El viaje hasta el aeropuerto se me hace insoportable, y eterno. Luke no responde, Gail tampoco ha vuelto a llamar y no hay noticias del hospital. El calor empieza a ser agobiante y la humedad me pega la ropa al cuerpo, incluso dentro del coche. Si no fuera porque Anastasia se queda aquí, estaría feliz de irme del apestoso sur. No se me ha perdido absolutamente nada aquí.
El avión nos está esperando listo en la pista de despegue. Taylor estaciona y le entrega las llaves del coche a un mozo que carga ya nuestras maletas en la entrada de la terminal privada, y llegamos caminando a las escalerillas.
- Buenos días señor Grey, señor Taylor.
- Buenos días. ¿Podemos salir ya?
- En seguida. Siéntense y abróchense los cinturones. Estamos esperando la señal de la torre de control y despegaremos. No hay mucho tráfico esta mañana, en breve estaremos en marcha.
Taylor toma asiento en la parte delantera del avión, como siempre, mirando hacia la cabina del piloto y yo, en la parte de detrás, en un asiento frente a una pequeña mesita.
- Cabin crew please prepare for departure. Arm all doors and cross check –ordena una voz a través de la megafonía.
- Allá vamos. Cabina asegurada –responde la azafata que cierra la puerta del avión y se sienta también. Coge el intercomunicador que hay en la pared, al lado del transportín sobre el que va, y responde a la cabina del piloto:
- Doors armed. Cabin crew ready for departure.
El aparato termina de arrancar y con un pequeño tirón se pone en movimiento. Despacio avanza para coger su posición al principio de la pista de despegue.
- Entrando en pista para despegue. Espero que tengan un buen vuelo.
El comandante da las últimas indicaciones y el sonido de los motores es cada vez más intenso. La velocidad me empuja contra el asiento a medida que nos acercamos a los casi doscientos cincuenta kilómetros por hora, que es nuestra velocidad de despegue. Es el segundo avión que cojo esta mañana, y éste es en circunstancias mucho menos agradables que el primero.
Una vez en la altura de crucero, la azafata que nos acompaña se acerca.
- Ya estamos rumbo a Seattle, señor. La duración estimada del vuelo es de cinco horas y diez minutos, pero llevamos el viento de cola, así que es posible que tardemos menos. Además, el cielo estará limpio y despejado durante todo el trayecto. ¿Desea tomar algo, señor Grey?
- De momento no, muchas gracias –intento leer su nombre en la placa que le cuelga de la solapa de la chaqueta- Evelyn. Voy a intentar descansar un poco. Y necesito hacer una llamada a este número – busco en mi cartera la tarjeta de visita del doctor Flynn, y se la entrego-. Avíseme cuando consiga establecer la llamada. Esta mañana parecen bastante ocupados.
- En seguida, señor Grey.
Savannah se desdibuja bajo nuestros pies. Igual que esta mañana, hemos despegado en dirección este y dentro de poco el piloto girará ciento ochenta grados para poner rumbo a la costa oeste. Rápidamente la ciudad desaparece entre las nubes, igual que Leila había desaparecido de mi vida, hacía ya tres años.
-¿Señor Grey? Su llamada.
- Gracias Evelyn. Evelyn me acerca un teléfono y respondo.
- Christian Grey al habla.
- Buenos días señor Grey. Le paso con el doctor Flynn.
- Gracias.
El himno a la alegría suena mientras espero a que el doctor responda a mi llamada. Es insoportable, y me pone todavía de peor humor.
- Señor Grey, buenos días.
- Buenos días doctor Flynn.
- ¿Se encuentra bien? –me pregunta.
- Sí, no es por mí. Llamaba para pedirle un favor.
- Claro, dígame.
- Se trata de una amiga –respondo.
- Señor Grey, lo siento mucho pero ya sabe que no puedo atender como paciente a nadie que esté o haya estado directamente relacionado con usted. Va en contra de la ética profesional.
- Lo sé, lo sé pero, ¿no podría hacer la vista gorda?
- Me temo que no –el doctor suena tajante.
- Verá, es un caso excepcional. Ni quiero exactamente que la trate, sino una opinión profesional.
- Bueno, en ese caso, podemos hacer una excepción.
- Gracias, doctor Flynn. Se lo agradezco mucho.
- Cuénteme de qué se trata –le escucho acomodarse al otro lado de la línea.
- Se trata de una mujer con la que tuve relaciones hace tres años. Una relación contractual.
- ¿Una empleada?
- No, no se trata de ese tipo de contrato.
- ¿Una sumisa? –me pregunta sin rodeos.
- Exactamente. Una sumisa –respondo.
- Siga.
