¿Por qué Elena no estaba en mi sueño? Elena Lincoln, Elena Robinson, la mujer monstruosa que desvirgó a un niño de quince años, que introdujo en su vida el sado. Mi mejor amiga. Mi única amiga. Mi Ama, mi cómplice y mi confidente. Esto es demasiado ahora mismo.-
-¿Podemos dejar esto para otro momento, doctor Flynn? Estoy seguro de que no queda demasiado de mis veinticinco minutos.
Me incorporo yo también, un poco aturdido. Recupero mi americana, que había dejado colgada del respaldo de una silla, y me la pongo. Mientras me abrocho los botones me despido.
Nos estrechamos la mano, y salgo del gabinete. Al pasar por la sala de espera lanzo una rápida mirada al interior de la habitación en la que estaba Leila hace sólo una rato. No veo nada. A nadie. Tal vez no esté. O tal vez haya escapado de nuevo…. Si me voy, como me ha aconsejado el doctor, ¿se escapará y me encontrará? No, eso no. Confío plenamente en el doctor Flynn. Esta vez no dejará que se vaya, pero tal vez sí debería irme yo.
Una vez en la calle Taylor me recoge.
De camino llamo a mis abogados, para ponerles al corriente de la situación con Leila. No parece complicado pero es mejor que no se nos vaya de las manos y, sobre todo, que no salte a la prensa. Por nada del mundo tienen que enterarse las revistas. Anastasia podría asustarse si sabe que ha estado en peligro, podría odiarme todavía más… No, eso no. No me odies más nena, por favor. No me odies.
De: Christian Grey
Fecha: 6 de junio de 2011 13:22 h
Para: Herbert Welch
Welch, necesito que te ocupes de un asunto. Quiero que la señorita Steele esté bajo vigilancia permanente y discreta hasta nueva orden. Leila Williams está bajo custodia médico policial pero no me fío nada de ella. No quiero que nada le ocurra a Anastasia Steele. Confío en ti. No me falles.
Christian Grey. Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Andrea me está esperando a la salida del ascensor, con cara de circunstancias.
Con un portazo me encierro en mi despacho, y me dejo caer en la silla. La giro, cansado, hastiado, para ver el perfil de la ciudad a mis pies. ¿Quién le ha dicho a Grace nada? ¿Gail? ¿Mia? Habrá sido Mia, que probablemente haya hablado con Anastasia… Siento que mi vida está totalmente fuera de control, tan pequeña y caótica como esa ciudad que ahora hormiguea a mis pies, muchos pisos más abajo. Y todos, como un gran hermano, me ven caer al vacío desde aquí. Nunca nadie ha sabido de mi vida, siempre he sido capaz de mantener mis asuntos en orden y llevarlos con discreción, y ahora de repente todo ha estallado. No manejo los acontecimientos ni a quienes me rodean. No quiero hablar con Grace, no quiero que Andrea sepa nada, no quiero que Mia llame a Anastasia, no quiero que Leila la ataque…
Como poseído por un arranque repentino de decisión presiono el botón del interfono. Sin esperar respuesta al otro lado, dicto órdenes a la máquina.
Taylor llega al garaje a la vez que yo, y me abre la puerta.
El sonido metálico de las puertas del ascensor me recuerda a Anastasia. A cómo se cerraron tras ella, llevándosela para siempre lejos de mi vida. Avanzo hacia mi dormitorio y paso por la barra de la cocina, que rodeamos juntos jugando a pillarnos. Evito mirar al piano, que toqué para ella. Todo duele. Todo, en esta casa, ahora me duele. Lanzo dentro de una maleta las cosas necesarias para pasar unos días fuera, y la cierro. No quiero nada más, no necesito nada más. Ya no. Pienso entonces en todo lo que podría llevarme si ella viniera conmigo. Pienso en la música, pienso en las velas, en las sales de baño y en las mantas suaves y calentitas en las que envolvernos arriba, en la montaña. Pienso en el champán para brindar por un amor que ya no tendremos.
Gail aparece desde la cocina, con una bolsa de papel.
Taylor coge mi maleta y yo la bolsa con la comida, y nos vamos. Con un gesto del mentón me despido de Gail sin apenas mirar dentro de mi casa. No quiero verla. No es mi casa. Ya no. Nada de lo que tocó Anastasia es mío ahora. Es suyo. Como suyo soy yo. Y, por primera vez, siento las fuerzas otra vez para luchar por ella. ¿Y si puedo reconquistarla?
-¿Podemos dejar esto para otro momento, doctor Flynn? Estoy seguro de que no queda demasiado de mis veinticinco minutos.
- Por supuesto, señor Grey –responde, dejando sobre la mesa el bloc de notas y el lápiz
- Gracias.
Me incorporo yo también, un poco aturdido. Recupero mi americana, que había dejado colgada del respaldo de una silla, y me la pongo. Mientras me abrocho los botones me despido.
- Nos vemos pasado mañana, doctor Flynn. Y si surge algún problema con la señorita Williams por favor, llámeme. Y téngame al corriente de su estado.
- Así lo haré, descuide, señor Grey. Buen trabajo hoy. Siga así. Sabe, debería…
- ¿Qué debería? –le interrumpo.
- Debería marcharse de aquí unos días. Aprovechar su estado de receptividad. Pensar. Escribir. Dejar salir ese lo siento que no le salía en el sueño. Se lo debe.
- No puedo marcharme, doctor Flynn –respondo. ¿Irme? No.
