Las normas con mis sumisas siempre estaban claras desde el principio. Como las de todo Amo. Yo mismo cometí el error de no poner unas normas claras en una relación previa, y había pagado las consecuencias. Tanto yo como ella, que entonces no era mi sumisa, sino mi Ama. Elena Lincoln y yo, no supimos separar del todo nuestros roles, y terminamos por perder. Es cierto que nuestra amistad continuaba más de una década después, pero no es eso lo que yo buscaba con mis ex-sumisas. No era en absoluto necesario. Por eso establecía unos límites infranqueables, que nadie se debía saltar.
- Amo, esta tarde hay una pequeña fiesta en casa de una amiga, en Haller Lake.
- Vamos Leila, sabes que esto no es lo nuestro –dije sin apenas darle importancia. – Lo nuestro es follar. Y punto.
- Pero, Amo, serán sólo unos cuantos amigos, cuatro o cinco, nada más. Vamos a asar unas truchas en la barbacoa, eso es todo –Leila insistía. – No es que quiera presentarte a mi madre, ni nada de eso, Amo.
- ¿Amo? –empezaba a perder la paciencia.- ¿Y vas a llamarme Amo también allí, delante de tus amistades?
Se sonrojó. La única vez que Leila me había llamado algo que no era Amo, o señor, fue la noche en que nos conocimos, antes de establecer las normas y firmar el contrato.
- Tal vez esta noche podrías ser Christian, ¿no?
- ¡No! Leila, déjalo ya. Tú y yo no somos amigos, no somos pareja. No somos nada –respondí tajante, intentando zanjar la cuestión.
- Es sólo que… siempre estamos aquí encerrados, nunca salimos con nadie, nunca vemos a nadie más.
- Bueno, vemos a mi ama de llaves y a mi chófer. ¿Qué más quieres?
- El ama de llaves me deja la comida en una bandeja al lado de la puerta y se va. Y el chófer apenas me dirige la palabra cuando me lleva.
- Basta Leila. Vístete y vete, tengo que trabajar –fin del tema.
- Pero si es sábado, Amo. ¿No quieres que me quede aquí? Soy tuya, todo el fin de semana. Todos los fines de semana –Leila se arrodilló a mis pies.
- Vete a tu fiesta con tus amigos. Nos veremos la semana que viene. Adiós.
- Adiós, Amo. Como tú ordenes.
Salí del cuarto rojo y me dirigí a la ducha, como siempre. Las cosas con Leila se estaban poniendo complicadas. Quería un Christian Grey fuera del apartamento. Elena me había advertido ya: “No busques a tus sumisas en la calle, no te conformes con cualquiera. Haz un casting, una entrevista, un examen. Comprueba sus antecedentes, no dejes que se te escape nada”. Qué razón tenía. Leila quería un novio que la acompañara a la casa del lago a comer truchas asadas con sus amigos.
Aquella era la casa. Pero la amiga… ¿cómo se llamaba la amiga? Vamos Christian, haz memoria… Haz memoria. Algo con S, decía Taylor… ¡Susannah! ¡Eso es! ¡Susi!
- ¿Señor Grey? Jason y Luke están esperándole abajo.
- Gracias señora Jones. Ahora mismo voy.
Luke y Jason están parados en la entrada del Escala cuando llego abajo. Luke salta rápidamente al asiento del conductor y Taylor me abre la puerta.
- Yo conduciré Luke. Taylor, ¿crees que podrías encontrar de nuevo la dirección exacta a la que llevabas a Leila?
- Creo que sí, señor Grey.
- Perfecto. Sawyer, necesito que vaya a la residencia para artistas de la calle 48. No recuerdo el nombre, pero no tiene pérdida. Leila se alojaba allí, tal vez pueda encontrar algo que nos sirva.
- ¿Qué es lo que ha averiguado? –mi investigador saca una pequeña libreta del bolsillo de la chaqueta.
- Gail ha encontrado esto al recoger mi habitación después del accidente –les mostré el sobre arrugado.- Es una dirección de Haller Lake, la de una parada de autobús, y una línea, la 346. Esta mañana Leila se equivocó al salir del hospital, quería coger este pero había perdido el papel en mi casa, por lo que pudo confundir los números, y subió al 364, que es el que lleva a la estación de autobuses.
- Así que hemos estado siguiendo una pista falsa –se lamenta Sawyer.
- Me temo que sí –respondo.- Pero no hay tiempo que perder. Leila tenía una amiga Luke, en la época en la que nos frecuentábamos. Se llamaba Susi.
- ¡Eso es! –interrumpió Taylor. – Disculpe señor Grey, continúe.
- Susi vivía en el Haller Lake, así que es posible que haya ido allí.
- Yo me ocupo de la residencia señor Grey. Luego hablamos.
