¿Nada malo? Me pregunto si este es el mejor momento para contarle a Anastasia que he investigado a Jack Hyde, que he investigado la SIP, y que la empresa promete pero hace aguas. Los informes que recopilaron decían que era la más rentable de las cuatro grandes editoriales, pero que corría el riesgo de no pasar de la próxima campaña. La mala gestión y el momento difícil por el que están pasando las ventas de libros hacían prever un estancamiento a medio plazo, si no se tomaban medidas.
Jack Hyde no era la persona idónea para dirigirla. Hacía falta alguien con una visión fresca, con ideas nuevas, y energías renovadas. ¿Anastasia? Tal vez. En cualquier caso comprar la SIP era la mejor manera de tener bajo control al gilipollas de su jefe, y saber que en cualquier momento podría cortar el grifo, y largarlo de allí. En cuanto se pasara de la raya. Y algo me dice que la está pasando ya. Pero no puedo decírselo así a Anastasia, porque no lo entendería. Y pensaría sólo que es uno de mis movimientos de “obseso del control”.
- Si hace cualquier intento o acercamiento, Ana, prométeme que me lo dirás. Eso tiene un nombre: conducta inmoral grave. O acoso sexual.
- Vamos Christian, sólo ha sido una copa después del trabajo.
- Anastasia, te lo digo muy en serio. Si hace un solo movimiento en falso, Jack Hyde acabará en la calle.
- Tú no tienes poder para eso –me dice-. ¿O sí? Dime, Christian, ¿lo tienes?
- Espera, espera… Vas a comprar la empresa –dice en un murmullo, como si al no articular las palabras fuera menos posible que fuesen verdad.
- No, no exactamente –respondo, satisfecho.
- Ya la has comprado. La SIP. Eres el dueño de la SIP –se aleja aún más de mí cuando lo dice.
- Es posible –digo.
- ¿Cómo que es posible, Christian? ¿La has comprado o no la has comprado? –su voz empieza a crisparse.
- Sí, Anastasia, la he comprado.
- ¡¿Por qué?! –su voz ya es un grito, de incredulidad, de alucine, de miedo.
- Porque puedo, Anastasia –digo, y podría añadir que porque ese depravado está intentando llevarte al huerto y no estoy dispuesto. Y tú podrías haberlo evitado, podrías haberte venido a trabajar para mí y nada de esto habría sucedido-. Necesito que estés a salvo.
- ¡Pero me dijiste que no ibas a interferir en mi carrera profesional, Christian!
- Y no lo voy a hacer, descuida.
- Christian….
- Ana, ¿estás enfadada conmigo?
- ¡Sí! –responde como un resorte-, claro que estoy enfadada contigo. ¿Cómo no voy a estarlo? Dime qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en la persona que se esté follando en ese momento.
Cuando el coche se detiene delante del edificio de ladrillo al que se ha mudado, Anastasia abre la puerta y prácticamente salta fuera en movimiento. Salgo detrás de ella, y calibrando las posibilidades de poder dormir con ella esta noche, le digo a Taylor:
- Creo que lo mejor será que me esperes aquí, no tardaré.
- Ana… -me mira, roja de ira, conteniendo la respiración…-. Ana, mira, lo primero, hace bastante tiempo que no te follo. Mucho tiempo, a mi parecer. Demasiado. Y segundo, yo ya quería entrar en el negocio editorial. Y de las cuatro editoriales serias que hay en Seattle SIP es la más rentable. Justo ahora, además, está pasando por un mal momento económico, y está a punto de estancarse. Necesita diversificarse, y yo puedo hacer que así sea.
- Así que ahora mi jefe eres tú –dice, con sarcasmo.
- Bueno técnicamente no. Soy el jefe de tu jefe, nada más.
- Y –replica con sorna – técnicamente esto es, ¿cómo habías dicho? Ah, sí, conducta inmoral grave: el hecho de que yo me esté tirando al jefe de mi jefe.
- Para ser más exactos –respondo a su sarcasmo con más sarcasmo-, técnicamente estás discutiendo con el jefe de tu jefe.
- ¡Pero es porque es un auténtico gilipollas! –estalla toda su rabia, al fin. Está bien, Anastasia, desahógate. Ya entenderás que lo he hecho por tu bien.
- ¿Un gilipollas?
- Sí –responde, sosteniendo el insulto con la mirada clavada en mis ojos.
- ¿Un gilipollas? –no doy crédito a lo que estoy oyendo, y no puedo disimular una sonrisa.
- Oh, vamos –dice, apartando la mirada, y esbozando una sonrisa-. ¡No me hagas reír cuando estoy enfadada!
- El que esté aquí plantada sonriendo como una estúpida cuando en realidad no quiero no implica que no esté cabreadísima contigo.
- Señorita Steele, es usted imprevisible, como siempre.
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