miércoles, 8 de julio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.18 ( Fans de Grey )

- ¿Pero quién es?

- ¡Abre la maldita puerta de una vez! –grito. -¡Abre!

- ¡Ya voy!

Un crujido nos indica que están descorriendo el cerrojo de la puerta. Jason y yo nos miramos, sin decir nada. Ambos contenemos la respiración cuando la hoja deja entrever una figura femenina a contraluz. Cuando nuestros ojos se acostumbran la vemos, rubia, con el pelo largo recogido en un moño en lo alto de la cabeza, unos pantalones de pijama a cuadros y una gran chaqueta de punto que se cierra con una mano, mientras con la otra mantiene firme la cadena que asegura la puerta, dejándonos fuera.

- ¿Qué coño pasa? ¿Estáis locos? ¿Qué queréis?

No es Leila. Esta mujer no es Leila.

- Me llamo Christian Grey. Y este es Taylor, Jason Taylor.

- Por mí como si sois la bella durmiente y el príncipe encantado. ¿Es que no sabéis qué hora es?

- Soy un amigo de Leila Williams, la estamos buscando–dije. –Sé que ha tenido problemas esta mañana y me gustaría ayudarla

- ¿Leila? – repentinamente pareció interesarse mucho por la conversación. -¿La habéis visto?

- ¿Nos dejas pasar, por favor? –Taylor, siempre tan atento.

- Claro, perdonad. Pasad, por favor.

El interior de la casa es tan acogedor como el exterior.

- Sentaos, perdonad el desorden –Susannah recogía cojines del suelo a su paso, platos, vasos… – Los últimos días han sido una locura. Leila no está bien.

- Lo sabemos. ¿Eres Susannah, verdad?

- Sí. ¿Cómo me habéis encontrado? –preguntó.

- A Leila se le cayó un papel el mi casa, un sobre en el que estaba anotada esta dirección.

De pronto Susannah se me queda mirando, los ojos clavados en mí, la boca abierta.

- ¿Así que eres tú?

- Creo que no te entiendo –respondo.

- Tú eres el hombre. El tipo que ha venido a buscar a Seattle. Pero también eres Christian Grey –algo ha debido contarle Leila, porque parece estar atando cabos.

- Me temo que sí. Susannah, no sé qué te ha contado Leila de mí, pero necesito encontrarla. ¿Sabes algo? ¿Puedes ayudarnos?

- Ha estado aquí unos días, pero esta mañana me dijo que se marchaba,  recogió sus cosas. No está bien desde la muerte de Geoff.

- ¿Geoff?

- Geoff, sí, su amante –responde Susannah.

- Creía que se había casado. Ya veo que estaba equivocado.

- Es que lo estaba –la amiga de Leila hace un gesto de incredulidad con las manos. – Perdona, ¿ has dicho que eras su amigo? ¿Y no sabes nada de ella?

- La verdad es que hace más de dos años que no tengo noticias suyas, pero esta mañana se ha colado en mi apartamento y ha intentado cortarse las venas delante de mi ama de llaves. Así que creo que tengo derecho a saber un poco más de esta historia, ¿no?

- ¡¿Que ha hecho qué?!

- Está bien, la llevaron al hospital y allí dijeron que las heridas eran superficiales. Y que era una llamada de atención más que un intento real de suicidio.

- ¿En qué hospital está? –dice ansiosa.

- En ninguno. Se dio el alta a sí misma esta tarde, y ahora no sabemos dónde está. Por eso necesitamos encontrarla, para evitar que vuelva a hacerse daño. Dinos, Susannah, ¿qué sabes?

- Creo que necesito un trago. ¿Queréis uno?

Susannah nos deja sentados en unos sofás bajos al lado de un ventanal que da al lago, y a un embarcadero. En el jardín hay una pérgola, con mesas y sillas, y una barbacoa. Me preguntaba si te gustaría venir esta noche a cenar con unos amigos, a Haller Lake.

- Leila y yo nos conocimos cuando ella vivía en la residencia de artistas. Las dos teníamos un contrato con una galería de arte, que nos representaba. Durante unos meses fuimos muy amigas, íntimas. Casi como hermanas –Susannah entra halando ya desde la cocina, con un vaso con hielo en una mano y una botella de bourbon en la otra. – Yo tenía un taller aquí arriba, en la buhardilla de la cabaña, y lo compartíamos. Pasábamos aquí mucho tiempo. Nos lo contábamos todo. Pero luego algo cambió. Conoció a alguien, supongo que a ti, ¿no?

- Supongo –respondí.

- Se volvió reservada. Al principio se la veía contenta, emocionada, enamorándose como una colegiala. En seguida empezó a pasar los fines de semana con él, contigo, debería decir –da un sorbo a su copa mientras me mira- y viéndote, la verdad es que no se lo puedo reprochar. Es usted todo un hombre, señor Grey –dijo burlona.

- ¿Te importa seguir? –me impaciento.

- Sí señor. A sus órdenes. Vaya genio. El caso es que poco a poco se fue alejando de mí. Apenas me contaba nada, y cuando le preguntaba se echaba a llorar. Intenté conocerte, que te trajera aquí, a una de las fiestas que hacíamos junto al lago. Pero tú nunca venías. Y Leila se iba desesperando. Me decía “no puedo hablar de ello, no puedo”. Yo no entendía, ¿cómo que no podía? ¿Con una amiga? “He firmado un contrato, me decía”. ¿Qué tipo de bestia eres? ¿Un contrato?

- Mucho me temo que ése no es el tema que nos ocupa ahora, Susannah.

- Ya, ahora empiezo a entender un poco más a Leila.

- ¿Seguimos?

- El caso es que el tiempo fue pasando y su esperanza de conseguir hacer de ti su pareja se desvanecía en la medida que su reloj biológico, además, seguía avanzando. Quería casarse, quería tener una familia, quería crecer. Dejó de pintar, dejó de frecuentar el estudio, y la echaron de la galería y de la residencia de artistas. Se instaló aquí conmigo, pero era como vivir con un fantasma de lunes a viernes, y los fines de semana, simplemente, desaparecía. “No puedo contarte nada” me decía. Nosotros, sus amigos, no sabíamos qué hacer por ella.

El relato de Susannah iba cobrando forma y confirmando mis sospechas de que Leila había terminado siendo profundamente infeliz por mi culpa. Una punzada de culpa me atraviesa; pobre muchacha. Su amiga seguía con la otra versión de un relato que yo había vivido sin ocuparme de él.

- Pero luego conoció a alguien, uno de los representantes de galería. Era quien más había apostado por ella, y a quien más le dolía perderla como artista. Así que la siguió hasta aquí, e insistió en que siguiera pintando, aunque fuera como vía de escape para salir del hoyo en el que se encontraba. Y se hicieron muy amigos. Al principio no era más que eso, pero Leila, poco a poco, recuperó la ilusión. Era como si retomar los pinceles le diera las fuerzas que necesitaba para salir adelante. Y creo que se enamoraron. Leila se marchó a vivir con él, se casaron, y durante una temporada fueron muy felices.

He conocido a alguien. Me voy.

- Pero hace cuatro meses sucedió algo. Todos pensábamos que Travis y ella eran la pareja ideal, siempre acaramelados, siempre de la mano, siempre juntos. Pasaban aquí muchos fines de semana, la verdad es que Travis era adorable, y la quería por encima de todas las cosas del mundo. Leila y yo habíamos recuperado la amistad que nos unió al principio, y Travis se convirtió en uno más de mi familia. Igual que ella.

- ¿Y qué fue lo que pasó hace cuatro meses?






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