.

- Espero que estés calentita, Anastasia, porque voy a enfriarte con esto. Ven –digo, tendiéndole la mano.

Anastasia la toma, y nos dirigimos de nuevo a su habitación. Ella mira alrededor, buscando los restos de nuestra cena, visiblemente preocupada por si hemos dejado algo sobre la alfombra persa de los padres de Kate. Adivinando su preocupación, recojo las dos copas que aún estaban en el suelo, y la botella. Las dejo en el fregadero junto al wok vacío y los platos, y vuelvo a tomar su mano.

- Vamos a tu habitación, nena –digo.

Una vez allí, dejo el helado en la mesilla de noche para tener las manos libres. De la cama tomo dos cojines y los aparto: hay demasiada parafernalia. Busco algo con lo que atar sus muñecas al cabecero de la cama, y no veo nada salvo… el cinturón de su bata.

- ¿Tienes sábanas de repuesto? Puede que estas terminen un poco llenas de vainilla…

- Sí, sí que tengo –dice con más jadeo que timbre en la voz.

- Bien. Acércate.  Tiro del cordón de su bata.

- Quiero atarte –digo, mientras me mira en silencio. Sumisa. Sumisa. Así me gusta.

- Está bien.

- Tranquila –añado-, sólo voy a atarte las manos, nada más. Usaremos esto.

Tiro del todo del cordón para sacarlo de las trabillas de la bata, que se abre, mostrándome la majestuosidad del cuerpo desnudo de Anastasia. Sus pechos turgentes que empiezan a tensarse con la excitación, el vello púbico, corto, suave, el arranque de sus muslos, con todo lo que esconden, su vientre prodigioso… Tiro la bata al suelo.

- Túmbate –ordeno-. Ponte boca arriba en la cama.

Anastasia obedece, despacio. Sus ojos brillan, su piel tiembla levemente, sus ojos buscan los míos, buscan el helado, me mira como preguntándome qué vendrá ahora, pero no dice nada. Obedece.

- Las manos por encima de la cabeza. Oh, eres tan bonita… Podría pasarme el día entero mirándote. Y no me cansaría.

Con un extremo del cinturón amarro una de sus manos y, diestramente, ato la otra pasando la tela entre los barrotes del cabecero de la cama. Pero aún está demasiado suelto. No importa. No quiero que se canse aún. Cuando la tengo bien atada, salto de la cama, y me desnudo yo también, liberando mi erección. Tiro al suelo la ropa y avanzo hacia los pies de la cama. Tomo a Anastasia por los tobillos, y tiro de ella hacia abajo. Es hora de empezar.

- Así está mejor –digo, cuando veo sus brazos tensos, inútiles para el movimiento.

Dejo que me mire en silencio, mientras deshago el camino para llegar de nuevo al cabecero de la cama, donde está el helado bajo una lamparita que da una tenue luz. Con el helado en una mano y la cuchara en la otra, me coloco a horcajadas sobre Anastasia, sin ejercer presión. Sus enormes ojos me escrutan a través de las pestañas. Tomo una cucharada de helado.

- Aún está duro pero –lo pruebo-… hummm… es delicioso. Es increíble lo buena que está la vainilla, con lo aburrida que suena ¿Te gustaría probarlo? –pregunto, seguro de que me diga lo que me diga, aún no lo va a probar.

- Aham… -dice ella.

Pongo de nuevo un poco de helado en la cuchara, que con el calor de mi lengua hace que se hunda con más facilidad en la tarrina. Lo acerco a su boca y, cuando sus labios se abren, lo devuelvo a la mía. Todavía no, Anastasia. Hay que retrasar el placer para que sea extremo.

- Está demasiado bueno para compartirlo –me justifico. Pero ella ya sabe de qué va este juego, y sé que le gusta. El placer será mayor después. Y será este mismo helado el que haga que se corra violentamente.

- ¡Ehh! –se queja ella, tirando inútilmente de sus muñecas atadas.

- ¿Qué ocurre, señorita Steele? –pregunto- ¿Acaso le gusta la vainilla?

- ¡Sí! – dice, retorciendo sus caderas debajo de mí, como si quisiera echarme.

- En, eh –la regaño-, ¿esto qué es? ¿Tenemos ganas de pelea? Yo que tú no lo haría, Anastasia. Recuerda que soy yo quien tiene el poder ahora mismo. Y el helado.

- Por favor –musita-, quiero helado.

- Está bien, señorita. Le daré un poco de helado, pero sólo porque hoy se ha portado bien y me ha complacido mucho.

Vuelvo a calentar la cuchara con mi boca, con mi lengua, con mi respiración, y la hundo de nuevo en el bote. Saco una generosa porción, y se la acerco a los labios, que se abren sexys. Anastasia lame la cuchara, una vez, dos, tres.

- La verdad es que este es un buen método para asegurarme de que te alimentas: darte de comer a la fuerza. Creo que me podría acostumbrar…

La cuarta cucharada me la rechaza. Cierra con fuerza los labios y entramos en una lucha: yo no la aparto, y el helado se derrite, cayendo desde la cuchara por su barbilla, su cuello, su pecho, dándome una idea de lo que vendrá ahora…






domingo, 30 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.2 - ( Fans de Grey )

Me doy cuenta de lo poco que sé de la vida anterior de Anastasia. La de ahora es fácil, sólo tengo que activar mis mecanismos de rastreo, mover los hilos justos y, desde el sillón de mi despacho, saber todo lo que ocurre. Así supe dónde vivía, con quién, cuánto dinero tenía, y quiénes eran los imbéciles con los que trabajaba. También así fui capaz de comprar la empresa en la que acababa de entrar sin hacer nada más que un par de llamadas. Pero remontarme a unos años atrás, eso no puedo hacerlo sin ella. O no lo había pensado, simplemente.

- Pero entonces, ¿no te fuiste a vivir con tu madre a Texas? –le pregunto, intrigado.

- Solamente una temporada. Mi madre y él, Steve, vivieron un periodo tormentoso. Mi madre, de hecho, no habla nunca de él.

- ¿No os llevabais bien?

- Ni siquiera se llevaban bien entre ellos. Pero no, Steve y yo nunca nos entendimos. Además, yo echaba mucho de menos a Ray.

- ¿Y qué ocurrió? ¿Te fuiste? –pregunto, sin dejar de comer.

- Sí, me fui. Volví a Washington. Mi madre y Steve sólo duraron casados unos meses más. Por lo visto al final mi madre recuperó la cordura.

Anastasia apura los fideos de su bol con los ojos fijos en el fondo de la porcelana blanca. Sabía que tenía una relación muy especial con Ray, su padrastro. Lo sabía desde día en el que apareció para celebrar su graduación. Pero no sabía todo esto.

- Parece que hubieras tenido que cuidar de Ray –digo, adivinando en cariño en el silencio que había seguido a la confesión de que abandonó a su madre natural para irse con su padrastro.

- Sí, supongo que cuidé de él.

- Se nota que estás acostumbrada a cuidar de la gente –hago un repaso mental de la forma tan tierna que tiene de dedicarse a sus amigos, a su familia, a mí…

- ¿Te parece mal? –pregunta, sorprendida.

- En absoluto. Es sólo que yo quiero cuidarte a ti.

Ana deja el plato de porcelana blanca sobre la alfombra, y me mira con gesto grave.

- Ya lo haces, Christian. Pero tienes una forma muy extraña de cuidarme.

- No sé hacerlo de otro modo, Anastasia.

- Sigo enfadada contigo todavía. No deberías haber comprado la editorial para la que trabajo. Estoy segura de que SIP habría sobrevivido sin ti.

Su mirada se endurece al volver a tratar el espinoso tema de su trabajo.

- Lo sé, Ana, pero no podía dejar de hacerlo sólo porque tú fueras a enfadarte conmigo.

- ¿Y qué se supone que les tengo que decir a mis compañeros el lunes? ¿A mi jefe, a Jack?

Jack, ese bastardo cabrón, ese idiota que está llevando la empresa a la ruina y, lo que es peor, ese presuntuoso que quiere llevarse a mi chica…

- A Jack más le valdría tener cuidado con lo que hace –digo, mi tono endurecido también ahora.

- ¡Chrisitan! –levanta la voz- ¡Ese cabrón es mi jefe! Mide las palabras, por favor.

¿Por qué no lo entiende? ¿Por qué no ve lo que es evidente? Y lo que es peor, ¿por qué no se fía de mí? Podría tolerar que no lo viera por sí misma, al fin y al cabo es joven y muy inocente, pero debería creerme cuando se lo digo.

- Pues no les digas nada.

- ¿Cómo que no les diga nada?

