sábado, 15 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capitulo 28.4 - ( Fans de Grey )

 Esas fotos que te hizo ese chico… puedo comprender cómo te ve –la Anastasia jovial y sonriente llega a mi mente desde las paredes de la galería de Portland-. Estás tan guapa y se te ve tan relajada… Y no quiero decir con esto que ahora no estés preciosa –estás más que preciosa, eres más que preciosa-, pero te veo aquí sentada y veo tu dolor.  Saber que yo he sido el culpable de ello es duro.

El silencio del coche está lleno de Puccini, aunque a duras penas lo oigo. Es la respiración de Anastasia la que inunda la noche. La respiración de Anastasia, y mi corazón, que bombea la sangre por todo mi cuerpo con más fuerza que nunca. La noto fluir en las palmas de las manos, frías de no tocarla. En las sienes, alimentando la incertidumbre de la espera de la respuesta que no acaba de llegar. Y sigo, sigo sincerándome.

- Anastasia, yo he sido un hombre egoísta, que te deseó desde que apareciste en mi oficina. Tal cual eres: exquisita y sincera, cálida, fuerte, inteligente, seductoramente inocente… no terminaría nunca con la lista. Me has cautivado, y te deseo. Imaginar que te posea otro es como si un cuchillo atravesara mi alma oscura.

- ¿Por qué crees que tienes un alma oscura, Christian? Yo nunca lo diría. Tal vez un alma triste, pero eres un buen hombre. Lo noto: eres bueno y generoso. Y amable, y nunca me has mentido.- Anastasia habla como un tren a punto de descarrilar, como si no midiera las palabras que le salen de la boca; palabras que al fin me dan un poco de consuelo.- Y yo, la verdad es que no lo he intentado realmente en serio.

La distancia que nos separa en la parte trasera del coche es infinita, aunque quiere menguar. Y Anastasia, con el dolor dibujado en el fondo de sus ojos, sigue hablando.

- El sábado pasado sufrí un shock tremendo. Algo así como si sonara una alarma para despertarme. Entonces me di cuenta de que tú habías sido siempre condescendiente conmigo, y de que no podría ser nunca la persona que tú querías que fuera. Después de marcharme de tu apartamento comprendí, aunque ya era tarde, que el daño que me habías hecho no era tan malo como el dolor que me estaba suponiendo comprender que te había perdido. Christian, yo quiero complacerte, pero es tan duro…

Las lágrimas asoman por sus ojos, a punto de rebosar.

- Anastasia, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? Tú me complaces siempre.

- Pero yo… Nunca sé lo que estás pensando. A veces te cierras herméticamente, como una fortaleza inexpugnable en el centro de una isla. Me siento intimidada, y me callo, prefiero callarme, porque nunca sé de qué humor vas a estar. Christian, tú pasas del negro al blanco, y de vuelta al negro en milésimas de segundo. ¿Sabes cuánto me confunde eso? Y además… -se coge una mano con la otra, y las aprieta, veo sus nudillos tornándose blancos bajo la presión-, no me dejas que te toque, y yo necesito desesperadamente demostrarte cuánto te quiero.

Suspira, hondo, y un haz de luz ilumina por un momento su cara, que parece detenerse. Toma aire, y yo no sé qué responder. Mi alma es oscura, pero ella es tan bondadosa que no lo concibe, no puede imaginar el calvario por el que he pasado, y que ha marcado por completo mi vida, con el fuego en el lomo de una res. Y entonces, suelta sus manos. Suelta el cinturón de seguridad, y como un ángel salvador se acerca a mí, colocándose en mi regazo. Entonces me agarra la cara con las dos manos, envolviéndolas en su suave piel, su suave aroma.

- Christian Grey, te quiero. Tú estás dispuesto a hacer todas estas cosas por mí, y soy yo la que no lo merece. Lo único que siento de verdad es no poder hacer por ti todas las cosas que tú quieres. No puedo, ahora… pero tal vez, con el tiempo… Sí, Christian. La respuesta es sí. Acepto tu proposición. Dime dónde tengo que firmar.

El peso de su cuerpo sobre el mío me hunde ligeramente en el cuero del asiento, haciendo que sienta una vez que ella y yo somos uno. Y escucharlo de sus labios, a sólo unos centímetros de los míos… Es mía. Anastasia es mía.

- Oh, Anastasia…

La estrecho tan fuerte como puedo entre mis brazos, atrayendo su cuerpo al mío hasta que nos cuesta respirar. Su pelo cae al lado de mi cara, acompañando con su caricia el abrazo que me regala. Se acurruca en mi pecho, apoyando la cabeza en mi hombro, relajada, por fin.
Quiero todo, Anastasia. Quiero hacerte feliz, quiero estar ahí para ti. Lo necesito. Sólo queda un límite que tratar, el último bache, que espero que no sea determinante.

- Anastasia, hay algo más… Que me toques es uno de los límites infranqueables para mí –le dijo bajito, todo lo bajito que la corta distancia que hay entre mi boca y su oído me permite.

- Lo sé –responde-, y me gustaría saber por qué.

Busco con mi mano la suya para agarrarme, como si el contacto con ella me devolviera la confianza que necesito para hablar de mi terrible infancia. Ella acepta mis dedos, y los acaricia, uno a uno, esperando pacientemente mi respuesta.

- Mi infancia fue terrible. Uno de los chulos de mi madre, de la puta adicta al crack…

¡Nooooo, deja al niño! ¡Christian, cielo, vete a tu cuarto! ¡Aaaaaaahhhhh! ¡No, maldito cabrón! Mamá chilla casi desnuda, tropezando y cayendo sobre la moqueta sucia del salón. Yo intento abrirme paso entre las botellas del suelo para llegar detrás del sofá verde, y esconderme. ¡Déjale, maldito cabrón! ¡Pégame a mí! ¡No le hagas más daño al niño! El hombre alto pisa fuerte sobre el suelo, y agarra a mamá del brazo, apartándola de mí. Quita, sucia puta. Eres mierda, igual que la mierda de tu hijo bastardo. Mamá cae al suelo, su cabeza golpea fuerte, klakkk, y se queda en silencio. Un hilo de saliva le cae de la boca. Mamá, ayúdame, mamá. El hombre llega hasta donde estoy y da una patada a la silla que me oculta a duras penas. Lleva un cigarrillo en la boca, y lo coge con la mano. Te vas a enterar, llorica.

- Lo siento Anastasia, no puedo recordarlo.

Anastasia recupera la vertical y me mira directo a los ojos, su inmensa mirada azul saliéndosele con terror de las órbitas.

- ¿Te pegó, tu madre? ¿Te maltrataba?

- No, no que yo recuerde –respondo-, simplemente no se ocupaba de mí. Al revés, era yo el que tenía que cuidar de ella. Y al final, cuando consiguió matarse, pasaron cuatro días hasta que nos encontraron allí. De eso sí me acuerdo.








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