domingo, 30 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.2 - ( Fans de Grey )

Me doy cuenta de lo poco que sé de la vida anterior de Anastasia. La de ahora es fácil, sólo tengo que activar mis mecanismos de rastreo, mover los hilos justos y, desde el sillón de mi despacho, saber todo lo que ocurre. Así supe dónde vivía, con quién, cuánto dinero tenía, y quiénes eran los imbéciles con los que trabajaba. También así fui capaz de comprar la empresa en la que acababa de entrar sin hacer nada más que un par de llamadas. Pero remontarme a unos años atrás, eso no puedo hacerlo sin ella. O no lo había pensado, simplemente.

- Pero entonces, ¿no te fuiste a vivir con tu madre a Texas? –le pregunto, intrigado.

- Solamente una temporada. Mi madre y él, Steve, vivieron un periodo tormentoso. Mi madre, de hecho, no habla nunca de él.

- ¿No os llevabais bien?

- Ni siquiera se llevaban bien entre ellos. Pero no, Steve y yo nunca nos entendimos. Además, yo echaba mucho de menos a Ray.

- ¿Y qué ocurrió? ¿Te fuiste? –pregunto, sin dejar de comer.

- Sí, me fui. Volví a Washington. Mi madre y Steve sólo duraron casados unos meses más. Por lo visto al final mi madre recuperó la cordura.

Anastasia apura los fideos de su bol con los ojos fijos en el fondo de la porcelana blanca. Sabía que tenía una relación muy especial con Ray, su padrastro. Lo sabía desde día en el que apareció para celebrar su graduación. Pero no sabía todo esto.

- Parece que hubieras tenido que cuidar de Ray –digo, adivinando en cariño en el silencio que había seguido a la confesión de que abandonó a su madre natural para irse con su padrastro.

- Sí, supongo que cuidé de él.

- Se nota que estás acostumbrada a cuidar de la gente –hago un repaso mental de la forma tan tierna que tiene de dedicarse a sus amigos, a su familia, a mí…

- ¿Te parece mal? –pregunta, sorprendida.

- En absoluto. Es sólo que yo quiero cuidarte a ti.

Ana deja el plato de porcelana blanca sobre la alfombra, y me mira con gesto grave.

- Ya lo haces, Christian. Pero tienes una forma muy extraña de cuidarme.

- No sé hacerlo de otro modo, Anastasia.

- Sigo enfadada contigo todavía. No deberías haber comprado la editorial para la que trabajo. Estoy segura de que SIP habría sobrevivido sin ti.

Su mirada se endurece al volver a tratar el espinoso tema de su trabajo.

- Lo sé, Ana, pero no podía dejar de hacerlo sólo porque tú fueras a enfadarte conmigo.

- ¿Y qué se supone que les tengo que decir a mis compañeros el lunes? ¿A mi jefe, a Jack?

Jack, ese bastardo cabrón, ese idiota que está llevando la empresa a la ruina y, lo que es peor, ese presuntuoso que quiere llevarse a mi chica…

- A Jack más le valdría tener cuidado con lo que hace –digo, mi tono endurecido también ahora.

- ¡Chrisitan! –levanta la voz- ¡Ese cabrón es mi jefe! Mide las palabras, por favor.

¿Por qué no lo entiende? ¿Por qué no ve lo que es evidente? Y lo que es peor, ¿por qué no se fía de mí? Podría tolerar que no lo viera por sí misma, al fin y al cabo es joven y muy inocente, pero debería creerme cuando se lo digo.

- Pues no les digas nada.

- ¿Cómo que no les diga nada?

- Que no les digas que ahora yo soy el propietario de SIP –echo cuentas mentalmente, firmamos ayer, y tardará aún un mes en hacerse efectivo el traspaso de las acciones-. Ayer firmamos el principio del acuerdo para que Grey Enterprises Holdings asuma el control de los activos de SIP. Pero la noticia no se hará pública hasta dentro de cuatro semanas, cuando el negocio se cierre del todo. Durante ese tiempo, no lo dudes, habrá algunos cambios en la directiva de la editorial.

- ¿Cómo? –pregunta- ¿Voy a quedarme sin trabajo?

- Oh vamos –respondo, con una sonrisa, pensando que de verdad no ha entendido nada-. Sinceramente, lo dudo mucho, pequeña.

- Ya… Y, si me marcho y encuentro un nuevo trabajo, ¿irás detrás de mí corriendo, para comprar también la empresa que me contrate?

Sé que no me lo pregunta en serio, pero la pregunta se merece una respuesta seria. Y sí, creo que sí lo haría. Haría cualquier cosa por mantener a Anastasia segura, a salvo de moscones, a salvo de negocios fraudulentos. Ella no sabe nada de este mundo, y yo lo sé todo. Y le acabo de decir que quiero cuidar de ella, de la única manera que sé.

- ¿Por qué lo dices? ¿No estarás pensando en irte? Hace sólo un par de semanas estabas encantada con la oportunidad laboral que te ofrecía SIP, tanto que osaste renunciar a un trabajo en mi empresa.

- Pues sí, ahora que lo dices, y ahora que la empresa es tuya, puede que esté barajando la opción de irme. Así que, viendo que no me has dejado otra opción, por favor, contéstame. ¿Comprarías también esa empresa?

- Sí, Anastasia, compraría también esa empresa –digo, lanzando al aire un brindis por esa sabia decisión.

- ¿Y no te da la sensación de que estás siendo demasiado protector? –pregunta, rechazando con un gesto mi brindis al aire.

- Es posible. Puede que lo parezca.

- Oh, dios, que alguien llame al doctor Flynn… -murmura.

Esperando a ver si tiene algún otro comentario impertinente que añadir, dejo mi bol en el suelo también, junto al suyo. Espero paciente el siguiente round, sin estar seguro de que lo vaya a haber. Pero Anastasia se levanta y recoge los platos, anunciando una tregua. Seria aún, pregunta:

- ¿Quieres tomar algo de postre?

- ¿Postre? ¡Por supuesto! –al levantarse la bata ha vuelto a dejar al descubierto más piel de la que soy capaz de ver sin excitarme.

- Yo no –dice ella, refunfuñando-. Aunque… tenemos helado. De vainilla.

- ¿Helado de vainilla? ¿Lo dices en serio? –su tono se ha suavizado tanto que me permito bromear-. Creo que podríamos hacer algo con él…

Me levanto de un salto del suelo, mis pies descalzos en la mullida alfombra persa, que ha dejado de tener todas las connotaciones negativas de hace un rato para convertirse en el pasto sobre el que hemos tenido una buena conversación, con un buen picnic, que promete un final explosivo.

- Ana, ¿puedo quedarme?

- ¿A qué te refieres? –me pregunta, sin entender.

- A dormir. Quiero quedarme a dormir contigo toda la noche.

- Ah, yo… -el rojo vuelve a escalar a sus mejillas-, lo había dado por hecho.

- Fantástico. ¿Dónde está el helado?

- Está en el horno –dice, mordiéndose el labio de nuevo.

- La expresión más baja de la inteligencia es precisamente el sarcasmo, señorita Steele –digo-. Y todavía podría tumbarte en mis rodillas.






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