La luz del atardecer empieza a inundar el cuarto de baño cuando abro el grifo del agua caliente para sumergirme en lo más hondo del jacuzzi. Joder, qué día. Noto todos los músculos del cuerpo entumecidos por el viaje, el estrés, y las pocas horas de sueño que llevo acumuladas desde que salí de Seattle en dirección a Savannah. Echo de menos las horas de entrenamiento en el gimnasio. Pero las prioridades de la jornada son las que son, y no puedo permitirme una sesión de desgaste físico, como me gustaría.
Paso las piernas sobre el mármol blanco de la bañera, la temperatura es perfecta. El sonido del agua se vuelve más envolvente a medida que el nivel va subiendo, y me sumerjo bajo la espuma, dejando que los chorros de aire me masajeen el cuerpo, que las pequeñas burbujas que se pegan a mi piel me hagan cosquillas. El agua siempre me hace sentir bien.
Del iPod que he dejado conectado en el hilo musical del apartamento sale la voz de Ben Howard, debatiéndose entre la profundidad, y la distancia. ¿No fue eso lo que ocurrió con Leila?
- ¿Qué quieres decir? ¿Cómo que te vas?
- Que me voy. Que basta. Que ya no quiero más –su voz sonaba más segura cuanto más vestida estaba.
- ¿Y qué hay de nuestro contrato?
- No se preocupe, señor Grey –en su voz se notaba un deje de rabia.- Sus secretos están a salvo conmigo. Jamás le contaré a nadie a qué se dedica en sus ratos libres. Pero dame un segundo y te diré qué es lo que pienso hacer con el resto de nuestro contrato.
Salío soltando la trenza que le ataba el pelo, peinando con los dedos los mechones que habían quedado fuera de ella y los que se habían pegado a su frente con el sudor de nuestro encuentro. Me senté en el brazo del sillón sobre el que había dejado a Leila hacía sólo unos minutos, adelantando lo que iba a ocurrir. Leila iba a marcharse. Pero no me importaba en absoluto. Habría más.
Cuando volvió traía ya su abrigo bajo el brazo y del bolso colgado en bandolera sacó un sombre con mi membrete y mis iniciales.
- Aquí tienes tu puto contrato. Pásaselo a la siguiente –había rabia sí, pero no resentimiento en su voz. – He encontrado a alguien, por fin. Toma.
Cogí el contrato, un poco sorprendido. Leila siempre intentaba que hubiera una cercanía más allá de nuestros encuentros amo – sumisa. Igual que esa tarde, cuando terminábamos solía tumbarse en la cama y reclamar mi presencia. Quería caricias, quería abrazos y confidencias. Y yo siempre le decía lo mismo:
- ¿Qué hay de nuestro contrato? Ahí está bien claro cuáles son los términos de nuestra relación. No lo estropees intentando salirte de ahí.
- Entonces me iré.
- Entonces, vete.
Esta conversación se había repetido tantas veces que llegué a pensar que era parte de su juego, que a Leila le gustaba todavía más fingir que quería tener una relación sentimental conmigo y que yo me resistiera. Pero por lo visto no era un juego para ninguno de los dos. Ella realmente quería encontrar a alguien a quien querer y que la quisiera y yo no quería. Habíamos sido más sinceros de lo que pensaba.
- Sabes que no voy a intentar retenerte, Leila. Eres libre de marcharte.
- Lo sé.
- ¿Y conoce tu nuevo amigo tu faceta de sumisa? Estoy seguro de que después del entrenamiento de los últimos meses estará encantado contigo.
- Esto es diferente. Él no es así. Ni yo soy así, ya no. Intenté que fuera contigo, quería que fuera contigo. Habría accedido a seguir siendo tu sumisa en el cuarto de juegos pero habría querido ser tu mujer en la vida diaria –las lágrimas asomaban a sus ojos.
- Leila, esto no es lo que acordamos. Y siempre he sido sincero contigo.
- Ya, pero nosotros… Podríamos… Tal vez si hubiéramos… Si no fueras tan jodidamente distante. ¡No hay forma de llegar a ti! ¿Dónde está tu fondo?
- Déjalo, no vamos a llegar a ninguna parte. Adelante, vete. Sé feliz. Encuentra la vida con la que sueñas. Y por supuesto, puedes llevarte todo lo que hay en tu habitación. Lo compré para ti, y es justo que lo tengas.
