- Taylor joder, ¡habla! -¿qué coño pasa? ¿por qué nadie me dice nada?

- Ha habido un accidente señor. En Seattle.

- Sí Taylor, eso ya lo he entendido. Pero dime de una vez por todas qué está pasando.

Su teléfono vuelve a sonar y antes de que tenga tiempo de contestar se lo arranco literalmente de las manos. De repente el miedo se ha apoderado de mí. Grace, Mia… espero que nada malo les haya ocurrido.

- ¡Gail! ¿Qué está pasando? –grito.

- Es la señorita Williams, señor Grey –sigue hipando, y es difícil entenderla.

- Gail, por favor, cálmese. Respire hondo un par de veces –el jadeo al otro lado del hilo se tranquiliza.- Eso es, muy bien. Ahora sírvase un vaso de agua y siéntese.

- Voy.

- Buena chica. Ahora cuénteme qué ha ocurrido.

El tiempo se detiene en los pocos segundos que Gail, mi ama de llaves, se toma para calmarse y, como el que sufre un accidente veo el mundo paralizado a mi alrededor. Las agobiantes paredes tapizadas de tela oscura parecen estrecharse sombre mí, la gruesa alfombra que cubre el suelo absorbe hasta el sonido de mi respiración acelerada. Y me sorprendo pensando por qué habrán puesto una alfombra tan gruesa en un sitio en el que hace tanto calor y la humedad es tan intensa como en Savannah. