- Tu Deberías saber que soy bastante rápida. No te va a ser fácil cogerme.
- Y yo –respondo, al instante. Y si no viene por sus medios, la cogeré yo. – ¿Vas a venir sin protestar?
Anastasia me mira desde el otro lado de la barra sin dejar de deslizarse a lo largo de ella, dibujando la elipse que yo tengo que seguir para intentar atraparla.
- ¿Acaso lo he hecho alguna vez? -me desafía con una pregunta.
- Señorita Steele, ¿a qué se refiere? Iré a por ti si es necesario, pero será mejor que no lleguemos a ese punto.
Me planto en mi lado de la barra, firme en el suelo, sosteniendo su mirada, y sonriendo. Aceptando su juego. Ella se para también.
- Sólo llegaremos a ese punto si consigues atraparme Christian, y te aseguro que en este momento no tengo ni la más mínima intención de dejarme coger.
- Podrías caerte y hacerte daño, Anastasia. Y eso sería una violación directa de la antigua norma número siete –miro la mesa, sobre la que sigue el contrato, y corrijo sobre la marcha –que ahora es la número seis. Seguridad personal –leo en voz alta- : la sumisa no beberá demasiado ni podrá fumar o tomar sustancias alucinógenas. Tampoco se someterá a situaciones de riesgo innecesarias. A mí me parece que claramente corriendo alocadamente por la cocina te estás sometiendo a un peligro innecesario.
- Señor Grey, desde que te conocí, estoy en peligro constante, independientemente de las normas.
- Tienes razón, Anastasia.
Con un gesto cansado coloca sus brazos sobre las caderas, en jarras, mientras levanta al cielo los ojos, como si estuviera cansada de mí, de mis normas. Pero al hacerlo el albornoz que lleva puesto deja al descubierto el arranque de su escote, y me lanzo sobre ella, excitadísimo de nuevo.
- ¡Aaaah! –chilla, y huye, corriendo hacia la mesa del comedor. Y una vez más agradezco mentalmente a mi decorador que no colocara más tabiques de los necesarios en esta casa, o este juego podría haber sido mucho más complicado. Se parapeta detrás de un sillón y se gira para mirarme, para medir las distancias y calcular la provocación.
- Está claro Anastasia que sabes cómo distraer a un hombre.
- Señor Grey, nos proponemos complacer –una mirada libidinosa acompaña esa frase tan carnal.- ¿Y se puede saber de qué te distraigo, Christian?
¿De qué me distraes? Sería más acertado preguntar si hay algo en el mundo de lo que no me hayas distraído, algo que quede más poderoso que tú.
- Me distraes de la vida, de más allá de la vida, de todo el universo –respondo, haciendo un gesto con las manos que intenta mostrar lo imposible de abarcarlo todo.
Y pese al tinte intenso que está tomando la conversación sigue escabulléndose, saltando de detrás de un sofá a la mesa del comedor y vuelta a la cocina. Hablando y jugando a la vez. Distrayéndome siempre.
- Pues a mí me parecías bastante preocupado cuando me he levantado y te he encontrado tocando el piano.
- ¿Sabes? –digo, plantándome, ansioso por tenerla ya entre mis brazos. –Antes o después conseguiré cogerte. Pero cuanto más tarde lo haga, peor será para ti. Tendré que castigarte.
- No señor, no.
- Parece que no quieres que te coja, Anastasia.
- Es que no quiero que me cojas, Christian, ¿no lo entiendes? ¡Ésa es la cuestión! Para mí que me castigues es como para ti que te toque.
Y ahora lo entiendo todo. Ahora entiendo su terror, su inquietud, su miedo a mí nunca fue tal: no me teme a mí, teme mi castigo. El castigo. No hay contrato que pueda firmar, no hay reglas que pueda acatar, no hay nada. Igual que nada podría hacer que yo me sintiera cómodo dejándome tocar. Si ella me pusiera en la situación de elegir, de hacerme firmar un papel en el que pusiera que para estar juntos tenía que dejarme tocar, no podría. Tendría que dejarla ir. Me iría yo. Me he ido muchas veces. Nadie me puede tocar. Y no toleraría que alguien me obligara a firmar un documento que a ello me comprometiera. Me iría. Me tendría que ir.
- ¿Es eso lo que sientes, Anastasia? –pregunto, completamente presa del miedo. Ahora sé cuál sería mi respuesta si la pregunta fuera al revés.
- No, no –responde, en una actitud radicalmente distinta a la de hace nada más un momento. –No me afecta tantísimo, sólo lo he dicho para que puedas hacerte una idea de cómo me siento –murmura.