- ¡No quiero nada de ti! –chilló.- Nada.
Leila salió del cuarto de juegos, y yo creía que de mi vida. Hasta cierto punto era capaz incluso de sentir alivio. Si lo que ella quería no era una relación contractual amo sumisa, que era lo único que yo estaba dispuesto a ofrecerle, era mejor sacarla de mi vida cuanto antes. No era la primera vez que me pasaba, ni sería la última. Las mujeres, no sé por qué demonios, siempre querían más de mí. Volví a mi habitación a ducharme, a meterme en esta misma bañera y dejar que el agua limpiara los restos que de Leila quedaran en mi cuerpo. Antes de que pasaran tres horas había llamado a Elena para pedirle que me gestionara un nuevo casting de sumisas. Ella sabía bien lo que me gustaba y sus chicas siempre eran discretas. Me dio igual. No me importó perder a Leila. Leila no era nadie. Apenas volví a pensar en ella después, en una mujer que salió de mi apartamento buscando desesperadamente otros brazos en los que caer, puesto que yo la había rechazado.
Joder, la borré de mi vida sin darme cuenta de que ella no iba a hacer lo mismo. Supe por la dueña de la galería en la que exponía que se había casado unos meses después de lo nuestro, pero no me molesté en averiguar quién había sido el afortunado novio. Ni pregunté dónde ni cuándo. Leila Williams seguía dándome absolutamente igual, y seguía desapareciendo por completo de mi vida tan rápido como tardaba su nombre en desvanecerse en el aire después de ser pronunciado.
Ahora, tanto tiempo después y en la misma bañera, me siento responsable. ¿Cómo pudo engañarme así? Una mujer que carece de una fortaleza de espíritu total nunca podría ser una sumisa. Ninguna de las mujeres con las que había querido tratar eran débiles, frágiles, vulnerables. No hasta ahora, hasta que Anastasia entró en mi vida. Pero si Leila había salido de mi vida hecha pedazos, ¿tengo yo alguna responsabilidad?
En la quietud del fondo de la bañera me parece escuchar el timbre ahogado del teléfono. Saco la cabeza de debajo del agua y, efectivamente, El teléfono de mi habitación está sonado. Rápidamente y sin pensar en el maremoto que estoy a punto de formar me precipito fuera de la bañera, intentando llegar y cogerlo. Pero cuando alcanzo el auricular el pitido del contestador automático anuncia un mensaje, así que me seco, y dejo que quien sea que haya llamado deje su mensaje.
- ¿Señor Grey? ¿Está ahí, señor Grey? Soy Luke Sawyer. Por favor, póngase en contacto conmigo lo antes posible. Es muy urgente.
¡Leila!
Del iPod que he dejado conectado en el hilo musical del apartamento sale la voz de Ben Howard, debatiéndose entre la profundidad, y la distancia. ¿No fue eso lo que ocurrió con Leila?
- ¿Qué quieres decir? ¿Cómo que te vas?
- Que me voy. Que basta. Que ya no quiero más –su voz sonaba más segura cuanto más vestida estaba.
- ¿Y qué hay de nuestro contrato?
- No se preocupe, señor Grey –en su voz se notaba un deje de rabia.- Sus secretos están a salvo conmigo. Jamás le contaré a nadie a qué se dedica en sus ratos libres. Pero dame un segundo y te diré qué es lo que pienso hacer con el resto de nuestro contrato.
Salío soltando la trenza que le ataba el pelo, peinando con los dedos los mechones que habían quedado fuera de ella y los que se habían pegado a su frente con el sudor de nuestro encuentro. Me senté en el brazo del sillón sobre el que había dejado a Leila hacía sólo unos minutos, adelantando lo que iba a ocurrir. Leila iba a marcharse. Pero no me importaba en absoluto. Habría más.
Cuando volvió traía ya su abrigo bajo el brazo y del bolso colgado en bandolera sacó un sombre con mi membrete y mis iniciales.
- Aquí tienes tu puto contrato. Pásaselo a la siguiente –había rabia sí, pero no resentimiento en su voz. – He encontrado a alguien, por fin. Toma.
Cogí el contrato, un poco sorprendido. Leila siempre intentaba que hubiera una cercanía más allá de nuestros encuentros amo – sumisa. Igual que esa tarde, cuando terminábamos solía tumbarse en la cama y reclamar mi presencia. Quería caricias, quería abrazos y confidencias. Y yo siempre le decía lo mismo:
- ¿Qué hay de nuestro contrato? Ahí está bien claro cuáles son los términos de nuestra relación. No lo estropees intentando salirte de ahí.
