- No estoy seguro de haber entendido, señor Grey.
- Vamos Flynn, no me venga con éstas. Era lo que quería, y lo consiguió.
- ¿Y cómo se siente? ¿Qué sensación le produce saber lo que quiere, y saber que no está en su mano conseguirlo?
- Lo está, Flynn –respondo, casi ofendido. – Soy Grey, ¿recuerda? Monté mi vida de la nada, monté mi empresa de la nada. He creado un imperio.
- Con todos mis respetos, “señor del imperio Grey”, voy a citar sus propias palabras: no me venga con éstas.
Flynn tiene razón. Esta vez no depende sólo de mí recuperar a Anastasia, aunque es lo que más deseo en el mundo.
- Pues es… inquietante. Frustrante. Así es como se siente. Ésa chica no va a encontrar nada mejor que yo ahí fuera.
- Eso depende –me desafía Flynn.
- ¿Depende? – recojo el guante.
- Sí, Grey, depende. ¿O es que no recuerda cómo terminó vuestro último encuentro? Lo que ella quiere y lo que quiere usted no parecen haber sido las mismas cosas, al menos en las últimas semanas.
En silencio, tumbado en el diván y con la mirada fija en el techo, vuelvo a escuchar la voz de Anastasia, cargada de ira, cargada de odio y de dolor: ¡soluciona tu mierda, Grey!
- Sabe doctor, antes de marcharse Anastasia me dijo: soluciona tu mierda, Grey.
- ¿Y a qué mierda cree que se refería?
- En ese momento no lo pensé. No habría sabido decirle. Pero después… creí que se refería a mis gustos sexuales. A las prácticas en el cuarto de juegos. Ella me había pedido –me cuesta sacar las palabras al revivir un momento que preferiría olvidar para siempre-, me había pedido que le mostrara cuánto podía llegar a doler. Y yo lo hice. Cogí un cinturón de cuero y golpeé sus nalgas tan fuerte como pude.
- ¿Y qué sintió mientras lo hacía?
- Sentí el mismo poder que siento siempre, eso no cambia. Llevar el mando y la voz cantante, establecer un ritmo y dar las órdenes, sabiendo que se cumplirán. Sin embargo, no sentí placer.
- ¿Placer sexual, se refiere? –me pregunta el doctor Flynn.
- Así es. Anastasia estaba allí, recostada sobre el cuero, desnuda de cintura para abajo y yo… yo sólo golpeaba. No había ese crescendo que hay siempre, esa búsqueda del camino del placer, cada vez más intenso. Aquello fue…
- ¿Qué fue, señor Grey?
- Aquello no fue lo que habría tenido que ser.
- ¿Ésa es la mierda a la que se refería Anastasia, quiere decirme?
- Sí, ahora creo que sí. No se refería a que me gustaran determinadas prácticas sexuales, sino a que fuera capaz de golpearla así. No era la primera vez que jugábamos. Habíamos tenido otros encuentros de lo más…
- ¿Placenteros? –interrumpe.- ¿Gratificantes?
- Eso es.
- ¿Era la primera vez que resultaban… mal, los juegos?
- Sí… El resto de las veces habían sido, sencillamente, maravillosos. Y no precisamente convencionales.
En dos segundos cruzaron por mi mente todos los encuentros con Anastasia, desde aquella primera noche en el Heathman, tan lejana ahora…, a la primera vez que mi corbata de seda le inmovilizó las manos, al pequeño azotador que usé cuando escuchábamos a Thomas Tallis…
- Sabe doctor, nunca se ha negado a probar mis juegos. A veces se mostraba reacia, pero… siempre tuve cuidado de hacer que el placer lo inundara todo, para que entendiera cómo funcionaban las cosas. No quería que asociara lo que hacíamos en la cama con ningún tipo de perversiones enfermas, porque no lo son. Y estoy seguro de que he sacado en su cuerpo sensaciones que jamás habría conocido de otra manera.
- Y la otra noche no lo hizo, ¿no es así?
- El otro día… fue sólo dolor, despiadado. Y no, no me gustó –respondo, de la forma más sincera que puedo.- No quiero hacerlo más.
- Tal vez –dice Flynn- debería convencerse a sí mismo de que no es el que siempre ha pensado ser. ¿No cree? Ya no tiene cinco años, ni es el muchacho asustado que adoptaron los Grey. Y tampoco es el adolescente incomprendido, que se defendía de la cercanía de los demás con golpes. Tal vez ya no tenga que defenderse de los demás, señor Grey. Sino aprender a aceptar su cercanía.
Si es la cercanía de Anastasia, la acepto, a cualquier precio, la acepto…
- ¿Cree que podría recuperarla?
- No se trata ni mucho menos de lo que yo crea. Sino de lo que usted sea capaz de hacer. Anastasia no es una amenaza, no está aquí para hacerle daño. Así que no la expulse de su vida.
