martes, 30 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.10 ( Fans de Grey )

 Llovía a mares y corrí a refugiarme en una galería de arte. Había una exposición de artistas emergentes y el movimiento de críticos y cazatalentos era un bullir incesante. Cámaras de televisión, micrófonos, flashes a diestro y siniestro. Habían dividido la nave central de la galería en pequeños cubículos con falsas paredes de pladur que separaban el espacio reservado a un artista del siguiente.

Más o menos en el centro de la nave la organización había improvisado un bar de estilo rústico, con cajas de madera y palets que contrastaban con lo elegantes que iban los tres camareros que apenas daban abasto, moviéndose entre la gente con la facilidad de una anguila en el agua.

- ¿Un vino, caballero? –me ofreció gentilmente uno de ellos.

- Gracias, con mucho gusto.

Cogí mi copa y caminé hacia el fondo de la galería, donde el bullicio era mucho menor. Las obras de arte que estaban expuestas no eran del todo de mi agrado, el arte contemporáneo y yo nos llevamos bien sólo en contadas ocasiones pero de pronto algo llamó mi atención. Encajado al final de la galería había un cubículo con una luz mucho más cuidada que los demás. Del centro colgaba una lámpara hecha de cantos de río, pequeños cristales de colores de los que arrastra la corriente hasta una poza, en la que se quedan. Me acerqué para ver mejor el efecto de la luz a través de los cristales coloreados. El resto de las obras eran igual de curiosas que la lámpara. Recuerdo un ciervo con una capa de superhéroe, pintado con estilo de cómic, enmarcado en letras recortadas de una revista, y reproducciones de publicidad vintage. De alguna manera el conjunto respiraba personalidad y me atrapó. Sentada en una silla de tijera había una muchacha morena, delgada, con el flequillo cayéndole sobre la mitad de la cara y ocultando un rostro que leía una novela barata.

Indiferente a mi presencia, pasaba las hojas con calma, absorta en la lectura, y me dediqué a observarla. La línea de su mandíbula era en sí una obra de arte, que continuaba cuello abajo hasta un escote del que asomaba lencería de color burdeos. Descruzó para volver a cruzar las piernas y me regaló el arranque de un liguero, unas medias con costura, unos pies que reposaban sobre un bloque de madera para no pisar el suelo. ¿Descalza? Miré alrededor hasta que descubrí unos irresistibles Louboutin bajo la silla.

Busqué el nombre del artista en la cartela de la obra con el ciervo para poder entablar conversación con aquella mujer, con aquellos pechos y aquellas piernas. L. Williams, decía.

- Disculpe señorita, ¿es usted la representante del artista? –le pregunté.

- Ehm… no exactamente. Soy la artista –se levantó de la silla y me ofreció la mano. –Leila, Leila Williams.

- Christian Grey, encantado de conocerla.

Era tan guapa como cabía imaginar, debajo de la cascada de pelo moreno que le cubría los ojos cuando estaba sentada. Hablamos de arte, de su obra, del precio, de que ya estaba vendida y que sentía mucho no poder vendérmela a mí. La tarde siguió avanzando y con la noche llegó la hora de cerrar la galería. Nos fuimos, a la carrera bajo la lluvia, hasta una enoteca que había cerca y en la que me conocían. Cenamos salami y ensalada de zanahoria, y Leila me parecía de lo más irresistible. Tan creativa y con una carrera prometedora, tan tímida a la vez.

Una miga de pan me cayó sobre la solapa de la chaqueta. Leila me miró directamente a los ojos, bebió un sorbo de vino y acercó la mano para retirarla. Me aparté tan bruscamente que ella también retrocedió.

- Disculpe señor Grey, me había parecido entender… creí que… -no acertaba a arrancar. –Es igual, lo siento. Tal vez debería irme.

Empujó con gracia la silla hacia atrás con las piernas y se levantó. Era muy alta, aún más subida en los tacones de suela roja. Era irresistible. Llevaba un vestido de tubo color perla, de una seda salvaje que crujía cuando la tela rozaba consigo misma. Aunque llegaba a la altura de las rodillas una provocadora abertura en el muslo permitía ver el liguero que me avanzó potenciales placeres en la galería, y que invitaba a subir la mano por ella, hacia las profundidades de aquel cuerpo…

Violentamente agarré su mano por la muñeca cuando se estaba girando para recoger el abrigo, que colgaba de un perchero sobre nuestra mesa.

- Espera –ordené. La señorita Williams se volvió hacia mí.

- No te vayas –volví a ordenar.

- Yo creía que… Estoy confundida, señor Grey. ¿Qué quiere de mí? Primero parece que le intereso, luego me rechaza y ahora… ¿me pide que me quede?

- No te lo pido, te lo estoy ordenando –mi mano rodeaba firme su muñeca. – Siéntate.

- Me hace daño, señor Grey –se quejó, tratando de zafarse.

- Lo sé. Quiero hacerlo –repliqué sin aflojar la presión.

- Me parece que ya lo voy entendiendo señor Grey –se sentó, obediente.

- Así me gusta, Leila –consentí un cumplido. El juego había empezado. –Podemos jugar, si quieres, claro.

Leila bajó los ojos al plato antes de contestar. Juntó las rodillas y las puntas de los pies en actitud infantil, se mojó los labios.

- Sí, Amo.

Dejó el abrigo sobre el respaldo de la silla y se sentó, apenas en el borde, como lista para salir en cualquier momento. Pedimos la cuenta y salimos de aquel local con destino a mi casa. Taylor estaba esperándonos en la puerta del restaurante, con un paraguas abierto para guarecernos de la lluvia en los pocos metros que nos separaban del coche.

- Gracias, Taylor. Vamos al Escala.

- Perfecto, señor Grey.

Leila subió a mi lado en el coche, y se sentó, silenciosa. Miraba a su alrededor sin sorpresa, como si estuviera acostumbrada al lujo que me rodeaba. A juzgar por su aspecto y su ropa era una chica con dinero, también. O por lo menos parecía provenir de una familia que lo tenía. Una chica rica con gustos peligrosos siempre es irresistible.

Puse mi mano en su rodilla y busqué con los dedos la abertura del vestido. Las medias de seda eran un placer para el tacto, y las seguí hacia arriba, hasta dar con el liguero. Solté las presillas y tiré de él hacia abajo, desenrollando la media hasta la rodilla. Leila abrió más las piernas, para hacerle sitio a mi mano, invitándola a subir. Con el meñique palpé sus bragas, que ya estaban húmedas. Dejó escapar un suspiro, y basculó la cadera hacia delante para ofrecerse a mí aún más.

- No Leila, aún no –le dije. –Hay algunos detalles que tenemos que pulir antes.

- Voy a ser muy obediente –me dijo.

- No se trata de eso –mis dedos seguían jugando por debajo de las bragas, su piel era suave, perfectamente depilada.

- Por favor –gimió, clavando uno de sus tacones en el asiento delantero.

- ¡Cállate!





domingo, 28 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.9 ( Fans de Grey )

El viaje hasta el aeropuerto se me hace insoportable, y eterno. Luke no responde, Gail tampoco ha vuelto a llamar y no hay noticias del hospital. El calor empieza a ser agobiante y la humedad me pega la ropa al cuerpo, incluso dentro del coche. Si no fuera porque Anastasia se queda aquí, estaría feliz de irme del apestoso sur. No se me ha perdido absolutamente nada aquí.

El avión nos está esperando listo en la pista de despegue. Taylor estaciona y le entrega las llaves del coche a un mozo que carga ya nuestras maletas en la entrada de la terminal privada, y llegamos caminando a las escalerillas.

- Buenos días señor Grey, señor Taylor.

- Buenos días. ¿Podemos salir ya?

- En seguida. Siéntense y abróchense los cinturones. Estamos esperando la señal de la torre de control y despegaremos. No hay mucho tráfico esta mañana, en breve estaremos en marcha.

Taylor toma asiento en la parte delantera del avión, como siempre, mirando hacia la cabina del piloto y yo, en la parte de detrás, en un asiento frente a una pequeña mesita.

- Cabin crew please prepare for departure. Arm all doors and cross check –ordena una voz a través de la megafonía.

- Allá vamos. Cabina asegurada –responde la azafata que cierra la puerta del avión y se sienta también. Coge el intercomunicador que hay en la pared, al lado del transportín sobre el que va, y responde a la cabina del piloto:

- Doors armed. Cabin crew ready for departure.

El aparato termina de arrancar y con un pequeño tirón se pone en movimiento. Despacio avanza para coger su posición al principio de la pista de despegue.

- Entrando en pista para despegue. Espero que tengan un buen vuelo.

El comandante da las últimas indicaciones y el sonido de los motores es cada vez más intenso. La velocidad me empuja contra el asiento a medida que nos acercamos a los casi doscientos cincuenta kilómetros por hora, que es nuestra velocidad de despegue. Es el segundo avión que cojo esta mañana, y éste es en circunstancias mucho menos agradables que el primero.
Una vez en la altura de crucero, la azafata que nos acompaña se acerca.

- Ya estamos rumbo a Seattle, señor. La duración estimada del vuelo es de cinco horas y diez minutos, pero llevamos el viento de cola, así que es posible que tardemos menos. Además, el cielo estará limpio y despejado durante todo el trayecto. ¿Desea tomar algo, señor Grey?

- De momento no, muchas gracias –intento leer su nombre en la placa que le cuelga de la solapa de la chaqueta- Evelyn. Voy a intentar descansar un poco. Y necesito hacer una llamada a este número – busco en mi cartera la tarjeta de visita del doctor Flynn, y se la entrego-. Avíseme cuando consiga establecer la llamada. Esta mañana parecen bastante ocupados.

- En seguida, señor Grey.

