Sí, sé que quiere que la bese. Me lo está pidiendo a gritos con todo su cuerpo. Sus pies, cada vez más ligeros en el suelo, listos para guiar sus piernas hasta las mías. Sus caderas que buscan las mías, acercándose peligrosamente a mi entrepierna. Sus pezones se marcan a través de la tela de la blusa, cuyo escote promete un paraíso abrasador que conozco bien. Sus labios, que no dejan de humedecer una lengua juguetona. Sus ojos, fijos en mí, las pupilas completamente dilatadas, las pestañas jugando a hacer caídas a las que ningún hombre se podría resistir. Sus mejillas, sonrosadas por el deseo. No necesito que me conteste y, aún así, lo hace. Ha entrado en el juego.
- Sí –dice, en un intento de hablar y con la voz quebrada por la ansiedad.
- ¿Y dónde quieres que te bese? –continúo yo, en voz baja, sin dejar de mirarla, sin dejar de imaginar todos los lugares en los que querría besarla.
- En todas partes –su voz suena a súplica. Ahora ya sí.
- No es suficiente, Anastasia. Vas a tener que ser un poco más específica, querida -quiero que me lo diga. Me pone frenéticamente cachondo escuchar cómo me pide tócame, bésame, cómeme, sin remilgos-. Ya te he dicho que no voy a tocarte hasta que me supliques y me digas exactamente qué es lo que quieres que haga.
- Por favor, Christian –su voz vuelve a intentar salir sin éxito.
- ¿Qué, Anastasia? ¿Por favor, qué? ¿Qué tengo que hacer?
- Tócame…
- Dime dónde, nena. Dime dónde.
De pronto, alarga una mano que se acerca a mí, y la magia del juego se rompe.
- No –digo-, no.
- ¿Qué? –responde ella, desconcertada, tratando de recuperar el momento perdido.
- No, Anastasia.
No, no puedo dejar que me toque. Levanto las manos de la encimera y me alejo un par de pasos, levantando las manos en señal de capitulación.
- Pero, ¿nada de nada? –insiste ella, avanzando hacia mí.
- Ana, ecúchame…
¿Escúchame? ¿Y ahora qué Christian? ¿Cómo le explicas esto, si no lo entiendes ni tú? ¿Cómo decirle que el hecho de pensar en unas manos rozando tu piel hace que pierdas el momentum?
- A veces no te importa, Christian. Tal vez debería ir a por un rotulador y trazar un mapa de las zonas prohibidas.
- No es mala idea –contesto, pensando que realmente no es mala idea. Dónde se puede tocar, y hasta dónde. Un mapa cuyas fronteras podamos ir redibujando a medida que yo me sienta preparado para dejarme tocar por ella-. ¿Dónde está tu habitación? –digo, mirando a mi alrededor un par de puertas cerradas, imaginando cuál de ellas esconderá su universo secreto, que está a punto de revelárseme.
Hace un gesto con la cabeza señalando la puerta a nuestra izquierda. Todos los instintos animales que llevo dentro se desatan desembocando en lo que siempre ha sido mi mecanismo de defensa cuando me siento acorralado: follar. Utilizar mi cuerpo intacto para poseer otro cuerpo. El de Anastasia. Quiero poseerla en este momento y sacudirme el mal sabor de boca de tener que colocar los límites que mi cuerpo tolera. Volver a llevar las cosas al terreno en el que me sé manejar.
- ¿Has seguido tomándote la píldora, Ana?
- No… -murmura.
Joder, es incorregible. Sólo tiene que recordar una cosa al día, una, es sencilla. Una pastilla a la misma hora del día cada día. Tan sencillo como respirar, como comer. Pero ella no come, así que no puedo culparla por esto.
- Ya veo… En fin, ven, comamos algo.
- ¿Qué? –casi chilla- ¡Creía que íbamos a acostarnos Christian, no quiero comer! Yo quiero que nos acostemos…
- Lo sé nena, lo sé –digo, mientras me acerco hacia ella y la sujeto por las manos, manteniendo vivo su deseo con la cercanía de mi cuerpo. La estrecho entre mis brazos-. Pero tú tienes que comer, un bocadillo a medio día nada más no es suficiente. Y yo también tengo que comer. Además, la expectación siempre es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.
- Yo ya he sido seducida –dice suplicante. Lo sé, conozco el efecto que provoco en ella, me manejo bien en este juego-, y quiero mi gratificación ahora. Estoy dispuesta a suplicarte, puedo empezar ahora mismo a suplicarte, Christian, por favor…
- Tienes que comer Anastasia, estás demasiado flaca. –Beso su frente y me separo de ella de nuevo.
- Sigo enfadada contigo porque has comprado la SIP, y además ahora estoy enfadada porque me haces esperar –lloriquea Anastasia, que se rendirá porque no le queda más remedio, pero quejosa.