- Flynn, yo no sé relacionarme. No tengo amigos, salvo por Elena. Tengo compañeros de trabajo, subordinados, tengo familia. ¿Cómo quiere que me relacione con ella?
- Aprendiendo las reglas del juego señor Grey –me responde.- No es tan difícil. Ella lo hizo con usted. Usted quería jugar a sus juegos, y ella aprendió las normas. Es hora de invertir los papeles, ¿no le parece?
Tal vez tenga razón, Flynn. La sesión se termina con el viso de esperanza flotando en el aire, de que si consigo “solucionar mi mierda”, tal vez pueda recuperarla. Y conseguir que no se marche más.
Taylor me espera en la puerta de la consulta, apoyado en el coche.
- ¿Vamos a Portland mañana, señor Grey?
- Sí, Taylor.
- ¿Debo entonces suponer que… ? –pregunta, insolente.
- ¿Desde cuándo haces preguntas Taylor?
- Lo siento, señor Grey, tiene razón –responde, avergonzado.- Por un momento había pensado que…
- ¿Qué? –intento zanjar el tema.
- Nada. Disculpe. Suba, vámonos.
- Eso. Vámonos. Pero quiero pasar por la oficina. Luego te puedes ir, déjame el coche en el garaje.
De un portazo cierro la puerta del Audi y espero a que arranque. Salimos de allí serpenteando entre el tráfico de Seattle, que empieza a intesificarse. En la oficina ultimo los detalles de los contratos con Egipto, que Ros ha dejado preparados esta semana. Por fin está todo a punto de cerrarse, y la ruta de carga hacia Darfur se podrá abrir de nuevo. Las negociaciones con los japoneses han sido exhaustivas, pero finalmente nos han vendido la flota entera, tal y como habíamos planeado. Reviso cada documento, pero Ros es muy eficaz, no falta nada, no sobra una coma. El año pasado nos valió el Premio al Valor Empresarial Simón Bolívar… quién sabe este año lo que podrá traernos.
- ¿Todavía está aquí, señor Grey? –Andrea se asoma detrás de la puerta.
- Sí, estaba revisando el papeleo de Darfur. Todo listo.
- ¿Necesita algo más?
- No, Andrea. Puedes marcharte –miro el reloj mientras se lo digo, y son más de las siete. – Por cierto, Andrea, mañana por la tarde tengo que ir a Portland, no estaré aquí.
Mañana por la tarde voy a ver a Anastasia.
- Vamos Flynn, no me venga con éstas. Era lo que quería, y lo consiguió.
- ¿Y cómo se siente? ¿Qué sensación le produce saber lo que quiere, y saber que no está en su mano conseguirlo?
- Lo está, Flynn –respondo, casi ofendido. – Soy Grey, ¿recuerda? Monté mi vida de la nada, monté mi empresa de la nada. He creado un imperio.
- Con todos mis respetos, “señor del imperio Grey”, voy a citar sus propias palabras: no me venga con éstas.
Flynn tiene razón. Esta vez no depende sólo de mí recuperar a Anastasia, aunque es lo que más deseo en el mundo.
- Pues es… inquietante. Frustrante. Así es como se siente. Ésa chica no va a encontrar nada mejor que yo ahí fuera.
- Eso depende –me desafía Flynn.
- ¿Depende? – recojo el guante.
- Sí, Grey, depende. ¿O es que no recuerda cómo terminó vuestro último encuentro? Lo que ella quiere y lo que quiere usted no parecen haber sido las mismas cosas, al menos en las últimas semanas.
En silencio, tumbado en el diván y con la mirada fija en el techo, vuelvo a escuchar la voz de Anastasia, cargada de ira, cargada de odio y de dolor: ¡soluciona tu mierda, Grey!
- Sabe doctor, antes de marcharse Anastasia me dijo: soluciona tu mierda, Grey.
- ¿Y a qué mierda cree que se refería?
- En ese momento no lo pensé. No habría sabido decirle. Pero después… creí que se refería a mis gustos sexuales. A las prácticas en el cuarto de juegos. Ella me había pedido –me cuesta sacar las palabras al revivir un momento que preferiría olvidar para siempre-, me había pedido que le mostrara cuánto podía llegar a doler. Y yo lo hice. Cogí un cinturón de cuero y golpeé sus nalgas tan fuerte como pude.
- ¿Y qué sintió mientras lo hacía?
- Sentí el mismo poder que siento siempre, eso no cambia. Llevar el mando y la voz cantante, establecer un ritmo y dar las órdenes, sabiendo que se cumplirán. Sin embargo, no sentí placer.
- ¿Placer sexual, se refiere? –me pregunta el doctor Flynn.
- Así es. Anastasia estaba allí, recostada sobre el cuero, desnuda de cintura para abajo y yo… yo sólo golpeaba. No había ese crescendo que hay siempre, esa búsqueda del camino del placer, cada vez más intenso. Aquello fue…
- ¿Qué fue, señor Grey?
