domingo, 9 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 27.13 - ( Fans de Grey )

- Sólo salgo contigo, Anastasia. Pero eso ya lo sabes –y no puedo evitar que la sonrisa que acompaña este pensamiento trasluzca mi cara. Sus ojos enormes, que me observaban fijamente, escrutan la sala con un barrido que abarca todo lo que queda a su vista. Se acerca un poco a mí y, bajando el tono, me pregunta:

- Pero Christian entonces, ¿tú nunca sales por ahí con tus… -se traba, -tus, sumisas?

- De vez en cuando sí, pero no son citas. Las llevo de compras, ya sabes.

Anastasia parece haber enmudecido con mi respuesta. Las señales de su cuerpo han cambiado, como si hubiera, por fin, bajado la guardia, y ese vestido amplio le cayera ahora con más gracia sobre su cuerpo relajado, menos anguloso que antes. Incluso su mirada se ha suavizado.

- Así si que sólo contigo, Anastasia –le repito en un susurro.

Un leve rubor cubre sus mejillas y, azorada, entrelaza los dedos de las manos. Oh nena, qué ganas tengo de que salgamos de aquí de una vez. Terminemos con esta visita. Decido tomar las riendas y empezar a recorrer de una vez la sala para poder abandonarla cuanto antes. Delante de mí, una inmensa fotografía de un paisaje corona el muro frente a la puerta.

- Tu amigo el fotógrafo parece más un paisajista que un fotógrafo de retratos –digo, pensando en lo poco experimentado que parecía cuando vino a hacer la sesión para mí, a la que sólo accedí por volver a ver a Anastasia.- Vamos a echar un vistazo.

Sin esperar su reacción tomo su mano, y avanzamos entre la gente por las salas. Anastasia va muda a mi lado, a pesar de que raro es el visitante con el que nos cruzamos y que no la salude. Portland es, verdaderamente, un pueblucho. De pronto, al doblar una de las paredes de pladur que montan la estructura efímera de la exposición, el rostro de Ana aparece, inmenso, siete veces, colgado de la pared.
El rostro de  Anastasia está colgado en la pared de una galería, en Portland, a la vista de cualquiera. Al alcance de cualquiera. Sin acertar a moverme aprieto aún más la mano de Anastasia entre la mía, en un estúpido ejercicio de posesión. Es imposible, cualquiera podría haber comprado esas fotos, y habérselas llevado a su casa. Miro con atención debajo de las cartelas que llevan el título de las obras –no lo leo desde aquí pero serán algo así como La mujer que nunca podré tener porque soy un pardillo- y con alivio veo que no hay punto rojo a su lado. Aún no se han vendido. Pero tal vez no tarden en hacerlo. Esta sala es, con mucho, la más concurrida de toda la exposición.
La sala que preside Anastasia, riendo, frunciendo el ceño, distraída, intensa, mía. Mía.
Maldito cabrón, ¿con qué derecho? ¿Con qué permiso?Miro atónito a Anastasia, que se ha quedado petrificada a mi lado estudiando sus propios gestos, fáciles de reconocer pese al grandísimo formato y al blanco y negro. Varios visitantes más pululan alrededor del cartel informativo de los precios que cuelga a su lado.

- No voy a ser el único, por lo visto – digo más para mí que para ella. Pero tengo que serlo. Nadie va a llevarse a Anastasia a su salón.

- Disculpa. Ahora mismo vuelvo.

Busco con la mirada a la señorita de pelo corto que nos ha recibido al entrar y la veo, en la entrada, apoyada en el mostrador de recepción. Cuando llego a su altura me sonríe de nuevo, con sus labios muy pintados de rojo, aún desentonando con el ambiente.

- ¿Qué? ¿Le ha gustado nuestro nuevo artista? Estamos muy contentos con él.

- Me lo esperaba… -busco una palabra no ofensiva, aunque me cuesta, -diferente.

- ¿Diferente? Oh, vamos –insiste ella.- José Rodríguez es uno de los talentos emergentes con más potencial que he visto en mucho, muchísimo tiempo. La serie de retratos tiene una fuerza que no había visto desde las series de Thomas Ruff en los años sesenta. Son sencillamente espectaculares.

Acompaña sus palabras con un gesto grandilocuente de las manos, como si quisiera convencerme de lo que dice. Pero eso, justo eso, es en lo único que estoy de acuerdo: no hay nada más en esta exposición que valga la pena.

- Comparto al cien por cien su opinión. Es más –meto la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y saco de la cartera la tarjeta de crédito.- Me gustaría comprarlas.

- Por supuesto, señor … -deja en el aire la pregunta tramposa.

- Grey –respondo.

- Por supuesto, señor Grey. Es usted muy afortunado –dice, mientras pasa por el TPV la tarjeta empezando la operación. –La chica es aún más bonita en persona que en papel. Y eso que las sales de plata le sientan francamente bien.

- Gracias –respondo.

- No sé por qué –sigue ella- había dado por hecho que se trataría de la novia del artista. Tanta naturalidad y tanta cercanía no son habituales en las modelos.

Mi ira va creciendo por momentos. Miro hacia donde se ha quedado Anastasia esperándome, clavada inmóvil en el centro de una sala rodeada por ella misma. La gente gira a su alrededor, mira, comenta. Un chaval con el pelo demasiado largo y de un rubio demasiado falso parece acercarse a ella con un par de copas en la mano.

- ¿Podría darse prisa, por favor? –le pido a la encargada de la galería. –Voy un poco justo de tiempo –digo, mirando el reloj para reforzar mi excusa.

- Claro, señor Grey. ¿Cuál quiere? La serie está numerada del uno al siete, de izquierda a derecha.

- Las siete, por favor.

La galerista me mira incrédula.

- Las siete, he dicho.

- Por supuesto, señor Grey.

Mientras termina con la transacción le deslizo una tarjeta de visita por el mostrador y le pido que me las envíen a Seattle cuanto antes.

- Lo lamento señor Grey pero eso no será posible antes de que desmontemos la exposición.

- ¿Y eso cuándo será? –pregunto, irritado. No tengo ningunas ganas de dejar a Anastasia allí expuesta en la galería.

- No antes de mes que viene, señor Grey.

- Bien, pues tendrán que hacer una excepción. ¿No? Me extrañaría que tuvieran tan buenos clientes por aquí –todo el desdén acumulado sale de golpe, y le arrebato la tarjeta de la mano a la galerista.

–Ha sido un placer hacer negocios con usted.

- Lo mismo digo, señor Grey. Le mantendremos informados de los futuros montajes que vayamos preparando.

- Ni se moleste –respondo ya de camino a apartar al rubio de Anastasia.






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