Sawyer salió en busca de su coche y Taylor y yo nos dirigimos al lago, a casa de Susannah.
La ciudad estaba prácticamente desierta a esas horas de la noche, pese a estar acercándose ya el verano, y hacer una temperatura estupenda. Es como si todo a mi alrededor acompañara la desazón del momento, la soledad intensa que siento. Miré el reloj, las once y media. Las ocho y media en Savannah. Mi cabeza vuela hasta allí, hasta los acontecimientos de los últimos días, y unas granas tremendas de estrechar a Anastasia entre mis brazos se apoderan de mí. De saberla a salvo, lejos de los peligros de mi pasado. Un pasado que, de repente, empezaba a perseguirme.
- Aquí es, señor Grey. Aquí traje a la señorita Williams.
- ¿Aquí?
La calle terminaba en un culo de saco, y no se veía más que un camino de tierra que se adentraba entre los árboles. Un buzón de correos clavado en un palo era el único indicio de que más allá había vida humana.
- Sí, señor. A mí también me extrañó la primera vez, pero la señorita Leila iba por ese camino de tierra. No tengo ninguna duda: era aquí.
- En ese caso, vamos.
El nombre que aparecía en el buzón borró todas las dudas que nos quedasen. Susannah Feldman. Aquí era, no había duda.
- Hay que decírselo a Sawyer. Le haré una foto y se la enviaré. Es mejor que sepa qué buscar.
* Sawyer, la amiga se llama Susannah Feldman. La dirección aproximada es 128th con Meridian Ave. La casa está en un camino de tierra.
- Vamos Taylor. A ver si damos con ella de una vez.
El camino es más profundo de lo que parecía desde la carretera, la casa ni siquiera se ve. No puede estar lejos porque se escucha el rumor del agua del lago, y tiene que estar antes pero… Aunque la noche es clara el bosque que bordea Haller Lake es denso y las últimas farolas quedaron al final del camino, así que apenas vemos. Pero el camino está bien cuidado, y la vegetación a ambos lados bien cortada, así que no tiene pérdida.
- Ahí, señor Grey. Veo luces.
A lo lejos aparece entre las ramas el tejado verde de algo que no puede ser más grande que una simple cabaña. Nos acercamos más, y descubrimos una preciosa casita de madera con las ventanas y las puertas igual de verdes que el tejado.
¿Estará Leila allí?
- ¿No cree que es demasiado tarde, señor Grey?
- Sí, pero no nos queda otra opción. Además, hay luces encendidas en la casa. –Vuelvo a llamar, esta vez con los nudillos.- ¿Hay alguien en casa? ¿Hola?
Se escuchan pasos en el interior, atropellados, torpes.
- ¡Abre la puerta! ¡Sé que estás ahí! ¡Vamos, abre!
- Vamos Leila, sabes que esto no es lo nuestro –dije sin apenas darle importancia. – Lo nuestro es follar. Y punto.
- Pero, Amo, serán sólo unos cuantos amigos, cuatro o cinco, nada más. Vamos a asar unas truchas en la barbacoa, eso es todo –Leila insistía. – No es que quiera presentarte a mi madre, ni nada de eso, Amo.
- ¿Amo? –empezaba a perder la paciencia.- ¿Y vas a llamarme Amo también allí, delante de tus amistades?
Se sonrojó. La única vez que Leila me había llamado algo que no era Amo, o señor, fue la noche en que nos conocimos, antes de establecer las normas y firmar el contrato.
- Tal vez esta noche podrías ser Christian, ¿no?
- ¡No! Leila, déjalo ya. Tú y yo no somos amigos, no somos pareja. No somos nada –respondí tajante, intentando zanjar la cuestión.
- Es sólo que… siempre estamos aquí encerrados, nunca salimos con nadie, nunca vemos a nadie más.
- Bueno, vemos a mi ama de llaves y a mi chófer. ¿Qué más quieres?
- El ama de llaves me deja la comida en una bandeja al lado de la puerta y se va. Y el chófer apenas me dirige la palabra cuando me lleva.
- Basta Leila. Vístete y vete, tengo que trabajar –fin del tema.
- Pero si es sábado, Amo. ¿No quieres que me quede aquí? Soy tuya, todo el fin de semana. Todos los fines de semana –Leila se arrodilló a mis pies.
- Vete a tu fiesta con tus amigos. Nos veremos la semana que viene. Adiós.
- Adiós, Amo. Como tú ordenes.
Salí del cuarto rojo y me dirigí a la ducha, como siempre. Las cosas con Leila se estaban poniendo complicadas. Quería un Christian Grey fuera del apartamento. Elena me había advertido ya: “No busques a tus sumisas en la calle, no te conformes con cualquiera. Haz un casting, una entrevista, un examen. Comprueba sus antecedentes, no dejes que se te escape nada”. Qué razón tenía. Leila quería un novio que la acompañara a la casa del lago a comer truchas asadas con sus amigos.