- Que no les digas que ahora yo soy el propietario de SIP –echo cuentas mentalmente, firmamos ayer, y tardará aún un mes en hacerse efectivo el traspaso de las acciones-. Ayer firmamos el principio del acuerdo para que Grey Enterprises Holdings asuma el control de los activos de SIP. Pero la noticia no se hará pública hasta dentro de cuatro semanas, cuando el negocio se cierre del todo. Durante ese tiempo, no lo dudes, habrá algunos cambios en la directiva de la editorial.

- ¿Cómo? –pregunta- ¿Voy a quedarme sin trabajo?

- Oh vamos –respondo, con una sonrisa, pensando que de verdad no ha entendido nada-. Sinceramente, lo dudo mucho, pequeña.

- Ya… Y, si me marcho y encuentro un nuevo trabajo, ¿irás detrás de mí corriendo, para comprar también la empresa que me contrate?

Sé que no me lo pregunta en serio, pero la pregunta se merece una respuesta seria. Y sí, creo que sí lo haría. Haría cualquier cosa por mantener a Anastasia segura, a salvo de moscones, a salvo de negocios fraudulentos. Ella no sabe nada de este mundo, y yo lo sé todo. Y le acabo de decir que quiero cuidar de ella, de la única manera que sé.

- ¿Por qué lo dices? ¿No estarás pensando en irte? Hace sólo un par de semanas estabas encantada con la oportunidad laboral que te ofrecía SIP, tanto que osaste renunciar a un trabajo en mi empresa.

- Pues sí, ahora que lo dices, y ahora que la empresa es tuya, puede que esté barajando la opción de irme. Así que, viendo que no me has dejado otra opción, por favor, contéstame. ¿Comprarías también esa empresa?

- Sí, Anastasia, compraría también esa empresa –digo, lanzando al aire un brindis por esa sabia decisión.

- ¿Y no te da la sensación de que estás siendo demasiado protector? –pregunta, rechazando con un gesto mi brindis al aire.

- Es posible. Puede que lo parezca.

- Oh, dios, que alguien llame al doctor Flynn… -murmura.

Esperando a ver si tiene algún otro comentario impertinente que añadir, dejo mi bol en el suelo también, junto al suyo. Espero paciente el siguiente round, sin estar seguro de que lo vaya a haber. Pero Anastasia se levanta y recoge los platos, anunciando una tregua. Seria aún, pregunta:

- ¿Quieres tomar algo de postre?

- ¿Postre? ¡Por supuesto! –al levantarse la bata ha vuelto a dejar al descubierto más piel de la que soy capaz de ver sin excitarme.

- Yo no –dice ella, refunfuñando-. Aunque… tenemos helado. De vainilla.

- ¿Helado de vainilla? ¿Lo dices en serio? –su tono se ha suavizado tanto que me permito bromear-. Creo que podríamos hacer algo con él…

Me levanto de un salto del suelo, mis pies descalzos en la mullida alfombra persa, que ha dejado de tener todas las connotaciones negativas de hace un rato para convertirse en el pasto sobre el que hemos tenido una buena conversación, con un buen picnic, que promete un final explosivo.

- Ana, ¿puedo quedarme?

- ¿A qué te refieres? –me pregunta, sin entender.

- A dormir. Quiero quedarme a dormir contigo toda la noche.

- Ah, yo… -el rojo vuelve a escalar a sus mejillas-, lo había dado por hecho.

- Fantástico. ¿Dónde está el helado?

- Está en el horno –dice, mordiéndose el labio de nuevo.

- La expresión más baja de la inteligencia es precisamente el sarcasmo, señorita Steele –digo-. Y todavía podría tumbarte en mis rodillas.






sábado, 29 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.1 ( Fans de Grey )

- Esa alfombra tiene una pinta estupenda: tiene el color adecuado para disimular algún fideo, si se nos cae, el grosor justo para ser cómoda, y es lo suficientemente nueva como para no tener aún docenas de ácaros. ¿Te parece bien un picnic en la alfombra, Ana?

- ¿En la alfombra persa? –se ríe como una niña, la adoro…- Si se enteran los padres de Kate me matan. Pero tu razonamiento no hace aguas por ningún sitio, así que, adelante, señor Grey. Hagamos un picnic en la alfombra.

¡Quita, maldito mocoso, aparta de ahí! ¿Quién demonios te ha enseñado a ti que las alfombras son para comer? ¡Pareces un animal! ¡Un maldito animal! Los pies del hombre grande se acercan a grandes zancadas, pero no hacen ruido, la moqueta amortigua sus pisadas. El silencio no mitiga el miedo, al contrario; lo acentúa. Cada metro que se acerca a mí es una promesa de un golpe, de una quemadura. Es una promesa de dolor. Mi madre chilla desde el sofá. ¡Deja al niño! ¡Aléjate de él! Creo que llora, pero el miedo no me deja distinguir con claridad. ¿Por qué no vienes a ayudarme, mamá? Agachado en un rincón, debajo de una mesa, detrás de un sillón, resguardado tras una silla… Nada vale para aplacar la furia del hombre alto. Siempre me encuentra. Y esta vez me ha encontrado también.
Me arranca de las manos el paquete de plástico que envuelve los restos de un bollito que lleva demasiado tiempo abierto. Tiene un sabor rancio, las migas están endurecidas, y su sabor ya no es el que debería ser. ¡Te alimentas de mierda, porque eres mierda! Eres un bicho, enano, eres repugnante, como tu madre. ¡Tú eres el animal! ¡Bestia! ¡Deja al niño! Pero no viene a ayudarme. Sigue tumbada en el sillón verde, medio desnuda y sucia, despeinada, como yo. Por eso no nos quiere, el hombre alto. Estamos sucios, como animales.
No puedo defenderme. No puedo gritar. Ni siquiera lloro. Me tumbo en el suelo, con la cara pegada a la sucia moqueta, esperando los golpes. He aprendido a hacer que duelan menos: si me hago una bola sobre mí mismo, abrazando mis rodillas, las patadas no llegan al estómago. Ahí es donde más me duele. Y me tapo la cara con las manos para no ver. Prefiero aguantar, y esperar. Aguantar y esperar. Al final, siempre termina. ¡Calla! ¿Quieres que te pegue a ti también, puta? Esta vez oigo el golpe, pero ha sido sobre mí. Mamá grita. ¡Cabrón! Y los golpes siguen. Abro los ojos y no les veo. Pero los restos del bollito están todavía ahí, al alcance de mi mano. Y los cojo. Tengo hambre. Tengo mucha hambre. Me duele el estómago, aunque el hombre alto no me ha dado ningún golpe. Con los dedos arranco miguitas del bollo, esperando que dure para siempre. Mamá nunca me había traído nada tan bueno. He debido de hacer algo muy bueno para ganármelo, aunque el hombre alto diga que soy tonto, que soy como un animal. Un animal no podría saber que el bollito sabe un poco como la moqueta, que huele a sucio.

Sacudo un momento la cabeza intentado sacar los pensamientos de aquella alfombra pestilente de mi mente. Quizá poner un poco de música me ayude. Busco en los bolsillos de mi pantalón mi iPod y lo conecto con el altavoz que tiene Kate (seguro que es de Kate, Anastasia a duras penas sabría utilizarlo). Buena Vista Social Club empieza a sonar de fondo, alejando mis pesadillas.

- Voy a terminar de preparar la cena.

- ¿Aún no está lista?

- Creo que alguien me interrumpió en mitad del proceso, señor Grey.

- Si tuvieras un poco de ayuda… El servicio es de mucha utilidad, señorita Steele. Debería considerarlo para el futuro.

Anastasia recupera de la nevera el bol en el que había guardado el pollo, y vuelve a encender el fuego.

- ¿Una señora Jones, tal vez? –me pregunta divertida.

- Y tal vez un señor Taylor, sí –respondo.

El wok chisporrotea, y añade los fideos.

- Creo que no lo necesito, señor Grey. Mi madre me enseñó a bastarme por mí misma y… he de reconocer que, aunque es cómodo, me gusta no necesitar a nadie.

Me acerco a ella por detrás, y la rodeo con mis brazos, pasándolos por debajo de la tela de la bata, buscando su piel.

- Creía haberte oído decir que a mí me necesitabas, nena.

Se aprieta contra mí, sus glúteos presionando mis muslos, y levanta la cara para mirarme.

- Sólo a ti te necesito, Christian. Si te tengo a ti, el resto es anecdótico.

- ¿Puedo ayudarte a poner la mesa? –pregunto.

- ¿La alfombra picnic, quieres decir? –responde sonriente- Claro, ven.

Saca de un armario un par de cuencos de porcelana, y de un cajón dos pares de palillos chinos. Apaga el fuego.

- Esto ya está listo. Toma, pon esto donde mejor te parezca. ¿Sabrás utilizar esto? –dice, haciendo un gesto con los palillos.

