domingo, 12 de julio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 25.3 - ( Fans de Grey )

Sólo hay silencio a mi alrededor. Los días claros en Seattle son tan brillantes y el aire está tan limpio que cuesta decir qué hora es, y a través de la ventana de la consulta del doctor Flynn el cielo parece infinito.

- ¿Qué recuerdo, señor Grey?

- El miedo. El miedo y la soledad.

- ¿Qué sucedía qué le hiciera sentir miedo y soledad?

- Mi madre acababa de morir. Y yo estaba en aquella casa de acogida, el hogar para huérfanos. Guardo muy pocos recuerdos de aquellos meses, apenas alguno.

- ¿Alguno más vivo que los demás?

- El de hoy. El de esta mañana. Pero en general recuerdo cosas que tienen que ver con Grace, mi madre adoptiva. Recuerdo que venía a verme de vez en cuando, y me traía juguetes. Y una foto, una vez. Una foto de la familia. De su familia. Estaban ella, Carrick y Elliot. Esta es tu familia ahora- me dijo.

- Siga.

- Había otro niño en la casa. Jack. Era mayor que yo, ya estaba cuando yo llegué. Era… el jefe de la casa. Lo dominaba todo, lo controlaba todo.

- ¿Cómo te hacía sentir?

- Pequeño, y asustado. Vulnerable. Acojonado. Pero me sentía así desde que separaron de mi madre, así que tampoco era extraño. Todo me daba miedo.

- ¿Entonces qué es lo que ha hecho que el recuerdo de hoy fuera diferente?

- Un día ese chaval vio la foto que me había dado Grace. La tenía guardada con mis cosas, en un cajón al lado de la cama. Mis cosas… No tenía nada, pero tenía mi cajón. Le pillé hurgando dentro. Le sorprendí, y no se lo esperaba. Reaccionó de forma muy violenta, me insultó, tiró la foto al suelo y la pisó. Escuché el marco partirse bajo sus pies.

- ¿Y qué sintió?

- Nada. En ese momento no sentí nada. Prisa, quería que se acabara, quería que Jack saliera de la habitación. Quería estar solo.

- ¿Qué ocurrió entonces? –interrume Flynn.

- Estuve muy quieto, al lado de la puerta, esperando a que a Jack se fuera. Miraba fijamente el cristal roto de la fotografía, y veía cómo con cada paso que Jack daba encima de ella iban saliendole cortes a la imagen. Cuando por fin se fue, recogí los trozos, tiré a la papelera los cristales y el marco astillado. Me guardé la foto debajo de la camiseta, y me senté en el último rincón de la habitación: entre la cama y la pared.

- ¿Por qué huyó a esconderse? –pregunta el doctor Flynn.

- Porque es lo que siempre había hecho. Era lo único que sabía hacer. Era lo que hacía cuando el maldito hijo de puta pegaba a mi madre. Era lo que hacía cuando creía que venía a por mí –respondo.- Me quedaba en un sitio en el que me sentía protegido y esperaba a que el miedo se fuera apagando.

- ¿De qué tenía miedo?

- Tenía miedo de que Grace viera que había roto la foto, que pensara que había sido yo, y me regañase. De que ya no quisiera llevarme con ellos. Tenía miedo de que Jack volviera otra vez, y me pegara. Tenía miedo del dolor físico.

- ¿Y qué ocurrió entonces?

- Lloré en el suelo de la habitación. Lloré tanto que me quedé dormido sentado allí, con la cabeza apoyada en la pared. Cuando me desperté escuché una música al otro lado de la pared.

- ¿La misma que ha escuchado esta mañana?

- Exactamente la misma. Thomas Tallis, el motete a cuarenta voces. Me cautivaron aquellas voces que parecían venir de un más allá desconocido. Después de aquel día, muchas veces huí a aquel rincón de la habitación, y casi siempre salía del otro lado de la pared aquella música. Era un elemento más de mi refugio, que aprendí a identificar con la huída del dolor.

- ¿Y no había reconocido esa pieza hasta hoy?

- Sí, sabía perfectamente cuál era. La primera vez que la escuché en mi vida adulta, en un concierto en la universidad, la reconocí. Pero no recordaba el episodio con la fotografía. No hasta esta mañana.

- ¿Y qué ha sentido?

- He recordado que no podía hablar. Mucha pena, y mucha soledad.

Me miro en el retrovisor del R8 cuando doy el contacto para ir a casa. Escruto mis ojos, en busca de respuestas. El doctor Flynn dice que los mecanismos de defensa se están aflojando, y que eso significa que por fin podremos avanzar algo. Que necesitamos retirar una a una las capas que me impiden conectar con la persona que soy en realidad.  Mi Blackberry vomita una sarta de mensajes cuando la conecto. Taylor, que sale hacia el aeropuerto y que el avión llega con retraso. Mejor, así me dará tiempo a llegar a casa antes que ella. Y Elena.

* Tu chica ya puede sentirse una pequeña princesa de cuento. De cuento de Prada, pero de cuento. XXX

* Gracias E. Siempre gracias.

Ya en casa llamo a Luke para saber si ha habido novedades de Leila. Aún no han dado con ella pero las noticias son buenas: ha rastreado los movimientos de su tarjeta de crédito y la última compra ha sido en una farmacia, ayer por la noche, así que es probable que se haya hecho con las medicinas que le prescribió el médico. Estoy seguro de que, en cuanto se tranquilice, volverá a casa de Susannah. Pero, ¿y hoy?

- Ni rastro… Está bien… sí.

Anastasia está parada en el vestíbulo, con una minifalda verde, el pelo recogido en una cola de caballo. Un bolso marrón colgando de su hombro. Anastasia está aquí. Despacho a Luke rápidamente.

- Mantenme informado.

Avanzo hacia ella, abriendo paso entre un aire que es mucho más ligero ahora que ella está aquí. Entre nosotros, sólo un sofá. Y varios metros. Me aflojo el nudo de la corbata, y me la quito. Me pesa la ropa, me molesta la americana. Me molesta todo cuando ella está cerca. Me la quito también, y las dejo sobre el respaldo del sofá. Ella no dice nada.

Cuando llego a su altura la estrecho entre mis brazos, lo más fuerte que puedo. Por fin estás aquí, por fin me siento en casa. ¿Por qué te necesito para sentirme en casa? Toda la debilidad que se había apoderado de mí a lo largo del día por fin encuentra una tregua. Los recuerdos dolorosos se disuelven mientras nos besamos, mi lengua impaciente buscando el fondo de su boca, mis manos inquietas soltándole el pelo, las suyas resueltas, hundiéndose en el mío.

Me devuelve el beso sin reparos. Lame mi boca como yo la suya, aprieta sus caderas contra mí, sus pechos me empujan y yo respondo apretándola aún más contra mí, notando una incipiente erección que necesita ser satisfecha. Y por fin, hoy, la ansiedad desaparece.

- ¿Qué te pasa, Christian? –me pregunta separándose de mí lo justo para poder hablar?


A ti no puedo engañarte Anastasia. Cuando me pasa algo, siempre lo sabes.





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