domingo, 14 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 23. 1 ( Fans de Grey )


Barajo mis dos opciones: revelar mi paradero ya, o simplemente contestar al último mail que me mandó ella y que debe estar comiéndola por medio: “¿cenaste con la señora Robinson?” Evidentemente encuentro mucho más divertido explorar los límites de su paciencia desde la distancia y le respondo con un breve “Sí, estaba cenando con ella”. Casi sin querer mis dedos siguen tecleando, “te echo de menos, tengo ganas de volver a verte”. Levanto la vista y sonrío: ahí está. Está preciosa, con una camisa que parece nueva, y bronceada. Sus ojos parecen más verdes ahora, y estoy deseando hundirme en ellos. De repente Carla se levanta y Anastasia dirige una mirada a la mesa sobre la que tiene apoyada su Blackberry en un gesto para beber. Detiene bruscamente la mano que iba hacia su copa, y en su lugar levanta el teléfono. Veinticuatro horas después, mensaje de Christian Grey, nena.

Recuerdo que cuando nos conocimos, en aquella cafetería en la que compartimos nuestro primer desayuno, le dije que le daría un dólar por sus pensamientos. Ahora mismo daría toda mi fortuna por saber qué está pasando por esa cabecita. Palidece. Y teclea. Supongo lo que va a decir, y dejo que pase el tiempo mientras la observo desde la terraza, creyéndose ganadora, creyéndose en posición de exigirme explicaciones, de controlar a quién y con qué objeto veo. Es tan inocente que me cuesta creer que haya sobrevivido sola más de dos décadas en este mundo.

Vibra mi teléfono entre las manos y Anastasia suelta con desdén el suyo sobre la mesa, que golpea una copa. Evitando que se derrame justo antes de caer la atrapa y la apura de un sorbo. Incluso desde aquí puedo ver que está furiosa, y no me sorprende: probablemente sea otra vez este odio sin sentido y tan gratuito hacia Elena. Leo el mensaje, y bingo. He acertado. Está furiosa.

De: Anastasia Steele
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42
Para: Christian Grey

Esa no es sólo una vieja amiga. ¿Ha encontrado ya otro adolescente al que clavarle el diente? ¿Eres ya demasiado mayor para ella? ¿Esa es la razón por la que terminó vuestra relación?

Suficiente Anastasia, ya es suficiente. Una cosa es que recele de mi vida anterior y otra que la tome con la que probablemente sea mi única amiga. Además, ya le he contado todo lo que necesita saber sobre Elena, no hay ningún motivo para que siga con este odio desmedido. Noto que me cargo de ira mientras levanto los ojos y veo como Carla ha vuelto a la mesa, y están haciendo señas al camarero para que les ponga una ronda más. Anastasia tiende a beber más de la cuenta cuando está frustrada, y no quiero volver a pasar por esto. Pulso responder a su último mensaje, cambio a “Cuidado” el asunto y le advierto que no quiero tratar ciertos temas por correo. Además, añado, no te pases con los Cosmopolitans.

El mensaje tiene el efecto deseado. Anastasia lo lee y mira a su alrededor incrédula, sólo puedo saber qué cocktail está bebiendo si estoy aquí. Dejo que me busque un poco más, que trate de explicar a su madre que soy capaz, muy capaz, de haberme presentado aquí cruzando más de diez estados con tal de no estar separado de ella ni un minuto más. O con tal de descargar mi furia sobre ella porque soy un maníaco del control, diría ella. Carla me busca también, sin saber qué aspecto tiene exactamente lo que tiene que encontrar. Poco a poco me abro paso a través de la gente, tras las puertas de cristal que separan la terraza del salón interior, con una mezcla de ira, rabia y excitación que no sé bien en qué van a traducirse cuando llegue hasta ellas. Pero la inocencia de Ana al verme define una vez más la situación. Cielos, esta chica me desarma.

- ¡Christian! – chilla.

- Anastasia –me inclino para besar su mejilla. Había olvidado lo bien que huele, lo suave que es su piel, lo que me cuesta contenerme cuando estoy cerca de ella. Pero tengo que hacerlo.

- Christian te presento a mi madre, Carla.

- Es un verdadero placer conocerla, señora Adams –estrecho la mano que me tiende y le dedico la mejor de mis sonrisas. – Anastasia, eres el vivo retrato de tu madre –Carla se azora y murmura algo nerviosa.

- Christian, ¿qué haces aquí?

¿Cómo que qué hago aquí, Anastasia? Llevas dos días fuera y has conseguido sacarme de mis casillas. Has puesto cinco mil kilómetros de tierra de por medio porque no sabes si vas a ser capaz de estar conmigo, porque querías pensar. Y no puedo dejar que eso suceda.

- He venido a verte Anastasia. Creo recordar que anoche me dijiste que me echabas de menos, y que ojalá estuviera aquí –mantengo un tono lo más frío posible, como si estuviera cumpliendo una misión que me han encomendado y que no me complace en exceso.

- ¿Te alojas en este hotel? – me lanza su típica mirada de no me creo que tengas un avión, no es posible que tengas un barco, no te habrás atrevido a comprarme un coche.

- Sí Anastasia. Sólo pretendo complacerte –una vez más dejo que la indiferencia traspase mi voz.

- Christian, ¿te gustaría tomarte algo con nosotras? Siéntante, me encantaría conocerte un poco más.

El camarero se acerca a nuestra señal.

- Muchas gracias Carla, será un placer. Un gin tonic, por favor. Hendricks con pepino o Bombay con lima.

- Y… otros dos Cosmopolitan, por favor –Anastasia me mira desafiante mientras los pide. Sabe que no me gusta que beba, y que no voy a decir nada delante de su madre.

La tensión se nota en el ambiente. Hace casi tres días que nos insinuamos cosas por correo sin llegar jamás a obtener una respuesta clara a nuestros temores, con la frustración que eso implica. Anastasia no entiende mis motivos, mis razones, y ella, sencillamente, no me da los suyos. Ella ha preferido huir cambiando las reglas de un juego que hasta ahora sólo podía alterar yo, y no me divierte.

- ¿Y justamente te alojas en el hotel en el que nos estamos tomando algo? –Ana intenta romper un silencio que podría cortarse.

- Es una forma de verlo… Podríamos decir que justamente habéis venido a tomar unas copas al hotel en el que me alojo yo. Había ido a cenar y a pasear por el río, precisamente iba pensando en tu último mail cuando, qué cosas, te he visto aquí sentada –bromeo.

Ana me sonríe, sigue encontrándome irresistible, igual que yo a ella. La miro de arriba abajo, está preciosa.

- Estás guapísima Anastasia, el sur te sienta bien. ¿Esa camisa es nueva? – sonríe azorada. – En fin, pensaba hacerte una visita mañana, y mira con qué sorpresa me he encontrado.

Alargo la mano para tomar la suya, suave y ligera. Oh Anastasia, qué ganas tenía de volver a sentir tu piel cerca de la mía. Por un momento ambos nos olvidamos de que estamos enfadados y de que su madre está sentada aquí, en la misma mesa que nosotros. Mentalmente hago un repaso de todas las cosas no dichas, de todas las explicaciones no dadas, de todos los deseos contenidos desde hace dos días. Llegan nuestras copas y Carla aprovecha el impasse para volver a entrar en la conversación.



 
 

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