Intento responder algo, pero no me salen las palabras.
- Ah.
El tiempo se ha detenido, y una angustia asfixiante crece dentro de mí. Me apoyo en el respaldo de una silla tratando de calmar la voz que en mi cabeza me repite esto tiene que acabar. ¿Qué estás haciendo, Christian? Anastasia no es una sumisa. Nunca lo ha sido, y no lo quiere ser. Como para probar lo que mi voz interior me dice ella rodea la mesa, y se acerca a mí, mirándome, clavando sus ojos en los míos.
- ¿Lo odias, Anastasia? –necesito saberlo todo, y necesito saberlo ya.
- Mmm… no lo odio. O sí, tal vez un poco –su voz refleja tanta indecisión como sus palabras. –O sea, no es que me guste, pero no lo odio.
¿No es que me guste? Llevo semanas haciéndolo, semanas castigándola cada vez que hace algo que rompe las reglas. Convirtiendo en juego sus ojos en blanco, el labio que se muerde. ¿Hace semanas que yo obtengo placer de hacer algo que ella odia? Hace tan sólo unas horas la até, la inmovilicé, golpeé su piel con un látigo, la sometí a mi voluntad, fui yo quien decidió cómo y cuando ella iba a disfrutar. ¿Y no le gusta?
- Pero Anastasia, anoche, en el cuarto de juegos me dio la impresión de que…
- Christian, lo hago solamente por ti –me interrumpe.- Lo hago porque tú lo necesitas. Yo no necesito que me aten y me castiguen. Lo de anoche… lo de anoche fue distinto. No me dolió. Soy capaz de racionalizarlo a un nivel íntimo porque confío en ti. Pero cada vez que dices que quieres castigarme, me preocupa que me hagas daño.
Puede maquillarlo, puede endulzarlo, puede hacer que suene menos parecido a lo que me ha dicho antes, pero es lo mismo.
- Anastasia, yo quiero hacerte daño –murmuro.- Pero nunca te provocaría un dolor que no pudieras ser capaz de soportar.
Cuando levanto los ojos para encontrar los suyos lo que veo es terror. Y sinceridad. Su respiración se acelera, delatando la ansiedad que poco a poco la domina.-
¿Pero por qué, Christian? ¿Por qué quieres hacerme daño?
- Y yo –respondo, al instante. Y si no viene por sus medios, la cogeré yo. – ¿Vas a venir sin protestar?
Anastasia me mira desde el otro lado de la barra sin dejar de deslizarse a lo largo de ella, dibujando la elipse que yo tengo que seguir para intentar atraparla.
- ¿Acaso lo he hecho alguna vez? -me desafía con una pregunta.
- Señorita Steele, ¿a qué se refiere? Iré a por ti si es necesario, pero será mejor que no lleguemos a ese punto.
Me planto en mi lado de la barra, firme en el suelo, sosteniendo su mirada, y sonriendo. Aceptando su juego. Ella se para también.
- Sólo llegaremos a ese punto si consigues atraparme Christian, y te aseguro que en este momento no tengo ni la más mínima intención de dejarme coger.
- Podrías caerte y hacerte daño, Anastasia. Y eso sería una violación directa de la antigua norma número siete –miro la mesa, sobre la que sigue el contrato, y corrijo sobre la marcha –que ahora es la número seis. Seguridad personal –leo en voz alta- : la sumisa no beberá demasiado ni podrá fumar o tomar sustancias alucinógenas. Tampoco se someterá a situaciones de riesgo innecesarias. A mí me parece que claramente corriendo alocadamente por la cocina te estás sometiendo a un peligro innecesario.
- Señor Grey, desde que te conocí, estoy en peligro constante, independientemente de las normas.
- Tienes razón, Anastasia.
Con un gesto cansado coloca sus brazos sobre las caderas, en jarras, mientras levanta al cielo los ojos, como si estuviera cansada de mí, de mis normas. Pero al hacerlo el albornoz que lleva puesto deja al descubierto el arranque de su escote, y me lanzo sobre ella, excitadísimo de nuevo.
- ¡Aaaah! –chilla, y huye, corriendo hacia la mesa del comedor. Y una vez más agradezco mentalmente a mi decorador que no colocara más tabiques de los necesarios en esta casa, o este juego podría haber sido mucho más complicado. Se parapeta detrás de un sillón y se gira para mirarme, para medir las distancias y calcular la provocación.
- Está claro Anastasia que sabes cómo distraer a un hombre.