- No sólo los sé utilizar, sino que podría decirte en chino lo bonita que estás después del sexo, con las mejillas encendidas.

- ¿Hablas chino? –pregunta, asombrada.

- Lo justo para decirle un piropo a una chica bonita. O para cerrar una transacción multimillonaria y estar seguro de que el gigante asiático no se hará con mi negocio. Pero eso es mucho más aburrido.

Cojo los cuencos y los palillos y los coloco en la alfombra mientras Anastasia ríe.

¡Eres un animal! ¡Sólo los animales comen en el suelo! El hombre alto vuelve hacia donde me estoy escondiendo, y vuelve a arrancarme de las manos el bollito. Lo pisa. Escupe. ¡Animal!

- ¿Te ocurre algo, Christian?

Cuando me doy cuenta Anastasia está parada a mi lado, con la fuente en las manos, aún humeante.

- No, es sólo que… – no tengo ganas de hablar de esto, ahora no-. Nada, hacía tiempo que no comía en el suelo. ¿Traigo el vino?

- Claro –dice, y me besa suavemente-. Yo me voy sentando.

Vuelvo con el vino, las copas, y me siento frente a ella. La bata se le ha abierto un poco por la postura, y todo su muslo sonrosado aparece frente a mí. El muslo que acabo de acariciar, de lamer. Mi nariz guarda aún su olor. Brindamos, y comemos.

- Esto está buenísimo, Ana –digo, sinceramente.

- Muchas gracias.

- ¿Cocinas a menudo?

- Sí, casi siempre. Kate no es muy buena en los fogones. Podría decirse que es negada, nula. Así que la cocina es mi territorio.

- ¿Y tú? ¿Te enseñó tu madre a cocinar? –pregunto, con curiosidad. La parcela doméstica de Anastasia es un misterio para mí.

- Bueno, no. La verdad es que no. Cuando te decía que mi madre me enseñó a valerme por mí misma, me refería a esto. Ella no se ocupaba, y tuve que aprender.

- ¿Y eso?

- Cuando me empezó a interesar la cocina, mi madre estaba viviendo en otro estado, con su tercer marido. Se fue a Texas, a Mansfield, concretamente. Yo vivía con Ray y él, de no haber sido por mí, habría sobrevivido a base de tostadas y comida precocinada. No podía permitir eso







viernes, 28 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.10 - (Fans de Grey ) - ADULTOS EXCLUSIVAMENTE

- Sé lo que estás haciendo, Anastasia.

- Sí, se llama cocinar –dice, riendo, mientras se coloca a mi lado para seguir troceando verdura. Sus pies tocan los míos. Su codo toca el mío. El olor de su pelo lo inunda todo. La tensión sexual también. Enciende el fuego y el aceite empieza a chispear.

- Lo haces bastante bien –me dice, irónica. Tal vez no haya nadie tan lento en cortar un pimiento.

Pero tampoco hay nadie tan preciso. Y puedo llegar a ser muy preciso. Anastasia y sus orgasmos múltiples lo saben. Y sé que es a esto a lo que se refiere, pero me encanta entrar en su juego.

- ¿Picar verdura? Es sólo cuestión de práctica.

Anastasia deja en la encimera el cuchillo y se gira para dejar el bol con los trozos de pollo al lado del wok. Y su culo toca, literalmente el mío. Y se detiene una décima de segundo. Y se regodea.

- Si vuelves a hacer eso, te follaré en el suelo de la cocina, Anastasia –digo, sin dejar de picar el pimiento.

- Primero tendrás que suplicarme –me dice colocándose de puntillas sobre mí, su aliento en mi cuello, sus pechos en mi espalda.

- ¿Me está usted desafiando, señorita Steele?

- Es posible, señor Grey –contenta retrocediento un par de pasos, y noto en mi espalda la falta de sus pezones endurecidos.  Dejo el cuchillo, dejo lo que quedaba por picar del pimiento, me seco las manos con un trapo, y me giro hacia ella. Así lo ha querido. Y así lo quiero yo. Estoy a punto de explotar de deseo, tengo que follármela ya. Apago el fuego.

- Creo que podemos comer después. Toma –le alcanzo el bol con los dados de pollo-, guarda esto en la nevera.  Con pretendida normalidad coge el pollo y lo guarda en la nevera. Pero la conozco bien, y el rubor de sus mejillas es de lo más revelador.

- ¿Vas a suplicarme, Christian?

- No –respondo colocándome a su lado, sabiendo que esta vez ningún juego va a retrasar más el momento de entrar dentro de ella-. Nada de súplicas.

Mis manos van decididas a sus caderas, agarrándolas firmemente. Cojo su poco peso y la atraigo hacia mí, hasta que su pecho vuelve a hundirse en el mío, hasta que el calor de mi entrepierna encuentra refugio en el contacto con su cuerpo. Ana me coge la cabeza, y responde a mi beso con fogosidad, metiendo su lengua en mi boca, ansiosa, hasta que por fin encuentra la mía. La apoyo contra la nevera, necesito más presión de mi cuerpo sobre el suyo, necesito sentirla cerca. Y ella se deja hacer.

- ¿Qué es lo que quieres, Anastasia? –pregunto en medio de un jadeo, sin apartar su boca de la mía.
 
- A ti, Christian. A ti –gime ella.

- ¿Dónde?

- En la cama.

Lamo una vez más sus labios y me aparto para tomarla en brazos e ir hasta su habitación. Empujo la puerta con el pie, estaba abierta. Entramos. Entra un poco de luz de la calle permitiéndome ver dónde está la cama, y haciendo un pequeño pasillo entre las cajas apiladas y el cabecero metálico, la deposito en el suelo. Busco en la penumbra la mesilla de noche, y enciendo una lamparita que me deja ver el resto de la estancia. Corro la cortina de una gran ventana demasiado cerca del edificio de enfrente. Pero a mis ojos les cuesta prestar atención a nada que no sea exclusivamente ella.

- ¿Y ahora qué? –susurro en su oído.

- Hazme el amor, Chrisitan.

- ¿Cómo Ana? ¿Cómo quieres que te lo haga?

Anastasia me besa en silencio, no contesta.

- Tienes que decírmelo, nena.

- Desnúdame –empieza ella.

- Buena chica –respondo yo, recorriendo con una mano la línea que va de su mandíbula a su escote y, con dedos ágiles, soltando los botones que ocultan su pecho.
A través de los cristales de las ventanas sube el murmullo callado de una noche que empieza a dormir. Algún rumor de coche lejano, voces apagadas… En medio de ese silencio sólo quedamos nosotros, nuestra respiración, el crujido leve de la seda de la camisa de Anastasia cayendo hacia abajo, desde sus hombros. La quietud acentúa mis sentidos, alerta. Sigo con la yema de los dedos la caída de la tela, frenándome al llegar a la cinturilla del pantalón, y me inclino hasta que queda a la altura de mi cara. Desabrocho el botón de sus vaqueros, abro la cremallera, regodeándome en cada segundo que pasa y su cuerpo empieza a liberarse de la ropa que lo cubre.

- Dime qué quieres, Anastasia.

La miro desde abajo, la curva de sus pechos tapándome parcialmente la visión de su cara, enmarcada en la cascada de pelo moreno que le cae sobre los hombros.

- Quiero que me beses desde aquí, hasta aquí –responde trazando una línea en su cuello.

Obediente, retiro su pelo. Abro la boca para rozar con mi lengua la base de su cuello, y lo sigo hasta el lóbulo de la oreja, donde deposito un suave mordisco. Su olor, lejos de nublar mis sentidos, los agudiza.

- Ahora los vaqueros. Y las bragas –susurra, antes de darme tiempo a pedir más instrucciones.

Sin despegar las manos de su piel, las bajo abiertas hasta su cintura, pasando por las axilas, por la tela suave del sujetador, por sus caderas. Meto los pulgares por debajo de las bragas y tiro suave pero firmemente de toda la ropa que le queda hacia abajo. Su sexo se presenta majestuoso ante mí, puedo sentir el calor que emana, el olor de la excitación… La ayudo a quitarse los zapatos para sacar los pantalones por sus pies y se queda así, casi desnuda, delante de mí que sumiso la miro desde el suelo.

- ¿Y ahora?

- Bésame –me dice.

- ¿Dónde quieres que te bese?

- Oh, Christian, ya lo sabes –se queja, y se toca entre las piernas.

Dudo entre presionar un poco más y forzarla a que me diga que le bese el sexo, pero la tentación me puede. El gesto ha sido suficiente. Y mis ganas de comerla son imparables ya.

- Encantado, señorita Steele.

