Le devuelvo su pequeño bolso, y la conduzco por el pasillo en silencio hacia mi habitación. Al pasar por delante de la puerta por la que deberíamos acceder a su habitación, noto cómo su mano se tensa dentro de la mía. No, Ana, querida. Dormirás conmigo. Tu sitio está a mi lado. Por un momento siento algo extraño. No sé qué puede ser. Tanto Taylor como los dos guardaespaldas y yo lo hemos revisado todo. Pero hay algo, no lo sé. Un aroma, quizás un rastro de perfume. O quizás, igual que Taylor, me estoy obsesionando. Es imposible. Es absurdo. No tiene ningún sentido.
Abro la puerta de mi habitación y echo, de nuevo, un vistazo antes de entrar. Anastasia parece ya totalmente tranquila, como si hubiera olvidado lo ocurrido. Solo unas profundas ojeras en su cara ligeramente maquillada me recuerdan que no ha sido un día fácil para ella tampoco. Cuando entramos Anastasia se descalza lanzando un suspiro, y se masajea con cansancio las plantas de los pies. Ha aguantado toda la noche con esos enormes tacones, que debían ser igual de molestos que las bolas, y casi igual de sexys. Descalza, ya, deja en mi galán de noche el chal que le cubría los hombros, y vacía el contenido de su pequeño bolso clutch sobre mi cómoda.
- No sé si quieres leerla o no… yo prefiero ignorarlo, directamente. Pero si quieres saber qué dice, aquí la tienes –me dice, alargando en su mano la carta arrugada que Elena le ha dirigido. La cojo, ávido de saber qué mierdas tenía de tan importante la señora Lincoln a Anastasia que ha tenido que hacerlo así. Evitándome. Ignorando mis palabras. Pasando por encima de mis deseos. De mis órdenes. La despliego, y entre las arrugas caigo, claro que sí, es la letra de Elena. Por eso me resultaba familiar la escritura en el sobre. Podría haber caído, aunque nada habría cambiado. La estiro lo suficiente para leer, y me dejo caer en la cama con ella entre las manos.
Anastasia, lamento tener que recurrir a estos medios para dirigirme a ti, pero es evidente que no quieres hablar conmigo. Es posible que te haya juzgado mal, y lo lamento. Pero es evidente que tú también me has juzgado mal a mí. Si alguna vez sientes la curiosidad o la necesidad de llenar los espacios vacíos que hay en tu relación con Christian, por favor, no dudes en llamarme. Estaría encantada de quedar para comer contigo un día. Me ha pedido que no hable contigo, y sin embargo creo que podría ser de alguna ayuda, y me complacería mucho poder echaros una mano. No me entiendas mal, no es que desapruebe vuestra relación. Nada más lejos de la realidad. Lo apruebo, créeme. Pero tengo que confesarte que, si le haces daño alguna vez, no me quedaría quieta. Ya ha sufrido bastante. Mucho más de lo que puedas imaginarte. Llámame (206) 972-6162. Firmado: la señora Robinson.
Cuando termino, Anastasia está a mi lado, releyendo disimuladamente ella también la carta de Elena. Es indignante. Es una vergüenza que se ofrezca para hablar con Anastasia, para llenar los “vacíos de mi vida”? No puede ser, esto tiene que parar… Y no puede traicionar mi confianza así, ni firmar una carta a Anastasia, mofándose, con el apelativo que ella le ha dado. Señora Robinson. Un nombre que, además, le puso única y exclusivamente porque al desconocer esos vacíos de los que habla no sabe que fue ella la que me salvó de ahogarme en ellos. En cualquier caso, éste es el menor de mis problemas ahora mismo: lo principal es saber qué coño está pasando aquí con Leila.
- Deja que te ayude con la cremallera del vestido, nena –le ofrezco a Ana, colocándome detrás de ella para ayudarla-. Tengo que hablar un momento con Taylor.
- ¿Vas a llamar a la policía? ¿Por lo de las ruedas de mi coche? –pregunta soñolienta, sacando por los pies el vestido plateado.
- No, nena –respondo, rozando con la yema de mis dedos su piel blanca, tibia y desnuda-. Leila necesita ayuda psicológica, no una celda en cualquier comisaría de la parte baja de la ciudad. Además, estamos seguros de sobra aquí. A pesar de ello, redoblaremos los esfuerzos. Más hombres, más cámaras, lo que sea necesario. Pero no quiero a la policía por aquí. Acuéstate –ordeno.
Le aparto el pelo de los hombros y se lo recojo detrás, tras la espalda. Se recuesta en la cama, el sujetador aún puesto, el tanga a juego… mataría por quitárselo todo ahora mismo, pero necesito resolver antes lo que sea que haya pasado en el garaje esta tarde. Y tal vez sí, tal vez hablar con Taylor. Después de todo se ha quedado revisando cada rincón de la casa.
Me quito la pajarita que aún me cuelga desatada del cuello y me cambio el traje y la camisa por unos viejos pantalones vaqueros y una camiseta.
- Vuelvo enseguida, Ana –digo en un susurro, pero Anastasia no reacciona-. ¿Ana?
Se ha dormido ya. Después del día que ha tenido… Cubro sus hombros con la sábana y deposito un suave beso en su frente que libero del flequillo rebelde que le cae sobre los hombros.
- Enseguida vuelvo –susurro otra vez, a sabiendas de que no me oye.
Dejo la puerta de la habitación entreabierta sin saber bien por qué, y me dirijo al despacho. Allí están Sawyer y Taylor.
- ¿Los otros dos? –pregunto, sirviéndome una copa y colocándome a su lado, frente a los monitores llenos imágenes en blanco y negro.
- Ahí –responde Sawyer, señalando una de las pantallas, que muestra el hall de entrada del edificio, que ahora mismo cruzan en dirección al garaje.
- Repite la grabación, Sawyer. Ponla desde el principio.
Ambos tienen cara de preocupación. Taylor se ha aflojado la corbata y Sawyer teclea rápidamente códigos en el teclado del ordenador, hablando para sí mismo.
- ¿Qué ha ocurrido? –pregunto, en vista de que nadie me pone al día-. ¿Qué grabación? ¿De qué coño estáis hablando?
- Mire, señor Grey. Creemos que es ella –dice Sawyer dando un último comando en el teclado, y la imagen de una de las pantallas se amplía, dejando ver la planta del garaje donde aparco mi coche.
- No veo nada. ¿Qué se supone que tengo que ver? ¿Queréis decírmelo de una maldita vez?
- Un momento, señor Grey, espere un momento.
Los segundos corren despacio en el contador en la esquina inferior derecha de la pantalla. Una fecha, una hora, un garaje inmóvil. Las 20:03:04. La imagen bien podría haber sido de una foto fija, si no fuera porque el contador no se detiene.
- Es ahora, señor Grey. Dentro de doce segundos.
Abro la puerta de mi habitación y echo, de nuevo, un vistazo antes de entrar. Anastasia parece ya totalmente tranquila, como si hubiera olvidado lo ocurrido. Solo unas profundas ojeras en su cara ligeramente maquillada me recuerdan que no ha sido un día fácil para ella tampoco. Cuando entramos Anastasia se descalza lanzando un suspiro, y se masajea con cansancio las plantas de los pies. Ha aguantado toda la noche con esos enormes tacones, que debían ser igual de molestos que las bolas, y casi igual de sexys. Descalza, ya, deja en mi galán de noche el chal que le cubría los hombros, y vacía el contenido de su pequeño bolso clutch sobre mi cómoda.
- No sé si quieres leerla o no… yo prefiero ignorarlo, directamente. Pero si quieres saber qué dice, aquí la tienes –me dice, alargando en su mano la carta arrugada que Elena le ha dirigido. La cojo, ávido de saber qué mierdas tenía de tan importante la señora Lincoln a Anastasia que ha tenido que hacerlo así. Evitándome. Ignorando mis palabras. Pasando por encima de mis deseos. De mis órdenes. La despliego, y entre las arrugas caigo, claro que sí, es la letra de Elena. Por eso me resultaba familiar la escritura en el sobre. Podría haber caído, aunque nada habría cambiado. La estiro lo suficiente para leer, y me dejo caer en la cama con ella entre las manos.