Savannah se desdibuja bajo nuestros pies. Igual que esta mañana, hemos despegado en dirección este y dentro de poco el piloto girará ciento ochenta grados para poner rumbo a la costa oeste. Rápidamente la ciudad desaparece entre las nubes, igual que Leila había desaparecido de mi vida, hacía ya tres años.

-¿Señor Grey? Su llamada.

- Gracias Evelyn. Evelyn me acerca un teléfono y respondo.

- Christian Grey al habla.

- Buenos días señor Grey. Le paso con el doctor Flynn.

- Gracias.

El himno a la alegría suena  mientras espero a que el doctor responda a mi llamada. Es insoportable, y me pone todavía de peor humor.

- Señor Grey, buenos días.

- Buenos días doctor Flynn.

- ¿Se encuentra bien? –me pregunta.

- Sí, no es por mí. Llamaba para pedirle un favor.

- Claro, dígame.

- Se trata de una amiga –respondo.

- Señor Grey, lo siento mucho pero ya sabe que no puedo atender como paciente a nadie que esté o haya estado directamente relacionado con usted. Va en contra de la ética profesional.

- Lo sé, lo sé pero, ¿no podría hacer la vista gorda?

- Me temo que no –el doctor suena tajante.

- Verá, es un caso excepcional. Ni quiero exactamente que la trate, sino una opinión profesional.

- Bueno, en ese caso, podemos hacer una excepción.

- Gracias, doctor Flynn. Se lo agradezco mucho.

- Cuénteme de qué se trata –le escucho acomodarse al otro lado de la línea.

- Se trata de una mujer con la que tuve relaciones hace tres años. Una relación contractual.

- ¿Una empleada?

- No, no se trata de ese tipo de contrato.

- ¿Una sumisa? –me pregunta sin rodeos.

- Exactamente. Una sumisa –respondo.

- Siga.

- Nuestra relación terminó hace tres años después de una discusión un poco violenta. La mujer, la señorita Williams, quería mantener conmigo una relación sentimental más allá de la que teníamos y yo no. Así que conoció a otra persona, se enamoró, y dejamos de vernos. Poco después se casó con ese hombre, y no había vuelto a saber nada de ella hasta hoy.

- ¿Debo entender que se ha puesto en contacto con usted?

- No exactamente. Digamos que, más bien, ha irrumpido en mi casa.

- ¿Sin anunciarse?

- No sólo sin anunciarse, sino como una ladrona. No sabemos aún cómo se las ha ingeniado para entrar –la rabia tensa mi mandíbula y por un momento me cuesta seguir hablando.

- ¿Y le ha dicho qué quería? –continúa el terapeuta.

- No, yo no estaba allí. Gail, mi ama de llaves, la ha encontrado en mi dormitorio, sentada en la cama. Había revuelto mis cosas y cogido un bote de pastillas para dormir. Tenía una cuchilla de afeitar en la mano, y amenazaba con cortarse las venas.

- ¿Lo ha hecho?

- Parece que ha sido sólo un corte superficial. Los paramédicos parecían más preocupados por las píldoras que por el corte de la mano. Iban a hacerle un lavado de estómago para saber cuántas había tomado. El caso es que…

- ¿Sí, señor Grey? –me anima a continuar.

- El caso es que preguntaba continuamente ¿por qué, por qué? Mucho me temo que ese por qué iba dirigido a mí, aunque yo no estuviera –expuse mi teoría.

- ¿A qué se refiere?

- A que cuando ella y yo dejamos de vernos yo no estaba dispuesto a tener una relación amorosa con alguien y ahora, la tengo.

- Señor Grey, creo que tenemos mucho de lo que hablar.

- Así es, pero no es el momento. La cuestión es que la señorita Williams, Leila, está ingresada ahora mismo en el Seattle Northwest Hospital, y me gustaría que pasara por allí a echarle un vistazo. Me quedaría mucho más tranquilo si alguien de confianza hablara con ella.

- Claro, no es problema. El jefe del servicio de psiquiatría es amigo mío. Le llamaré y me pasaré por su consulta en cuanto pueda.

- Muchísimas gracias doctor. Estoy volando desde Georgia hacia Seattle. En cuanto aterrice iré directo al hospital.

- Nos veremos allí entonces.

Me descubro con la mano apretada alrededor del teléfono, pensando en Leila, en cómo llegó a mi vida, a mi cuarto rojo.






En la piel de Grey - Capítulo 24.8 ( Fans de Grey )

- ¿Puedo hacer algo por usted antes de marcharnos, señor? ¿Necesita ayuda con el equipaje?

Esta noche tenía una cita con Anastasia y su madre, y no voy a poder ir. Nada me duele más que tener que romper un compromiso así, pero no hay más remedio.

- No, gracias, apenas he traído dos cosas. Necesito que te ocupes de otro asunto. Esta noche iba a cenar con la señorita Steele y la señora Adams, y lamento profundamente faltar a mi cita. Así que consigue dos ramos de flores, las más bonitas, las más exóticas para enviárselas, a modo de disculpa.
- ¿Rosas, señor?

- No… orquídeas blancas.

Taylor me miró boquiabierto.

- ¿Cómo dice? Señor, creo que no necesito recordarle que estamos en Savannah.

- No Taylor, no necesitas recordármelo –miré a mi alrededor haciendo un gesto de resignación con las manos. Lo que parece que sí necesito recordarte yo a ti es que soy Christian Grey y que si quiero orquídeas, aunque sea en la Luna, las consigo.

- Por supuesto, señor Grey.

- Bien. Ocúpate de la cuenta del hotel también. Yo tengo que cancelar un compromiso que tenía con un agente inmobiliario pero en quince minutos estaré listo para salir. Recógeme en la entrada Taylor, y no te retrases. No podemos perder el slot para salir.

- ¿Dónde quiere que envíe las flores, señor Grey?

- A casa de la señora Adams. La dirección está en el GPS del coche, la última que marque esta mañana. Toma, llévate ya mi maleta.

- De acuerdo. ¿Me llevo también el maletín?

- No, ya lo haré yo, gracias. Y, Taylor, no te preocupes por Gail. Es una mujer fuerte, y ya ha pasado todo. Los médicos se han llevado a la señorita Williams.

- Sí pero, estaba sola. Ha tenido que pasar un miedo terrible. No me perdono no haber estado con ella.
- Ahora mismo voy a llamar a Sawyer para ver qué cojones ha pasado con la seguridad en el Escala. Esto es inaudito, que alguien haya podido colarse así… De todos modos en unas horas estaremos de vuelta Taylor. Eres un buen hombre.

- Gracias, señor Grey.

Taylor sale por la puerta arrastrando mi trolley de viaje, y solamente su gesto extremadamente solemne delataba su preocupación. Pero para alguien que no le conociera Jason Taylor era completamente inescrutable.

Saco mi blackberry y marco el número de Anastasia de memoria, a pesar de que jamás la llamo, pero comunica. El reloj de la pequeña pantalla indica que son las 10:48 horas, faltan sólo doce minutos para mi cita con el agente inmobiliario a la que, evidentemente, no voy a acudir.

De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2001, 10:49h
Para: Andrea Morgan
Asunto: inesperada vuelta a Seattle

Buenos días Andrea,
Esta mañana ha ocurrido algo de lo más inesperado que me obliga a volver repentinamente a la ciudad. Acabo de enterarme ahora mismo y estaba a punto de salir para mi cita con el agente inmobiliario pero me es imposible ir. Salgo para el aeropuerto en este mismo instante.
Llámale y dile que nos haga llegar su oferta por correo, y la estudiaremos.

Muchas gracias.

Christian Grey, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2001, 10:53h
Para: Luke Sawyer
Asunto: ¿qué pasa con los sistemas de seguridad en el Escala?

Sawyer, supongo que ya te habrás enterado pero, por si no lo sabías todavía, resulta que Leila Williams se ha colado esta mañana en mi apartamento en el Escala y la señora Jones se la ha encontrado cuchilla en mano intentando matarse sentada en mi cama. ¿Se puede saber qué coño ha pasado?
Gail no sabe a qué hora ha entrado exactamente y ella no ha salido del edificio, así que es imposible que se haya colado mientras no había nadie. Por algún sitio ha tenido que entrar y de alguien tiene que ser culpa.
Quiero que se revisen de inmediato las grabaciones de todas las cámaras del edificio y que esta misma tarde el responsable de seguridad se reúna contigo para comprobar las entradas al apartamento.
Esto no se puede repetir. ¿Me has entendido? NO SE PUEDE REPETIR.
Christian Grey, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Cierro el ordenador portátil y lo meto en el maletín, recojo lo poco de equipaje que Taylor no se ha llevado ya y salgo. En el ascensor busco el número del doctor Flynn, y marco.

- ¿A qué piso va? – pregunta el botones.

- Al lobby, por favor.

En la consulta del doctor tampoco cogen el teléfono. ¿Qué coño pasa hoy con los teléfonos? ¿Es que nadie puede responder a la primera? Taylor me está esperando ya, con la puerta abierta.

- ¿Quiere conducir señor Grey?

- No Taylor, llévalo tú. No estoy de humor y probablemente acabaría corriendo más de la cuenta. De todos modos, ¿no deberíamos dejar aquí el coche?

- Podemos devolverlo en Hilton Head, ya he avisado en el hotel.

- Pues vámonos.

Por fin suena mi teléfono, que llevo aún en la mano. Antes del segundo timbrazo me da tiempo a responder.

- Anastasia, soy Christian. El coche arranca.

- Hola, lo sé. ¿Pasa algo? –pregunta.

- Tengo que volver inmediatamente a Seattle, ha habido un contratiempo.

- ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- Suena preocupada, pero no es momento de explicaciones de ningún tipo. Mañana será otro día.

- Sí, estoy bien, pero debo ocuparme de algo personalmente. No podré ir a cenar con vosotras. ¿Le pedirás disculpas a tu madre de mi parte? Lamento mucho no ir. Voy de camino a Hilton Head.

