El coche sigue rodando hacia el oeste de Seattle hacia la avenida Aurora con destino al Private Number One Heliport, donde nos espera Charlie Tango. Los minutos pasan en silencio, con nosotros sentados en la parte trasera del Audi, Anastasia calmándose entre mis brazos. Poco después Taylor aminora la marcha, y estaciona junto a la acera. Anastasia levanta unos centímetros la cabeza de mi pecho y mira a través de las ventanillas.
Como me esperaba, vuelve a poner la cara de incredulidad de ¿en serio vas a llevarme a Portland en helicóptero? Ah, sí, eres Christian Grey. Sí nena, soy Christian Grey, y tú vas a volar conmigo.
Taylor sale del coche y se acerca para abrir la puerta de Anastasia. Mientras abro mi propia portezuela para salir yo mismo, la oigo decir:
¿Pañuelo? ¿Qué pañuelo? Taylor sabe que no me gusta que se entrometa en mis asuntos si no se lo pido yo expresamente, pero los acontecimientos de la semana pasada fueron tan extraordinarios que ni siquiera puedo preguntar. Ella lloraría el otro día de camino a su casa, y Taylor le ofrecería, educado, su pañuelo. Eso es todo. A fin de cuentas fui yo el que insistió en que la llevara a su casa, para asegurarme de que llegaba bien. Y, sin embargo, no puedo lanzar una mirada penetrante a mi chofer mientras rodeo el coche para recoger a Anastasia.
De nuevo estrechando la mano de Anastasia, tiro ligeramente de ella para dirigirnos al interior del edificio. Es tan ligera, pienso, y recuerdo de nuevo lo flaca que está. Aprovecho que vamos andando para estudiar mejor lo frágil de su figura tan delgada. Me ocuparé de que, por lo menos, esta noche, cene como es debido.
Llegamos al vestíbulo frente al ascensor sin decir una sola palabra. Pulso el botón y no suelto su mano hasta que las puertas se abren, silenciosas, frente a nosotros. Entonces la miro, y veo sus ojos clavados en mí, con esa fascinación con la que solía mirarme. Por lo visto sigo ejerciendo el efecto Grey. Eso es bueno. Con un gesto de la mano y sin poder evitar sonreír, le indico que pase al ascensor. Ella lo hace, subida en los tacones de esas botas negras que hacen que sus caderas se muevan como las olas del mar. A pesar de estar delgadísima, su cuerpo sería capaz de hechizarme. Podría meter las manos bajo su falda y celebrar un reencuentro aquí mismo. Pero hay que ir a esa estúpida inauguración del estúpido de su amigo pretencioso.
Las puertas se cierran y ahí estamos, frente a frente, muy cerca y muy juntos a pesar de lo amplio de los diez metros cuadrados del ascensor en el que estamos solos. Bajo los ojos hacia su cara, buscando la forma familiar de su boca. Ella me mira también, y sus labios se despegan imperceptiblemente. Creo que a ella también le gustaría que metiera mis manos por debajo de su falda…
Las puertas del ascensor se abren en plena azotea, dejándonos a setenta y seis plantas del suelo, azotados por el viento del atardecer que, a esta altura, es mucho y es frío. Las hélices del helicóptero ya están girando, y el ruido es ensordecedor. Rodeando con mi brazo a Anastasia, nos dirigimos al centro de la pista, en la que ya está Charlie Tango esperándonos, y Stephan ultima los detalles del despegue en su interior. Al vernos baja, y se dirige directo a nosotros.
Aprieto aún más a Anastasia contra mí mientras nos acercamos al helicóptero, y Stephan desaparece dentro del mismo ascensor que nos ha traído aquí arriba. Y sólo sabernos a solas hace que aumenten mis ganas de ella. La ayudo a subir y, una vez dentro, ajusto sus arneses y cinturones, ajustándolas perfectamente a ese delgado cuerpo que conozco tan bien. Ella no me quita los ojos de encima, y sonríe. La tensión del principio se ha disuelto del todo.
Oh, otra vez esta sensación, otra vez Anastasia, preciosa, inmovilizada y sonriente para mí. Con la mano le acaricio las mejillas, y le paso los cascos. Se revuelve un poco en su asiento, pero he ajustado perfectamente las correas. No podría moverse aunque quisiera. Una vez más me asaltan las ganas de poseerla en lugar de ir a Portland. Para evitar tentaciones, me siento en mi asiento y me ajusto los cinturones de seguridad, me pongo los cascos, y procedo a hacer el chequeo previo al despegue, y el ruido por fuera de los cascos aumenta.
- ¿Estás lista, nena? – le digo a Anastasia, a través del micro de los cascos.
- Sí –contesta.
Descuelgo la radio para pedir permiso de despegue a la torre.
Perfecto. Allá vamos
- Ven –le digo, apartándola suavemente de mí. –Ya hemos llegado. El helipuerto está en lo alto de este edificio.
Como me esperaba, vuelve a poner la cara de incredulidad de ¿en serio vas a llevarme a Portland en helicóptero? Ah, sí, eres Christian Grey. Sí nena, soy Christian Grey, y tú vas a volar conmigo.
Taylor sale del coche y se acerca para abrir la puerta de Anastasia. Mientras abro mi propia portezuela para salir yo mismo, la oigo decir:
- Taylor, debería devolverte tu pañuelo…
- No hace falta, señorita Steele –contesta Jason.- Puede quedárselo, con mis mejores deseos.
