Y al escuchar mi voz, se gira. Se vuelve hacia mí entre mis brazos, y me mira.
Ha amanecido completamente y el sol, que calienta ya la habitación, se refleja en sus ojos, enrojecidos por el llanto. Su pelo desordenado enmarca su cara, el rostro que más he amado en mi vida, hinchado de tanto llorar. ¿Cómo he podido hacerlo? Quiero hablar, quiero decirle algo, pero no puedo. Tengo tanto miedo. Entonces ella saca con cuidado una mano de entre las sábanas, y acaricia mi cara. ¡Me acaricia! Cierro los ojos para sentir profundamente el contacto de su caricia sobre mi mentón, suspirando de alivio.
-Christian, lo siento –dice.
¿Lo siento? Lo siento es siempre el principio de un me voy. Lo siento es la introducción de no quiero estar más aquí, no quiero compartir mi vida contigo. Lo siento es un gracias, pero esto no es para mí. Lo siento… lo siento tal vez quiere decir otra cosa, algo que no me rompa por dentro, confirmando mis peores temores. Armándome de valor, le pregunto:
-¿Qué es lo que sientes?
-Lo que te he dicho antes –dice, con un hilo de voz.
-Ana, no me has dicho nada que yo no supiera de antemano –respondo, aliviado. No me ha dicho que se va. No todavía, al menos-. Soy yo el que lo siente, siento mucho haberte hecho daño.
Y me parece revivir la escena en el reflejo de sus ojos. Su albornoz levantado, mi mano asiendo con fuerza el cinturón, su piel surcada por las marcas de los golpes, el sonido del restallar del cuero, sus gritos, contando…
-Fui yo, yo te lo pedi –dice. – Y ahora ya sé lo que es. No creo que pueda ser todo lo que tú quieres que sea.
Ahí está. Ya lo ha dicho. No Anastasia, me equivoqué, no es esto lo que quiero contigo, ¿pero es ya tarde para hacértelo entender? Mucho me temo que sí…
-Tú ya eres todo lo que quiero que sea, Ana –empujo las palabras para que salgan.
-Pero no lo entiendo, Christian. Yo no soy obediente, ya lo sabes. Y te aseguro que nunca jamás te voy a dejar que vuelvas a hacerme lo que me has hecho. Y tú mismo lo has dicho: lo necesitas.
La vida se me escapa dentro. Un grito desgarrado, que no sale, rompe cada músculo, cada hueso, cada partícula de mi ser explota al oír sus palabras. Oigo los latidos de mi corazón ensordecedores golpeando mi pecho, inundando mi cuerpo de una sangre que no tiene motivo de existir si ella se va. Pero tal vez sea lo mejor. ¿No era lo que quería, protegerla? Tengo que hacerlo y, ahora mismo, protegerla significa dejar que se vaya de mí.
-Es cierto, Anastasia. Tienes razón, debería dejar que te fueras. No te convengo.
Retira la mano con la que me acariciaba la cara, y la vuelve a guardar en alguna parte cerca de su pecho, encogida de nuevo.
-Pero no me quiero ir –susurra.
Las lágrimas que llenan su ojos vuelven a desbordarse, rodando por sus mejillas hacia la almohada.
-Ni yo quiero que te vayas –respondo, limpiando una de ellas, tratando de conservar la fuerza para dejarla ir.- Me siento más vivo desde que te conozco, Anastasia.
-Y yo –se le quiebra la voz.- Christian, me he enamorado de ti.
¿Es esto lo que se siente? ¿Es esto enamorarse? ¿Es sentir que tu vida depende totalmente de otro? ¿Qué ya no te pertenece? No puede amarme, no puede. Poner su vida en mis manos es un error, y acabamos de comprobarlo. Es desgraciada, y es mi culpa.
-No –le digo, mintiendo para protegerla.- No puedes amarme, no puedes.
Sería tan egoísta dejar que lo hicieras, salvarme yo arrastrándote a ti al pozo de oscuridad en el que he vivido siempre, y del que he visto la salida sólo al aparecer tú… Pero eso ya no importa. Yo no importo, ni mi felicidad. Sólo quiero que tú vuelvas a ser la niña feliz e inocente que conocí aquel día, cuando viniste a hacerme la entrevista. Parece que ha pasado tanto tiempo… Te mereces ser feliz, y no tener correr a refugiarte ahogando tu llanto entre almohadas por un desgraciado como yo. Tengo que dejarte ir, aunque eso signifique que yo volveré a lo más profundo de este pozo sabiendo que ya, sin ti, jamás veré la luz de nuevo. Porque tú eres la luz, y tengo que dejarte marchar.