- Claro, lo haré.

- Gracias. Iré mañana a recogerte al aeropuerto. O mandaré a Taylor si no puedo.

- Vale Christian –murmura. – Que tengas un buen viaje, y espero que puedas resolver el problema.

- Gracias nena. Buen viaje a ti también.

Cuelgo y miro la pantalla, como si allí fuera a encontrarla. La voy a echar de menos otra vez.

- ¿Has enviado las flores, Taylor?

- Por supuesto señor Grey.

Algo es algo. La luz de mi Blackberry vuelve a encenderse. Andrea me contesta que todo en orden, ya se ha puesto en contacto con el agente inmobiliario. Al fin y al cabo no estoy convencido de que Georgia sea el mejor sitio para expandirse, si perdemos esta oportunidad habrá muchas otras.
Nervioso por los acontecimientos del día, tamborileo con los dedos sobre el asiento de cuero del coche.

- Taylor, ¿cómo crees que ha podido entrar la señorita Williams?

- No lo sé, señor. ¿Ha hablado ya con Luke?

No, le he enviado un mensaje esta mañana. No lo entiendo, sólo hay dos entradas posibles: la terraza y el ascensor. No hay ninguna otra manera de entrar en el apartamento.




sábado, 27 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.7 ( Fans de Grey )



- Taylor joder, ¡habla! -¿qué coño pasa? ¿por qué nadie me dice nada?

- Ha habido un accidente señor. En Seattle.

- Sí Taylor, eso ya lo he entendido. Pero dime de una vez por todas qué está pasando.

Su teléfono vuelve a sonar y antes de que tenga tiempo de contestar se lo arranco literalmente de las manos. De repente el miedo se ha apoderado de mí. Grace, Mia… espero que nada malo les haya ocurrido.

- ¡Gail! ¿Qué está pasando? –grito.

- Es la señorita Williams, señor Grey –sigue hipando, y es difícil entenderla.

- Gail, por favor, cálmese. Respire hondo un par de veces –el jadeo al otro lado del hilo se tranquiliza.- Eso es, muy bien. Ahora sírvase un vaso de agua y siéntese.

- Voy.

- Buena chica. Ahora cuénteme qué ha ocurrido.

El tiempo se detiene en los pocos segundos que Gail, mi ama de llaves, se toma para calmarse y, como el que sufre un accidente veo el mundo paralizado a mi alrededor. Las agobiantes paredes tapizadas de tela oscura parecen estrecharse sombre mí, la gruesa alfombra que cubre el suelo absorbe hasta el sonido de mi respiración acelerada. Y me sorprendo pensando por qué habrán puesto una alfombra tan gruesa en un sitio en el que hace tanto calor y la humedad es tan intensa como en Savannah. Definitivamente, no entiendo la filosofía del sur.

Taylor sigue esperando en el pasillo, apoyado en el quicio de la puerta. Le hago un gesto para que entre en la habitación, y cierro tras de él. Tampoco es cuestión de montar un espectáculo público en el hotel. Y entonces Mrs Jones, al fin, habla.

- Se trata de la señorita Williams, señor Grey.

- Eso ya me lo ha dicho. La señorita Williams, perfecto. Pero, ¿qué ha pasado con ella?

- Estuvo aquí.

- ¿Cómo dice? –apenas puedo dar crédito. ¿Leila ha ido al Escala?

- Sí señor Grey.

- ¿Y se puede saber cómo coño ha entrado en mi casa?

- No lo sé, señor. No tengo ni idea. Esta mañana al despertarme me ha parecido que la puerta del cuarto de invitados estaba abierta, y creí recordar haberla cerrado ayer después de la limpieza de la casa, pero no le he dado mucha importancia. A fin de cuentas estaba –o creía estar- sola en casa. Algo más tarde he escuchado un ruido que salía de dentro de su dormitorio, y me he acercado a ver qué era. Tampoco he visto nada, salvo la puerta del armario del espejo abierta. Entonces he sabido que algo iba mal, muy mal. He cogido el atizador de la chimenea y he vuelto a su dormitorio.

No doy crédito a lo que estoy oyendo. ¿Cómo ha podido Leila burlar los controles de seguridad y entrar así en mi apartamento? ¿Cómo sabía siquiera dónde estaba mi habitación? Leila jamás puso un pie allí.

- Siga, señora Jones.

- He entrado al cuarto de baño y he visto que sus útiles de afeitar estaban sobre la encimera del lavabo. Y el bote de las píldoras naranjas que le recetó el doctor Flynn el año pasado estaba abierto, y volcado. Pero allí no había nadie. Entonces lo escuché claramente, un gemido, un llanto que salía de su habitación. Me asomé a través de la puerta del baño y la vi, sentada en el borde de la cama frente a la ventana, con la mirada perdida y la punta de su navaja de afeitar clavada en la mano.

- ¿Era Leila? ¿Leila Williams? ¿Está segura?

- Sí señor Grey, estoy segura. Hace varios años que no la veo pero la reconocería en cualquier lugar.

- ¿Le dijo algo?

- Decía cosas incoherentes, sin ningún sentido. Estaba desesperada y los somníferos habían empezado a hacer efecto. Si le digo la verdad no sé cuánto tiempo llevaba dentro de la casa, ni por dónde habría podido entrar. Llorando, repetía sin cesar “¿por qué? ¿por qué? ¡Váyase! ¡Fuera! ¡Nadie más tiene derecho a estar aquí!”. Clavaba sus ojos inyectados en sangre en mí y … oh señor Grey –Gail se rompió de nuevo, y comenzó a llorar –ha sido horrible, horrible.

- ¿Ha conseguido detenerla?

- A duras penas. Cada vez que daba un paso hacia ella hundía más la navaja en su piel. Estaba aterrorizada señor Grey yo… yo no sabía qué tenía que hacer. La sangre le caía por la mano y no parecía dispuesta a parar, así que salí de la habitación y llamé a una ambulancia.

- Ha hecho bien señora Jones, no podía hacer otra cosa.

- No sé cómo ha podido pasar, tendría que haberla encontrado antes.

- No se torture Gail, no es su culpa –traté de tranquilizarla. -¿Está fuera de peligro?

- No lo sé. Los paramédicos me han dicho que no ha perdido demasiada sangre, pero que tendrían que hacerle un lavado de estómago y esperar que la intoxicación no haya sido masiva. Y, por supuesto, confiar en que tenga ganas de vivir y eso… no lo sé señor Grey. La pobre parecía devastada, realmente rota.

- Está bien Gail. Gracias. Taylor y yo saldremos inmediatamente para allá. ¿A qué hospital la han llevado?

- Al Seattle Northwest Hospital señor.

- De acuerdo. Nos pondremos en contacto cuando aterricemos en la ciudad. Ah, y, tírelo todo señora Jones.

- ¿Cómo dice?

- Que lo tire todo. Las sábanas, la colcha, las almohadas, la alfombra. No quiero ver nada allí que recuerde el… llamémoslo accidente. Tírelo.

- Está bien señor Grey, así lo haré.

Taylor está al teléfono también, al parecer con el aeropuerto de Savannah, arreglando nuestro despegue. Empiezo a recoger mis cosas y preparar el equipaje. Quiero salir inmediatamente. ¿Qué habrá podido pasar? Pobre Leila, pero no tiene sentido, ahora no. Fue ella la que decidió abandonarme cuando conoció a aquel tipo, ¿cómo se llamaba? Ni siquiera me acuerdo. Y esa situación que entonces me parecía tan pintoresca es ahora cercana, y real. Leila quiso más, exactamente igual que Anastasia. Pero entonces yo no podía, ni quería, dar más. Ni siquiera sabía qué era ese más del que las mujeres hablaban. No le encontraba ningún atractivo y, por supuesto, ninguna ventaja. Pero llevarlo hasta este extremo. Leila quería ser feliz y se lo merecía. Lo que no se merecía era terminar colándose en la casa de un antiguo amante para cortarse las venas despechada con su cuchilla de afeitar. Ojalá hubiera encontrado la felicidad.

- ¿Señor Grey? –Taylor colgó el teléfono y se dirigió a mí.

- Todo listo. Podemos despegar en una hora y media. Tenemos el tiempo justo para hacer el check out y marcharnos. ¿Puedo hacer algo por usted?

- Tal vez, Taylor.





viernes, 26 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.6 ( Fans de Grey )

Cae el agua sobre mi cuerpo y me siento en paz, pese a que el teléfono de la habitación suena sin cesar. Las imágenes de la noche anterior me acompañan bajo la ducha, el sabor de Anastasia sigue pegado a mi lengua, su olor está por todas partes, su risa. Sus palabras en sueños. Hacía tanto tiempo ya que no compartía la cama con alguien que había olvidado lo divertido que puede ser escuchar a alguien que habla dormido.

Anoche Anastasia parecía inquieta, agitada. Murmuraba algo sobre una jaula, yo metido en una jaula, hambriento. Parecía que ella quería confortarme, aliviar mi sufrimiento, y me ofrecía fresas. ¿Fresas? Es dulce incluso en sueños. No quise despertarla, pero puse una de mis manos entre las suyas, que se agarraban a las sábanas como queriendo desgarrarlas. Y ella la cogió, y me apretó firmemente. Después, pareció tranquilizarse y su sueño agitado se calmó por fin.

- Estoy aquí, Anastasia –susurré. – Estoy bien. Estoy a tu lado. Duerme, pequeña. Duerme.

- Te echo de menos, Christian –dijo en un murmullo, apenas audible.

- ¿Ana? ¿Estás despierta Ana?