Anastasia, lamento tener que recurrir a estos medios para dirigirme a ti, pero es evidente que no quieres hablar conmigo. Es posible que te haya juzgado mal, y lo lamento. Pero es evidente que tú también me has juzgado mal a mí. Si alguna vez sientes la curiosidad o la necesidad de llenar los espacios vacíos que hay en tu relación con Christian, por favor, no dudes en llamarme. Estaría encantada de quedar para comer contigo un día. Me ha pedido que no hable contigo, y sin embargo creo que podría ser de alguna ayuda, y me complacería mucho poder echaros una mano. No me entiendas mal, no es que desapruebe vuestra relación. Nada más lejos de la realidad. Lo apruebo, créeme. Pero tengo que confesarte que, si le haces daño alguna vez, no me quedaría quieta. Ya ha sufrido bastante. Mucho más de lo que puedas imaginarte. Llámame (206) 972-6162. Firmado: la señora Robinson.
Cuando termino, Anastasia está a mi lado, releyendo disimuladamente ella también la carta de Elena. Es indignante. Es una vergüenza que se ofrezca para hablar con Anastasia, para llenar los “vacíos de mi vida”? No puede ser, esto tiene que parar… Y no puede traicionar mi confianza así, ni firmar una carta a Anastasia, mofándose, con el apelativo que ella le ha dado. Señora Robinson. Un nombre que, además, le puso única y exclusivamente porque al desconocer esos vacíos de los que habla no sabe que fue ella la que me salvó de ahogarme en ellos. En cualquier caso, éste es el menor de mis problemas ahora mismo: lo principal es saber qué coño está pasando aquí con Leila.
- Deja que te ayude con la cremallera del vestido, nena –le ofrezco a Ana, colocándome detrás de ella para ayudarla-. Tengo que hablar un momento con Taylor.
- ¿Vas a llamar a la policía? ¿Por lo de las ruedas de mi coche? –pregunta soñolienta, sacando por los pies el vestido plateado.
- No, nena –respondo, rozando con la yema de mis dedos su piel blanca, tibia y desnuda-. Leila necesita ayuda psicológica, no una celda en cualquier comisaría de la parte baja de la ciudad. Además, estamos seguros de sobra aquí. A pesar de ello, redoblaremos los esfuerzos. Más hombres, más cámaras, lo que sea necesario. Pero no quiero a la policía por aquí. Acuéstate –ordeno.
Le aparto el pelo de los hombros y se lo recojo detrás, tras la espalda. Se recuesta en la cama, el sujetador aún puesto, el tanga a juego… mataría por quitárselo todo ahora mismo, pero necesito resolver antes lo que sea que haya pasado en el garaje esta tarde. Y tal vez sí, tal vez hablar con Taylor. Después de todo se ha quedado revisando cada rincón de la casa.
Me quito la pajarita que aún me cuelga desatada del cuello y me cambio el traje y la camisa por unos viejos pantalones vaqueros y una camiseta.
- Vuelvo enseguida, Ana –digo en un susurro, pero Anastasia no reacciona-. ¿Ana?
Se ha dormido ya. Después del día que ha tenido… Cubro sus hombros con la sábana y deposito un suave beso en su frente que libero del flequillo rebelde que le cae sobre los hombros.
- Enseguida vuelvo –susurro otra vez, a sabiendas de que no me oye.
Dejo la puerta de la habitación entreabierta sin saber bien por qué, y me dirijo al despacho. Allí están Sawyer y Taylor.
- ¿Los otros dos? –pregunto, sirviéndome una copa y colocándome a su lado, frente a los monitores llenos imágenes en blanco y negro.
- Ahí –responde Sawyer, señalando una de las pantallas, que muestra el hall de entrada del edificio, que ahora mismo cruzan en dirección al garaje.
- Repite la grabación, Sawyer. Ponla desde el principio.
Ambos tienen cara de preocupación. Taylor se ha aflojado la corbata y Sawyer teclea rápidamente códigos en el teclado del ordenador, hablando para sí mismo.
- ¿Qué ha ocurrido? –pregunto, en vista de que nadie me pone al día-. ¿Qué grabación? ¿De qué coño estáis hablando?
- Mire, señor Grey. Creemos que es ella –dice Sawyer dando un último comando en el teclado, y la imagen de una de las pantallas se amplía, dejando ver la planta del garaje donde aparco mi coche.
- No veo nada. ¿Qué se supone que tengo que ver? ¿Queréis decírmelo de una maldita vez?
- Un momento, señor Grey, espere un momento.
Los segundos corren despacio en el contador en la esquina inferior derecha de la pantalla. Una fecha, una hora, un garaje inmóvil. Las 20:03:04. La imagen bien podría haber sido de una foto fija, si no fuera porque el contador no se detiene.
- Es ahora, señor Grey. Dentro de doce segundos.
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