Desde mi asiento veo cómo Anastasia se agarra con las dos manos fuertemente al borde del suyo, y tensa el cuello. Se ha recogido el pelo en una cola de caballo y su nuca se ofrece irresistible frente a mí. El olor que desprende su cuerpo me embriaga. Cierro los ojos y aspiro su aroma mientras el zumbido del motor de la avioneta de remolque se hace más tenue a medida que nos elevamos por el aire. Éste es el mejor momento de planear, cuando el vuelo ha comenzado y uno puede recrearse en mirar el paisaje haciéndose cada vez más pequeño bajo sus pies, sintiendo sólo la inmensidad de la naturaleza que te atrapa, entre el cielo y la tierra. Cuando muere la noche, en madrugadas como ésta, sin una sola nube en el cielo, me maravilla ver cómo el sol devuelve la vida a todo lo que toca. Justo antes del alba, con la primera claridad, la tierra y los árboles son de un color marrón grisáceo, sin matices. Como ahora. Pero en pocos minutos los rayos del sol emergerán de detrás de la línea del horizonte dando forma y volumen a cada una de las cosas que aplana ahora. Y nosotros seremos testigos privilegiados de ello. Seremos uno más en medio de la imponente naturaleza, en silencio, dejándonos mecer por las corrientes.
¿Qué estará pensando Anastasia? Mira llena de paz a ambos lados y la tensión de sus músculos se ha relajado ya. La línea de su barbilla se curva en una mueca que sólo puede significar una sonrisa, y sonrío yo también, aunque no puede verme. Suena la radio.
- Señor Grey, hemos alcanzado los cuatro mil pies de altura.
- Suéltenos Benson.
Tomo con las dos manos firmemente la palanca y la avioneta que nos remolcaba desaparece de nuestro campo de visión mientras viramos hacia el este, en dirección al sol que raya ya el horizonte. Aprovechando la inercia que queda tiro de la palanca hacia mí todo lo posible para que la avioneta suba. Volamos impulsados por las corrientes de aire de la atmósfera, y es maravilloso notar así el poder de la naturaleza. Es infinitamente mejor que volar en Charlie Tango. Es… casi animal. Piso con fuerza el pedal para girar a la derecha y muevo la palanca, el timón de cola dibuja un suave giro y las dos alas largas y estrechas obedecen haciéndonos surcar el aire ágiles como la punta de un taladro. Anastasia lanza un grito de emoción.
- ¡Uhhhhuu!
¡Le está gustando!
- ¡Agárrate nena, vamos a hacer una pirueta!
Anastasia devuelve las manos a los lados de su asiento y se agarra con todas sus fuerzas. En ese momento empujo lejos de mí la palanca y el planeador comienza a descender en picado antes de hacer dos loops completos y nos quedamos cabeza abajo. Grita como una niña en el parque de atracciones y suelta los brazos riendo.
- ¡Menos mal que aún no me he comido el cruasán!
- ¿Ah no? Entonces voy a seguir dando vueltas.
- ¡Christiaaaaan! –vuelve a gritar divertida.
La bruma del amanecer empieza a desvanecerse en cuanto el sol luce ante nosotros, majestuoso. Y es en ese momento en el que la tierra empieza a llenarse de color, y el cielo despliega un juego de color imposible: el sol empuja hacia los lados los violetas y los azules, mientras que los amarillos y los rojos se propagan en línea recta, paralelos al horizonte. Hago girar de nuevo un poco el planeador y allí está, bajo nuestros pies, el océano, que se revuelve hasta quedar de nuevo a nuestras espaldas.
- ¿Qué te parece, señorita Steele?
- Señor Grey, esto es lo más alucinante que he visto en mi vida –levanta una mano hacia atrás y se la acaricio, la aprieto un instante antes de soltarla y decir:
- ¡Coge la palanca que tienes entre las piernas, Anastasia!
- ¿Cómo dices? ¿Estás loco?
- ¡Vamos! ¡Cógela! Mantén el rumbo, nada más.
Recuerdo mi primera experiencia volando sin motor, la primera vez que el instructor soltó sus mandos y me dijo “agarra la palanca, ahora lo llevas tú solo”. La descarga de adrenalina fue brutal. Quiero que lo sienta ella también, que descubra por sí misma la ligereza del aeroplano deslizándose a sus órdenes por las corrientes de aire.