No contestó, seguía inconsciente. Le acariciaba el pelo con la mano libre, muy suavemente para que no se despertara, apenas rozándola. Entonces recordé una conversación con el doctor Flynn, acerca de los sueños. Mi terapeuta me había recomendado incubar sueños, tratar de escarbar en ellos buscando respuesta a las preguntas que ahora me atormentan sin resolver.
"En sueños salen a la superficie muchos conflictos enterrados, señor Grey. A menudo situaciones que hemos querido –y creído- tapar afloran cuando abandonamos el pensamiento consciente. Sólo hay que estar alerta para tratar de recordar lo que nos ha sucedido en sueños para buscar una respuesta en la vida diaria, un plan de acción o un patrón de conducta. Nosotros somos los actores principales de la película de nuestra vida, pero no sólo eso: también somos los directores y los productores. En la vida consciente sólo nos acordamos de interpretar el papel de actor, pero soñando aparecen el director y el productor poniendo orden en la escena. Tal y como ellos quieres. Tal y como somos nosotros. Eso es lo que hay que retener. Lo que tiene que hacer, señor Grey, es formular una pregunta que pueda acercarle al problema que le atormente."

Intenté durante una temporada seguir los consejos del doctor Flynn y al acostarme buscaba infructuosamente una frase que resumiera mis tormentos, como decía él. Pero no era capaz de encontrarla. Todas las preguntas a las que llegaba eran demasiado vagas, demasiado literales, o demasiado dolorosas. Y al final me iba a dormir más angustiado de lo que estaba al principio. Como resultado de los experimentos del señor Flynn los sueños que solía tener con mi madre se multiplicaron exponencialmente. Él decía que iba por el buen camino, que estaba acercándome a mi yo inconsciente. Pero dolía demasiado y me cansé de despertarme por las mañanas empapado en sudor y con el sabor metálico de los guisantes congelados en la boca seca, así que abandoné. Las pesadillas remitieron un poco, pero algo de los intentos del doctor Flynn por conectarme conmigo mismo a niveles más internos dejó una marca, y a menudo me pregunto si debería tratar de buscar una solución a mis problemas así.

Las palabras de Anastasia en sueños evocaron aquella época de estudio de mis sueños, y de pronto las teorías de mi terapeuta me parecieron mucho más acertadas. Anastasia estaba revelando en sueños, sin saberlo, su miedo a estar conmigo. Me veía encerrado en una jaula. La cuestión es, ¿como un animal peligroso? ¿como un recluso? ¿como un apestado? Ninguna de las tres opciones parece buena… Pero si quiere acercarse a mí, darme de comer, alimentarme, es que tiene buenas intenciones conmigo. Aunque se coloque al otro lado de la jaula, a salvo. Sin que yo pueda llegar a ella, sin ningún control en mi mano. Es ella la que es libre, es ella la que tiene alimento, la que me lo puede proporcionar. Y me echa de menos a su lado, fuera de la jaula, seguro. Tengo que hablar con el doctor Flynn de esto, seguro que tiene algo que decir al respecto.

La luz roja de mi blackberry parpadea cuando vuelvo al saloncito de la habitación. Hay un e mail de Anastasia agradeciéndome el paseo de la mañana. Y, como siempre, ha metido su puya particular y el asunto del mensaje reza: Planear mejor que apalear. Apalear… Tiene miedo, ahora lo sé. Está asustada y su sueño me ha dado muchas más pistas de las que me ha dado ella misma en todo este tiempo. Apalear, ¿por quién me toma? ¿Por el animal al que hay que encerrar en una jaula? Sólo quiero tranquilizarla, hacer que confíe en mí. Y que no confunda apalear con azotar, que no es, ni mucho menos, lo mismo.

De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2001, 10:24h
Para: Anastasia Steele

Asunto:  planear mejor que apaelar
Lo mismo me da apalear que planear, señorita Steele. Cualquier cosa antes que tus ronquidos. Yo también me he divertido.

Christian Grey, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2001, 10:26h
Para: Christian Grey

Asunto: RONQUIDOS
¡Yo no ronco! Faltaría más, decirle eso a una señorita. Además, aquí en lo más profundo del sur, ni siquiera está mal visto.

Anastasia.

Algún día le contaré lo que me ha dicho en sueños, pero no hoy, y no por mail. Y de momento la tensión que su mención al apaleamiento me ha provocado ya se ha disipado. Con la atención puesta en los ronquidos, me dedico al resto de mis compromisos. Me despido de ella y me dispongo a ir a la reunión con el agente inmobiliario cuando suena el timbre de la habitación. Enseguida, sin darme tiempo a llegar y abrir, quien sea que está llamando empieza a golpear la puerta.

- ¿Señor Grey? –dice Taylor.- ¿Está ahí, señor Grey?

- ¡Voy! –me apresuro hacia la puerta.

- ¿Se puede saber qué ocurre?

Taylor me alarga su teléfono descolgado, con un gesto de preocupación grave en el rostro.

- Es la señora Jones, señor Grey. Creo que debería hablar con ella.

- ¿Y por qué no me ha llamado a mí?

- Lo ha hecho, señor Grey. Pero no respondía a su teléfono y en recepción tampoco han tenido éxito al tratar de comunicar con su habitación. Por favor, responda. Será mejor que se dé prisa –me entrega el teléfono.

- ¿Sí?

- Señor Grey, soy la señora Jones. Yo… -su voz se corta, ahogada por el llanto.

- ¿Qué ocurre? ¿Gail?

- Ha pasado algo, señor Grey. Leila –su voz vuelve a cortarse.

- ¡Gail! ¿Se puede saber qué coño pasa? –empiezo a perder la paciencia.

En la línea, de fondo, escucho una sirena.

- Espere un momento señor Grey, está llegando la ambulancia. Tengo que abrir.

¿Ambulancia? ¿Pero qué cojones está pasando?

- Taylor dime de una vez qué coño está pasando. Gail está histérica y no entiendo nada. ¿Qué mierdas pinta una ambulancia en mi casa? ¿Quién hay allí?




jueves, 25 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.5 ( Fans de Grey )

Anastasia espera ansiosa mi respuesta. Cada vez que me ataca con un lance de valor se repite la misma escena, ella se envalentona y dice algo que no se creía capaz de decir y, mientras espera mi reacción, se encoge. Me gusta algo de ese encogimiento, podría hacer cualquier cosa con ella en ese estado.

- No tengo la sensación de haber cambiado de opinión Anastasia, pero sí he accedido a reformular los términos sobre los que se podría basar nuestra relación. Nunca pensé que esto fuera posible pero así es, y yo también quiero más –su gesto se relaja al escucharme. – Eso no quiere decir que no vaya a castigarte cuando te lo merezcas. Y todavía quiero que seas mi sumisa, quiero tenerte a mi merced en el cuarto de juegos. Digamos que mis exigencias se reducen a eso. El resto lo podemos seguir negociando. ¿Estamos de acuerdo?

- Estoy de acuerdo solamente si eso significa que puedo dormir contigo. Como parte del trato innegociable. No quiero dormir sola en aquella habitación de tus… sumisas –la camarera deposita una bandeja en la mesa de al lado y Anastasia baja el tono al pronunciar la palabra sumisas, como si temiera que pudiera escucharnos.

- ¿Quieres dormir conmigo, en mi cama?

- Eso es. Contigo, y en tu cama.

- Trato hecho. Duermo estupendamente contigo Anastasia. Y esto es una primera vez para mí –le guiño un ojo, burlón. A pesar de la broma parece no estar convencida del todo.

- Tenía mucho miedo de que no quisieras estar conmigo si yo no accedía a todas tus peticiones, si no firmaba el contrato tal cual venía –apenas le sale un hilo de voz.

Cojo su mano por encima de la mesa, y tiro ligeramente de ella, para  recuperar su atención, para recuperar sus ojos verdes.

- No pienso irme a ninguna parte Anastasia. Estoy aquí, y aquí me quedo. Contigo. ¿Está claro?

Cuando recibí aquel e-mail tuyo en el que me pedías compromiso no supe si iba a ser capaz de ajustarme a los parámetros que me proponías. Sabes que no estoy acostumbrado a jugar a un juego del que no he escrito las reglas, pero he aceptado el tuyo. Estoy dispuesto a seguir intentándolo y, además, yo creo que funciona, ¿no? El compromiso, tal y como tú lo querías. Quiero más Anastasia. Créeme.

- Me encanta que así sea Christian. Me hace muy feliz.

Casi sin darme cuenta sus dedos han empezado a jugar con los míos, que rodean su mano. Supongo que en esto consiste, el compromiso, como ella decía. En pedir y en dar, en ceder y no asustarse por necesitar. En tener una mano cerca para confortar, como ahora. Por primera vez pienso que tal vez pueda ser bueno en esto.

Una hora más tarde aparco en la puerta de casa de Carla, después de renegociar una vez más los límites de nuestra relación pero con el estómago lleno. Rodeo el coche hasta llegar a su puerta para abrirla y ayudarla a salir.

- ¿Te apetece pasar? –me pregunta.

- No puedo querida, tengo trabajo. Pero si no recuerdo mal tu madre me hizo una invitación a cenar para esta noche.

- Tiene usted buena memoria, señor Grey.

- Sólo para las cosas importantes, y usted lo es –poso un suave beso en sus labios a modo de despedida. – ¿A qué hora tengo que venir?

- ¿Hace falta que te lo diga? Probablemente tengas un drone vigilando la cocina de mi madre para aparecer con el vino a la temperatura adecuada en el mismo momento en el que saque la cena del horno.

- No doy nada por imposible, señorita Steele –sonrío ante la imagen de controlador incansable que tiene de mí… y por lo cerca que está de la realidad.

- Gracias por todo Christian. Es maravilloso tener más.

- Ya sabes que estamos para complacer, Anastasia. Luego nos vemos.

Acciono el bluetooth del coche y enciendo el teléfono móvil. La luz roja indica que se han recibido llamadas mientras ha estado apagado así que pulso la tecla de marcación rápida del buzón de voz. Un timbre metálico me informa de que tengo dos mensajes.

Mensaje número uno, recibido hoy a las 08:12 h. Buenos días señor Grey, son Andrea. Los contenedores han salido del puerto de Rotterdam esta mañana, conflicto resuelto. La indemnización de Lucas está preparada y lista para que la firme en cuanto vuelva a Seattle. Tiene una cita con el agente inmobiliario esta mañana a las 11:00 hora de la costa este. Se llama David Avery. Se pondrá en contacto con usted para indicarle el lugar de la cita. Hasta mañana.

Avery, ese nombre me dice algo, pero no consigo recordar el qué. Tenía razón en lo que le dije a Anastasia, sólo recuerdo los nombres importantes.
Pulse almohadilla para eliminar el mensaje.

Mensaje número dos, recibido hoy a las 09:02 h.
 Señor Grey, mi nombre es David Avery, responsable de East Georgia Real State. Su asistente en Seattle me pasó una lista de necesidades y tengo un par de locales que podrían ser de su interés. Si le parece bien podemos vernos a las 11:00 en las oficinas del GPA en la terminal Garden City. Le estaré esperando.
Pulse almohadilla para eliminar… Lo borro sin dejar que la voz metálica termine de darme instrucciones.

De vuelta al hotel me cambio de ropa para bajar al gimnasio a hacer un poco de ejercicio. A pesar del clima asfixiante de Georgia me encuentro en buena forma y paso una hora agradable ejercitándome en las lujosas dependencias del hotel con vistas al río Savannah. Aprovecho para intentar poner en orden mis pensamientos y mis sentimientos, pero tengo una nube borrosa que empaña la claridad con la que suelo actuar. Anastasia tiene ese efecto en mí. Es una lucha de miles de interrogantes frente a una sola certeza. Ella. Ella es la certeza, el único sí claro que hay en todo esto. Y los interrogantes parecen no tener fin: ¿cómo se hace? ¿qué espera de mí? ¿hasta dónde está dispuesta a llegar? ¿hasta dónde estoy dispuesto a llegar yo? ¿cuánto más de lo que intenta saber de mi pasado estoy preparado para contarle, si es que estoy listo de alguna manera para hablarle de ello a alguien?
Sobrepasado por las dudas me meto en el baño turco intentando que el vapor limpie mis pensamientos. Me tumbo sobre el mármol frío mientras gotas de agua condensada van haciendo surcos por mi piel hasta caer en la piedra. El silencio me ayuda, y cierro los ojos. Recuerdo a Anastasia sentada en el IHOP diciendo, pidiendo, suplicando compartir mi cama, y me estremezco. Ya la echo de menos.

La habitación está limpia y ordenada cuando regreso. En el cuarto de baño el único rastro que hay de lo que sucedió anoche en aquella bañera es la huella de una mano en el espejo que se han olvidado de limpiar y que aparece cuando el vapor del agua caliente de la ducha llena la estancia. Sonriendo coloco una mano sobre la huella que dejó ahí la de Anastasia anoche mientras la penetraba, apoyada en el lavabo.





martes, 23 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.4 ( Fans de Grey )

El sol brilla en lo alto del cielo y empieza a calentar sin ninguna piedad. Cogemos la interestatal 95, la carretera más larga de los Estados Unidos, esta vez hacia el sur, en dirección a Savannah. De pronto el móvil de Anastasia empieza a sonar, y ella rebusca en su bolso. ¿Una llamada? ¿A estas horas de la mañana?

- ¿Eso es tu móvil? ¿Quién es? –pregunto algo impaciente.

- Nadie, es sólo una alarma. La he puesto para tomarme la píldora, señor mandón.
             
Complacida saca la cajita llena de pastillas del bolso y se toma una, mirándome desafiante. ¿Así nos las gastamos, señorita Steele? Christian Grey no se ruboriza fácilmente.

- Estupendo. Ya sabes que odio follar con condones –lo que no le digo es que me muero de ganas de follar, aquí, ahora mismo.

La miro devolviéndola el desafío que me había hecho antes, pero no parece recoger el guante.

- Sabes, me ha hecho mucha ilusión que me presentaras a Mark como tu novia –cambia radicalmente de tema.

- Diría que es eso lo que eres, ¿no?

- ¿Ah sí? ¿Y qué ha sido de eso de querer una sumisa?

- La quería, y la sigo queriendo todavía. Sin embargo, igual que tú, quiero más.

Su actitud cambia radicalmente. Anastasia se relaja cada vez que consigue llevarme a su terreno, a un campo en el que sabe luchar. Está bien, dejaré que digiera mis palabras. Al fin y al cabo lo que yo quiero es hacerla feliz, y parece que éste es el buen camino.

- Christian, estoy realmente encantada de que quieras más –dice casi en un susurro, como temiendo romper la magia que hay en este momento entre nosotros.

- Mi propósito es complacerla, señorita Steele. Voilà, ya hemos llegado.

Detengo el coche en el aparcamiento de un International House of Pankekes, inconfundible con su enorme letrero IHOP y las tejas de color azul.

- ¿Pancakes? ¿Pero sabes siquiera lo que son? –me dice con una gran sonrisa.

- Pues claro Anastasia. Venga, tienes que desayunar.

Rodeo el coche hasta llegar a su altura y le abro la puerta.

- Señorita Steele, por favor.

- Gracias, señor Grey. No sabía que se pudiera entrar en un IHOP con tanta ceremonia.

- Creo que va siendo hora de que admita que al lado de Christian Grey todo es posible.

- Tienes razón, Christian. Siempre tienes razón –susurra, y me besa.

Entramos de la mano hasta el fondo, hasta la mesa más alejada del ruido de la puerta y de la salida de la cocina.

- Tengo que confesarte que nunca pensé que vendrías a un sitio como éste.

- Carrick, mi padre, solía traernos a mis hermanos y a mí cuando mi madre estaba fuera, por motivos de trabajo. A ella nunca le gustó la comida rápida, así que era un secreto que teníamos nosotros cuatro.

Y ahí va, un secreto más que le cuento a Anastasia, una pequeña parte más de mi oscura y privada vida anterior. Tiene algo que no puedo resistir, y no es sólo esa forma de morderse el labio que me pierde. Lleva el pelo alborotado, los ojos ligeramente hinchados por las pocas horas de sueño, los ojos brillantes de quien está… ¿enamorado? Sostiene frente a ella la carta y recorre los menús, intentando decidir. Sus dedos bailan, arriba y abajo del papel plastificado. Los mismos dedos que anoche se introducían en mi boca.
- Yo ya sé lo que quiero –clavo mi mirada en ella.

Anastasia se ruboriza, entendiendo de nuevo ese lenguaje que nuestros cuerpos comparten sin necesidad de utilizar palabras.

- Y yo, yo quiero lo mismo que tú –esta vez sí recoge el guante, con un finísimo hilo de voz.

- ¿Aquí? –me pregunto si estoy dispuesto a cualquier cosa, aquí y ahora. Y decido ponerla a prueba a ella también.

Mi bella acompañante se muerde el labio por respuesta. Y no hay nada en el mundo que consiga ponerme más cachondo que eso.

- Basta, Anastasia. No te muerdas más el labio. Este no es el sitio, ni el momento. Y si no puedo tenerte ahora, no quiero calentarme con falsas expectativas.

Ya van dos veces esta mañana y no creo que pueda resistirlo mucho más. Sin embargo estoy tan tentado que alargo una mano por debajo de la mesa intentando alcanzar su muslo al otro lado del cubículo.

- Buenos días, mi nombre es Leandra. ¿Habéis decidido ya?

- ¡ Mierda !

- Sí, Leandra, gracias.

Pido el desayuno para los dos, unas tortitas con sirope de arce, zumo y café para mí, té para ella. Probablemente ella habría pedido algo menos, pero quiero que coma. No le quito los ojos de encima a Anastasia mientras hablo con la camarera, que toma nota y se va.

- Está bien, gracias. ¿Algo más, señor? – balbucea.

Nos volvemos hacia ella, que garabatea nerviosa algo con el bolígrafo sobre la comanda.

- Nada Leandra, muchas gracias.

De pronto es Anastasia la que se revuelve nerviosa, del mismo modo que la camarera hace tan sólo unos segundos.

- No es justo lo que hacer, Christian.

- ¿Y qué es lo que no es justo? –realmente hay veces que me sorprende.

- La forma que tienes de desarmar a la gente, en especial a las mujeres. Como a mí.

- ¿Ah sí? ¿Eso es lo que hago?

Levanta los ojos de los círculos imaginarios que ha dibujado en la misa y me mira fijamente.

- Sí. Todo el tiempo.

- Es sólo una cuestión de química. Es sexo, nada más –trato de quitarle gravedad al asunto.

Desde el fondo de la barra la camarera que nos ha atendido cuchichea con una compañera, y miran hacia nosotros. Anastasia capta su juego e insiste:

- Sabes que no, es mucho más que el físico.

Hay algo en la actuación de las camareras, que siguen con la vista clavada en nuestra mesa, que hace despertar sus alarmas de peligro. Pero en lugar de defenderse como correspondería, levantando la cabeza, sacando pecho y gritando fuerte “aquí estoy con mi hombre, venid a por él si os atrevéis” el miedo se apodera de ella. Resopla encogiéndose en el asiento, y vuelve a dibujar círculos en el mantel. ¿Cómo es posible tanta inocencia?

- Me parece señorita Steele que aún no se ha dado cuenta de que es usted la que me desarma por completo. Es tan inocente que no me puedo resistir.

- ¿Y ése es el motivo de que hayas cambiado de opinión? – su tono de alivio suena casi a súplica.

- No te entiendo Ana, ¿a qué te refieres?

- A nosotros. A lo que quieres de mí. A lo que pueda ser de nosotros.