- Entonces me iré.
- Entonces, vete.
Esta conversación se había repetido tantas veces que llegué a pensar que era parte de su juego, que a Leila le gustaba todavía más fingir que quería tener una relación sentimental conmigo y que yo me resistiera. Pero por lo visto no era un juego para ninguno de los dos. Ella realmente quería encontrar a alguien a quien querer y que la quisiera y yo no quería. Habíamos sido más sinceros de lo que pensaba.
- Sabes que no voy a intentar retenerte, Leila. Eres libre de marcharte.
- Lo sé.
- ¿Y conoce tu nuevo amigo tu faceta de sumisa? Estoy seguro de que después del entrenamiento de los últimos meses estará encantado contigo.
- Esto es diferente. Él no es así. Ni yo soy así, ya no. Intenté que fuera contigo, quería que fuera contigo. Habría accedido a seguir siendo tu sumisa en el cuarto de juegos pero habría querido ser tu mujer en la vida diaria –las lágrimas asomaban a sus ojos.
- Leila, esto no es lo que acordamos. Y siempre he sido sincero contigo.
- Ya, pero nosotros… Podríamos… Tal vez si hubiéramos… Si no fueras tan jodidamente distante. ¡No hay forma de llegar a ti! ¿Dónde está tu fondo?
- Déjalo, no vamos a llegar a ninguna parte. Adelante, vete. Sé feliz. Encuentra la vida con la que sueñas. Y por supuesto, puedes llevarte todo lo que hay en tu habitación. Lo compré para ti, y es justo que lo tengas.
- ¡No quiero nada de ti! –chilló.- Nada.
Leila salió del cuarto de juegos, y yo creía que de mi vida. Hasta cierto punto era capaz incluso de sentir alivio. Si lo que ella quería no era una relación contractual amo sumisa, que era lo único que yo estaba dispuesto a ofrecerle, era mejor sacarla de mi vida cuanto antes. No era la primera vez que me pasaba, ni sería la última. Las mujeres, no sé por qué demonios, siempre querían más de mí. Volví a mi habitación a ducharme, a meterme en esta misma bañera y dejar que el agua limpiara los restos que de Leila quedaran en mi cuerpo. Antes de que pasaran tres horas había llamado a Elena para pedirle que me gestionara un nuevo casting de sumisas. Ella sabía bien lo que me gustaba y sus chicas siempre eran discretas. Me dio igual. No me importó perder a Leila. Leila no era nadie. Apenas volví a pensar en ella después, en una mujer que salió de mi apartamento buscando desesperadamente otros brazos en los que caer, puesto que yo la había rechazado.
Joder, la borré de mi vida sin darme cuenta de que ella no iba a hacer lo mismo. Supe por la dueña de la galería en la que exponía que se había casado unos meses después de lo nuestro, pero no me molesté en averiguar quién había sido el afortunado novio. Ni pregunté dónde ni cuándo. Leila Williams seguía dándome absolutamente igual, y seguía desapareciendo por completo de mi vida tan rápido como tardaba su nombre en desvanecerse en el aire después de ser pronunciado.
Ahora, tanto tiempo después y en la misma bañera, me siento responsable. ¿Cómo pudo engañarme así? Una mujer que carece de una fortaleza de espíritu total nunca podría ser una sumisa. Ninguna de las mujeres con las que había querido tratar eran débiles, frágiles, vulnerables. No hasta ahora, hasta que Anastasia entró en mi vida. Pero si Leila había salido de mi vida hecha pedazos, ¿tengo yo alguna responsabilidad?
En la quietud del fondo de la bañera me parece escuchar el timbre ahogado del teléfono. Saco la cabeza de debajo del agua y, efectivamente, El teléfono de mi habitación está sonado. Rápidamente y sin pensar en el maremoto que estoy a punto de formar me precipito fuera de la bañera, intentando llegar y cogerlo. Pero cuando alcanzo el auricular el pitido del contestador automático anuncia un mensaje, así que me seco, y dejo que quien sea que haya llamado deje su mensaje.
- ¿Señor Grey? ¿Está ahí, señor Grey? Soy Luke Sawyer. Por favor, póngase en contacto conmigo lo antes posible. Es muy urgente.
¡Leila!
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