¿Pañuelo? ¿Qué pañuelo? Taylor sabe que no me gusta que se entrometa en mis asuntos si no se lo pido yo expresamente, pero los acontecimientos de la semana pasada fueron tan extraordinarios que ni siquiera puedo preguntar. Ella lloraría el otro día de camino a su casa, y Taylor le ofrecería, educado, su pañuelo. Eso es todo. A fin de cuentas fui yo el que insistió en que la llevara a su casa, para asegurarme de que llegaba bien. Y, sin embargo, no puedo lanzar una mirada penetrante a mi chofer mientras rodeo el coche para recoger a Anastasia.
- ¿A las nueve en punto, Taylor? –le digo, en lugar de decirle que de qué mierdas están hablando. No me gusta que me dejen de lado.
- Sí, señor. Allí estaré. Les recogeré a las nueve en punto.
De nuevo estrechando la mano de Anastasia, tiro ligeramente de ella para dirigirnos al interior del edificio. Es tan ligera, pienso, y recuerdo de nuevo lo flaca que está. Aprovecho que vamos andando para estudiar mejor lo frágil de su figura tan delgada. Me ocuparé de que, por lo menos, esta noche, cene como es debido.
Llegamos al vestíbulo frente al ascensor sin decir una sola palabra. Pulso el botón y no suelto su mano hasta que las puertas se abren, silenciosas, frente a nosotros. Entonces la miro, y veo sus ojos clavados en mí, con esa fascinación con la que solía mirarme. Por lo visto sigo ejerciendo el efecto Grey. Eso es bueno. Con un gesto de la mano y sin poder evitar sonreír, le indico que pase al ascensor. Ella lo hace, subida en los tacones de esas botas negras que hacen que sus caderas se muevan como las olas del mar. A pesar de estar delgadísima, su cuerpo sería capaz de hechizarme. Podría meter las manos bajo su falda y celebrar un reencuentro aquí mismo. Pero hay que ir a esa estúpida inauguración del estúpido de su amigo pretencioso.
Las puertas se cierran y ahí estamos, frente a frente, muy cerca y muy juntos a pesar de lo amplio de los diez metros cuadrados del ascensor en el que estamos solos. Bajo los ojos hacia su cara, buscando la forma familiar de su boca. Ella me mira también, y sus labios se despegan imperceptiblemente. Creo que a ella también le gustaría que metiera mis manos por debajo de su falda…
- Oh, Dios mío… -dice, como leyéndome el pensamiento.
- A mí me está pasando lo mismo –respondo, sin dejar de mirar en lo más profundo de sus ojos. Casi puedo notar su aliento, el calor de su cuerpo a través de nuestra ropa, encerrados en ese ascensor. Y entonces, lo hace, provocándome aún más.
- Anastasia, por favor, no te muerdas el labio –casi le suplico. Si sigue haciéndolo me voy a ver obligado a pulsar el botón de detenida del ascensor y hacerle el amor aquí mismo, contra estas paredes, sin remedio. – Ya sabes qué efecto tiene sobre mí.
Las puertas del ascensor se abren en plena azotea, dejándonos a setenta y seis plantas del suelo, azotados por el viento del atardecer que, a esta altura, es mucho y es frío. Las hélices del helicóptero ya están girando, y el ruido es ensordecedor. Rodeando con mi brazo a Anastasia, nos dirigimos al centro de la pista, en la que ya está Charlie Tango esperándonos, y Stephan ultima los detalles del despegue en su interior. Al vernos baja, y se dirige directo a nosotros.
- ¡Todo listo para despegar, señor Grey –dice, saludándome con un apretón de manos.- ¡Que tengan un buen viaje!
- ¿Has revisado todo, Stephan?
- Así es señor, está todo a punto.
- ¿Irás a recogerlo a las ocho y media?
- Por supuesto, señor Grey.
- Bien. Taylor está esperándote con el coche en la entrada.
- Muchas gracias señor Grey. Espero que el vuelo a Portland sea agradable. –Hace un gesto de cabeza para dirigirse a Anastasia.- Señora.
Aprieto aún más a Anastasia contra mí mientras nos acercamos al helicóptero, y Stephan desaparece dentro del mismo ascensor que nos ha traído aquí arriba. Y sólo sabernos a solas hace que aumenten mis ganas de ella. La ayudo a subir y, una vez dentro, ajusto sus arneses y cinturones, ajustándolas perfectamente a ese delgado cuerpo que conozco tan bien. Ella no me quita los ojos de encima, y sonríe. La tensión del principio se ha disuelto del todo.
- Estas correas deberían impedir que te movieras del sitio. Y, además… – dejo que mis ojos paseen por las formas que sobresalen atrapadas entre las correas del arnés, que empujan su carne prieta,- he de confesar que me gusta cómo te queda el arnés. Venga, nos vamos y, por favor, no toques nada.
Oh, otra vez esta sensación, otra vez Anastasia, preciosa, inmovilizada y sonriente para mí. Con la mano le acaricio las mejillas, y le paso los cascos. Se revuelve un poco en su asiento, pero he ajustado perfectamente las correas. No podría moverse aunque quisiera. Una vez más me asaltan las ganas de poseerla en lugar de ir a Portland. Para evitar tentaciones, me siento en mi asiento y me ajusto los cinturones de seguridad, me pongo los cascos, y procedo a hacer el chequeo previo al despegue, y el ruido por fuera de los cascos aumenta.
- ¿Estás lista, nena? – le digo a Anastasia, a través del micro de los cascos.
- Sí –contesta.
Descuelgo la radio para pedir permiso de despegue a la torre.
- Atención, torre de control de Sea Tac, aquí Charlie Tango Golf Echo Hotel, listo para despegar hacia Portland vía PDX, solicitando permiso. Corto.
- Roger, torre, Charlie Tango preparado –responde el controlador desde el aeropuerto de Seattle.
Perfecto. Allá vamos
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