- Oh, la damita está enfadada –digo, con mofa-. Después de comer te sentirás mejor.
Anastasia capta el guiño en mi tono de voz, y adivina el cómo haré que sienta mejor después de comer.
- Ya lo sé, sé que me sentiré mucho mejor –ladea la cabeza dejando caer la cascada de su pelo y sus pestañas a la vez, provocadora.
- ¡Anastasia! ¡Estoy escandalizado!
- Oh, vamos, deja de burlarte de mí, Christian. No estás jugando limpio.
Me encanta este tira y afloja. Saber que nos deseamos y prolongar la espera. Saber que con cada minuto que pasemos ahora, sin tocarnos, el placer será mayor cuando nuestros cuerpos se unan y culminemos juntos. Y, rendida a jugar con mis reglas, Anastasia capitula.
- Mmm… podría cocinar algo para cenar, pero me temo que tendríamos que ir antes a comprar.
- ¿A comprar? –no sé a estas alturas por qué me sorprende que Anastasia siga viviendo al límite de la evolución humana: sin comida en casa.
- Sí, a comprar comida para hacer la cena.
- ¿Comida? ¿No tienes comida? –sabía que estaba en lo cierto.
Anastasia niega con un gesto de la cabeza por toda respuesta. ¿Cómo puede ser que no sepa cuidar de sí misma? Ni comida, tiene.
- Bien –digo, tomándola de la mano-. Vamos a la compra.
Tendría que haberlo pensado, ¿cómo no me di cuenta? Me digo, mientras caminamos por la calle de Anastasia en dirección al supermercado. Tenía monitoreados sus e mails, sabía cuándo entraba y salía de cosas, con quién, con qué ropa. Pero no pensé que tal vez podría haberme ocupado de llenar una nevera que iba a estar tan vacía como la nevera de mi infancia.
Hay un QFC Quality Food Center al doblar la esquina. No sé lo que es pero Anastasia se dirige allí con paso decidido y un neón rosa anuncia Deli abierto 24 horas, así que no tengo problemas. Una vez dentro Anastasia avanza con paso firme y decidido entre los pasillos llenos de estantes de cosas demasiado coloridas, demasiado chillonas. Yo la sigo dócilmente, con la cesta en la que va echando cosas. A veces intento descubrir qué va a hacer con ellas. A veces simplemente le miro el culo, que se contonea con seguridad tres pasos por delante de mí. Sus manos rápidas obedecen a un cerebro que parece estar actuando mecánicamente. Levanta los brazos para coger un paquete de algo de lo alto de un estante, y la curva de sus pechos se me presenta deliciosa… ¿Por qué quise comer? Quiero follármela, aquí, si es necesario en el suelo del pasillo del supermercado.
- Sí –dice, en un intento de hablar y con la voz quebrada por la ansiedad.
- ¿Y dónde quieres que te bese? –continúo yo, en voz baja, sin dejar de mirarla, sin dejar de imaginar todos los lugares en los que querría besarla.
- En todas partes –su voz suena a súplica. Ahora ya sí.
- No es suficiente, Anastasia. Vas a tener que ser un poco más específica, querida -quiero que me lo diga. Me pone frenéticamente cachondo escuchar cómo me pide tócame, bésame, cómeme, sin remilgos-. Ya te he dicho que no voy a tocarte hasta que me supliques y me digas exactamente qué es lo que quieres que haga.
- Por favor, Christian –su voz vuelve a intentar salir sin éxito.
- ¿Qué, Anastasia? ¿Por favor, qué? ¿Qué tengo que hacer?
- Tócame…
- Dime dónde, nena. Dime dónde.
De pronto, alarga una mano que se acerca a mí, y la magia del juego se rompe.
- No –digo-, no.
- ¿Qué? –responde ella, desconcertada, tratando de recuperar el momento perdido.
- No, Anastasia.
No, no puedo dejar que me toque. Levanto las manos de la encimera y me alejo un par de pasos, levantando las manos en señal de capitulación.
- Pero, ¿nada de nada? –insiste ella, avanzando hacia mí.
- Ana, ecúchame…
¿Escúchame? ¿Y ahora qué Christian? ¿Cómo le explicas esto, si no lo entiendes ni tú? ¿Cómo decirle que el hecho de pensar en unas manos rozando tu piel hace que pierdas el momentum?
- A veces no te importa, Christian. Tal vez debería ir a por un rotulador y trazar un mapa de las zonas prohibidas.
- No es mala idea –contesto, pensando que realmente no es mala idea. Dónde se puede tocar, y hasta dónde. Un mapa cuyas fronteras podamos ir redibujando a medida que yo me sienta preparado para dejarme tocar por ella-. ¿Dónde está tu habitación? –digo, mirando a mi alrededor un par de puertas cerradas, imaginando cuál de ellas esconderá su universo secreto, que está a punto de revelárseme.