- ¿Y cómo es que me dejas tomar el control, Christian? Creía que necesitabas dominar todo
- Te sorprenderías Anastasia. Anda, suelta los mandos, ya sigo yo, que vamos a aterrizar.Presiono el botón de control de la radio para comunicarme con la base.
- BMA con viento en cola y altura de circuito –indico para pedir pista.
- Aquí torre de control, tome pista siete izquierda a hierba.
Terminando de descender coloco la avioneta en el sentido de la pista de aterrizaje del aeródromo y tomamos tierra. Anastasia deja escapar un suspiro en el que libera la tensión, se gira sobre sus hombros y sonríe, radiante. Abro la cubierta y con una mano la ayudo a bajar.
- ¿Te lo has pasado bien?
- Oh Christian, ha sido maravilloso.
Ágil, salta fuera de la aeronave y entre mis brazos. La abrazo con fuerza, agarro su pelo por la cola de caballo y la miro profundamente a los ojos, a los labios, que parecen gritarme bésame. Tiro de su cabeza hacia atrás y me agacho sobre ella para juntar su boca con la mía. Atrapo ese labio que tanto me gusta morder y lo recorro con la lengua. Anastasia deja escapar mi nombre entre un gemido.
- Christian…
Hundo más aún mi lengua en su boca recorriendo la suya una y otra vez, como si pudiera alimentarme de ella. Estoy completamente empalmado y suelto una mano de su cuello para tirar de las correas de su arnés hacia mí. Quiero que sienta mi erección, quiero que se frote contra ella.
Como si su cuerpo pudiera entablar un diálogo con el mío, adelanta las caderas para apoyarse directamente sobre mí. El triángulo que forman las correas del arnés entre mi cintura y mis piernas oprime el flujo sanguíneo en mi entrepierna aumentando aún más el placer. Podría poseerte aquí mismo, atada con estas correas, podría abrirte las piernas y mirarte durante horas. Mi mano recorre sus nalgas, de arriba abajo, presionándolas y siguiendo la línea que las separa para perderse entre sus piernas, de camino a esa vagina que necesito volver a penetrar. Cuelo una mano por debajo de sus pantalones, de la ancha goma de mis boxers, y tanteo su suave piel. Anastasia separa ligeramente sus piernas, invitándome a seguir, pero las reglas son las reglas, y me separo de ella.
- A desayunar –ordeno mientras me deja que le desabroche el arnés. Lo hago muy despacio, entreteniéndome en acariciar su cuerpo mientras suelto las argollas que ciñen su cuerpo bajo la enorme sudadera que le he prestado y esconden algo que sólo yo puedo ver. Y puedo rozar sus pezones duros bajo la tela, haciéndome vacilar. Pero me quito el mío y lanzo los dos al interior.
- ¿Ahora? –me mira suplicante.
- Sí, ahora.
- ¿Y el avión? ¿No tiene que venir alguien a buscarlo?
- Ya vendrán. Vámonos.
- Señor Grey, hemos alcanzado los cuatro mil pies de altura.
- Suéltenos Benson.
Tomo con las dos manos firmemente la palanca y la avioneta que nos remolcaba desaparece de nuestro campo de visión mientras viramos hacia el este, en dirección al sol que raya ya el horizonte. Aprovechando la inercia que queda tiro de la palanca hacia mí todo lo posible para que la avioneta suba. Volamos impulsados por las corrientes de aire de la atmósfera, y es maravilloso notar así el poder de la naturaleza. Es infinitamente mejor que volar en Charlie Tango. Es… casi animal. Piso con fuerza el pedal para girar a la derecha y muevo la palanca, el timón de cola dibuja un suave giro y las dos alas largas y estrechas obedecen haciéndonos surcar el aire ágiles como la punta de un taladro. Anastasia lanza un grito de emoción.
- ¡Uhhhhuu!
¡Le está gustando!
- ¡Agárrate nena, vamos a hacer una pirueta!
Anastasia devuelve las manos a los lados de su asiento y se agarra con todas sus fuerzas. En ese momento empujo lejos de mí la palanca y el planeador comienza a descender en picado antes de hacer dos loops completos y nos quedamos cabeza abajo. Grita como una niña en el parque de atracciones y suelta los brazos riendo.
- ¡Menos mal que aún no me he comido el cruasán!
