viernes, 28 de agosto de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 29.10 - (Fans de Grey ) - ADULTOS EXCLUSIVAMENTE

- Sé lo que estás haciendo, Anastasia.

- Sí, se llama cocinar –dice, riendo, mientras se coloca a mi lado para seguir troceando verdura. Sus pies tocan los míos. Su codo toca el mío. El olor de su pelo lo inunda todo. La tensión sexual también. Enciende el fuego y el aceite empieza a chispear.

- Lo haces bastante bien –me dice, irónica. Tal vez no haya nadie tan lento en cortar un pimiento.

Pero tampoco hay nadie tan preciso. Y puedo llegar a ser muy preciso. Anastasia y sus orgasmos múltiples lo saben. Y sé que es a esto a lo que se refiere, pero me encanta entrar en su juego.

- ¿Picar verdura? Es sólo cuestión de práctica.

Anastasia deja en la encimera el cuchillo y se gira para dejar el bol con los trozos de pollo al lado del wok. Y su culo toca, literalmente el mío. Y se detiene una décima de segundo. Y se regodea.

- Si vuelves a hacer eso, te follaré en el suelo de la cocina, Anastasia –digo, sin dejar de picar el pimiento.

- Primero tendrás que suplicarme –me dice colocándose de puntillas sobre mí, su aliento en mi cuello, sus pechos en mi espalda.

- ¿Me está usted desafiando, señorita Steele?

- Es posible, señor Grey –contenta retrocediento un par de pasos, y noto en mi espalda la falta de sus pezones endurecidos.  Dejo el cuchillo, dejo lo que quedaba por picar del pimiento, me seco las manos con un trapo, y me giro hacia ella. Así lo ha querido. Y así lo quiero yo. Estoy a punto de explotar de deseo, tengo que follármela ya. Apago el fuego.

- Creo que podemos comer después. Toma –le alcanzo el bol con los dados de pollo-, guarda esto en la nevera.  Con pretendida normalidad coge el pollo y lo guarda en la nevera. Pero la conozco bien, y el rubor de sus mejillas es de lo más revelador.

- ¿Vas a suplicarme, Christian?

- No –respondo colocándome a su lado, sabiendo que esta vez ningún juego va a retrasar más el momento de entrar dentro de ella-. Nada de súplicas.

Mis manos van decididas a sus caderas, agarrándolas firmemente. Cojo su poco peso y la atraigo hacia mí, hasta que su pecho vuelve a hundirse en el mío, hasta que el calor de mi entrepierna encuentra refugio en el contacto con su cuerpo. Ana me coge la cabeza, y responde a mi beso con fogosidad, metiendo su lengua en mi boca, ansiosa, hasta que por fin encuentra la mía. La apoyo contra la nevera, necesito más presión de mi cuerpo sobre el suyo, necesito sentirla cerca. Y ella se deja hacer.

- ¿Qué es lo que quieres, Anastasia? –pregunto en medio de un jadeo, sin apartar su boca de la mía.
 
- A ti, Christian. A ti –gime ella.

- ¿Dónde?

- En la cama.

Lamo una vez más sus labios y me aparto para tomarla en brazos e ir hasta su habitación. Empujo la puerta con el pie, estaba abierta. Entramos. Entra un poco de luz de la calle permitiéndome ver dónde está la cama, y haciendo un pequeño pasillo entre las cajas apiladas y el cabecero metálico, la deposito en el suelo. Busco en la penumbra la mesilla de noche, y enciendo una lamparita que me deja ver el resto de la estancia. Corro la cortina de una gran ventana demasiado cerca del edificio de enfrente. Pero a mis ojos les cuesta prestar atención a nada que no sea exclusivamente ella.

- ¿Y ahora qué? –susurro en su oído.

- Hazme el amor, Chrisitan.

- ¿Cómo Ana? ¿Cómo quieres que te lo haga?

Anastasia me besa en silencio, no contesta.

- Tienes que decírmelo, nena.

- Desnúdame –empieza ella.

- Buena chica –respondo yo, recorriendo con una mano la línea que va de su mandíbula a su escote y, con dedos ágiles, soltando los botones que ocultan su pecho.
A través de los cristales de las ventanas sube el murmullo callado de una noche que empieza a dormir. Algún rumor de coche lejano, voces apagadas… En medio de ese silencio sólo quedamos nosotros, nuestra respiración, el crujido leve de la seda de la camisa de Anastasia cayendo hacia abajo, desde sus hombros. La quietud acentúa mis sentidos, alerta. Sigo con la yema de los dedos la caída de la tela, frenándome al llegar a la cinturilla del pantalón, y me inclino hasta que queda a la altura de mi cara. Desabrocho el botón de sus vaqueros, abro la cremallera, regodeándome en cada segundo que pasa y su cuerpo empieza a liberarse de la ropa que lo cubre.

- Dime qué quieres, Anastasia.

La miro desde abajo, la curva de sus pechos tapándome parcialmente la visión de su cara, enmarcada en la cascada de pelo moreno que le cae sobre los hombros.

- Quiero que me beses desde aquí, hasta aquí –responde trazando una línea en su cuello.

Obediente, retiro su pelo. Abro la boca para rozar con mi lengua la base de su cuello, y lo sigo hasta el lóbulo de la oreja, donde deposito un suave mordisco. Su olor, lejos de nublar mis sentidos, los agudiza.

- Ahora los vaqueros. Y las bragas –susurra, antes de darme tiempo a pedir más instrucciones.

Sin despegar las manos de su piel, las bajo abiertas hasta su cintura, pasando por las axilas, por la tela suave del sujetador, por sus caderas. Meto los pulgares por debajo de las bragas y tiro suave pero firmemente de toda la ropa que le queda hacia abajo. Su sexo se presenta majestuoso ante mí, puedo sentir el calor que emana, el olor de la excitación… La ayudo a quitarse los zapatos para sacar los pantalones por sus pies y se queda así, casi desnuda, delante de mí que sumiso la miro desde el suelo.

- ¿Y ahora?

- Bésame –me dice.

- ¿Dónde quieres que te bese?

- Oh, Christian, ya lo sabes –se queja, y se toca entre las piernas.

Dudo entre presionar un poco más y forzarla a que me diga que le bese el sexo, pero la tentación me puede. El gesto ha sido suficiente. Y mis ganas de comerla son imparables ya.

- Encantado, señorita Steele.

Con ambas manos separo un poco sus piernas, la cara interna de sus muslos, dejando a la vista el hueco entre ellos. Anastasia me agarra el pelo, empujando mi cara contra ella. Respiro hondo su olor, separo los labios, y empiezo lamiendo sus ingles, mientras allano el camino hacia su clítoris con los dedos, anticipando el sentido de mi lengua. Ella gime, respira hondo, los músculos de su vientre se tensan. Noto los fluidos de su cuerpo resbalar por mis dedos mientras me acerco a su vagina y empuja involuntariamente con las caderas para obligarme a entrar, como si me mostrara el camino. A punto de llegar donde ella quiere que llegue, abro aún más con las dos manos sus labios, dejando su clítoris ante mí, y lo lamo, desde la base hasta arriba. Mis dedos aún jugando con su vagina, sin llegar a entrar. Siento como ella se revuelve al notar mi lengua jugando con él, endureciéndose cada vez más, hinchándose.






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