Con ambas manos separo un poco sus piernas, la cara interna de sus muslos, dejando a la vista el hueco entre ellos. Anastasia me agarra el pelo, empujando mi cara contra ella. Respiro hondo su olor, separo los labios, y empiezo lamiendo sus ingles, mientras allano el camino hacia su clítoris con los dedos, anticipando el sentido de mi lengua. Ella gime, respira hondo, los músculos de su vientre se tensan. Noto los fluidos de su cuerpo resbalar por mis dedos mientras me acerco a su vagina y empuja involuntariamente con las caderas para obligarme a entrar, como si me mostrara el camino. A punto de llegar donde ella quiere que llegue, abro aún más con las dos manos sus labios, dejando su clítoris ante mí, y lo lamo, desde la base hasta arriba. Mis dedos aún jugando con su vagina, sin llegar a entrar. Siento como ella se revuelve al notar mi lengua jugando con él, endureciéndose cada vez más, hinchándose.






jueves, 27 de agosto de 2015

En la piel de Grey- Capítulo 29.9 - (Fans de Grey )

- Tengo hambre, y quiero comer. Llamo a mi madre, pero ella no responde. Le toco la cara, el pelo. A ella le gustaba que le trenzase el pelo. O eso creo ahora, ya no lo sé…

- ¿Y su madre reacciona? –sigue Flynn volviendo una y otra vez al sueño.

- No. Nunca. El niño, yo, me desespero y lloro, el hambre empieza a ser una punzada insoportable en el estómago. Así que persiguiendo el instinto de supervivencia voy a la cocina a buscar algo que llevarme a la boca. Pero los armarios están vacíos. Algún plato, alguna sartén con restos de grasa. Por fin, en el congelador, aparece una bolsa blanca con pequeños guisantes dibujados. Trozos de zanahoria y coliflor humeantes al lado de la fotografía de un pollo suculento. Así que trepando con una banqueta los cojo.

- ¿Se los come?

- Sí, joder. O lo intento. Están congelados. Y no hay pollo, ni siquiera zanahoria, o coliflor: son sólo los guisantes. Crudos y congelados. Una frustración más para un niño frustrado, ¿no cree?

Flynn toma notas en su cuaderno y asiente con la cabeza.

- No sé cuánto tiempo pasé sentado en el suelo al lado de mi madre, con aquella bolsa de guisantes en las piernas. Sin tocarme la piel, primero: el frío me abrasaba. Apoyados encima, después. Traté de comer, traté de hacer que mi madre comiera. Pero ella no comió y a mí me dieron un dolor de estómago terrible. Desde entonces los guisantes tienen para mí el sabor metálico de la muerte.

- ¿Alguna vez le contaron esto? ¿O pudo leerlo en algún informe?

- No sé si me lo contarían. No lo creo. Grace fue siempre demasiado cuidadosa con este tema, no quería hacerme daño. Y ver mis informes… no, no los he visto. Supongo que de verdad lo recuerdo. Y el sabor metálico de los guisantes aún lo puedo sentir.

- ¿Y qué le hizo asociar anoche su situación actual con este recuerdo, este sueño?

La pregunta del doctor Flynn me devuelve súbitamente a la realidad. Me traslado desde mi infancia más tierna hasta hoy por una especie de agujero espacial líquido lleno del factor común de las dos historias.

- La falta de comida. Aquella casa que fue un infierno para mí era una casa en la que no se podía vivir. Uno no podía tener hambre en aquella casa porque lo único que había eran jodido guisantes congelados. Como le decía antes, doctor, hasta ahora nunca había tenido sensación de hogar. Pero Anastasia me provoca esa sensación.

- ¿A qué se refiere, señor Grey?

- A que con ella todo tiene una dimensión humana. Con ella una casa no es una casa, es un hogar. Y en un hogar debería haber comida. Debería haber un mínimo de reservas básicas para no necesitar jamás salir corriendo. En casa está el refugio, la seguridad. En casa debería estar.

- Tienes un aspecto muy… doméstico –dice Anastasia, sonriente.

- ¿Doméstico? Nunca nadie me había acusado de eso antes –digo, dejando las bolsas sobre la encimera, y sacando la botella de vino, antes de que pierda su temperatura-. ¿Dónde tienes un sacacorchos?

- Mmm… no lo sé, este piso aún es nuevo para mí. Pero creo que hay un abridor en el primer cajón, allí –dice, señalando hacia el fregadero con un pimiento rojo en la mano. Tiene razón, esto es muy doméstico.

Abro el cajón que me indicaba el pimiento, y allí está el sacacorchos. Con la etiqueta de la tienda. Igual que el resto de los cuchillos sin funda, que las tijeras, que los cazos de servir.  Abro el vino y observo a Anastasia, que trocea verdura sobre una tabla, veloz, precisamente. Va colocando los trocitos en un cuenco que ha dejado al lado, y que va llenándose de pequeños cubos de color. Un mechón de pelo le cae sobre la frente y, sin dejar del picar una zanahoria, se lo aparta de los ojos con un movimiento de cabeza.

Husmeo entre las puertas transparentes de los armarios de diseño de la cocina, en busca de un par de copas en las que echar el vino. Entre los platos y los manteles, ahí están. Sin comentarios. Saco dos sin decir nada. El klakk klakk klakk del cuchillo de Anastasia sobre la verdura es lo único que se oye, la calle es tranquila, y echo de menos un poco de música. Pero tengo que no parecer “obseso del control”. Estamos en su casa y es su terreno. Ya pondrá música si quiere.

- ¿En qué piensas? –le pregunto, y dejo la americana sobre el sofá, poniéndome cómodo y listo para hacer de pinche de cocina.

- ¿En qué pienso? –responde, sin levantar la vista del bol en el que ahora vuelca la verdura –En que apenas te conozco, Christian.

- Tú me conocer mejor que nadie, Anastasia –rebato, siguiendo sus movimientos con la mirada para forzarla a parar.

- No creo que sea verdad –dice ella.

Termino de servir el vino y le ofrezco una copa a Anastasia, deteniendo la mía a medio camino en una clara invitación a un brindis.

- La cuestión es que yo, Anastasia, soy una persona extremadamente cerrada. Soy muy reservado –ella toma su copa de mis manos, y me mira, al fin-. Salud.

- Salud.

Brindamos un bebemos. El vino es excelente. La conversación ha vuelto a enfriarse, y no voy a permitirlo. Puedo volver a llevarla a su terreno, al doméstico, al que ella quería hoy.

- ¿Puedo ayudarte con eso? –pregunto, haciendo un gesto hacia la tabla en la que se siguen agolpando varios vegetales esperando a ser triturados, un bote de salsa oscura, una especie de fideos largos y blancos…

- No, hombre, no, siéntate. No hace falta que me ayudes –responde.

- Quiero hacerlo, de verdad. Me apetece –mientras lo digo me remango la camisa para que vea que mi actitud es sincera.

- Está bien –responde-, puedes ir picando las verduras –dice mientras empuja con la mano la tabla hacia mí.

- Anastasia, no sé cocinar –digo, divertido, viéndome con un enorme cuchillo en la mano y sin saber cómo utilizarlo.

- Venga ya, ¿nunca has picado una verdura?

- No.
Ana estalla en una carcajada, al fin. Su juego doméstico ha funcionado, su juego de las casitas. Y yo me alegro.

- Por lo visto –me dice- hay algo que yo sé hacer y tú no. Ven, que te enseñaré como hacerlo.

Se coloca a mi lado, cogiéndome de las manos el cuchillo y el pimiento rojo que acababa de darme. Todo en sus movimientos me resulta atormentadoramente erótico. La forma en que sostiene firmemente la verdura, mientras con la otra aparta casi quirúrgicamente las semillas… Imagino esas manos abriendo las trabillas de su sujetador con la misma destreza, bajando la cremallera de su falda, apartando los encajes de la goma de sus bragas, la trabilla de mi cinturón.

- ¿Lo ves? Así se hace. ¡Es fácil!

Mierda, no he prestado atención, estaba pensando en las ganas que tengo de follármela.

- Sí, parece bastante fácil.

Abandona la tabla y el cuchillo y se gira en busca de un wok, sobre el que vierte un poco de aceite. Por el camino su cuerpo ha rozado el mío, más de lo necesario, menos de lo que me apetece.






miércoles, 26 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capitulo 29.8 - Fans de Grey )

Anastasia confunde mi mirada lasciva con un reproche y se recoloca la camisa, comprobando que el botón que cierra su cuello esté abrochado. Y como para cambiar de tema me espeta:

- ¿Te acuerdas de la última vez que estuviste en un supermercado?

- La verdad es que no –respondo con honestidad, tratando de hacer memoria.

- ¿Y quién se encarga de las compras de tu casa? ¿La señora Jones?

- Sí, y creo que Taylor la ayuda. Pero no estoy seguro.

