Seattle se encoge bajo nuestros pies, y lejos queda también el ruido que atronaba en la azotea donde se encontraba el helipuerto. Estamos otra vez, solos en el aire, Anastasia Steele y yo. Mis recuerdos saltan a Georgia, a aquella mañana en la que juntos perseguimos en el planeador el amanecer. El planeador… el regalo de Anastasia cuando se fue, una punzada de dolor, un recordatorio de que, esta vez, tengo que hacerlo bien.
- ¿Te acuerdas de cuando fuimos a perseguir el amanecer, Anastasia? –me giro para ver su reacción, y sus ojos se iluminan. Ella también lo recuerda.- Ahora perseguiremos el atardecer. Además –prosigo,- esta vez se ven muchas más cosas de las que vimos la última vez que volamos sobre Seattle.
Según lo digo miro abajo, a nuestro alrededor. Las manzanas de la ciudad aparecen perfectamente cuadradas, sucediéndose ordenadas. A un lado, el monte Olympus a un lado, el mar al otro, los casi trescientos metros del Columbia Center parecen pocos cuando lo sobrevolamos, y Charlie Tango sigue ascendiendo.
- Por ahí está el Escala –digo, señalando la torre en la que está mi hogar. – Y por allí Boeing. Y por allí aparecerá en cualquier momento la Space Needle.
- ¡Nunca he subido allí! –dice.
- Yo te llevaré. Hay un restaurante estupendo en lo más alto, a ciento sesenta metros, el City Sky.
- Pero Christian, lo hemos dejado –me dice. E intentando encajar el golpe, y sin rendirme, respondo con autoridad.
- Lo sé, pero puedo llevarte a comer allí y alimentarte.
Baja los ojos de nuevo al paisaje, rendida. Así me gusta, Anastasia. No me hagas la guerra.
- Esto es precioso visto des de aquí. Muchas gracias –dice.
- Sí, es impresionante, ¿verdad? –le respondo.
- Lo impresionante es que puedas hacer esto –añade, haciendo un gesto con las palmas de las manos hacia arriba, como abarcando todo el helicóptero y todo el mundo bajo nuestros pies.
- ¿Es eso un halago por su parte, señorita Steele? Tampoco me extrañaría, puesto que soy un hombre con muy diversos talentos.
Me gusta recuperar el juego entre nosotros.
- Soy muy consciente de ello, señor Grey.
Sonreímos los dos, mucho más relajados. No me parece mala idea tampoco tener una conversación natural. Así tendré la ocasión de preguntarle por su nuevo trabajo y su jefe, el tipejo que estaba acompañándola a la calle cuando he ido a recogerla.
- Oye, Anastasia, ¿qué tal te va en el nuevo trabajo? – sí, una buena forma de introducir el tema sin sonar interesado.
- Muy bien, gracias. Es… interesante –responde.
- ¿Y tu jefe? ¿Cómo es? –pregunto sin más dilación.
- Eh, bueno, está… bien.
Noto un claro titubeo en su voz. Anastasia no puede engañarme y, además, yo también le he visto y, claramente, hay algo turbio en él.
- Anastasia, ¿qué pasa? –mi tono se vuelve grave.
- Aparte de lo obvio no pasa nada –espeta, pero yo no entiendo.
- ¿Lo obvio?
- Ay, Christian –deja salir con un suspiro,- eres muy obtuso algunas veces.
- ¿Yo? ¿Obtuso? –otra vez la Anastasia deslenguada. –Tengo la sensación de que no me gusta que utilice ese tono conmigo, señorita Steele.
- Mira, déjalo. Es mejor que lo olvidemos.
Intenta fingir que está ofendida pero no puede, media sonrisa delata que en realidad se está divirtiendo. Siempre le ha gustado ponerme contra las cuerdas.
- He echado mucho de menos esa lengua viperina, señorita Steele.
Pero ella me da la callado por respuesta, y deja que su mirada se pierda en la puesta de sol, que amenaza sin culminarse al oeste.
Cuando llegamos a Portland el sol está terminando de esconderse en la línea del horizonte. El cielo está teñido de colores que se reflejan en una armonía perfecta en el vestido morado de Anastasia. Al final, pese a haber adelgazado mucho, parece que su elección ha sido perfecta. El Downtown heliport está casi a la vista cuando me comunico con la torre de control para pedir permiso para aproximarme. Suavemente descendemos en vertical hasta posarnos sobre el edificio de ladrillo en el que está la pista. Apago el motor, suelto mis cinturones y me inclino sobre Anastasia para soltar los suyos.
- ¿Ha tenido un vuelo agradable, señorita Steele? –pregunto mirándola a los ojos.
- Sí señor Grey, muchas gracias –responde cortés.
- Bueno, pues entonces –digo, con un tono burlón que me delata seguro, pero no me importa, -vamos a ver las fotos del chico.
Tomándola de la mano la ayudo a bajar de Charlie Tango. Con los ojos barro la azotea del edificio buscando a Joe, hasta que le veo aparecer.
- Joe, vigílalo para Stephan –le digo, estrechándole la mano.- Vendrá a buscarlo hacia las ocho y media o las nueve.
- Descuide señor Grey –responde.- Lo vigilaré. Señora –se vuelve hacia Anastasia con un gesto de cabeza.- El coche les está esperando abajo, pero tendrán que ir por las escaleras, el ascensor está estropeado.
- Muchas gracias Joe –respondo, pensando que casi mejor, porque otro ascensor más con Anastasia y la inauguración no íbamos a llegar.
Nos dirigimos a la embocadura de las escaleras a paso tan rápido que por un momento temo que Anastasia no vaya a conseguir llegar abajo con esas botas.
- Con esos tacones tienes mucha suerte de que solamente haya tres pisos hasta la calle, Anastasia.
- ¿Es que no te gustan mis botas? –me pregunta, con gesto incrédulo. A estas alturas debería saber que soy más de sandalia de tacón fino que de bota de cuero alto, pero no pienso estropear esta noche haciéndole sugerencias de estilo.
- Me encantan Anastasia, pero no lo digo por eso –vuelvo a mirar la altura de sus tacones y le ofrezco mi brazo para que se apoye.- Ven, bajaremos despacio. No me gustaría que te cayeras y te rompieras la crisma.
Con todo lo que ha adelgazado podría muy fácilmente romperse un hueso, y no estoy dispuesto. Así que poco a poco, y del brazo, llegamos hasta la calle, donde nos espera un coche negro. El chofer nos saluda y nos abre la puerta. Ha anochecido en Portland, y las luces del interior de los comercios y de las farolas brillan con especial fuerza sobre la ciudad casi oscura. La ciudad en la que vivía Anastasia, las calles que recorrí pensando en ella, buscando la ferretería en la que trabajaba, el mismo helipuerto del que salimos con destino a Seattle hace tan solo tres semanas…
Me giro hacia ella, que me mira con gesto muy serio también.
- Christian, José es solamente un amigo –me dice con un hilo de voz.
Maldito José, siempre entrometiéndose. Pero no es sólo José lo que me preocupa ahora. Anastasia me mira con sus grandes y tristes ojos, suplicándome… ¿el qué? Si hace unos minutos en el helicóptero me ha dicho que lo habíamos dejado y que por eso no podía llevarla al Space Needle. Y, sin embargo, estamos aquí. Quiero que coma. Quiero que desaparezco José. Quiero que vuelva a mi lado. Pero, ¿por dónde empezar?
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