- Así que tuvo que haberla robado antes de que dejáramos de vernos –echo cuentas del tiempo.- Entonces ya se había dejado de utilizar aquella puerta así que nadie habría echado en falta la llave si se la hubiera llevado.
- Así es, señor Grey –dice Luke. –Si tuvo acceso a ese armario, o más bien, si sabía que ahí se guardaban las llaves, bien podría haber cogido también una de su casa. Y, si es así, es bastante probable que ésta no haya sido la primera vez que entra en su vivienda.
- Lo suponía señor Grey y ya he mandado renovarlo todo. Por supuesto, la empresa de seguridad está instalando ahora mismo una cámara nueva en la puerta de atrás, y su abogado está preparando una demanda para presentarla en el juzgado mañana mismo.
- ¡Me suda la polla, Luke! ¡Me importa tres cojones! –estoy a punto de explotar.- ¡Una loca casi se mata en mi casa, con mi navaja de afeitar! ¿No lo entiendes? –de un manotazo cierro la tapa de su portátil, y aunque creo que lo he roto, me da igual. –Quita esa mierda de mi vista. Vámonos.
Mi Audi R8 prácticamente vuela hacia el norte por la interestatal en dirección al Northwest Hospital, muy por encima de los 129 km por hora permitidos. El resto de coches pitan a nuestro alrededor, cuando les adelantamos a toda velocidad. Tengo el corazón acelerado, la boca y los ojos secos, como si me hubieran restregado arena. Recorremos en silencio los veinte minutos que nos separaban todavía del sanatorio y al llegar dejo el coche detrás de la entrada de psiquiatría. Le tiro las llaves a Luke.
- Sabes Luke, ya sé que esto no ha sido exactamente tu culpa, pero evidentemente podrías haberlo evitado. Lárgate. Haz algo útil, aunque sea por una vez. No te necesito aquí, y alguien tiene que supervisar a los inútiles de seguridad en el Escala. Llévate a Taylor –acabo de recordar que la señora Jones estará en shock, y que Taylor probablemente querrá irse con ella- y vuelve aquí en cuanto puedas.
- De acuerdo, señor Grey.
Taylor y Luke vuelven al coche y arrancan en dirección a la ciudad. Pruebo a llamar al doctor Flynn que, según me dijo, estaría aquí ahora para visitar a Leila pero su número móvil no contesta, el operador me informa de que está apagado. Probablemente ya esté aquí y haya tenido que apagarlo. Entro en la recepción del hospital y, siguiendo las indicaciones del área de psiquiatría, me dirijo hacia la segunda planta. Allí me encuentro con el doctor Flynn que discute acaloradamente con una enfermera vestida de amarillo, con zuecos blancos y una tabla con la ficha de algún paciente en la mano. La señala y se la enseña al doctor, que parece ignorar sus razones.
- Doctor Flynn, ¿qué ocurre?
- Ah, señor Grey, no se lo va a creer –estos inútiles le han dado el alta a la señorita Williams.
- ¡Oiga, un respeto! –la enfermera levanta el tono.- Aquí somos profesionales y ha sido bajo la opinión de un profesional que se le ha dado el alta.
- ¿A una suicida? –el doctor Flynn no da crédito.
- Un momento, un momento. ¿Quién ha supervisado el alta de la señorita Williams? –pregunto, tratando de aclarar la situación.
- Miren, voy a llamar al jefe del servicio de psiquiatría y le cuentan a él lo mal que les parece nuestra forma de trabajar y lo descontentos que están. Por si no se han dado cuenta esto es un hospital y aquí hacen falta todas las manos.- La enfermera se aleja por un pasillo sin dejar de maldecir.
- ¿Pero qué ocurre? –pregunto. -¿Se ha ido?
- Eso parece –el doctor se seca el sudor de la frente. –Es inconcebible, estas cosas no deberían ocurrir. Esa mujer es un peligro para los demás, y para sí misma.
- ¿Y por qué han dejado que se marche?
- Los protocolos de internamiento son delicados, y muchas veces depende más del criterio de un profesional que de las evidencias de un paciente. Según la enfermera Leila no mostraba síntomas psicóticos, ha pedido el alta, y se la han dado.
- ¿No tenía usted un amigo aquí, doctor?
- Sí, pero está de vacaciones en las Bahamas. Qué casualidad. Le he llamado esta mañana y me ha dicho que aunque él no estaba podía venir, que avisaría al resto de su equipo para que me dejaran verla
La enfermera vuelve con un doctor de bata blanca y aspecto apacible.
- Señores, dice mi colega que querían hablar conmigo.
- Así es, doctor –Flynn hace un esfuerzo por leer el nombre que lleva escrito en la placa del bolsillo de su bata. – Henderson. Me llamo Flynn, soy psiquiatra, y éste es Christian Grey.
Nos saludamos todos rápidamente.
- ¿En qué puedo ayudarles, caballeros?
- Verá, esta mañana han ingresado a una señorita, Leila Williams, que es conocida nuestra. Hemos venido a verla, tengo entendido que el supervisor del servicio de psiquiatría había dejado dicho que iba a venir.
- ¡Ah, sí! ¿Es usted? Sí, nos lo habían avisado esta mañana. Lo lamento mucho pero la señorita Williams pidió el alta hace apenas una hora, y se la dimos. No presentaba ningún síntoma peligroso, no parecía fuera de sí y, al contrario, parecía avergonzada por lo que había hecho.
- ¡Madre de Dios, doctor Henderson! ¡Esa mujer ha intentado matarse esta misma mañana! –el doctor Flynn ha vuelto a recuperar el estado de ansiedad que tenía cuando llegué yo, y discutía con la enfermera.
- Tenía un ligero corte en la muñeca, doctor. No ha sido nada más que una llamada de atención.
- ¡Justo por eso, idiota! ¿Es que le han regalado el título en un rifa? ¿En una tómbola? ¿Es que no le enseñaron nada en la universidad?
- Mire, doctor Flynn, en su consulta puede usted hacer lo que quiera, pero en este hospital el criterio que cuenta es el mío, y la firma necesaria para darle el alta a una mujer en perfecto control de sus facultades es la mía. Así que le agradecería mucho que saliera de aquí y dejara de alborotar en mi sala de espera.
- Está bien, está bien –interrumpo.- Vamos a calmarnos todos un poco, ¿de acuerdo? Diga, doctor Henderson, le ha dicho la señorita Williams a dónde pensaba ir?
- Pues evidentemente no, señor Grey. Esto no es un hotel en el que los huéspedes dejan una dirección de correo para que se les envíe la correspondencia cuando se marchan. Es un hospital, aunque parece que ninguno de los dos lo han entendido. Discúlpenme, tengo mucho trabajo. Ha sido un verdadero placer conocerles.
Flynn y yo nos quedamos viendo cómo se alejan por el pasillo el doctor y la enfermera, visiblemente enfadados.
¿Y ahora? – pregunto al doctor.
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