- ¿Ah no? Entonces voy a seguir dando vueltas.
- ¡Christiaaaaan! –vuelve a gritar divertida.
La bruma del amanecer empieza a desvanecerse en cuanto el sol luce ante nosotros, majestuoso. Y es en ese momento en el que la tierra empieza a llenarse de color, y el cielo despliega un juego de color imposible: el sol empuja hacia los lados los violetas y los azules, mientras que los amarillos y los rojos se propagan en línea recta, paralelos al horizonte. Hago girar de nuevo un poco el planeador y allí está, bajo nuestros pies, el océano, que se revuelve hasta quedar de nuevo a nuestras espaldas.
- ¿Qué te parece, señorita Steele?
- Señor Grey, esto es lo más alucinante que he visto en mi vida –levanta una mano hacia atrás y se la acaricio, la aprieto un instante antes de soltarla y decir:
- ¡Coge la palanca que tienes entre las piernas, Anastasia!
- ¿Cómo dices? ¿Estás loco?
- ¡Vamos! ¡Cógela! Mantén el rumbo, nada más.
Recuerdo mi primera experiencia volando sin motor, la primera vez que el instructor soltó sus mandos y me dijo “agarra la palanca, ahora lo llevas tú solo”. La descarga de adrenalina fue brutal. Quiero que lo sienta ella también, que descubra por sí misma la ligereza del aeroplano deslizándose a sus órdenes por las corrientes de aire.
- ¿Y cómo es que me dejas tomar el control, Christian? Creía que necesitabas dominar todo
- Te sorprenderías Anastasia. Anda, suelta los mandos, ya sigo yo, que vamos a aterrizar.Presiono el botón de control de la radio para comunicarme con la base.
- BMA con viento en cola y altura de circuito –indico para pedir pista.
- Aquí torre de control, tome pista siete izquierda a hierba.
Terminando de descender coloco la avioneta en el sentido de la pista de aterrizaje del aeródromo y tomamos tierra. Anastasia deja escapar un suspiro en el que libera la tensión, se gira sobre sus hombros y sonríe, radiante. Abro la cubierta y con una mano la ayudo a bajar.
- ¿Te lo has pasado bien?
- Oh Christian, ha sido maravilloso.
Ágil, salta fuera de la aeronave y entre mis brazos. La abrazo con fuerza, agarro su pelo por la cola de caballo y la miro profundamente a los ojos, a los labios, que parecen gritarme bésame. Tiro de su cabeza hacia atrás y me agacho sobre ella para juntar su boca con la mía. Atrapo ese labio que tanto me gusta morder y lo recorro con la lengua. Anastasia deja escapar mi nombre entre un gemido.
- Christian…
Hundo más aún mi lengua en su boca recorriendo la suya una y otra vez, como si pudiera alimentarme de ella. Estoy completamente empalmado y suelto una mano de su cuello para tirar de las correas de su arnés hacia mí. Quiero que sienta mi erección, quiero que se frote contra ella.
Como si su cuerpo pudiera entablar un diálogo con el mío, adelanta las caderas para apoyarse directamente sobre mí. El triángulo que forman las correas del arnés entre mi cintura y mis piernas oprime el flujo sanguíneo en mi entrepierna aumentando aún más el placer. Podría poseerte aquí mismo, atada con estas correas, podría abrirte las piernas y mirarte durante horas. Mi mano recorre sus nalgas, de arriba abajo, presionándolas y siguiendo la línea que las separa para perderse entre sus piernas, de camino a esa vagina que necesito volver a penetrar. Cuelo una mano por debajo de sus pantalones, de la ancha goma de mis boxers, y tanteo su suave piel. Anastasia separa ligeramente sus piernas, invitándome a seguir, pero las reglas son las reglas, y me separo de ella.
- A desayunar –ordeno mientras me deja que le desabroche el arnés. Lo hago muy despacio, entreteniéndome en acariciar su cuerpo mientras suelto las argollas que ciñen su cuerpo bajo la enorme sudadera que le he prestado y esconden algo que sólo yo puedo ver. Y puedo rozar sus pezones duros bajo la tela, haciéndome vacilar. Pero me quito el mío y lanzo los dos al interior.
- ¿Ahora? –me mira suplicante.
- Sí, ahora.
- ¿Y el avión? ¿No tiene que venir alguien a buscarlo?
- Ya vendrán. Vámonos.
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