- Usted puede hacer lo que quiera, y lo sabe, señor Grey. Si no quiere hacerlo, allá usted. Es su vida la que intentamos poner en orden aquí.
Nos estrechamos la mano, y salgo del gabinete. Al pasar por la sala de espera lanzo una rápida mirada al interior de la habitación en la que estaba Leila hace sólo una rato. No veo nada. A nadie. Tal vez no esté. O tal vez haya escapado de nuevo…. Si me voy, como me ha aconsejado el doctor, ¿se escapará y me encontrará? No, eso no. Confío plenamente en el doctor Flynn. Esta vez no dejará que se vaya, pero tal vez sí debería irme yo.
Una vez en la calle Taylor me recoge.
- Gracias por lo de ayer, Taylor. Te debo un favor.
- No hay de qué, señor Grey –responde, sosteniéndome la puerta para que pase al coche. – Vamos a la oficina, por favor.
De camino llamo a mis abogados, para ponerles al corriente de la situación con Leila. No parece complicado pero es mejor que no se nos vaya de las manos y, sobre todo, que no salte a la prensa. Por nada del mundo tienen que enterarse las revistas. Anastasia podría asustarse si sabe que ha estado en peligro, podría odiarme todavía más… No, eso no. No me odies más nena, por favor. No me odies.
De: Christian Grey
Fecha: 6 de junio de 2011 13:22 h
Para: Herbert Welch
Welch, necesito que te ocupes de un asunto. Quiero que la señorita Steele esté bajo vigilancia permanente y discreta hasta nueva orden. Leila Williams está bajo custodia médico policial pero no me fío nada de ella. No quiero que nada le ocurra a Anastasia Steele. Confío en ti. No me falles.
Christian Grey. Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Andrea me está esperando a la salida del ascensor, con cara de circunstancias.
- Ha llamado su madre, señor Grey.
- ¿Y por qué coño mi madre no me llama al móvil, como todo el mundo?
- No se enfade, ya sabe que no quiere molestar, es sólo eso. Me ha dicho que está preocupada y que…
- ¡Se puede saber por qué coño estáis todos al corriente de toda mi puta vida! –grito, cabreado. – ¡Dejadme en paz, joder!
Con un portazo me encierro en mi despacho, y me dejo caer en la silla. La giro, cansado, hastiado, para ver el perfil de la ciudad a mis pies. ¿Quién le ha dicho a Grace nada? ¿Gail? ¿Mia? Habrá sido Mia, que probablemente haya hablado con Anastasia… Siento que mi vida está totalmente fuera de control, tan pequeña y caótica como esa ciudad que ahora hormiguea a mis pies, muchos pisos más abajo. Y todos, como un gran hermano, me ven caer al vacío desde aquí. Nunca nadie ha sabido de mi vida, siempre he sido capaz de mantener mis asuntos en orden y llevarlos con discreción, y ahora de repente todo ha estallado. No manejo los acontecimientos ni a quienes me rodean. No quiero hablar con Grace, no quiero que Andrea sepa nada, no quiero que Mia llame a Anastasia, no quiero que Leila la ataque…
Como poseído por un arranque repentino de decisión presiono el botón del interfono. Sin esperar respuesta al otro lado, dicto órdenes a la máquina.
- Andrea, me voy. Dejo al mando a la junta hasta que vuelva, en unos días. No quiero que nadie me moleste, si es necesario reunir al comité en mi ausencia, que lo haga mi padre, que para algo es presidente honorífico. Que haga uso de su posición. Y lo que pueda esperar, que espere. No quiero que nadie, repito, nadie, intente preocuparse por mí, o buscarme, ¿entendido?
- Sí, señor Grey –responde una Andrea sorprendida al otro lado del teléfono.
- De acuerdo. Muy bien.
Taylor llega al garaje a la vez que yo, y me abre la puerta.
- ¿Ya nos vamos?
- Y tanto que nos vamos. Me largo de aquí.
- ¿A casa?
- De momento sí. Arranca.
El sonido metálico de las puertas del ascensor me recuerda a Anastasia. A cómo se cerraron tras ella, llevándosela para siempre lejos de mi vida. Avanzo hacia mi dormitorio y paso por la barra de la cocina, que rodeamos juntos jugando a pillarnos. Evito mirar al piano, que toqué para ella. Todo duele. Todo, en esta casa, ahora me duele. Lanzo dentro de una maleta las cosas necesarias para pasar unos días fuera, y la cierro. No quiero nada más, no necesito nada más. Ya no. Pienso entonces en todo lo que podría llevarme si ella viniera conmigo. Pienso en la música, pienso en las velas, en las sales de baño y en las mantas suaves y calentitas en las que envolvernos arriba, en la montaña. Pienso en el champán para brindar por un amor que ya no tendremos.
- ¡Taylor! –grito, para escaparme de mí. -¡Taylor! Nos vamos.
- Sí señor –responde.
Gail aparece desde la cocina, con una bolsa de papel.
- Es todo lo que me ha dado tiempo a preparar, señor Grey. Pero tiene comida para un par de días. ¿Seguro que no quiere que le acompañe?
- No señora Jones, muchas gracias. No será necesario.
Taylor coge mi maleta y yo la bolsa con la comida, y nos vamos. Con un gesto del mentón me despido de Gail sin apenas mirar dentro de mi casa. No quiero verla. No es mi casa. Ya no. Nada de lo que tocó Anastasia es mío ahora. Es suyo. Como suyo soy yo. Y, por primera vez, siento las fuerzas otra vez para luchar por ella. ¿Y si puedo reconquistarla?
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