- Nuestra relación terminó hace tres años después de una discusión un poco violenta. La mujer, la señorita Williams, quería mantener conmigo una relación sentimental más allá de la que teníamos y yo no. Así que conoció a otra persona, se enamoró, y dejamos de vernos. Poco después se casó con ese hombre, y no había vuelto a saber nada de ella hasta hoy.
- ¿Debo entender que se ha puesto en contacto con usted?
- No exactamente. Digamos que, más bien, ha irrumpido en mi casa.
- ¿Sin anunciarse?
- No sólo sin anunciarse, sino como una ladrona. No sabemos aún cómo se las ha ingeniado para entrar –la rabia tensa mi mandíbula y por un momento me cuesta seguir hablando.
- ¿Y le ha dicho qué quería? –continúa el terapeuta.
- No, yo no estaba allí. Gail, mi ama de llaves, la ha encontrado en mi dormitorio, sentada en la cama. Había revuelto mis cosas y cogido un bote de pastillas para dormir. Tenía una cuchilla de afeitar en la mano, y amenazaba con cortarse las venas.
- ¿Lo ha hecho?
- Parece que ha sido sólo un corte superficial. Los paramédicos parecían más preocupados por las píldoras que por el corte de la mano. Iban a hacerle un lavado de estómago para saber cuántas había tomado. El caso es que…
- ¿Sí, señor Grey? –me anima a continuar.
- El caso es que preguntaba continuamente ¿por qué, por qué? Mucho me temo que ese por qué iba dirigido a mí, aunque yo no estuviera –expuse mi teoría.
- ¿A qué se refiere?
- A que cuando ella y yo dejamos de vernos yo no estaba dispuesto a tener una relación amorosa con alguien y ahora, la tengo.
- Señor Grey, creo que tenemos mucho de lo que hablar.
- Así es, pero no es el momento. La cuestión es que la señorita Williams, Leila, está ingresada ahora mismo en el Seattle Northwest Hospital, y me gustaría que pasara por allí a echarle un vistazo. Me quedaría mucho más tranquilo si alguien de confianza hablara con ella.
- Claro, no es problema. El jefe del servicio de psiquiatría es amigo mío. Le llamaré y me pasaré por su consulta en cuanto pueda.
- Muchísimas gracias doctor. Estoy volando desde Georgia hacia Seattle. En cuanto aterrice iré directo al hospital.
- Nos veremos allí entonces.
Me descubro con la mano apretada alrededor del teléfono, pensando en Leila, en cómo llegó a mi vida, a mi cuarto rojo.
El avión nos está esperando listo en la pista de despegue. Taylor estaciona y le entrega las llaves del coche a un mozo que carga ya nuestras maletas en la entrada de la terminal privada, y llegamos caminando a las escalerillas.
- Buenos días señor Grey, señor Taylor.
- Buenos días. ¿Podemos salir ya?
- En seguida. Siéntense y abróchense los cinturones. Estamos esperando la señal de la torre de control y despegaremos. No hay mucho tráfico esta mañana, en breve estaremos en marcha.
Taylor toma asiento en la parte delantera del avión, como siempre, mirando hacia la cabina del piloto y yo, en la parte de detrás, en un asiento frente a una pequeña mesita.
- Cabin crew please prepare for departure. Arm all doors and cross check –ordena una voz a través de la megafonía.
- Allá vamos. Cabina asegurada –responde la azafata que cierra la puerta del avión y se sienta también. Coge el intercomunicador que hay en la pared, al lado del transportín sobre el que va, y responde a la cabina del piloto:
- Doors armed. Cabin crew ready for departure.
El aparato termina de arrancar y con un pequeño tirón se pone en movimiento. Despacio avanza para coger su posición al principio de la pista de despegue.
- Entrando en pista para despegue. Espero que tengan un buen vuelo.
El comandante da las últimas indicaciones y el sonido de los motores es cada vez más intenso. La velocidad me empuja contra el asiento a medida que nos acercamos a los casi doscientos cincuenta kilómetros por hora, que es nuestra velocidad de despegue. Es el segundo avión que cojo esta mañana, y éste es en circunstancias mucho menos agradables que el primero.
Una vez en la altura de crucero, la azafata que nos acompaña se acerca.
- Ya estamos rumbo a Seattle, señor. La duración estimada del vuelo es de cinco horas y diez minutos, pero llevamos el viento de cola, así que es posible que tardemos menos. Además, el cielo estará limpio y despejado durante todo el trayecto. ¿Desea tomar algo, señor Grey?