- Aquello no fue lo que habría tenido que ser.
- ¿Ésa es la mierda a la que se refería Anastasia, quiere decirme?
- Sí, ahora creo que sí. No se refería a que me gustaran determinadas prácticas sexuales, sino a que fuera capaz de golpearla así. No era la primera vez que jugábamos. Habíamos tenido otros encuentros de lo más…
- ¿Placenteros? –interrumpe.- ¿Gratificantes?
- Eso es.
- ¿Era la primera vez que resultaban… mal, los juegos?
- Sí… El resto de las veces habían sido, sencillamente, maravillosos. Y no precisamente convencionales.
En dos segundos cruzaron por mi mente todos los encuentros con Anastasia, desde aquella primera noche en el Heathman, tan lejana ahora…, a la primera vez que mi corbata de seda le inmovilizó las manos, al pequeño azotador que usé cuando escuchábamos a Thomas Tallis…
- Sabe doctor, nunca se ha negado a probar mis juegos. A veces se mostraba reacia, pero… siempre tuve cuidado de hacer que el placer lo inundara todo, para que entendiera cómo funcionaban las cosas. No quería que asociara lo que hacíamos en la cama con ningún tipo de perversiones enfermas, porque no lo son. Y estoy seguro de que he sacado en su cuerpo sensaciones que jamás habría conocido de otra manera.
- Y la otra noche no lo hizo, ¿no es así?
- El otro día… fue sólo dolor, despiadado. Y no, no me gustó –respondo, de la forma más sincera que puedo.- No quiero hacerlo más.
- Tal vez –dice Flynn- debería convencerse a sí mismo de que no es el que siempre ha pensado ser. ¿No cree? Ya no tiene cinco años, ni es el muchacho asustado que adoptaron los Grey. Y tampoco es el adolescente incomprendido, que se defendía de la cercanía de los demás con golpes. Tal vez ya no tenga que defenderse de los demás, señor Grey. Sino aprender a aceptar su cercanía.
Si es la cercanía de Anastasia, la acepto, a cualquier precio, la acepto…
- ¿Cree que podría recuperarla?
- No se trata ni mucho menos de lo que yo crea. Sino de lo que usted sea capaz de hacer. Anastasia no es una amenaza, no está aquí para hacerle daño. Así que no la expulse de su vida.
- Flynn, yo no sé relacionarme. No tengo amigos, salvo por Elena. Tengo compañeros de trabajo, subordinados, tengo familia. ¿Cómo quiere que me relacione con ella?
- Aprendiendo las reglas del juego señor Grey –me responde.- No es tan difícil. Ella lo hizo con usted. Usted quería jugar a sus juegos, y ella aprendió las normas. Es hora de invertir los papeles, ¿no le parece?
Tal vez tenga razón, Flynn. La sesión se termina con el viso de esperanza flotando en el aire, de que si consigo “solucionar mi mierda”, tal vez pueda recuperarla. Y conseguir que no se marche más.
Taylor me espera en la puerta de la consulta, apoyado en el coche.
- ¿Vamos a Portland mañana, señor Grey?
- Sí, Taylor.
- ¿Debo entonces suponer que… ? –pregunta, insolente.
- ¿Desde cuándo haces preguntas Taylor?
- Lo siento, señor Grey, tiene razón –responde, avergonzado.- Por un momento había pensado que…
- ¿Qué? –intento zanjar el tema.
- Nada. Disculpe. Suba, vámonos.
- Eso. Vámonos. Pero quiero pasar por la oficina. Luego te puedes ir, déjame el coche en el garaje.
De un portazo cierro la puerta del Audi y espero a que arranque. Salimos de allí serpenteando entre el tráfico de Seattle, que empieza a intesificarse. En la oficina ultimo los detalles de los contratos con Egipto, que Ros ha dejado preparados esta semana. Por fin está todo a punto de cerrarse, y la ruta de carga hacia Darfur se podrá abrir de nuevo. Las negociaciones con los japoneses han sido exhaustivas, pero finalmente nos han vendido la flota entera, tal y como habíamos planeado. Reviso cada documento, pero Ros es muy eficaz, no falta nada, no sobra una coma. El año pasado nos valió el Premio al Valor Empresarial Simón Bolívar… quién sabe este año lo que podrá traernos.
- ¿Todavía está aquí, señor Grey? –Andrea se asoma detrás de la puerta.
- Sí, estaba revisando el papeleo de Darfur. Todo listo.
- ¿Necesita algo más?
- No, Andrea. Puedes marcharte –miro el reloj mientras se lo digo, y son más de las siete. – Por cierto, Andrea, mañana por la tarde tengo que ir a Portland, no estaré aquí.
Mañana por la tarde voy a ver a Anastasia.
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