Hace un gesto con la cabeza señalando la puerta a nuestra izquierda. Todos los instintos animales que llevo dentro se desatan desembocando en lo que siempre ha sido mi mecanismo de defensa cuando me siento acorralado: follar. Utilizar mi cuerpo intacto para poseer otro cuerpo. El de Anastasia. Quiero poseerla en este momento y sacudirme el mal sabor de boca de tener que colocar los límites que mi cuerpo tolera. Volver a llevar las cosas al terreno en el que me sé manejar.
- ¿Has seguido tomándote la píldora, Ana?
- No… -murmura.
Joder, es incorregible. Sólo tiene que recordar una cosa al día, una, es sencilla. Una pastilla a la misma hora del día cada día. Tan sencillo como respirar, como comer. Pero ella no come, así que no puedo culparla por esto.
- Ya veo… En fin, ven, comamos algo.
- ¿Qué? –casi chilla- ¡Creía que íbamos a acostarnos Christian, no quiero comer! Yo quiero que nos acostemos…
- Lo sé nena, lo sé –digo, mientras me acerco hacia ella y la sujeto por las manos, manteniendo vivo su deseo con la cercanía de mi cuerpo. La estrecho entre mis brazos-. Pero tú tienes que comer, un bocadillo a medio día nada más no es suficiente. Y yo también tengo que comer. Además, la expectación siempre es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.
- Yo ya he sido seducida –dice suplicante. Lo sé, conozco el efecto que provoco en ella, me manejo bien en este juego-, y quiero mi gratificación ahora. Estoy dispuesta a suplicarte, puedo empezar ahora mismo a suplicarte, Christian, por favor…
- Tienes que comer Anastasia, estás demasiado flaca. –Beso su frente y me separo de ella de nuevo.
- Sigo enfadada contigo porque has comprado la SIP, y además ahora estoy enfadada porque me haces esperar –lloriquea Anastasia, que se rendirá porque no le queda más remedio, pero quejosa.
- Oh, la damita está enfadada –digo, con mofa-. Después de comer te sentirás mejor.
Anastasia capta el guiño en mi tono de voz, y adivina el cómo haré que sienta mejor después de comer.
- Ya lo sé, sé que me sentiré mucho mejor –ladea la cabeza dejando caer la cascada de su pelo y sus pestañas a la vez, provocadora.
- ¡Anastasia! ¡Estoy escandalizado!
- Oh, vamos, deja de burlarte de mí, Christian. No estás jugando limpio.
Me encanta este tira y afloja. Saber que nos deseamos y prolongar la espera. Saber que con cada minuto que pasemos ahora, sin tocarnos, el placer será mayor cuando nuestros cuerpos se unan y culminemos juntos. Y, rendida a jugar con mis reglas, Anastasia capitula.
- Mmm… podría cocinar algo para cenar, pero me temo que tendríamos que ir antes a comprar.
- ¿A comprar? –no sé a estas alturas por qué me sorprende que Anastasia siga viviendo al límite de la evolución humana: sin comida en casa.
- Sí, a comprar comida para hacer la cena.
- ¿Comida? ¿No tienes comida? –sabía que estaba en lo cierto.
Anastasia niega con un gesto de la cabeza por toda respuesta. ¿Cómo puede ser que no sepa cuidar de sí misma? Ni comida, tiene.
- Bien –digo, tomándola de la mano-. Vamos a la compra.
Tendría que haberlo pensado, ¿cómo no me di cuenta? Me digo, mientras caminamos por la calle de Anastasia en dirección al supermercado. Tenía monitoreados sus e mails, sabía cuándo entraba y salía de cosas, con quién, con qué ropa. Pero no pensé que tal vez podría haberme ocupado de llenar una nevera que iba a estar tan vacía como la nevera de mi infancia.
Hay un QFC Quality Food Center al doblar la esquina. No sé lo que es pero Anastasia se dirige allí con paso decidido y un neón rosa anuncia Deli abierto 24 horas, así que no tengo problemas. Una vez dentro Anastasia avanza con paso firme y decidido entre los pasillos llenos de estantes de cosas demasiado coloridas, demasiado chillonas. Yo la sigo dócilmente, con la cesta en la que va echando cosas. A veces intento descubrir qué va a hacer con ellas. A veces simplemente le miro el culo, que se contonea con seguridad tres pasos por delante de mí. Sus manos rápidas obedecen a un cerebro que parece estar actuando mecánicamente. Levanta los brazos para coger un paquete de algo de lo alto de un estante, y la curva de sus pechos se me presenta deliciosa… ¿Por qué quise comer? Quiero follármela, aquí, si es necesario en el suelo del pasillo del supermercado.
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