- De momento no, muchas gracias –intento leer su nombre en la placa que le cuelga de la solapa de la chaqueta- Evelyn. Voy a intentar descansar un poco. Y necesito hacer una llamada a este número – busco en mi cartera la tarjeta de visita del doctor Flynn, y se la entrego-. Avíseme cuando consiga establecer la llamada. Esta mañana parecen bastante ocupados.
- En seguida, señor Grey.
Savannah se desdibuja bajo nuestros pies. Igual que esta mañana, hemos despegado en dirección este y dentro de poco el piloto girará ciento ochenta grados para poner rumbo a la costa oeste. Rápidamente la ciudad desaparece entre las nubes, igual que Leila había desaparecido de mi vida, hacía ya tres años.
-¿Señor Grey? Su llamada.
- Gracias Evelyn. Evelyn me acerca un teléfono y respondo.
- Christian Grey al habla.
- Buenos días señor Grey. Le paso con el doctor Flynn.
- Gracias.
El himno a la alegría suena mientras espero a que el doctor responda a mi llamada. Es insoportable, y me pone todavía de peor humor.
- Señor Grey, buenos días.
- Buenos días doctor Flynn.
- ¿Se encuentra bien? –me pregunta.
- Sí, no es por mí. Llamaba para pedirle un favor.
- Claro, dígame.
- Se trata de una amiga –respondo.
- Señor Grey, lo siento mucho pero ya sabe que no puedo atender como paciente a nadie que esté o haya estado directamente relacionado con usted. Va en contra de la ética profesional.
- Lo sé, lo sé pero, ¿no podría hacer la vista gorda?
- Me temo que no –el doctor suena tajante.
- Verá, es un caso excepcional. Ni quiero exactamente que la trate, sino una opinión profesional.
- Bueno, en ese caso, podemos hacer una excepción.
- Gracias, doctor Flynn. Se lo agradezco mucho.
- Cuénteme de qué se trata –le escucho acomodarse al otro lado de la línea.
- Se trata de una mujer con la que tuve relaciones hace tres años. Una relación contractual.
- ¿Una empleada?
- No, no se trata de ese tipo de contrato.
- ¿Una sumisa? –me pregunta sin rodeos.
- Exactamente. Una sumisa –respondo.
- Siga.
- Nuestra relación terminó hace tres años después de una discusión un poco violenta. La mujer, la señorita Williams, quería mantener conmigo una relación sentimental más allá de la que teníamos y yo no. Así que conoció a otra persona, se enamoró, y dejamos de vernos. Poco después se casó con ese hombre, y no había vuelto a saber nada de ella hasta hoy.
- ¿Debo entender que se ha puesto en contacto con usted?
- No exactamente. Digamos que, más bien, ha irrumpido en mi casa.
- ¿Sin anunciarse?
- No sólo sin anunciarse, sino como una ladrona. No sabemos aún cómo se las ha ingeniado para entrar –la rabia tensa mi mandíbula y por un momento me cuesta seguir hablando.
- ¿Y le ha dicho qué quería? –continúa el terapeuta.
- No, yo no estaba allí. Gail, mi ama de llaves, la ha encontrado en mi dormitorio, sentada en la cama. Había revuelto mis cosas y cogido un bote de pastillas para dormir. Tenía una cuchilla de afeitar en la mano, y amenazaba con cortarse las venas.
- ¿Lo ha hecho?
- Parece que ha sido sólo un corte superficial. Los paramédicos parecían más preocupados por las píldoras que por el corte de la mano. Iban a hacerle un lavado de estómago para saber cuántas había tomado. El caso es que…
- ¿Sí, señor Grey? –me anima a continuar.
- El caso es que preguntaba continuamente ¿por qué, por qué? Mucho me temo que ese por qué iba dirigido a mí, aunque yo no estuviera –expuse mi teoría.
- ¿A qué se refiere?
- A que cuando ella y yo dejamos de vernos yo no estaba dispuesto a tener una relación amorosa con alguien y ahora, la tengo.
- Señor Grey, creo que tenemos mucho de lo que hablar.
- Así es, pero no es el momento. La cuestión es que la señorita Williams, Leila, está ingresada ahora mismo en el Seattle Northwest Hospital, y me gustaría que pasara por allí a echarle un vistazo. Me quedaría mucho más tranquilo si alguien de confianza hablara con ella.
- Claro, no es problema. El jefe del servicio de psiquiatría es amigo mío. Le llamaré y me pasaré por su consulta en cuanto pueda.
- Muchísimas gracias doctor. Estoy volando desde Georgia hacia Seattle. En cuanto aterrice iré directo al hospital.
- Nos veremos allí entonces.
Me descubro con la mano apretada alrededor del teléfono, pensando en Leila, en cómo llegó a mi vida, a mi cuarto rojo.
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