A pesar de todo el ajetreo de ayer, es agradable levantarse en casa, y saber que esta noche, por fin, voy a poder descargar la tensión sexual con Anastasia. El ordenador portátil todavía está en la mesilla de noche y la pantalla muestra su último mensaje:

Me vuelves loca, Christian.

Me preparo para ir al gimnasio, me siento oxidado después del viaje a Georgia y necesito desviar la atención de las curvas de Anastasia, que me persiguen desde anoche sin darme tregua. Gail está ya en la cocina, con mucho mejor aspecto que el día anterior.

- Buenos días, señor Grey.

- Buenos días Gail. ¿Te encuentras mejor?

- Sí, muchas gracias por preguntar. ¿Hay alguna novedad de la señorita Williams? ¿La han encontrado ya?

- No, aún no sabemos nada. Pero Luke está en ello, no tardaremos en dar con ella. Y no te preocupes, no va a volver por aquí. Hemos cambiado todos los códigos de acceso, y todas las llaves.

- ¿Quiere que le prepare algo de desayuno?

- Ahora mismo no, pero esta noche vendrá la señorita Steele a cenar. Te agradecería que dejaras algo preparado y… podéis tomaros la noche libre. Taylor y tú.

Con un gesto cómplice golpeo con la toalla del gimnasio la barra de la cocina, muy cerca de donde ella está.

- Gracias, señor Grey.

Nunca me lo han contado abiertamente, pero lo sé. Y Gail aún se avergüenza cuando saco el tema, aunque sea de refilón. Hubo un tiempo en el que Gail y yo follábamos, también. Aunque a veces me parece tan lejano… La dejo en la cocina, con las mejillas rosas de rubor, y me voy ajustándome los cascos del iPod en los oídos. Presiono la opción de Random, me gusta sorprenderme con la música. Y The Scientist, de Coldplay, me acompaña hasta la sala de musculación.

En la oficina nadie parece haberme echado mucho de menos. Después del desastre de la huelga de Holanda todos parecen haberse puesto a trabajar a conciencia. En estos momentos me pregunto qué sentido tiene que esté aquí para manejar la nave, si parece que rueda sin mí a la perfección. Pero no, imposible. El imperio Grey se caería sin mí en un abrir y cerrar de ojos. En el vestíbulo me cruzo con Andrea.

- ¡Señor Grey! Buenos días. Me alegro de verle, el teléfono no ha parado de sonar en toda la mañana.

- Buenos días Andrea y, son las ocho, no creo que haya llamado mucha gente.

- ¡Eso me gustaría a mí! Vuelvo inmediatamente, le he dejado la lista de recados sobre la mesa de su despacho.

- Gracias. Y tráeme un café.

Efectivamente, la lista es más larga de lo que me gustaría para un viernes con el estómago vacío. Efectivamente, esto se caería sin mí. Acomodado en mi silla, de espaldas a un ventanal que domina la ciudad, me dispongo a tomar las riendas de mi vida otra vez, después del paréntesis de Georgia.
Despacho todos los asuntos pendientes. La llamada a Flynn, para ponerle al corriente de nuestra visita anoche a casa de la amiga de Leila Williams. Los estudios de la universidad de Michigan sobre nuevas tecnologías de riego en zonas sin pozos. Reactivo la búsqueda de oficinas en la costa Este, descartando Savannah. Reviso los informes sobre una posible fusión con una compañía de Chicago. El informe tiene un remitente que me es familiar: Alicia Gold. Pero mi incertidumbre dura poco. Grapada en la parte de atrás hay una nota manuscrita:

Señor Grey,
Como muy bien adivinó en el aeropuerto, llevo poco tiempo en Seattle. De no haber sido así su nombre no me habría pasado inadvertido. Google me escupió a la cara más de cincuenta mil resultados nada más subir al avión y buscar su nombre.
La compañía que pensaba desmembrar en Chicago no es del todo lo que pensaba, pero creo que a usted le podría interesar (entre otras cosas he leído que está haciendo la estrategia del pulpo en el norte). Le ofrezco un trueque: información por cena.
Alicia Gold

Claro, la mujer elegante del aeropuerto, con la blusa transparente y las caderas perfectas. Ha conseguido llegar a mí y con un plato sugerente. Bravo por Alicia.

De: Christian Grey
Fecha: 03 de junio de 2011 08:25h
Para: Alicia Gold
Asunto: Chicago

Buenos días, señorita Gold:
Por favor, no se avergüence, no hay por qué. Y Google sabe de mí más de lo que me gustaría.
Será un placer cenar con usted, más si el intercambio me ofrece la posibilidad de expandir mis tentáculos, como dice usted, hasta Chicago.
Mi secretaria se pondrá en contacto con usted para ultimar los detalles.

Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Otra cosa hecha. Y ahora, Anastasia. Llega esta misma tarde

- ¿Elena?

- ¡Chrisitan! Pensaba que la tierra se te había tragado. ¿Se puede saber dónde te has metido?

- Es una larga y sudorosa historia, pero ya estoy de vuelta.

- Tórrida, querrás decir.

- Créeme, hace tanto calor en Georgia que todo lo tórrido pierde su nombre allí.

- Qué alegría escucharte. ¿Qué puedo hacer por ti? –adivino una sonrisa en su tono de voz.-

- Igualmente –digo, con sinceridad. – Me gustaría pedirte un favor.

- Claro querido. Lo que quieras.

- Gracias. Necesito rellenar un armario.

- Y no tuyo, por supuesto… ¿Es para esa Anastasia? –pregunta divertida.

- Sí.

- Entonces, ¿ha aceptado el juego?

- No estoy seguro.

- Eso es que tú has aceptado el suyo.

- Tampoco –respondo, con sequedad.

- Christian, no hay quien te entienda.

- No pretendo que lo hagas Elena. No lo hago ni yo. Escucha, tengo mucho trabajo, ¿podrías simplemente ocuparte del vestuario?

- Lo que tú quieras. Enviaré a la mejor de mis chicas, y que te lo envíen todo a casa esta misma tarde.

- Gracias. Hasta pronto.

- Más te vale. Tienes mucho que contarme, creo.

Cuando llega Andrea con el café le pido que se encargue de cambiar a Anastasia de asiento el vuelo, para que la pasen a primera clase. Su vuelo tiene que estar a punto de despegar y yo aún no tengo preparada la velada perfecta de reencuentro que quiero que tengamos. Por lo menos sé que Elena se ocupará de que no tenga que ponerse mis calzoncillos cuando salga de la ducha. Su vestidor estará lleno de todo lo que me gusta para entonces. Pero falta lo más importante: mi plan.
Reviso mi biblioteca musical en busca de una pieza al ritmo de la que siempre he querido follar: el motete a cuarenta voces de Thomas Tallis. Y nunca lo he hecho porque me parece casi sacrílego, a fin de cuentas es una pieza escrita para celebrar liturgia.

Nunca hemos puesto la esperanza en cualquier otro, pero si en ti,
Oh Dios de Israel
que puedes mostrar tanto la ira
y gracia,
y que absuelves todos los pecados del hombre, el sufrimiento
Señor Dios,
Creador del Cielo y de la Tierra
sé consciente de nuestra humillación.


Lo pongo de fondo, en mi oficina, y cierro la puerta. Conecto el iPod al ordenador: empiezan a ocurrírseme un par de muy buenas ideas. Menos mal que Thomas Tallis lleva muerto cinco siglos; estoy seguro de que no iba a aprobar lo que voy a hacer esta noche con su música.