El IHOP se ha ido llenando de clientes poco a poco, pero siento como si nosotros siguiéramos en una burbuja, aislados de los demás. Cómo quisiera hacer entender a esta chica lo que siento. Si tan sólo fuera capaz de entenderlo yo…




lunes, 22 de junio de 2015

En la piel de Gre4y - Capítulo 24.3 ( Fans de Grey )

Desde mi asiento veo cómo Anastasia se agarra con las dos manos fuertemente al borde del suyo, y tensa el cuello. Se ha recogido el pelo en una cola de caballo y su nuca se ofrece irresistible frente a mí. El olor que desprende su cuerpo me embriaga. Cierro los ojos y aspiro su aroma mientras el zumbido del motor de la avioneta de remolque se hace más tenue a medida que nos elevamos por el aire. Éste es el mejor momento de planear, cuando el vuelo ha comenzado y uno puede recrearse en mirar el paisaje haciéndose cada vez más pequeño bajo sus pies, sintiendo sólo la inmensidad de la naturaleza que te atrapa, entre el cielo y la tierra. Cuando muere la noche, en madrugadas como ésta, sin una sola nube en el cielo, me maravilla ver cómo el sol devuelve la vida a todo lo que toca. Justo antes del alba, con la primera claridad, la tierra y los árboles son de un color marrón grisáceo, sin matices. Como ahora. Pero en pocos minutos los rayos del sol emergerán de detrás de la línea del horizonte dando forma y volumen a cada una de las cosas que aplana ahora. Y nosotros seremos testigos privilegiados de ello. Seremos uno más en medio de la imponente naturaleza, en silencio, dejándonos mecer por las corrientes.

¿Qué estará pensando Anastasia? Mira llena de paz a ambos lados y la tensión de sus músculos se ha relajado ya. La línea de su barbilla se curva en una mueca que sólo puede significar una sonrisa, y sonrío yo también, aunque no puede verme. Suena la radio.

- Señor Grey, hemos alcanzado los cuatro mil pies de altura.

- Suéltenos Benson.

Tomo con las dos manos firmemente la palanca y la avioneta que nos remolcaba desaparece de nuestro campo de visión mientras viramos hacia el este, en dirección al sol que raya ya el horizonte. Aprovechando la inercia que queda tiro de la palanca hacia mí todo lo posible para que la avioneta suba. Volamos impulsados por las corrientes de aire de la atmósfera, y es maravilloso notar así el poder de la naturaleza. Es infinitamente mejor que volar en Charlie Tango. Es… casi animal. Piso con fuerza el pedal para girar a la derecha y muevo la palanca, el timón de cola dibuja un suave giro y las dos alas largas y estrechas obedecen haciéndonos surcar el aire ágiles como la punta de un taladro. Anastasia lanza un grito de emoción.

- ¡Uhhhhuu!

¡Le está gustando!

- ¡Agárrate nena, vamos a hacer una pirueta!

Anastasia devuelve las manos a los lados de su asiento y se agarra con todas sus fuerzas. En ese momento empujo lejos de mí la palanca y el planeador comienza a descender en picado antes de hacer dos loops completos y nos quedamos cabeza abajo. Grita como una niña en el parque de atracciones y suelta los brazos riendo.

- ¡Menos mal que aún no me he comido el cruasán!

- ¿Ah no? Entonces voy a seguir dando vueltas.

- ¡Christiaaaaan! –vuelve a gritar divertida.

La bruma del amanecer empieza a desvanecerse en cuanto el sol luce ante nosotros, majestuoso. Y es en ese momento en el que la tierra empieza a llenarse de color, y el cielo despliega un juego de color imposible: el sol empuja hacia los lados los violetas y los azules, mientras que los amarillos y los rojos se propagan en línea recta, paralelos al horizonte. Hago girar de nuevo un poco el planeador y allí está, bajo nuestros pies, el océano, que se revuelve hasta quedar de nuevo a nuestras espaldas.

- ¿Qué te parece, señorita Steele?

- Señor Grey, esto es lo más alucinante que he visto en mi vida –levanta una mano hacia atrás y se la acaricio, la aprieto un instante antes de soltarla y decir:

- ¡Coge la palanca que tienes entre las piernas, Anastasia!

- ¿Cómo dices? ¿Estás loco?

- ¡Vamos! ¡Cógela! Mantén el rumbo, nada más.

Recuerdo mi primera experiencia volando sin motor, la primera vez que el instructor soltó sus mandos y me dijo “agarra la palanca, ahora lo llevas tú solo”. La descarga de adrenalina fue brutal. Quiero que lo sienta ella también, que descubra por sí misma la ligereza del aeroplano deslizándose a sus órdenes por las corrientes de aire.

- ¿Y cómo es que me dejas tomar el control, Christian? Creía que necesitabas dominar todo

- Te sorprenderías Anastasia. Anda, suelta los mandos, ya sigo yo, que vamos a aterrizar.Presiono el botón de control de la radio para comunicarme con la base.

- BMA con viento en cola y altura de circuito –indico para pedir pista.

- Aquí torre de control, tome pista siete izquierda a hierba.

Terminando de descender coloco la avioneta en el sentido de la pista de aterrizaje del aeródromo y tomamos tierra. Anastasia deja escapar un suspiro en el que libera la tensión, se gira sobre sus hombros y sonríe, radiante. Abro la cubierta y con una mano la ayudo a bajar.

- ¿Te lo has pasado bien?

- Oh Christian, ha sido maravilloso.

Ágil, salta fuera de la aeronave y entre mis brazos. La abrazo con fuerza, agarro su pelo por la cola de caballo y la miro profundamente a los ojos, a los labios, que parecen gritarme bésame. Tiro de su cabeza hacia atrás y me agacho sobre ella para juntar su boca con la mía. Atrapo ese labio que tanto me gusta morder y lo recorro con la lengua. Anastasia deja escapar mi nombre entre un gemido.

- Christian…

Hundo más aún mi lengua en su boca recorriendo la suya una y otra vez, como si pudiera alimentarme de ella. Estoy completamente empalmado y suelto una mano de su cuello para tirar de las correas de su arnés hacia mí. Quiero que sienta mi erección, quiero que se frote contra ella.
Como si su cuerpo pudiera entablar un diálogo con el mío, adelanta las caderas para apoyarse directamente sobre mí. El triángulo que forman las correas del arnés entre mi cintura y mis piernas oprime el flujo sanguíneo en mi entrepierna aumentando aún más el placer. Podría poseerte aquí mismo, atada con estas correas, podría abrirte las piernas y mirarte durante horas. Mi mano recorre sus nalgas, de arriba abajo, presionándolas y siguiendo la línea que las separa para perderse entre sus piernas, de camino a esa vagina que necesito volver a penetrar. Cuelo una mano por debajo de sus pantalones, de la ancha goma de mis boxers, y tanteo su suave piel. Anastasia separa ligeramente sus piernas, invitándome a seguir, pero las reglas son las reglas, y me separo de ella.

- A desayunar –ordeno mientras me deja que le desabroche el arnés. Lo hago muy despacio, entreteniéndome en acariciar su cuerpo mientras suelto las argollas que ciñen su cuerpo bajo la enorme sudadera que le he prestado y esconden algo que sólo yo puedo ver. Y puedo rozar sus pezones duros bajo la tela, haciéndome vacilar. Pero me quito el mío y lanzo los dos al interior.

- ¿Ahora? –me mira suplicante.

- Sí, ahora.

- ¿Y el avión? ¿No tiene que venir alguien a buscarlo?

- Ya vendrán. Vámonos.






En la piel de Grey - Capítulo 24.2 ( Fans de Grey )

Nunca he querido más hasta que llegaste a mi vida, las palabras recién pronunciadas retumban en mi interior como el sonido de una piedra que cae en el fondo de un cañón estrecho y profundo. Es cierto, nunca había querido más. Mi propia locuacidad me sorprende, pero sienta bien decir las cosas en voz alta, así que sigo respondiendo al repentino interrogatorio de Anastasia.

- ¿Y qué fue de las otras catorce?

- A decir verdad Anastasia, sólo he tenido relaciones largas con cuatro mujeres. Y con Elena, claro –estudio su reacción con el rabillo del ojo, divertido. – Elena fue la primera de ellas.

Anastasia me mira descolocada y preciosa. La luz del amanecer le cae tan bien… No puede evitar seguir preguntando.

- ¿Y qué fue de ellas?

- Por increíble que te parezca una se enamoró de otro. Y las demás quisieron más de mí de lo que yo estaba dispuesto a darles –Anastasia me observa en silencio, tratando de digerir mi respuesta. –Las demás, simplemente la cosa no funcionó.

Las últimas horas de confesiones han sido muy intensas, y no tengo ganas de seguir dando vueltas en el pasado. Acepto la sinceridad como elemento fundamental de una relación basada en la confianza, y por eso he aceptado contarle muchas más cosas de las que jamás había contado. Pero ya es suficiente, he volado a través del país para estar con ella, para disfrutar de ella, no para remover en mis historias personales. Recuperando el placer de la sorpresa lanzo otra pista al pasar frente a una señal del desvío de la interestatal que conduce al campo de vuelo.

- Señorita preguntona, estamos a punto de llegar a nuestro destino.

- ¿Dónde me estás llevando?

- A volar.

- ¡Pero yo no quiero volver a Seattle! .¡Se ha asustado!

- ¡No! Quiero compartir contigo la segunda cosa que más me gusta en el mundo. La primera también te incluye, pero esta es más un pasatiempo de altura – la recuerdo en la cama mientras lo digo, tan dulce, tan dormida… imagino mi dedo recorriendo su pierna de la rodilla a la cadera, dibujando círculos, acercándome con el pulgar a su zona más sensible para retirarlo después.

- Más o menos sé a qué te refieres Christian, tú también estás en lo más alto de mi lista de perversiones –dice casi susurrando.