No estoy seguro y ésa ha sido siempre el secreto de mi éxito, la clave del buen funcionamiento de toda empresa. Delegar. Y que funcione.

- ¿Qué te parece que hagamos algo rápido? Un salteado, o algo así.

- Un salteado suena maravillosamente –maravilloso en una carta de un menú en un restaurante…

- ¿Hace mucho que trabajan para ti? -pregunta Anastasia, y viendo mi mirada de no entender aclara- Taylor y la señora Jones.

- Ah… Creo que hace cuatro años que Taylor está conmigo. Y la señora Jones, más o menos igual. Tal vez desde un poco antes. ¿Por qué no tenías comida en casa?

- Ya sabes por qué –me contesta.

Sí. Lo sé. Me dejaste. Te fuiste. No querías comer. No querías nada. Respirar veinticuatro horas al día era suficiente tormento. Pero fue ella quien decidió irse, joder.

- Anastasia, fuiste tú la que me dejó a mí. Tú te fuiste.

- Ya lo sé –farfulla, y sale andando hacia la caja, sin esperarme.

Otra vez, el frío se ha apoderado de nosotros. ¿Esto va a ser así siempre? ¿Vamos a caer una y otra vez en el pasado, en qué hicimos, dijimos, y por qué? ¿En quién empezó? No, no puede ser. Así jamás conseguiremos avanzar. Así que decido quitarle hierro al tema.

- Comida no tenías en casa pero, ¿algo de beber?

- Mm… cerveza, creo –responde, sacudiendo levemente la cabeza.

- Voy a por vino –nunca he sido muy de cerveza, y mucho menos de la cerveza post universitaria que puedan tener en casa Kate y Anastasia.

Vago por los pasillos del supermercado sin dar con lo que busco. Miro los carteles en lo alto, estratégicamente diseñados para ser claros y estratégicamente colocados para ser vistos desde todas partes y, sin embargo, no consigo dar con el pasillo de los licores. Suspiro, éste no es mi lugar, desde luego… Se me da mucho mejor manejar una multinacional que encontrar una botella de Cabernet Sauvignon. Me acerco a una mujer que coloca un estante con quesos, enfundada en una horrible camisa de rayas amarillas y verdes y un delantal con el símbolo de la cadena.

- ¿El vino, por favor? –pregunto.

- Siga un poco más adelante, está justo después de la nevera del yogur –me responde sin levantar los ojos de la caja de quesos que se vacía a sus pies. Y la balda sigue medio vacía. Y cuando alguien compre todo ese queso, tendrá que volver a llenarla. Repondrá queso que se comerá otra gente. Con esa camisa, con ese delantal, aquí. Qué mierda de trabajo.

- Gracias –digo, compasivo.

Detrás de la nevera del yogur hay una estantería pequeña pegada a una columna en la que descansan apoyadas contra el motor del refrigerador dos hileras de botellas de vino tinto. De marca completamente desconocida. De uva que a duras penas lo sería. Estropeando lo poco que hubiera bueno de ellas con el calor de la nevera de los yogures. Así que vuelvo de vacío a la cola dond e Anastasia está a punto de pagar.

- No has encontrado nada que mereciera la pena, ¿verdad?

- No –respondo.

- Bueno, aquí al lado hay una buena licorería –dice mientras le entrega al cajero su tarjeta de crédito para pagar las cuatro cosas que ha cogido para la cena y que ha metido en dos bolsas de papel.

- Voy a ver. Nos vemos en la puerta.

- ¡No! Espérame, voy contigo.

Me acerco a la línea de cajas y mientras recoge el recibo de la compra, cojo las bolsas, y salimos del supermercado. Es un alivio para los ojos volver a la calle, y salir de ese sobreexceso de iluminación que hay en los sitios así, donde pretenden que todo brille más, que todo sea más apetecible, y lo único que hacen es cegarnos.  Rodeamos la manzana en la que se encuentra el apartamento de Anastasia para ir a Downtown Spirits, la tienda que me decía antes. Aquí sí me sé mover, mucho mejor que en el supermercado. La diferencia entre un whisky y un bourbon la conozco, pero no entre un pimiento del piquillo y uno morrón. Me acerco al dependiente, le pido el vino, y antes de dos minutos estamos fuera, con una botella a temperatura perfecta, lista para beber.

La sensación de llenar de alguna manera la despensa de Anastasia me tranquiliza. Tengo que hablar con Flynn de esto.

Sabe doctor, nunca había sentido una casa, hasta ahora, como un hogar. Siempre fui ajeno en casa de Grace y Carrick. No ajeno, pero aquello, era mi casa, no mi hogar. Algo parecido sucede con el Escala. No es más que una posesión. Es mío. Lo que contiene es mío también. Pero… ¿cuán mío? Los arquitectos dieron forma final a la reforma que yo sugerí, el decorador eligió el tono final de blanco roto de mis peticiones de un sofá blanco roto.
Anoche acompañé a Anastasia a su casa. Íbamos a cenar algo, pero no tenía comida. En su casa. ¿Puede una casa ser la casa de uno y no tener nada que comer? No, doctor, no.

- ¿A qué se refiere, señor Grey?

- A mi casa. A la casa en la que vivía mi madre biológica.

- ¿No había comida allí?

- Si alguna vez hubo comida de verdad no debieron invitarme.

- ¿Qué más recuerdos tiene de aquella casa, y de la comida? –indaga aún más el doctor Flynn.

- Los guisantes. Siempre los guisantes. Pero tal vez sea sólo un sueño –tumbado en el diván aprieto fuerte los ojos, intentando fijar y ubicar un recuerdo que quiere escaparse. Un recuerdo que sé que está ahí porque vuelve, pero no sé si me lo he inventado.

- Cuéntemelo, señor Grey. ¿De qué se trata? No importa que sea un sueño o un recuerdo. Lo que importa es que es la puerta que lleva a una parte suya a la que no es fácil llegar. Adelante, por favor.

Ahueco las piernas en el diván, y suspiro hondo.

- En el recuerdo, o en el sueño, yo soy un niño pequeño y sucio. Llevo una camiseta que me está pequeña, y está llena de manchas, de cercos y rodales. Llevo pañales todavía, y me avergüenzo de hacerlo. Mi madre está tendida en el suelo, sobre la alfombra mugrienta, con el pelo desparramado en forma de flor. Caída de lado, con los ojos cerrados. Y parece tranquila, por fin. Está muerta, joder. Sueño con una madre muerta.

- Está bien, señor Grey –Flynn me insta a retomar el hilo-, siga. 







martes, 25 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.7 - ( Fans de Grey )

Sí, sé que quiere que la bese. Me lo está pidiendo a gritos con todo su cuerpo. Sus pies, cada vez más ligeros en el suelo, listos para guiar sus piernas hasta las mías. Sus caderas que buscan las mías, acercándose peligrosamente a mi entrepierna. Sus pezones se marcan a través de la tela de la blusa, cuyo escote promete un paraíso abrasador que conozco bien. Sus labios, que no dejan de humedecer una lengua juguetona. Sus ojos, fijos en mí, las pupilas completamente dilatadas, las pestañas jugando a hacer caídas a las que ningún hombre se podría resistir. Sus mejillas, sonrosadas por el deseo. No necesito que me conteste y, aún así, lo hace. Ha entrado en el juego.

- Sí –dice, en un intento de hablar y con la voz quebrada por la ansiedad.

- ¿Y dónde quieres que te bese? –continúo yo, en voz baja, sin dejar de mirarla, sin dejar de imaginar todos los lugares en los que querría besarla.

- En todas partes –su voz suena a súplica. Ahora ya sí.

- No es suficiente, Anastasia. Vas a tener que ser un poco más específica, querida -quiero que me lo diga. Me pone frenéticamente cachondo escuchar cómo me pide tócame, bésame, cómeme, sin remilgos-. Ya te he dicho que no voy a tocarte hasta que me supliques y me digas exactamente qué es lo que quieres que haga.

- Por favor, Christian –su voz vuelve a intentar salir sin éxito.

- ¿Qué, Anastasia? ¿Por favor, qué? ¿Qué tengo que hacer?

- Tócame…

- Dime dónde, nena. Dime dónde.

De pronto, alarga una mano que se acerca a mí, y la magia del juego se rompe.

- No –digo-, no.

- ¿Qué? –responde ella, desconcertada, tratando de recuperar el momento perdido.

- No, Anastasia.

No, no puedo dejar que me toque. Levanto las manos de la encimera y me alejo un par de pasos, levantando las manos en señal de capitulación.

- Pero, ¿nada de nada? –insiste ella, avanzando hacia mí.

- Ana, ecúchame…

¿Escúchame? ¿Y ahora qué Christian? ¿Cómo le explicas esto, si no lo entiendes ni tú? ¿Cómo decirle que el hecho de pensar en unas manos rozando tu piel hace que pierdas el momentum?