-No puedes quererme Ana, es un error.
-¿Cómo que un error? ¿Cuál es el error? –pregunta.
-¡Mírate, Anastasia! Yo no puedo hacerte feliz –contesto, la tristeza invadiéndome.
-Tú me haces feliz, Christian –insiste ella.
-No, ahora no. No cuando haces las cosas que yo quiero que hagas –respondo, la imagen de sus nalgas golpeadas otra vez ante mí, sus gritos otra vez penetrando en mis oídos.
-Entonces –susurra, el hipo entrecortando sus palabras- ¿nunca vamos a conseguir superar esto?
Sin encontrar fuerzas para decir no, para darle voz a mis palabras, niego con la cabeza.
-Entonces lo mejor será que me vaya –dice, apartándose de mí.
-¡No! No te vayas, Ana –le pido, intentando engañarme.
Temo no poder soportar el dolor. La última vez que la mujer de la que pendía mi vida se fue. Tardé años en recuperarme. O tal vez no lo hice nunca.
-Christian, no tiene ningún sentido que me quede –responde.
Y una vez más me demuestra que es mucho más fuerte que yo. Mucho más sensata. Mucho más valiente. Sale de la cama y me deja solo, frío, helado en una cama inmensa, en una pena inmensa.
-Querría tener un poco de intimidad, si no te importa –dice. – Voy a vestirme.
Y sale de la habitación, a cámara lenta. Se aleja de mí, y cada paso que la lleva un poco más lejos, es una dentellada en mi corazón. Se ha terminado. Ahora sí se ha terminado. Derrotado, dejo caer mi cabeza sobra la almohada que hasta hace un segundo compartíamos, tan cerca… Miro a lo lejos, el sol cada vez más alto en el cielo, los ruidos de la ciudad cada vez más presentes. ¿Es que acaso quedan razones para vivir? Lo hice una vez, reconstruirme de mis cenizas y forjar un personaje: Christian Grey. ¿Pero quién es Christian Grey? Fabriqué un personaje a mi medida, capaz de aislarse, capaz de sobrevivir, capaz de vencer cualquier dificultad y de demostrar al mundo que era todopoderoso. E inalcanzable. Pero todo eso se ha revelado una mentira. Anastasia ha llegado hasta mí, y me ha derribado. Y ahora no soy más que, otra vez, aquel niño impotente que veía morir lo único que amaba.
Ha amanecido completamente y el sol, que calienta ya la habitación, se refleja en sus ojos, enrojecidos por el llanto. Su pelo desordenado enmarca su cara, el rostro que más he amado en mi vida, hinchado de tanto llorar. ¿Cómo he podido hacerlo? Quiero hablar, quiero decirle algo, pero no puedo. Tengo tanto miedo. Entonces ella saca con cuidado una mano de entre las sábanas, y acaricia mi cara. ¡Me acaricia! Cierro los ojos para sentir profundamente el contacto de su caricia sobre mi mentón, suspirando de alivio.
-Christian, lo siento –dice.
¿Lo siento? Lo siento es siempre el principio de un me voy. Lo siento es la introducción de no quiero estar más aquí, no quiero compartir mi vida contigo. Lo siento es un gracias, pero esto no es para mí. Lo siento… lo siento tal vez quiere decir otra cosa, algo que no me rompa por dentro, confirmando mis peores temores. Armándome de valor, le pregunto:
-¿Qué es lo que sientes?
-Lo que te he dicho antes –dice, con un hilo de voz.
-Ana, no me has dicho nada que yo no supiera de antemano –respondo, aliviado. No me ha dicho que se va. No todavía, al menos-. Soy yo el que lo siente, siento mucho haberte hecho daño.
Y me parece revivir la escena en el reflejo de sus ojos. Su albornoz levantado, mi mano asiendo con fuerza el cinturón, su piel surcada por las marcas de los golpes, el sonido del restallar del cuero, sus gritos, contando…
-Fui yo, yo te lo pedi –dice. – Y ahora ya sé lo que es. No creo que pueda ser todo lo que tú quieres que sea.
Ahí está. Ya lo ha dicho. No Anastasia, me equivoqué, no es esto lo que quiero contigo, ¿pero es ya tarde para hacértelo entender? Mucho me temo que sí…
-Tú ya eres todo lo que quiero que sea, Ana –empujo las palabras para que salgan.
-Pero no lo entiendo, Christian. Yo no soy obediente, ya lo sabes. Y te aseguro que nunca jamás te voy a dejar que vuelvas a hacerme lo que me has hecho. Y tú mismo lo has dicho: lo necesitas.