Es tan inocente que aún le da vergüenza hablar abiertamente de sexo. Pero eso cambiará, igual que cambiará su actitud hacia muchas de las cosas que nunca había probado, ni se había planteado probar. Ha empezado a disfrutar de los azotes, así que es sólo cuestión de tiempo.
Un poco más caliente de lo que tenía planeado llegamos al campo de vuelo.

- ¿Has planeado alguna vez?

- ¿Quieres decir, en un avión? – dice tímidamente.

- ¡Claro Anastasia!

- No.

- Pues ven conmigo, preciosa. Esta mañana quiero llevarte a perseguir el amanecer. No hay nada más bonito en el mundo que empezar un día a tu lado, y ver salir el sol junto a ti.

Me inclino para besarla antes de salir a abrirle la puerta del coche y ayudarla a bajar. Cogidos de la mano recorremos las instalaciones hacia la pista de despegue. Busco con los ojos a Taylor, y le encuentro junto a uno de los aviones hablando con un hombre.

- Buenos días Taylor –saludo cuando llegamos a su altura.

- Señor Grey, le presento a Mark Benson, el piloto que va a remolcar el planeador. Señorita Steele, es un placer volver a verla.

Mientras Taylor y Anastasia se saludan me aparto con Benson para establecer un plan de vuelo.

- Señor Grey –dice Benson- me han dicho que no necesita un piloto para el planeador. Hace mucho que no me encuentro con un piloto experimentado por aquí. Será un placer remolcarle.

- Muchas gracias. Hace tiempo que no llevo un planeador, estoy ansioso.

- ¿Dónde aprendió, si no es indiscreción?

- Por supuesto que no. En Alemania.

- Me alegra escuchar eso. Los europeos tenemos una fama merecida de buenos pilotos y en Alemania tienen las mejores escuelas de vuelo libre. Está bien, no le entretengo más. Hace una temperatura perfecta para un vuelo a térmica. El calor de los últimos días hace que la diferencia de temperatura entre el suelo y el aire a estas horas de la mañana y hay muchas corrientes que le ayudarán a subir y hacer un vuelo más largo de lo habitual. Cuanto antes despeguemos mejor.

- Por supuesto. Permítame presentarle a una persona –me giro hacia Anastasia, que cuchichea algo con Taylor -¡Anastasia! Ven, por favor. Esta es mi novia, señor Benson, Anastasia Steele.

- Encantado señorita Steele.

- Bien, no perdamos más tiempo. ¡Vámonos!

Tomo de la mano a Anastasia y noto que transpira más de lo normal. Se la aprieto para tranquilizarla mientras ultimo los detalles del vuelo mientras nos acercamos al planeador.

- ¿Qué velero tiene preparado para nosotros?

- Un Blanik L-23, es el aparato con mejor coeficiente de planeo que existe, 1:28. Lo fabricaron como planeador de entrenamiento pero ya lo verán, surca el cielo con una suavidad inigualable.

- ¿Y la polar? –Anastasia me mira fascinada. Y a mí me gusta dejarla atónita.

- Muy plana, para velocidades de unos doscientos kilómetros por hora se mantiene muy baja.

- Maravilloso. Gracias Benson. ¿Y qué rumbo vamos a seguir?

- Despegaremos hacia el oeste para coger altura, y a cuatro mil pies aproximadamente viraremos nor-noreste y os soltaré.  Nos abre la cubierta de la avioneta y saca los arneses.

- Ya me ocupo yo de los paracaídas.

- Está bien, voy a por el lastre para el vuelo.

No voy a permitir que nadie más que yo se ocupe de la seguridad de Anastasia. Igual que no voy a permitir que nadie más la toque. Anastasia es mía. Nada le va a pasar si soy yo el que pilota el planeador, pero quiero asegurarme de que lleva el paracaídas bien colocado, y de que sabe cómo accionarlo en caso de necesidad.

- Ven Anastasia, voy a ponerte el paracaídas.  Me mira aterrada.

- Vamos nena, ¿es que no confías en mí?

Introduzco sus brazos y piernas por el arnés y ajusto todos los mecanismos de sujeción. Con un tirón suave pero firme me aseguro de que está correctamente apretado. Las correas se adaptan perfectamente a su cuerpo y dibujan su figura, enmarcándola entre las tiras blancas de poliéster.

- Siempre Christian. Siempre. ¿Vas a pilotar tú?

- ¿Y qué esperabas? ¡Pues claro! Vamos, no es la primera vez que vuelas conmigo.

- Ya… pero esto no tiene motor.

- Si no sale bien puedes darme unos azotes al volver. Ahora sube.

Acomodo a Anastasia en el asiento delantero del planeador biplaza y me siento a su espalda. La melena le cae sobre los hombros, brillante bajo la luz de las últimas estrellas que, tímidas, empiezan a desaparecer.

- Recógete el pelo.

Obedece y Benson pone en marcha la única hélice de la avioneta remolcadora. El sonido pasa apagado a través del plexiglás de nuestra cabina. Muy suavemente, empezamos a movernos, atados con una cuerda al aparato de Benson. Noto como el cuerpo de Anastasia se pone rígido, como siempre que está excitada, nerviosa. Empiezan a resultarme familiares muchos de sus gestos, muchas de sus reacciones. El remolcador levanta el vuelo a doscientos metros de nosotros, y su ruido se hace cada vez más tenue. En pocos segundos despegaremos nosotros también y Anastasia verá por primera vez cómo sale el sol sobre el que ha sido su hogar, y lo verá conmigo.

- ¿Estás lista? ¡Allá vamos!




domingo, 21 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 24.1 ( Fans de Grey )


El botones acaba de marcharse después de dejarnos el desayuno especial de la casa en una bandeja tan horrible como todo en este hotel. Por lo menos los productos son de primerísima calidad, y además tenían el té favorito de Anastasia. La bandeja reposa en la mesita, junto a su ropa doblada, lista para irnos. Con cariño y nostalgia pienso en la primera noche que pasamos juntos, en el Heathmann, parece que ha pasado una eternidad desde entonces. ¿Éramos los mismos? Sin duda lo éramos, aunque no lo seamos. Aquella noche tampoco dormí mucho. No paré de observar a Ana, la forma en que su silueta se dibujaba bajo las sábanas, igual que ahora. Con una respiración igualmente pesada. Oh, Ana, sí que hemos cambiado. Tú me has cambiado.

Coloco unos boxers míos junto a sus tejanos, con una sonrisa. Tampoco será esta la primera vez que lleve mi ropa interior. Me da cierta sensación de pertenencia, cubrir sus partes más íntimas con mis calzoncillos. Por fin se levanta, majestuosa en su desnudez; me resulta tan difícil resistirme a ella que me ausento del dormitorio, con la excusa de dejar que se arregle. En la salita, le sirvo un té y retiro la cubierta de los platos dejando a la vista el suculento desayuno que, conociéndola, no querrá probar. Pero yo sí: los huevos revueltos son un sueño, y la mermelada de frambuesa sobre las tostadas de queso fresco, insuperable.

Me asomo a la ventana para ver cómo la neblina que cubre el río Savannah como una manta esponjosa se empieza a disolver a medida que el alba se acerca. Los amaneceres cerca del agua tienen ese efecto sedante, esa suavidad que recuerda el fácil interacción de los elementos en el medio natural. Ojalá fuera así entre las personas también. Ojalá fuera así entre Ana y yo. En medio de otra penumbra, la del baño, la del baño vistiendo algo más que una pícara sonrisa.

- Ven aquí Anastasia. El desayuno está listo.

- No tengo apetito Christian, ¿te parece bien que me lleve algo para comérmelo luego?

- Ana –bajo la voz y la reprendo casi en un susurro. Me saca de quicio, sabe que tiene que comer.- por favor, toma algo.

- ¿Un té? Y me llevaré un cruasán para luego. ¿De acuerdo?

- Está bien.

Sopla la taza humeante y envuelve en una servilleta el cruasán. Con un gesto jocoso me mira mientras se lo guarda.

- En serio señor Grey, a veces me dan ganas de ponerle los ojos en blanco.

Nada me gustaría más, pero, ¿no podría simplemente hacer lo que le digo, sin discutir cada una de mis decisiones? Haciendo un esfuerzo para mantenerme serio le replico:

- Será un placer, no se corte, señorita Steele. Es una forma estupenda de empezar el día.

- ¡Estoy segura de que eso me despabilaría! -¿indiferencia? ¿es eso lo que he notado en su voz?

- Lo dejaremos para otro momento. No quiero disgustarte tan temprano. Acábate el té, por favor, y vámonos, que no quiero que se nos haga tarde.

Recuerdo repentinamente el por qué de haberla sacado tan temprano de la cama y mi malestar por su rebeldía desaparece, igual que la bruma que se desvanece sobre el río a medida que la claridad asoma por el horizonte.Salimos de la mano atravesando el lobby casi desierto del hotel. A estas horas apenas hay movimiento en los hoteles, es ese raro momento en el que los cocineros ya han entrado a trabajar y los recepcionistas de la noche aún no han acabado su turno, por lo que no se mueve un alma. Aún así, los pocos trabajadores que nos cruzamos nos lanzan una mirada en la que se adivina la envidia. Sonrío. Es normal que nos envidien. No todo el mundo puede ser quien soy, ni llevar a una mujer como ésta de la mano. Y eso que lleva una sudadera mía y del bolsillo a lo marsupio abultado asoma la servilleta en la que ha envuelto su desayuno. Como diría mi amiga Elena: Querido, estás irreconocible.

Una vez en la calle el aparcacoches me tiende la mano de mi deportivo descapotable. Anastasia lo mira exultante, y yo apruebo su reacción. Era la que buscaba. Temo que un día pueda acostumbrarse a este lujo que me rodea y del que quiero rodearla a ella también, así que  cuanto más pueda disfrutar de la sorpresa que le provoca ahora, mejor.

- ¿No te parece estupendo que sea Christian Grey?