- Señor Grey, nos proponemos complacer –una mirada libidinosa acompaña esa frase tan carnal.- ¿Y se puede saber de qué te distraigo, Christian?
¿De qué me distraes? Sería más acertado preguntar si hay algo en el mundo de lo que no me hayas distraído, algo que quede más poderoso que tú.
- Me distraes de la vida, de más allá de la vida, de todo el universo –respondo, haciendo un gesto con las manos que intenta mostrar lo imposible de abarcarlo todo.
Y pese al tinte intenso que está tomando la conversación sigue escabulléndose, saltando de detrás de un sofá a la mesa del comedor y vuelta a la cocina. Hablando y jugando a la vez. Distrayéndome siempre.
- Pues a mí me parecías bastante preocupado cuando me he levantado y te he encontrado tocando el piano.
- ¿Sabes? –digo, plantándome, ansioso por tenerla ya entre mis brazos. –Antes o después conseguiré cogerte. Pero cuanto más tarde lo haga, peor será para ti. Tendré que castigarte.
- No señor, no.
- Parece que no quieres que te coja, Anastasia.
- Es que no quiero que me cojas, Christian, ¿no lo entiendes? ¡Ésa es la cuestión! Para mí que me castigues es como para ti que te toque.
Y ahora lo entiendo todo. Ahora entiendo su terror, su inquietud, su miedo a mí nunca fue tal: no me teme a mí, teme mi castigo. El castigo. No hay contrato que pueda firmar, no hay reglas que pueda acatar, no hay nada. Igual que nada podría hacer que yo me sintiera cómodo dejándome tocar. Si ella me pusiera en la situación de elegir, de hacerme firmar un papel en el que pusiera que para estar juntos tenía que dejarme tocar, no podría. Tendría que dejarla ir. Me iría yo. Me he ido muchas veces. Nadie me puede tocar. Y no toleraría que alguien me obligara a firmar un documento que a ello me comprometiera. Me iría. Me tendría que ir.
- ¿Es eso lo que sientes, Anastasia? –pregunto, completamente presa del miedo. Ahora sé cuál sería mi respuesta si la pregunta fuera al revés.
- No, no –responde, en una actitud radicalmente distinta a la de hace nada más un momento. –No me afecta tantísimo, sólo lo he dicho para que puedas hacerte una idea de cómo me siento –murmura.
Intento responder algo, pero no me salen las palabras.
- Ah.
El tiempo se ha detenido, y una angustia asfixiante crece dentro de mí. Me apoyo en el respaldo de una silla tratando de calmar la voz que en mi cabeza me repite esto tiene que acabar. ¿Qué estás haciendo, Christian? Anastasia no es una sumisa. Nunca lo ha sido, y no lo quiere ser. Como para probar lo que mi voz interior me dice ella rodea la mesa, y se acerca a mí, mirándome, clavando sus ojos en los míos.
- ¿Lo odias, Anastasia? –necesito saberlo todo, y necesito saberlo ya.
- Mmm… no lo odio. O sí, tal vez un poco –su voz refleja tanta indecisión como sus palabras. –O sea, no es que me guste, pero no lo odio.
¿No es que me guste? Llevo semanas haciéndolo, semanas castigándola cada vez que hace algo que rompe las reglas. Convirtiendo en juego sus ojos en blanco, el labio que se muerde. ¿Hace semanas que yo obtengo placer de hacer algo que ella odia? Hace tan sólo unas horas la até, la inmovilicé, golpeé su piel con un látigo, la sometí a mi voluntad, fui yo quien decidió cómo y cuando ella iba a disfrutar. ¿Y no le gusta?
- Pero Anastasia, anoche, en el cuarto de juegos me dio la impresión de que…
- Christian, lo hago solamente por ti –me interrumpe.- Lo hago porque tú lo necesitas. Yo no necesito que me aten y me castiguen. Lo de anoche… lo de anoche fue distinto. No me dolió. Soy capaz de racionalizarlo a un nivel íntimo porque confío en ti. Pero cada vez que dices que quieres castigarme, me preocupa que me hagas daño.
Puede maquillarlo, puede endulzarlo, puede hacer que suene menos parecido a lo que me ha dicho antes, pero es lo mismo.
- Anastasia, yo quiero hacerte daño –murmuro.- Pero nunca te provocaría un dolor que no pudieras ser capaz de soportar.
Cuando levanto los ojos para encontrar los suyos lo que veo es terror. Y sinceridad. Su respiración se acelera, delatando la ansiedad que poco a poco la domina.-
¿Pero por qué, Christian? ¿Por qué quieres hacerme daño?
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