- Así que el todopoderoso señor Grey no sabe en qué editorial voy a empezar a trabajar?
No puedo decírselo pero, esta vez, se me ha adelantado. Todo este asunto con Leila me ha tenido tan distraído que olvidé por completo que Anastasia estaba buscando trabajo. Perdóname Anastasia, tendría que haber hecho algo antes de que… antes de que te fueras a trabajar a cualquier sitio.
- No tengo ni idea. Aunque… veamos. No hay nada más que cuatro editoriales con oficinas centrales en Seattle, así que supongo que será una de ellas.
Parece tan feliz que no quiero quitarle la ilusión. No quiero que note lo poco que me gusta esta decisión, y lo estúpido que me parece que vaya a trabajar a un sitio como SIP. Voy a tener que tomar cartas en el asunto.
- SIP, la más pequeña de todas –me inclino para besarle la frente. Quiero tanto a esta mujer, quiero tanto protegerla…- Sabia decisión. ¿Qué día empiezas a trabajar?
- La semana que viene, el lunes.
El lunes… Eso me deja apenas unas horas para disfrutar de ella.
- ¿Tan pronto? Entonces tendremos que aprovechar el tiempo que tenemos hasta entonces. Ven aquí. Ponte de espaldas.
Anastasia obedece, dócil. Se gira ante mí, vestida sólo con la falda y el sujetador.
- Levanta los brazos, y cógete el pelo.
Mientras lo hace desabrocho con soltura el cierre de su sostén, que cae a sus pies. Hundo las manos en su pelo, que ella sujeta en un improvisado moño sobre la nuca. Y la beso. Anastasia, tenerte cerca me calma. Me devuelve la paz. Suavemente bajo las manos serpenteando de su cabeza a la cintura, pasando por su cara, sus labios, su cuello. Ella levanta la cabeza y se reclina un poco hacia atrás. Esquivo sus brazos para seguir mi camino y con la yema de los dedos paso por debajo de los brazos, y me detengo en sus pechos. Su respiración se acelera de nuevo.
- Gime, Anstasia. No te contengas conmigo –le digo, mientras pellizco levemente sus pezones.
- Oh, Christian –deja salir un gemido, y noto cómo se endurece bajo la presión de mis dedos.
- Eso es. Buena chica. Sigue así, porque no voy a parar.
Mis manos sueltan sus pechos, y recorren la línea que separa sus costillas de las caderas, abriendo los dedos tanto como puedo para abarcar todo su vientre, para gozar toda su piel. Le bajo la cremallera de la falda y su imponente culo aparece ante mí, redondo, apetecible, maravilloso. Se lo agarro atrallendola hacia mí, completamente desnuda ahora. Su cuerpo se apoya en el mío, por un momento, y obligandole a soltar las manos, que aún sostienen su pelo en lo alto de la cabeza, acerco mi boca a su oído.
- Me embriagas, y me llenas de calma. Es una mezcla novedosa, señorita Steele. E interesante.
Tomo su mano para ayudarla a entrar en la ducha.
- ¡Ah! –Anastasia chilla.
- ¿Está demasiado caliente? –sonrío, el calor hace que se le enciendan aún más las mejillas, ya de por sí encendidas por nuestro último encuentro sexual. – Sólo es un poco de agua. Y ahora date la vuelta. Te voy a lavar.
Se gira sobre sí misma con las manos apoyadas en los azulejos para no perder el equilibrio. Su cuerpo se recorta blanco sobre la pared, y su figura empieza a desaparecer entre el vapor del agua caliente. Con un poco de jabón en las manos enjabono sus hombros, sus brazos, sus axilas.
- Christian, hay algo más que quiero decirte –susurra.
- Dime.
- ¿Recuerdas la exposición de mi amigo José, el fotógrafo? La inauguración será el jueves que viene, en Portland.
Sin darme cuenta me detengo en seco, mis manos llenas de espuma paralizadas a diez centímetros de su piel. José es probablemente la última persona de la que quiero hablar con Anastasia desnuda en mi casa, en mi cuarto de baño, en mi ducha. En mis manos. Claro que me acuerdo de José, el fotógrafo de poca monta que estuvo a punto de abusar de ti. ¿Cómo olvidarle?
- Sí, me acuerdo. ¿Por qué lo dices?
- Pues le prometí que iría. Es importante para él y… bueno, también lo es para mí. Pero me gustaría que vinieras conmigo. ¿Lo harás?
Busco su mirada entre el vapor y su pelo, que le cae sobre los hombros, mojado. Pero no me mira. Sabe que José no es santo de mi devoción. Sabe que si voy, es por ella. Anastasia mírame. Mírame. Pero no lo hace y su desafío me provoca. Sé que no aguantaría la presión si sus ojos se encontraran con los míos ahora, y por eso no se gira. Noto la tensión en su cuerpo, incluso sin tocarlo. Y entonces me doy cuenta de que no quiero una Anastasia tensa. Prefiero la Anastasia que se reclina sobre mí, jadeando, confiada.
- El jueves tengo algún compromiso, pero puedo intentar arreglarlo –repongo el jabón en mis manos, y vuelvo a apoyarlas en su piel, que se relaja automáticamente. Te quiero así, Anastasia. – ¿A qué hora es la inauguración?
- Es a las siete –hace una pausa para tomar aire.- A las siete y media. ¿Lo harás?
- Lo haré –digo, besando su oreja.
Y sólo ahora se atreve a girar la cabeza los pocos centímetros que impedían antes que nuestros ojos se encontraran. Me encanta mirar dentro de tus ojos.
- ¿Tenías miedo de preguntármelo?
- Un poco –dice, aliviada.- ¿Cómo lo sabes?
- Porque tu cuerpo no miente, y acaba de relajarse por completo.
- Claro que tenía miedo Christian. Eres tan … -hace una pausa para buscar las palabras- celoso.
- Así es. Lo soy. Soy muy celoso. No lo olvides. –No olvides que tengo privilegios sobre ti,
Anastasia. Privilegios que pasan por culminar los planes que tengo en mente ahora mismo. Basta de charla.
-El jueves iremos a Portland en mi helicóptero.
Acercándome más ella, introduzco un pie entre los suyos. Nuestros cuerpos están pegados de cintura para abajo, inmóviles, mientras que mis manos siguen frotando su torso. Con mi pie voy empujando el suyo, obligandola a separar las piernas.
- ¿Puedo lavarte, Christian?
Reparo en sus manos, que se abren y se cierran, sin saber bien dónde apoyarse, qué hacer. Sabe que no puede tocarme, y le pesa. ¿Y si yo no pudiera tocarla a ella, lo soportaría?
- No –susurro en su oído.
Beso su cuello, y sigo abriendo sus piernas suavemente con el pie, tan suavemente como puedo. Dejando que resbalen centímetro a centímetro por el mármol del suelo.
- ¿Pero podré hacerlo algún día? ¿Podré tocarte?
Cuando están lo suficientemente separadas, y con un poco más de jabón en la mano, me preparo para terminar la faena. Mientras desciendo por su espalda, la empujo con suavidad hacia la pared. Ojalá puedas, Anastasia. Ojalá. Sin responder, agarro con una mano su culo, y lanzo la otra directamente entre sus piernas ya totalmente separadas.
- Apóyate bien Anastasia. Te voy a penetrar.
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