- A veces no te importa, Christian. Tal vez debería ir a por un rotulador y trazar un mapa de las zonas prohibidas.

- No es mala idea –contesto, pensando que realmente no es mala idea. Dónde se puede tocar, y hasta dónde. Un mapa cuyas fronteras podamos ir redibujando a medida que yo me sienta preparado para dejarme tocar por ella-. ¿Dónde está tu habitación? –digo, mirando a mi alrededor un par de puertas cerradas, imaginando cuál de ellas esconderá su universo secreto, que está a punto de revelárseme.

Hace un gesto con la cabeza señalando la puerta a nuestra izquierda. Todos los instintos animales que llevo dentro se desatan desembocando en lo que siempre ha sido mi mecanismo de defensa cuando me siento acorralado: follar. Utilizar mi cuerpo intacto para poseer otro cuerpo. El de Anastasia. Quiero poseerla en este momento y sacudirme el mal sabor de boca de tener que colocar los límites que mi cuerpo tolera. Volver a llevar las cosas al terreno en el que me sé manejar.

- ¿Has seguido tomándote la píldora, Ana?

- No… -murmura.

Joder, es incorregible. Sólo tiene que recordar una cosa al día, una, es sencilla. Una pastilla a la misma hora del día cada día. Tan sencillo como respirar, como comer. Pero ella no come, así que no puedo culparla por esto.

- Ya veo… En fin, ven, comamos algo.

- ¿Qué? –casi chilla- ¡Creía que íbamos a acostarnos Christian, no quiero comer! Yo quiero que nos acostemos…

- Lo sé nena, lo sé –digo, mientras me acerco hacia ella y la sujeto por las manos, manteniendo vivo su deseo con la cercanía de mi cuerpo. La estrecho entre mis brazos-. Pero tú tienes que comer, un bocadillo a medio día nada más no es suficiente. Y yo también tengo que comer. Además, la expectación siempre es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.

- Yo ya he sido seducida –dice suplicante. Lo sé, conozco el efecto que provoco en ella, me manejo bien en este juego-, y quiero mi gratificación ahora. Estoy dispuesta a suplicarte, puedo empezar ahora mismo a suplicarte, Christian, por favor…

- Tienes que comer Anastasia, estás demasiado flaca. –Beso su frente y me separo de ella de nuevo.

- Sigo enfadada contigo porque has comprado la SIP, y además ahora estoy enfadada porque me haces esperar –lloriquea Anastasia, que se rendirá porque no le queda más remedio, pero quejosa.

- Oh, la damita está enfadada –digo, con mofa-. Después de comer te sentirás mejor.

Anastasia capta el guiño en mi tono de voz, y adivina el cómo haré que sienta mejor después de comer.

- Ya lo sé, sé que me sentiré mucho mejor –ladea la cabeza dejando caer la cascada de su pelo y sus pestañas a la vez, provocadora.

- ¡Anastasia! ¡Estoy escandalizado!

- Oh, vamos, deja de burlarte de mí, Christian. No estás jugando limpio.

Me encanta este tira y afloja. Saber que nos deseamos y prolongar la espera. Saber que con cada minuto que pasemos ahora, sin tocarnos, el placer será mayor cuando nuestros cuerpos se unan y culminemos juntos. Y, rendida a jugar con mis reglas, Anastasia capitula.

- Mmm… podría cocinar algo para cenar, pero me temo que tendríamos que ir antes a comprar.

- ¿A comprar? –no sé a estas alturas por qué me sorprende que Anastasia siga viviendo al límite de la evolución humana: sin comida en casa.

- Sí, a comprar comida para hacer la cena.

- ¿Comida? ¿No tienes comida? –sabía que estaba en lo cierto.

Anastasia niega con un gesto de la cabeza por toda respuesta. ¿Cómo puede ser que no sepa cuidar de sí misma? Ni comida, tiene.

- Bien –digo, tomándola de la mano-. Vamos a la compra.

Tendría que haberlo pensado, ¿cómo no me di cuenta? Me digo, mientras caminamos por la calle de Anastasia en dirección al supermercado. Tenía monitoreados sus e mails, sabía cuándo entraba y salía de cosas, con quién, con qué ropa. Pero no pensé que tal vez podría haberme ocupado de llenar una nevera que iba a estar tan vacía como la nevera de mi infancia.
Hay un QFC Quality Food Center al doblar la esquina. No sé lo que es pero Anastasia se dirige allí con paso decidido y un neón rosa anuncia Deli abierto 24 horas, así que no tengo problemas. Una vez dentro Anastasia avanza con paso firme y decidido entre los pasillos llenos de estantes de cosas demasiado coloridas, demasiado chillonas. Yo la sigo dócilmente, con la cesta en la que va echando cosas. A veces intento descubrir qué va a hacer con ellas. A veces simplemente le miro el culo, que se contonea con seguridad tres pasos por delante de mí. Sus manos rápidas obedecen a un cerebro que parece estar actuando mecánicamente. Levanta los brazos para coger un paquete de algo de lo alto de un estante, y la curva de sus pechos se me presenta deliciosa… ¿Por qué quise comer? Quiero follármela, aquí, si es necesario en el suelo del pasillo del supermercado.






lunes, 24 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.6 - ( Fans de Grey )

- ¿Piensas invitarme a entrar o vas a mandarme a casa por haber ejercido mi derecho democrático fundamental de ciudadano americano, de empresario y consumidor, de comprar lo que me de la real gana? –le pregunto.

- ¿Has hablado ya con el doctor Flynn de eso? –responde ella, divertida, pero ácida, dándome en mitad de mis vulnerabilidades.

Miro a Anastasia, parada frente a mí, en la puerta de su casa. De la casa de Kate, para ser más exactos. Esa chica frágil, vulnerable, y de repente la siento tan… pequeña, tan sola en esta ciudad, que no es la suya. Que es la mía y que querría que sintiera tan de su posesión como yo lo hago ahora, después de nuestra crisis. Porque Seattle, sin Anastasia, no ha sido la misma.

- Entonces, ¿vas a dejarme entrar o no, Anastasia?

Esboza un silencio que quiere parecer enfadado. La conozco bien. Sé lo que quiere decir con él: quiere decir “lo deseo más que nada en el mundo pero quiero que sepas que estoy muy cabreada contigo.” Juega con los ojos que, esquivos, me buscan y se apartan al encontrarme, pretendiendo una determinación que no le sale. Me deja interpretar y yo interpreto. Le hago un gesto a Taylor con la mano que quiere decir que se vaya: yo me quedo aquí. Las luces del Audi bañan la calle de Anastasia, ya sumida en la oscuridad, excepto por las farolas tenues y altas, y se aleja de nosotros dejando una estela roja a su paso.

Por un momento casi me siento su igual, nuevo en la ciudad. Nuevo en un apartamento. Con un tipo de vulnerabilidad que desconozco. Suelo poseer lo que necesito: mi casa, mi coche, mi empresa. Mis trabajadores. Al contrario, Anastasia vive de prestado en un apartamento que los padres de su amiga rica le regalaron, y que su amiga rica ha querido compartir con ella, la chica humilde y trabajadora. Tiene un trabajo que no es más que una beca. Tenía, ahora que soy yo quien decide sobre eso, su estatus cambiará.

Con un tintineo saca las llaves del bolso, sin dejar de morderse el labio inferior, calentando cada una de las células de mi cuerpo, cada vez más ansioso por poseerla, por unir en un solo cuerpo las dos soledades que podrían terminar si nos fusionáramos. Como es evidente que tiene que suceder.
Tantea la cerradura sin suerte, una vez, dos. Está claro que aún no está familiarizada con la casa. Ni falta que hace. No lo necesitará. Pasamos al interior, un vestíbulo amplio, elegante y moderno: el ladrillo cocido oscuro lo cubre todo con ese buen gusto de lo pretendidamente antiguo, pero moderno. Al llegar a la puerta de su apartamento acierta con la llave a la primera. Le tiemblan ligeramente las manos. Pero abre. Pasa la primera y se aparta para dejarme entrar, disimulando así el vistazo alrededor que echa para comprobar que todo esté en su sitio.

Ambos evitamos hablar.  Tantea con los interruptores de la luz hasta que por fin da con uno que ilumina toda la estancia. Es un espacio amplio, de techos altísimos y grandes ventanales sobre la calle oscura. En el centro una isla de hormigón hace las veces de cocina, un par de sofás con pinta de confortables llenos de cojines rodean una mesa de alguna madera muy cara, sobre la que aún han restos de cinta de embalar, cajas, papel de burbujas.
Anastasia deja el bolso y las llaves en la encimera de la cocina, después de dudar qué hacer con ellas. Noto tensión en su silencio, y paseo por la habitación para darle un poco de tiempo. A verme allí, a pensar cómo quiere hacerlo. He accedido a venir aquí para estar en su terreno y que se sienta cómoda, evitando la sensación de asfixia que decía que le producía estar siempre en mis dominios. Ambos sabemos cómo va a terminar esta noche y que poco importa que sea en su terreno o en el mío, porque terminará en un territorio común: el de nuestros cuerpos en uno, el de nuestros alientos fundidos.