La vida se me escapa dentro. Un grito desgarrado, que no sale, rompe cada músculo, cada hueso, cada partícula de mi ser explota al oír sus palabras. Oigo los latidos de mi corazón ensordecedores golpeando mi pecho, inundando mi cuerpo de una sangre que no tiene motivo de existir si ella se va. Pero tal vez sea lo mejor. ¿No era lo que quería, protegerla? Tengo que hacerlo y, ahora mismo, protegerla significa dejar que se vaya de mí.
-Es cierto, Anastasia. Tienes razón, debería dejar que te fueras. No te convengo.
Retira la mano con la que me acariciaba la cara, y la vuelve a guardar en alguna parte cerca de su pecho, encogida de nuevo.
-Pero no me quiero ir –susurra.
Las lágrimas que llenan su ojos vuelven a desbordarse, rodando por sus mejillas hacia la almohada.
-Ni yo quiero que te vayas –respondo, limpiando una de ellas, tratando de conservar la fuerza para dejarla ir.- Me siento más vivo desde que te conozco, Anastasia.
-Y yo –se le quiebra la voz.- Christian, me he enamorado de ti.
¿Es esto lo que se siente? ¿Es esto enamorarse? ¿Es sentir que tu vida depende totalmente de otro? ¿Qué ya no te pertenece? No puede amarme, no puede. Poner su vida en mis manos es un error, y acabamos de comprobarlo. Es desgraciada, y es mi culpa.
-No –le digo, mintiendo para protegerla.- No puedes amarme, no puedes.
Sería tan egoísta dejar que lo hicieras, salvarme yo arrastrándote a ti al pozo de oscuridad en el que he vivido siempre, y del que he visto la salida sólo al aparecer tú… Pero eso ya no importa. Yo no importo, ni mi felicidad. Sólo quiero que tú vuelvas a ser la niña feliz e inocente que conocí aquel día, cuando viniste a hacerme la entrevista. Parece que ha pasado tanto tiempo… Te mereces ser feliz, y no tener correr a refugiarte ahogando tu llanto entre almohadas por un desgraciado como yo. Tengo que dejarte ir, aunque eso signifique que yo volveré a lo más profundo de este pozo sabiendo que ya, sin ti, jamás veré la luz de nuevo. Porque tú eres la luz, y tengo que dejarte marchar.
-No puedes quererme Ana, es un error.
-¿Cómo que un error? ¿Cuál es el error? –pregunta.
-¡Mírate, Anastasia! Yo no puedo hacerte feliz –contesto, la tristeza invadiéndome.
-Tú me haces feliz, Christian –insiste ella.
-No, ahora no. No cuando haces las cosas que yo quiero que hagas –respondo, la imagen de sus nalgas golpeadas otra vez ante mí, sus gritos otra vez penetrando en mis oídos.
-Entonces –susurra, el hipo entrecortando sus palabras- ¿nunca vamos a conseguir superar esto?
Sin encontrar fuerzas para decir no, para darle voz a mis palabras, niego con la cabeza.
-Entonces lo mejor será que me vaya –dice, apartándose de mí.
-¡No! No te vayas, Ana –le pido, intentando engañarme.
Temo no poder soportar el dolor. La última vez que la mujer de la que pendía mi vida se fue. Tardé años en recuperarme. O tal vez no lo hice nunca.
-Christian, no tiene ningún sentido que me quede –responde.
Y una vez más me demuestra que es mucho más fuerte que yo. Mucho más sensata. Mucho más valiente. Sale de la cama y me deja solo, frío, helado en una cama inmensa, en una pena inmensa.
-Querría tener un poco de intimidad, si no te importa –dice. – Voy a vestirme.
Y sale de la habitación, a cámara lenta. Se aleja de mí, y cada paso que la lleva un poco más lejos, es una dentellada en mi corazón. Se ha terminado. Ahora sí se ha terminado. Derrotado, dejo caer mi cabeza sobra la almohada que hasta hace un segundo compartíamos, tan cerca… Miro a lo lejos, el sol cada vez más alto en el cielo, los ruidos de la ciudad cada vez más presentes. ¿Es que acaso quedan razones para vivir? Lo hice una vez, reconstruirme de mis cenizas y forjar un personaje: Christian Grey. ¿Pero quién es Christian Grey? Fabriqué un personaje a mi medida, capaz de aislarse, capaz de sobrevivir, capaz de vencer cualquier dificultad y de demostrar al mundo que era todopoderoso. E inalcanzable. Pero todo eso se ha revelado una mentira. Anastasia ha llegado hasta mí, y me ha derribado. Y ahora no soy más que, otra vez, aquel niño impotente que veía morir lo único que amaba.
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