martes, 16 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 23.2 ( Fans de Grey )

- Me alegro mucho de conocerte Christian. He oído mucho y muy bueno de ti – mira a Anastasia mientras lo dice, que parece avergonzada. Madres…

- Igualmente señora Adams. No quiero quitaros mucho tiempo juntas, me tomaré esta copa y me iré. Tengo trabajo que hacer.

- Llámame Carla, por favor. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte por aquí, querido?

- Hasta el viernes, Carla –hago una ligera reverencia con la cabeza mientras uso su nombre de pila.

- Entonces no hay más que hablar: mañana vienes a cenar con nosotros.

- Será un placer –respondo mirando a Anastasia.

- Ahora si me disculpáis, tengo que ir la lavabo. Así tendréis un poco de tiempo para charlar los jóvenes.

- ¡Pero si acabas de ir mamá!- Protesta Anastasia. No quiere quedarse a solas conmigo, después de todo.

Carla ignora el desaire de su hija y se levanta para ir al baño; la tensión vuelve a pudrir el ambiente. Anastasia endurece su mirada y la baja al regazo, suelta mi mano y suspira. ¿Por qué tiene que hacer las cosas tan difíciles? Vuelvo a coger su mano y besándole los nudillos afronto la conversación con toda la dulzura de que soy capaz. Al fin y al cabo, he cruzado el país para hablar con ella, y casi había olvidado lo terriblemente sexy que es.
- Veamos, si no he entendido mal, te has enfadado conmigo porque anoche fui a cenar con una vieja amiga, ¿no es así?

- Sí –masculla Ana apartando la cabeza de mí, pero sin retirar la mano que le beso.

- Hace mucho tiempo que no hay nada entre la señora Licoln y yo.

- ¿La señora Robinson, quieres decir?

- No Ana, la señora Licoln, Elena. Nuestra relación sexual terminó mucho antes de conocerte a ti. Además –le susurro casi al oído- sólo te deseo a ti, mi pequeña Ana. ¿Acaso no te has dado cuenta?

La miro perplejo. Sigue encogida en su sillón, como si quisiera defenderse, como si fuera un animalillo amenazado. Como si tuviera algo más que decir…

- Pues yo creo que es una pederasta –no puede esconder el miedo tras el murmullo con el que ha lanzado la terrible acusación.

- Eso no es cierto Anastasia, y no deberías hacer juicios tan categóricos sin saber de lo que estás hablando –cabreado suelto su mano, pero intenta seguir explicándose.

- Christian, ¿cómo que no? Imagínate que no hubieras sido tú, imagina que fuera Mía la niña de quince años que se encontró con un adulto que la hubiera arrastrado al mundo del sado. ¿Te parecería igual de bien, entonces?

Esta conversación me incomoda, y no es propia de un sitio público; además, la madre de Anastasia volverá de un momento a otro.

- Ana, Elena apareció en un momento muy crítico de mi vida y, lo creas o no, me ayudó mucho. Yo no lo viví así, nunca pensé que se estuviera aprovechando de mí, y sigo sin pensarlo.

- Pero no lo entiendo.

- No tienes nada que entender. Mira, me voy a ir. Tu madre está a punto de volver y no quiero seguir con esta conversación ni aquí ni ahora. Si estás tan cabreada conmigo como parece no tienes más que decirme que no quieres que esté aquí y me iré. Sabes que tengo un avión a mi servicio.

Si es eso lo que quiere, lo haré. Tal vez Elena tenía razón, después de todo. ¿Cambiaría algo si Anastasia supiera que, pese a todo lo que ella la odia, la señora Robinson es su más fiel partidaria? Elena fue la que me animó a no enterrar los sentimientos que Ana me despertó, a no huir de las ganas de tener a alguien cerca. Intentó incluso que no viniera aquí hoy y probablemente tendría que haberla escuchado. Anastasia no es más que una cría celosa, puede que no tenga sentido que esté intentando convencerla de lo contrario. Tal vez después de una semana en el sur, a treinta y cinco grados y con lámparas de conchas marinas, aprenda a valorar un poco más lo que tiene en Seattle.

- No, por favor, no te vayas… Me encanta que hayas venido. Pero no me gusta que nada más irme yo quedes a cenar con ella. ¿Y si hubiera sido al revés? ¿Si yo hubiera quedado con José nada más irte tú?
- ¿Así que estás celosa?

- Sí, y muy enfadada por lo que te hizo. Vamos Christian, no eras más que un niño.

- Anastasia, Elena me ayudó mucho, y no lo voy a repetir más. Y por lo que respecta a los celos, por favor, ponte en mi lugar. Accedí a tu quiero más pero no sé del todo cómo funciona una relación así. Nunca la he tenido. Nunca he tenido que justificar mis actos ante nadie, hago lo que quiero y me gusta así. Además, no le he hecho daño a nadie. Elena es una amiga, y una socia. Nada más. No hay sexo entre nosotros, créeme.

- ¿Socia? –me mira con los ojos como platos. Mierda, ¿tampoco va a gustarle que tengamos negocios juntos?-

- Sí, socia. Cuando lo nuestro terminó sentí que le debía algo, y decidí ayudarla.

- ¿Y por qué terminó lo vuestro, si puede saberse?

Cada respuesta mía a sus preguntas despierta un poco más el enfado de Anstasia. Nada de lo que está oyendo le gusta, nada la tranquiliza. Y esto tampoco lo va a hacer:

- Su marido se enteró.

- Christian te pongas como te pongas no me vas a poder converncer de que la señora Robinson no es una adúltera y una pederasta –se ha envalentonado.

- ¡Basta ya!

- ¿La querías? –casi me interrumpe.

Carla ha vuelto a aparecer de la nada, y nos recomponemos como podemos intentando disimular la violencia de la situación.

- ¿Qué tal, chicos?
- Estupendo.

- Muy bien –tengo que salir de aquí.- Camarero, por favor, cargue estas copas a mi cuenta, habitación 612. Hablamos por la mañana, Anastasia. Carla, ha sido un placer. Espero que disfrutéis de la velada.

- Igualmente Christian. Buenas noches.

- Buenas noches nena –le susurro al oído a Anastasia, mientras deposito un beso en su mejilla.

Una vez en mi habitación calculo los minutos que creo que pasarán antes de que Anastasia llame a mi puerta. No creo que más de veinte, una copa más, como mucho. Si abro el agua caliente el jacuzzi estará lleno y a una temperatura perfecta para entonces. Me remango y entro al baño para comprobar con agrado que hay de todo: velas, sales, un aparato reproductor de música, burbujas. No veo el momento de que suba Anastasia. Devuelvo las mangas de la camisa a su sitio y hago tiempo tumbado en la cama hojeo los folletos de turismo que hay sobre la mesilla: paseos en barco, delfines, parapente, casas encantadas, tours por el río, tours de fantasmas… Todo esto es ridículo.

* ¿Cómo van las cosas por el este? Xxx Sra. Robinson.

* Me temo que tu sombra es larga y alargada. Acuéstate, no son horas de estar levantado en la costa oeste.

* Aún menos en la costa este. S.R.

* Todavía me quedan asuntos por resolver.





 

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