- Es muy bonito –digo al fin, para romper el hielo.

- Sí, a mí también me lo parece –responde agradecida, noto el alivio en su voz-. Los padres de Kate lo compraron para ella cuando se graduó y dijo que se venía a trabajar a Seattle.

Se ha acercado a mí mientras hablaba, hasta llegar a mi altura. Se mira las manos un poco desconcertada, sin saber qué hacer con ellas. Consciente de que tiene que ser una buena anfitriona, puesto que me ha traído aquí.

- ¿Quieres tomar algo Christian?

- No, muchas gracias –respondo, mirando a mi alrededor, a las cajas de la mudanza, los estantes vacíos en la cocina, las puertas que esconden nada. Parecemos dos animales en una jaula extraña. – ¿Qué te gustaría que hiciéramos, Anastasia? –me acerco a ella, mi cuerpo enfrentado al suyo. –Yo sé lo que me gustaría hacer –añado en un susurro.

Anastasia da un par de pasos hacia atrás, alejándose de mí a la misma velocidad que yo me acerco. Pero juego con ventaja: a su espalda está la isleta de la cocina, no podrá escapar por mucho tiempo. Esto me recuerda tanto a aquel día, en mi casa, jugando a perseguirnos alrededor de la cocina de mi casa, el día que todo se rompió. Esta vez no ocurrirá lo mismo. Ella llega hasta la encimera de cemento, y le corto el paso. Esta vez no te irás. Acorralada, se apoya con las manos sobre el mármol que cubre el cemento, junto al fregadero, ofreciéndose sin darse cuenta frontalmente a mí. Coloco mis brazos por fuera de los suyos, apoyado yo también. Eres mía, nena.

- Sigo enfadada contigo –dice, tratando de esquivar mi mirada, pero volviendo a ella una y otra vez.
 
- Lo sé –respondo yo, acercando mi boca a su oreja, sonriendo.

- Tal vez… ¿quieres comer algo? –me pregunta.

- Sí –digo, inclinándome tanto sobre ella que aunque no nos toquemos ya noto su calor -, quiero comerte a ti –mis ojos fijos en los suyos, escruto las reacciones de su cuerpo, la tensión de los músculos de su cuello, sus pupilas que se dilatan… – ¿Has comido algo hoy?

- Un bocadillo –dice-, al mediodía, en la pausa del trabajo.

- Ana –la reprendo-, sabes que tienes que comer.

Sus ojos brillan intensamente debajo de sus larguísimas pestañas. La cercanía de nuestros cuerpos ha recargado de energía su deseo, y su voluntad de conseguir lo que desea.

- La verdad es que ahora no tengo hambre, al menos no de comida –sus caderas se acercan a las mías mientras lo dice.

- Y entonces, ¿se puede saber de qué tiene hambre, señorita Steele?

- Me parece que ya lo sabe, señor Grey –sus piernas se separan levemente, dejando espacio para las mías en su interior, y yo me inclino aún más hacia ella, pero no, no voy a besarla todavía. Este juego es divertido. Se humedece los labios, preparándose para aceptar un beso que aún no va a llegar.

- Anastasia, ¿quieres que te bese?






domingo, 23 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.5 - ( Fans de Grey )

¿Nada malo? Me pregunto si este es el mejor momento para contarle a Anastasia que he investigado a Jack Hyde, que he investigado la SIP, y que la empresa promete pero hace aguas. Los informes que recopilaron decían que era la más rentable de las cuatro grandes editoriales, pero que corría el riesgo de no pasar de la próxima campaña. La mala gestión y el momento difícil por el que están pasando las ventas de libros hacían prever un estancamiento a medio plazo, si no se tomaban medidas.

Jack Hyde no era la persona idónea para dirigirla. Hacía falta alguien con una visión fresca, con ideas nuevas, y energías renovadas. ¿Anastasia? Tal vez. En cualquier caso comprar la SIP era la mejor manera de tener bajo control al gilipollas de su jefe, y saber que en cualquier momento podría cortar el grifo, y largarlo de allí. En cuanto se pasara de la raya. Y algo me dice que la está pasando ya. Pero no puedo decírselo así a Anastasia, porque no lo entendería. Y pensaría sólo que es uno de mis movimientos de “obseso del control”.
  • Si hace cualquier intento o acercamiento, Ana, prométeme que me lo dirás. Eso tiene un nombre: conducta inmoral grave. O acoso sexual.
Anastasia abre mucho los ojos antes de responder, y deja caer la mandíbula, incrédula.
  • Vamos Christian, sólo ha sido una copa después del trabajo.
  • Anastasia, te lo digo muy en serio. Si hace un solo movimiento en falso, Jack Hyde acabará en la calle.
El tono de la conversación ha ido subiendo hasta aplacar por completo la complicidad de hace sólo un rato. Ya no hay tensión sexual, ya no hay miradas que hablan solas. Ya no. Ahora sólo está el imbécil de su jefe y una conducta mía que Anastasia no va a querer justificar. Bajo ningún concepto. Pero tendrá que hacerlo. No hay vuelta atrás.
  • Tú no tienes poder para eso –me dice-. ¿O sí? Dime, Christian, ¿lo tienes?
Chica lista, Anastasia… Chica lista.
  • Espera, espera… Vas a comprar la empresa –dice en un murmullo, como si al no articular las palabras fuera menos posible que fuesen verdad.

  • No, no exactamente –respondo, satisfecho.

  • Ya la has comprado. La SIP. Eres el dueño de la SIP –se aleja aún más de mí cuando lo dice.

  • Es posible –digo.

  • ¿Cómo que es posible, Christian? ¿La has comprado o no la has comprado? –su voz empieza a crisparse.

  • Sí, Anastasia, la he comprado.

  • ¡¿Por qué?! –su voz ya es un grito, de incredulidad, de alucine, de miedo.

  • Porque puedo, Anastasia –digo, y podría añadir que porque ese depravado está intentando llevarte al huerto y no estoy dispuesto. Y tú podrías haberlo evitado, podrías haberte venido a trabajar para mí y nada de esto habría sucedido-. Necesito que estés a salvo.
El cuerpo de Anastasia se mantiene tenso a mi lado, cada uno de los músculos listo para reaccionar, listo para la defensa. Sus ojos centellean, y sus labios tiemblan ligeramente. Incluso así está preciosa… Y no voy a dejar que nadie le haga daño.
  • ¡Pero me dijiste que no ibas a interferir en mi carrera profesional, Christian!

  • Y no lo voy a hacer, descuida.
Con un gesto de cansancio aparta la mano,  que le estaba estrechando,  de mí, y se cruza de brazos con un mohín. Está enfadada. Pero yo prefiero que esté enfadada a que esté en peligro. Mueve a ambos lados la cabeza, balbucea mi nombre.
  • Christian….

  • Ana, ¿estás enfadada conmigo?

  • ¡Sí! –responde como un resorte-, claro que estoy enfadada contigo. ¿Cómo no voy a estarlo? Dime qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en la persona que se esté follando en ese momento.
Mientras la noche de Seattle sigue corriendo a ambos lados de la carretera, el silencio se ha apoderado del asiento de atrás de mi coche. Claro que tomo decisiones en función de a quién me estoy follando. Y no sólo eso. Anastasia es tan inocente, sabe tan poco de los “ejecutivos responsables”, como dice ella… He hecho bien en tomar el control de la SIP, porque alguien tendrá que ocuparse de mi niña ingenua e inocente. Alguien que no quiera aprovecharse de ella. Alguien que no quiera engañarla diciendo que se trata sólo de unas copas al salir del trabajo para celebrar su primera semana.

Cuando el coche se detiene delante del edificio de ladrillo al que se ha mudado, Anastasia abre la puerta y prácticamente salta fuera en movimiento. Salgo detrás de ella, y calibrando las posibilidades de poder dormir con ella esta noche, le digo a Taylor:
  • Creo que lo mejor será que me esperes aquí, no tardaré.
Taylor asiente por toda respuesta, y yo salgo del coche. Delante del portal, Anastasia rebusca furibunda las llaves dentro del bolso.
  • Ana… -me mira, roja de ira, conteniendo la respiración…-. Ana, mira, lo primero, hace bastante tiempo que no te follo. Mucho tiempo, a mi parecer. Demasiado. Y segundo, yo ya quería entrar en el negocio editorial. Y de las cuatro editoriales serias que hay en Seattle SIP es la más rentable. Justo ahora, además, está pasando por un mal momento económico, y está a punto de estancarse. Necesita diversificarse, y yo puedo hacer que así sea.
Saca la mano del bolso, rindiéndose a la evidencia de que no encuentra las llaves, y a terminar esta conversación conmigo.
  • Así que ahora mi jefe eres tú –dice, con sarcasmo.