Por respuesta Ana me regala una sonrisa que ilumina más que el mismo sol que vamos a perseguir.

- ¿No vas a decirme dónde vamos?

- Es una sorpresa.

Con destreza acciono el gps para programar la dirección del campo de vuelo y configuro el dispositivo que sincroniza la música de mi ipod con la radio del coche. Inmediatamente los acordes de la obra maestra de Verdi inundan la madrugada.

- ¿Qué está sonando, Christian?

- La Traviata, de Verdi. ¿La conoces? –por el modo en el que se acurruca en el asiento de piel adivino que es de su agrado.

- No, bueno, he oído hablar de ella, claro. ¿Qué quiere decir?

- La descarriada. Seguro que conoces La dama de las camelias, de Alejandro Dumas. El libreto está basado en esa historia.

Me callo, me doy cuenta de que estoy entrando en un terreno pantanoso. Probablemente Ansatasia conoce la obra de Dumas y en ella se reflejan muchos de los temas espinosos entre nosotros: prejuicios, rechazo social, celos, venganza. Y muerte.

- Sí, la conozco. La desgraciada cortesana –Murmura, haciéndose más pequeña en su asiento. Mierda, Christian, qué torpe eres.

- Pon algo más animado si quieres, esto es un poco triste para estas horas de la mañana. Está sonando desde mi iPod, mira, cambia desde aquí –toco la pantalla que hay en el salpicadero para mostrarle cómo acceder al menú de reproducción. Salvado por los pelos. Tomo nota mental de tener un poco más de cuidado con lo que digo y cómo lo digo, porque no quiero asustar a Ana. Es tan agradable compartir mi tiempo con ella.

- ¿Toxic? –esto sí que no me lo esperaba.

- ¿Acaso te sorprende? No veo por qué.

Ana no deja de fascinarme: mientras intentaba recordarme a mí mismo que tendría que ser más cauto con las cosas que digo, ella va y selecciona Toxic, el estandarte del amor dañino, de las caídas peligrosas.

- No fui yo quien puso esa canción en la lista de reproducción.

- ¿Ah no? –me mira atónita.

- No, fue Leila –trato de mantener la serenidad pero creo que  estoy volviendo al terreno peligroso.

- ¿Y se puede saber quién es Leila?

- No es nadie Anastasia, es sólo una ex. Es historia ya.

- ¿Con eso quieres decir que es una de las quince con las que has tenido una relación? –su tono ha vuelto a endurecerse.

- Sí –respondo sencillamente. ¡Mierda Christian! Me esfuerzo por parecer alegre, tal vez si yo no le doy importancia a esto ella tampoco.

- ¿Y qué fue lo que pasó?

- Se terminó.

- Pero, ¿por qué?

- Quiso más de lo que yo quería –es mi oportunidad de que las aguas vuelvan a su cauce- y yo no. Nunca he querido más hasta que llegaste a mi vida.




sábado, 20 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 23.6 ( Fans de Grey )

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He hecho bien en venir, a pesar de los consejos de Elena en contra de mis planes. Esta conversación nos ha venido muy bien y no sé si habríamos sido capaces de tenerla en casa. El terreno neutral es mucho más importante de lo que parece. Tanto, que hasta hemos tenido la conversación acerca del número de amantes que han pasado por mi cama. Esto es tan nuevo para mí. Nunca antes le había importado a nadie mi pasado, el resto de mis relaciones sentimentales. Aunque, bien pensado, es lógico, porque nunca he tenido ninguna. Y es tan agradable que no sé por qué no lo he hecho hasta ahora. Hemos pasado la cena hablando de cosas tan sencillas como cuál es mi película favorita. ¡No sabía que eso podía ser un tema de conversación!
 
Insomne, como casi siempre, me levanto de la cama y observo a Anastasia, desnuda, entre mis sábanas. Su cuerpo perfecto reposa sobre el colchón, y sube y baja al ritmo de su respiración con una paz que nunca antes había conocido. Qué cerca he estado de perderte, Ana, qué cerca. No podía quedarme allí en casa, en Seattle, sin hacer nada y ver cómo te escurrías de mí, cómo te ibas asustada y no poder decir nada, no saber cuándo ibas a volver, si es que pensabas hacerlo. Como si escuchara mis reflexiones Anastasia se revuelve por un momento en la cama, con un ligero gemido. Al girarse la sábana se desliza por su torso hasta la cintura, dejando a la vista su pecho, firme y redondo, perfecto. Me siento tentado de acercar mi boca a él y lamerlo, centímetro a centímetro, pero no tengo tiempo. Nuestra sesión de sexo matutino tendrá que esperar y, resignado, cubro pudorosamente de nuevo con la sábana su cuerpo, beso su pelo suavemente y susurro: “duerme, Anastasia. Te he echado de menos”.
 
La salita contigua al dormitorio está decorada con el mismo mal gusto, y con la crueldad añadida de que es una estancia pensada para pasar tiempo, no para dormir. Así que inevitablemente la tapicería infame de motivos florales y las pesadas cortinas con motivos marinos están siempre a la vista. Abro mi ordenador portátil sobre la mesa falso Luis XIV con cubierta de falso nácar y me dispongo a enfrentarme de una vez a la maldita crisis de los contenedores en Holanda y a menesteres mucho más agradables, como el plan que tengo en mente para sorprender a Anastasia.
 
Tecleo en Google Rotterdam huelga de estibadores con la esperanza de obtener alguna noticia que me permita saber cuándo va a terminar el conflicto. Con alivio, descubro que se trataba de una crisis provocada por la puesta en marcha de una nueva terminal de descarga de contenedores totalmente automatizada, lo que supondrá un cambio en la condiciones del convenio de los estibadores del puerto, y el consiguiente perjuicio. Pero parece que tras tres días de negociaciones se ha llegado a un acuerdo, y el anuncio de que la huelga se desconvoca llegará de un momento a otro.
Aliviado, cambio las palabras de la búsqueda: vuelo sin motor cerca de Savannah, Georgia.
 
Rápidamente la página de Brunswick Soaring Association aparece anunciando Una inolvidable aventura en Savannah, curioso clico sobre el enlace para descubrir que lo que anuncian son vuelos al amanecer, en dirección a la salida del sol sobre el mar. Sin muchas esperanzas de encontrar a nadie en el campo de vuelo saco mi Blackberry y marco el número que aparece en pantalla. Después de dos tonos una voz tan fresca que me hace dudar de que sean las cuatro y media de la mañana me saluda:
 
- Buenos días, Brunswick Soaring Association, le habla Caitlin. ¿En qué puedo ayudarle?
 
- Buenos días Caitlin. Mi nombre es Christian Grey. Me gustaría utilizar uno de sus planeadores esta mañana, a la salida del sol.
 
- Tendrá que darse mucha prisa señor Grey, ¡el alba rompe en dos horas! Pero ha tenido suerte. Un cliente acaba de fallarnos así que disponemos del planeador. Avisaré a un piloto para que esté listo a las seis en punto.
 
- Eso no será necesario Caitlin, pilotaré yo mismo. Con un piloto de remolque bastará.
 
- ¿Dispone usted de una licencia en vigor, señor Grey?
 
- Así es.
 
- Está bien, entonces necesitaré que la traiga y un depósito de cinco mil dólares.
 
- Ningún problema. Enviaré a uno de mis hombres para que formalice la documentación y a las seis en punto estaré allí.
 
- No se retrase ni un minuto, señor Grey. Ver salir el sol sobre el mar desde aquí es probablemente la experiencia más alucinante que vaya a vivir en toda su vida.
 
- No sabría qué decirle, Caitlin –qué poco me conoce…- Hasta luego.
 
Al colgar veo la luz roja que indica que ha llegado un mensaje durante la conversación que he tenido con el campo de vuelo. Chequeo el remitente, y viene de Holanda.
 
De: Roger Hijjs
Fecha: 2 de junio de 2011 08:03
Para: Christian Grey
Asunto: Grey Enterprises – Europe: Fin del conflicto de la huelga de estibadores
 
Buenos días señor Grey,
 
El sindicato de estibadores acaba de convocar una reunión con todos los responsables de las empresas afectadas por la huelga para informar de su fin inminente. Todos los contenedores paralizados aquí saldrán del puerto a lo largo de la mañana, por lo que en contando los seis días de travesía más los dos que ya hemos perdido, la mercancía estará en Baltimore con tiempo suficiente para ser redirigida a su destino. En las próximas horas le haré llegar los códigos de rastreo para que pueda seguir vía satélite la posición de los contendores en cada momento.
 
Un saludo,
 
Roger Hijjs, representante de Grey Enterprises Holdings – Europe, Inc.
 
Un problema menos. Totalmente dispuesto a pasar una jornada de vacaciones con Anastasia, marco el número de Taylor.
 
- Señor Grey.
 
- Buenos días Taylor. ¿Has tenido un buen viaje?
 
- Sí, muchas gracias.
 
- Me alegro. Necesito que vayas a Brunswick Soaring Association, he alquilado un planeador. Estaré allí a las seis pero hay que pagar un depósito, una fianza o algo así, y llevar mi licencia de vuelo. Yo me reuniré contigo allí en una hora.
 
- Perfecto, señor Grey. Ahora mismo salgo para allá.
 
Llamo a recepción para avisar de que necesitaré un coche en treinta minutos, me doy una ducha rápida y me acerco a despertar a Anastasia. Está tan plácida que me cuesta romper su sueño, pero lo que va a vivir ahora lo merece.
 
- Eh, perezosa, ya es hora de levantarse.
 
- Mmm… Christian…
 
Tan dormida como juguetona me agarra de la camiseta y me atrae hacia ella, torpe y tentadora. Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad consigo convencerla de que se levante y se vista, que tenemos que irnos. Lo que daría por parar el tiempo y perderme entre sus piernas un rato antes de salir… Pero el sol no va a esperarnos, tenemos que salir ya.