viernes, 12 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 22.10 ( Fans de Grey )

La sala de espera VIP del aeropuerto de Seattle está casi vacía a estas horas de la mañana, a excepción de una pareja de japoneses que dormitan hombro sobre hombro una mujer que chequea algo en su ordenador portátil. Morena, alta y elegante, tamborilea con el tacón en el suelo al ritmo de la música suave que suena de fondo. Mientras una azafata de tierra me trae un café estudio la forma de sus piernas, bien torneadas, de sus tobillos que se alargan por encima de los altos zapatos de ante. Como si mis ojos hablasen, levanta la vista de la pantalla y me sonríe. Alzo mi taza en un brindis en la distancia y le devuelvo la sonrisa. Tiene unos dientes perfectos, unos labios preciosos, un cuello largo y delgado adornado con una sencilla cadena de plata. Si hubiera tenido que apostar hace tan sólo unos meses cuál sería el tipo de mujer que me haría coger un vuelo para atravesar el país sería alguien como ella, y no una universitaria con vaqueros y zapatillas de deporte. Pero aquí estoy, a punto de cruzar el país y sin zanjar los asuntos de la oficina.

De: Christian Grey
Fecha: 1 de junio de 2011 05:14
Para: Andrea Morgan
Asunto: reasignación asuntos de la semana

Buenos días Andrea,
He tenido que salir de viaje por asuntos personales. Por favor, ocúpate de recolocar mis citas de esta semana, porque no estaré de vuelta antes del viernes. Si surge algún asunto que haya que resolver inmediatamente prepárame una videoconferencia teniendo en cuenta el cambio horario Seattle – Savannah.
Cambia mi cita con el doctor Flynn para la semana que viene.
He dejado sobre la mesa del despacho las órdenes de entrega de las mercancías que llegarán a Baltimore mañana de la compañía WCNA. Ellos mismos se encargan de la tramitación aduanera así que sólo hay que comprobar que las rutas de distribución sean las correctas. Envía a alguien de Chesapeake Associates para que se ocupe de la supervisión de los contenedores.

Muchas gracias.
Christian Grey, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Unos pasos se acercan rítmicamente y cuando miro la atractiva mujer de antes está de pie, a mi lado. Señala el asiento vacío a mi izquierda, con mirada interrogante.

- Por favor –le digo apartando mi chaqueta del asiento. –Adelante.

- No hay mucha gente por aquí. Alicia Gold. Encantada.

- Christian Grey – estrecho su mano más de lo apropiado sin apartar mis ojos de los suyos, que siguen desafiándome. – ¿Viajas a Atlanta?

- No, Chicago. Fusiones y adquisiciones. Estoy desmembrando una pequeña empresa familiar para comprarla en pedacitos después. Suena despiadado, ¿no?

Su mano derecha se ha posado sobre mi muslo mientras me cuenta en qué consiste su trabajo, y sus uñas, con una manicura perfecta, dibujan peligrosas líneas hacia mi rodilla.

- Desde luego, suena cruel –respondo sin apartar mi pierna, aceptando el juego del contacto.

- ¿Y tú? … Déjame adivinar, ¿abogado?

- Llevas poco tiempo en Seattle, ¿no es cierto? – No hay nadie que se dedique a las finanzas en toda la ciudad que no sepa quién es Christian Grey.

- Así es, esta es mi primera semana. Me vendría bien un poco de ayuda para aclimatarme a la costa Oeste.

Descruza y vuelve a cruzar las piernas sugerentemente. Es evidente que no sabe quién soy, ni que mi fama me precede.

- Podría hacerte un par de recomendaciones. Seattle es una ciudad llena de atractivos en cualquier época del año, Alicia.

El coqueteo va subiendo de tono a medida que la conversación sigue por derroteros de lo más banales: locales de moda, restaurantes, tiendas. Hay un punto de perversión en saber que quiere algo de mí y que no voy a dárselo que me divierte. La megafonía anuncia mi vuelo.

- Atención por favor, señor Grey, su vuelo con destino Atlanta y correspondencia con Savannah está listo para despegar. Diríjase a la zona de embarque B. Le rogamos que compruebe que lleva consigo todos sus objetos personales y le deseamos que tenga un vuelo agradable.

- Ése es el mío –recojo mi portátil y mi chaqueta. – Ha sido casi un placer, señorita Gold. Espero que desmembre usted con éxito la compañía.

- Oh, qué lástima. Ahora que empezaba a divertirme… ¡Su propio vuelo, además!

- Así es. Lo que es una lástima es que no haberlo sabido con tiempo: una escala en Chicago podría haber sido de lo más divertida.

Se gira para sacar algo del bolso y el escote de su camisa deja al descubierto el arranque de un sujetador de raso blanco. Esta mujer sabe cómo seducir, no hay duda. Se levanta y vuelve a tenderme la mano derecha, mientras la izquierda desliza un papel en mi bolsillo. Acercándose mucho más de lo que sugiere el decoro, me susurra al oído:

- Espero que volvamos a encontrarnos, señor Grey.

- Lamento comunicarle que tiendo a velar por los intereses de mi empresa. Jamás los pondría en peligro cerca de alguien que amenazara con examinarla, dividirla y venderla en pedacitos. Tendrá que buscarse a otro, señorita Gold.

- No es eso exactamente su empresa lo que me interesa examinar –insiste.

Con una sonrisa por respuesta la dejo allí, sola mirando cómo me alejo en dirección a mi puerta de embarque. No me cabe la menor duda de que no está muy acostumbrada al rechazo, pero en cuanto descubra quién es Christian Grey encajará el golpe con entereza. Una vez en el avión cojo mi Blackberry y miro el reloj; en pocas horas estaré cerca de Anastasia. Igual que la señorita Gold, yo también tengo ganas de examinar algo, y no falta ya mucho. Me dispongo a pasar el resto del viaje revisando las notas que Luke me pasó sobre la madre de Anastasia, Carla Adams. Quiero estar listo para impresionarla.

Savannah es conocida como la ciudad hechizada de los Estados Unidos, aunque más bien debería ser famosa por el calor insoportable que hace. Sólo estamos a principios de junio y al salir del aeropuerto me recibe una bofetada de calor húmedo que hace que se me pegue la ropa a la piel. Activo la aplicación de rastreo de dispositivos móviles, y selecciono el de Anastasia: tres kilómetros, en el bar del Bohemian Hotel. Estoy sólo a tres kilómetros de ella, y no tiene ni la menor idea. Estupendo, ya sé dónde alojarme. Tomo un taxi en dirección al lujoso hotel pensando divertido que Ana está totalmente desorientada sin saber por qué hace más de doce horas que no tiene noticias mías, y que lo toma como el castigo del látigo de mi indiferencia. Probablemente esté pensando qué ha hecho mal, dónde se ha equivocado para provocar mi frío silencio. Ay, Ana, si tú supieras.

- Ya hemos llegado señor. Bohemian Hotel.

- Gracias – pago con un billete que supera con mucho la tarifa de la carrera, pero me siento generoso.

 – Quédese el cambio.

- Muchas gracias señor. Espero que disfrute su estancia en Savannah. ¡No deje de hacer la ruta encantada! –dice orgulloso del inverosímil patrimonio de su ciudad.

No lo dude: lo haré –respondo sin mucha convicción, y salgo del taxi.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario