Empieza a anochecer en Savannah, una noche de esas claras en las que la presencia del océano se nota tanto que el color del cielo parece no dejar de cambiar nunca. El Bohemian se recorta sobre él, una imponente masa de ladrillo rojo iluminada con haces intermitentes, chorros de luz que salen desde el piso inferior, entre cada par de ventanas, dando la sensación de que el edificio está sujeto por columnas. Sólo una hilera de palmeras me separa de la entrada, y ya viene corriendo un botones a coger mi maleta.
- Permítame, caballero.
Liberado de mi carga, si es que se le puede llamar carga al pequeño trolley que he traído, guardo las manos en los bolsillos y sigo al muchacho hasta la recepción. Un botones recoge mi equipaje y me acompaña dentro. Echo un vistazo al lobby intentando sin éxito encontrar a Anastasia. Diviso un bar al fondo, probablemente esté allí, pero no hay prisa, no va a moverse sin que yo me entere. Además, el calor es insoportable aquí, necesito asearme y cambiarme de ropa. Han dispuesto para mí una de las mejores habitaciones del hotel, con vistas al río: dos estancias separadas, sofás de piel, cama king size, jacuzzi y balcón. La lámpara con brazos hechos de conchas marinas que preside el dormitorio me hace recordar por qué tienen fama de tener mal gusto en el este. Ni siquiera en un hotel de cinco estrellas puede uno encontrar lujo discreto. El botones me dice desde la puerta:
- Habitación 612, espero que sea todo de su agrado, señor Grey.
- Así es, muchas gracias.
- Si necesita cualquier cosa pulse el 9 en el teléfono y tendrá línea directa con recepción.
Mi Blackberry suena: hay un mensaje de Andrea, y uno de Elena:
* Me han dicho en tu oficina que has salido de viaje. O mucho han cambiado las cosas desde anoche o creo que alguna señorita va a recibir una visita inesperada. Besos, “la señora Robinson”.
* Me conoce usted muy bien, “señora Robinson”.
* Deberías darle un poco de aire, Christian. Xxx Sra R.
Sé lo que opina, anoche lo dejó muy claro. Si Anastasia necesita espacio, dáselo, me dijo. No corras tras ella como un perro de caza. Lo siento Elena, hay cosas que necesitan ser arregladas inmediatamente.
El mensaje de Andrea es más preocupante: los contenedores que tenían que llegar a Baltimore se han atascado en los muelles de Rótterdam a causa de una huelga de estibadores. No estarán en los Estados Unidos hasta que los sindicatos reabran el tráfico y no saben cuánto más puede durar el paro. Mierda! ¿Es que esta gente no puede hacer nada bien?
De: Christian Grey
Fecha: 1 de junio de 2011 21:12
Para: Andrea Morgan
Asunto: Re: huelga en Rotterdam
Andrea de verdad, no puedo creerlo. ¿Es que Lucas no puede hacer nada a derechas? Hace más de quinientos años que las rutas de comercio entre Europa y América están abiertas y cada vez que él tiene que encargarse de algo misteriosamente todo falla.
Tengo que salir ahora pero dile que no se vaya de la oficina hasta que no haya llamado yo. Quiero hablar personalmente con él: esto no va a quedar así. Intenta que Barney se ponga en contacto con alguien de Amsterdam a ver si pueden decirnos cuándo está previsto que terminen los paros.
Por cierto, ¿quién es nuestro agente inmobiliario en la costa este? Me gustaría ver un par de naves aquí y en Detroit, va siendo hora de expandirse.
Gracias,
Christian Grey, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Absorto en mis pensamientos miro la pantalla de la Blackberry, deseando que el punto que señala la posición de Anastasia no se haya movido. Y así es, indica 85 metros. El juego vuelve a empezar. Me meto en la ducha casi nervioso y, mientras el agua cae por mi cuerpo, examino el cuarto de baño. Una bañera digna de Cleopatra con un escalón que la recorre entera por dentro parece presagiar un buen reencuentro. Sonrío para mis adentros deseando que así sea.
El bar del hotel está atestado, más de lo normal para ser un día de diario a principios del mes de junio, cosa que me viene bien para intentar pasar desapercibido: no quiero que mi diosa de ojos verdes me vea aún. A la poca iluminación del bar se suma el color oscuro de la madera que lo cubre todo, aquí dentro uno tiene la sensación de ser engullido por las paredes. El lujo recargado no es en absoluto de mi agrado aunque, por lo menos en las zonas comunes del hotel, se han ahorrado los “chanderliers” de conchas marinas. Algo es algo. La pared del fondo del local es una cristalera corrida que da sobre el río Savannah, que ahora brilla bajo las luces intermitentes de los barcos que lo surcan. La puerta para salir a la terraza está al principio de la barra, por lo que puedo salir sin necesidad de cruzar todo el salón ni exponerme a la vista de Ana. Pequeños sillones de paja separados por palmeras enanas recorren la barandilla en un ambiente mucho más íntimo que el del interior del local: aquí apenas se oye la música, y el suave sonido del fluir de agua sube desde el río. El calor sofocante del día ha dejado una noche maravillosa. Es curioso, muchas noches me siento a mirar la oscuridad a través de los ventanales de mi casa pero el cielo de Seattle es algo que se me aparece siempre detrás de un cristal. Aquí es diferente, aquí podría tocarlo, es como si las estrellas estuvieran más cerca.
Un camarero sale con una bandeja llena de bebidas y a través de la puerta abierta una voz familiar me saca de mis pensamientos, es la voz de Anastasia. Recorro con la mirada el interior del bar y allí está, sentada, escuchando muy seria a una mujer que supongo su madre. Así que esa es Carla Adams, una mujer delgada y muy nerviosa que se mueve con la poca gracia del que se atropella. Anastasia parece hacerse pequeña ante el discurso de su madre. Intento captar algo de lo que dice pero los momentos en los que se abre la puerta y se mantiene abierta son demasiado breves como para que lo que oigo tenga sentido: ego, problema, vueltas… Christian. ¡Christian! ¡Están hablando de mí! Es hora de reaparecer. Me siento en uno de los silloncitos de paja desde los que puedo verlas sin ser visto e indico al camarero que se me acerca que no deseo tomar nada por el momento. Saco mi Blackberry: a jugar.
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