  • Bueno técnicamente no. Soy el jefe de tu jefe, nada más.

  • Y –replica con sorna – técnicamente esto es, ¿cómo habías dicho? Ah, sí, conducta inmoral grave: el hecho de que yo me esté tirando al jefe de mi jefe.

  • Para ser más exactos –respondo a su sarcasmo con más sarcasmo-, técnicamente estás discutiendo con el jefe de tu jefe.

  • ¡Pero es porque es un auténtico gilipollas! –estalla toda su rabia, al fin. Está bien, Anastasia, desahógate. Ya entenderás que lo he hecho por tu bien.

  • ¿Un gilipollas?

  • Sí –responde, sosteniendo el insulto con la mirada clavada en mis ojos.

  • ¿Un gilipollas? –no doy crédito a lo que estoy oyendo, y no puedo disimular una sonrisa.

  • Oh, vamos –dice, apartando la mirada, y esbozando una sonrisa-. ¡No me hagas reír cuando estoy enfadada!
Es tan adorable que me cuesta reprimir las ganas de estrecharla entre mis brazos, de decirle que hasta un “gilipollas” suena dulce viniendo de sus labios. Y ella sonríe también, la tensión diluyéndose entre nosotros.
  • El que esté aquí plantada sonriendo como una estúpida cuando en realidad no quiero no implica que no esté cabreadísima contigo.
Sin poder evitarlo más tiempo, me acerco a ella, y hundo la cara en su pelo. Me esperaba cualquier reacción, cualquiera más del tipo de “eres un obseso controlador”, y un enfado, un portazo, un no te quiero ver más. Pero no un dulce “eres gilipollas”. Y una sonrisa, como guinda del pastel.

- Señorita Steele, es usted imprevisible, como siempre.






sábado, 22 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.4 - ( Fans de Grey )

Jack, así es como se llama, acepta mi mano para estrecharla después de haberse tomado un tiempo más largo de lo que dicta la cortesía. Es igual: ha estado evaluándome, y sé que he ganado. Es más bajo que yo, menos corpulento, va peor vestido pese a su traje y mis vaqueros, y la chica guapa está inevitablemente bajo mi brazo.

- Yo soy el jefe –remarca, una vez más-, Ana me había hablado de un ex novio, no de un novio actual.

Aprieto con firmeza su mano, muy fuerte. Tan fuerte como puedo sin hacer que quede en ridículo.

- En fin, podríamos decir que ya no soy en ex. Supongo que habrías terminado por enterarte. – Me giro hacia Anastasia, que está boquiabierta aún pegada a mí.- ¿Nos vamos, nena? Tenemos algo de prisa.

- Por favor –interrumpe Jack antes de que Anastasia tenga tiempo de contestar, o de reaccionar al leve empujón que mis caderas están ejerciendo sobre ella para ir hacia la salida-, quedaos a tomar una copa con nosotros.

Jack señala a todo el grupo con los ojos.

- Tenemos planes. Tal vez en otra ocasión –respondo, y es todo lo que voy a decir. – ¿Vamos?

Tomo la cerveza que lleva Anastasia todavía en la mano, medio llena, y la dejo sobre la barra. Después la cojo a ella, y con paso decidido me dirijo hacia la salida, sin darle la oportunidad de detenerse para una despedida.

- Gracias, hasta el lunes –dice, sin pararse.

Taylor, que no ha debido perder una coma de lo que sucedía dentro del bar, tiene el coche en marcha y esperándonos en la misma puerta del Fifty’s. Le abro la puerta trasera a Anastasia para que entre, y con su frescura habitual, me espeta:

- Christian, ¿por qué me ha parecido que esto era un concurso de a ver quién es capaz de mear más lejos, entre Jack y tú?

- Porque lo era, Anastasia –respondo, divertido. Yo no habría sido tan vulgar, pero tal vez tampoco lo habría explicado igual de bien.

Cierro la puerta tras ella y aún alcanzo a escuchar cómo saluda a Taylor. Entro por mi lado, y su olor ya invade el coche. Mmm… su olor… tengo tantas ganas de ella que podría tomarla aquí mismo. Tomo su mano y la beso.

- Hola, querida –digo en un susurro.

- Hola –responde.

- Dime, Ana, ¿qué te gustaría hacer esta noche?

Algo en mí me dice que le gustaría lo mismo que me gustaría a mí. Exactamente lo mismo. Con la misma poca ropa. Con la misma poca distancia entre nuestros cuerpos. Noto como su mano fría empieza a calentarse dentro de la mía.

- Ahí dentro acabas de decir que teníamos planes, ¿no? –sarcástica, como siempre.

- Oh, querida, yo sé muy bien lo que me gustaría hacer –digo con una sonrisa tan amplia que temo que deje al descubierto mi bragueta-. La pregunta es, ¿qué es lo que te gustaría hacer a ti?

Anastasia me regala la mejor de sus sonrisas a modo de respuesta. Está claro. Queremos lo mismo, los dos. Anoche quedó claro, uno de los dos iba a tener que suplicar.

- Ya veo, ya… Pues entonces no se hable más: a suplicar. ¿Quieres suplicar en mi casa o prefieres hacerlo en la tuya?

- Creo que es usted de lo más presuntuoso, señor Grey. Así que, para variar, y tal vez para bajarle un poco los humos, opino que podríamos ir a suplicar a mi apartamento.

Mientras lo dice, Anastasia se muerde el labio, y me desarma. Sabe que podría pedirme cualquier cosa absurda, como por ejemplo ir a su incómodo, pequeño, y compartido apartamento en lugar de ir a mi contortabilísimo piso en el Escala, vacío para nosotros, con una nevera llena de los mejores vinos, con reservas de las mejores comidas, con una cama con sábanas de seda… Pero se muerde el labio y…

- Taylor, vamos al apartamento de la señorita Steele –ordeno a mi chófer.

- Sí señor –responde-, inmediatamente.

Taylor pone en marcha el vehículo y avanza hasta incorporarse a la circulación, cada vez menos densa, en dirección a casa de Anastasia.

- Y bien, Ana, ¿qué tal te ha ido el día?

- Bien, muy bien. ¿Y a ti?

- Estupendo, gracias.

Seatlle parece no acabarse, y la mano de Anastasia me quema entre los dedos. Quiero cogerla, llevarla hasta mi centro, y dejar que ahí lo recorra, que me libere de la ropa que empieza a apretarme en la entrepierna.

- Estás guapísima.

- Tú también –responde, con una caída de ojos enloquecedora.

- Y, tu jefe, ¿Jack Hyde? ¿Es bueno en su trabajo?

Anastasia encaja la pregunta con menos naturalidad de la que me esperaba.

- ¿Por qué lo preguntas? ¿Tiene algo que ver con el concursito de meadas?

Incrédulo, sin poder aceptar que no se dé cuenta de cómo son las cosas, procedo a aclararle un punto que tal vez le haga mucho más fácil, o mucho más difícil, su futuro en la SIP.

- Oh, vamos, Anastasia, no me digas que no te has dado cuenta. Ese tipo está como loco por meterse dentro de tus bragas –digo soltando su mano, y haciendo un ademán de evidencia con los brazos.

- ¿Y bien? Que quiera lo que quiera, no sé qué tiene eso que ver con nosotros. Además, ¿por qué estamos hablando de eso? – para un segundo para tomar aire, pero sigue -. Ya sabes que Jack no me interesa en absoluto, no es más que mi jefe.

El aire dentro del coche de repente se puede cortar, y Anastasia mira muy nerviosa a Taylor que, pese a llevar los ojos fijos en la carretera, hoy no lleva cascos que le aíslen de nuestra conversación.

- Pues esa es justamente la cuestión, Anastasia, que Jack Hyde quiere lo que es mío. Así que necesito saber si hace bien su trabajo.

Anastasia no tiene ni la menor idea de cómo van las cosas. No sabe que SIP será mío muy pronto, y su futuro, el de Jack Hyde, y el de la propia Anastasia estarán en mis manos en menos que canta un gallo. Más le vale ser bueno en lo que hace. Necesitará otro lugar en el que aterrizar, y poco me importa si lo hace de pie, o de culo.

- Sí, yo creo que sí –dice, encogiéndose de hombros.

- Más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.

- Christian, no sé de qué hablas. Jack Hyde no ha hecho nada malo…