Aquella era la casa. Pero la amiga… ¿cómo se llamaba la amiga? Vamos Christian, haz memoria… Haz memoria. Algo con S, decía Taylor… ¡Susannah! ¡Eso es! ¡Susi!
- ¿Señor Grey? Jason y Luke están esperándole abajo.
- Gracias señora Jones. Ahora mismo voy.
Luke y Jason están parados en la entrada del Escala cuando llego abajo. Luke salta rápidamente al asiento del conductor y Taylor me abre la puerta.
- Yo conduciré Luke. Taylor, ¿crees que podrías encontrar de nuevo la dirección exacta a la que llevabas a Leila?
- Creo que sí, señor Grey.
- Perfecto. Sawyer, necesito que vaya a la residencia para artistas de la calle 48. No recuerdo el nombre, pero no tiene pérdida. Leila se alojaba allí, tal vez pueda encontrar algo que nos sirva.
- ¿Qué es lo que ha averiguado? –mi investigador saca una pequeña libreta del bolsillo de la chaqueta.
- Gail ha encontrado esto al recoger mi habitación después del accidente –les mostré el sobre arrugado.- Es una dirección de Haller Lake, la de una parada de autobús, y una línea, la 346. Esta mañana Leila se equivocó al salir del hospital, quería coger este pero había perdido el papel en mi casa, por lo que pudo confundir los números, y subió al 364, que es el que lleva a la estación de autobuses.
- Así que hemos estado siguiendo una pista falsa –se lamenta Sawyer.
- Me temo que sí –respondo.- Pero no hay tiempo que perder. Leila tenía una amiga Luke, en la época en la que nos frecuentábamos. Se llamaba Susi.
- ¡Eso es! –interrumpió Taylor. – Disculpe señor Grey, continúe.
- Susi vivía en el Haller Lake, así que es posible que haya ido allí.
- Yo me ocupo de la residencia señor Grey. Luego hablamos.
Sawyer salió en busca de su coche y Taylor y yo nos dirigimos al lago, a casa de Susannah.
La ciudad estaba prácticamente desierta a esas horas de la noche, pese a estar acercándose ya el verano, y hacer una temperatura estupenda. Es como si todo a mi alrededor acompañara la desazón del momento, la soledad intensa que siento. Miré el reloj, las once y media. Las ocho y media en Savannah. Mi cabeza vuela hasta allí, hasta los acontecimientos de los últimos días, y unas granas tremendas de estrechar a Anastasia entre mis brazos se apoderan de mí. De saberla a salvo, lejos de los peligros de mi pasado. Un pasado que, de repente, empezaba a perseguirme.
- Aquí es, señor Grey. Aquí traje a la señorita Williams.
- ¿Aquí?
La calle terminaba en un culo de saco, y no se veía más que un camino de tierra que se adentraba entre los árboles. Un buzón de correos clavado en un palo era el único indicio de que más allá había vida humana.
- Sí, señor. A mí también me extrañó la primera vez, pero la señorita Leila iba por ese camino de tierra. No tengo ninguna duda: era aquí.
- En ese caso, vamos.
El nombre que aparecía en el buzón borró todas las dudas que nos quedasen. Susannah Feldman. Aquí era, no había duda.
- Hay que decírselo a Sawyer. Le haré una foto y se la enviaré. Es mejor que sepa qué buscar.
* Sawyer, la amiga se llama Susannah Feldman. La dirección aproximada es 128th con Meridian Ave. La casa está en un camino de tierra.
- Vamos Taylor. A ver si damos con ella de una vez.
El camino es más profundo de lo que parecía desde la carretera, la casa ni siquiera se ve. No puede estar lejos porque se escucha el rumor del agua del lago, y tiene que estar antes pero… Aunque la noche es clara el bosque que bordea Haller Lake es denso y las últimas farolas quedaron al final del camino, así que apenas vemos. Pero el camino está bien cuidado, y la vegetación a ambos lados bien cortada, así que no tiene pérdida.
- Ahí, señor Grey. Veo luces.
A lo lejos aparece entre las ramas el tejado verde de algo que no puede ser más grande que una simple cabaña. Nos acercamos más, y descubrimos una preciosa casita de madera con las ventanas y las puertas igual de verdes que el tejado.
¿Estará Leila allí?
- ¿No cree que es demasiado tarde, señor Grey?
- Sí, pero no nos queda otra opción. Además, hay luces encendidas en la casa. –Vuelvo a llamar, esta vez con los nudillos.- ¿Hay alguien en casa? ¿Hola?
Se escuchan pasos en el interior, atropellados, torpes.
- ¡Abre la puerta! ¡Sé que estás ahí! ¡Vamos, abre!
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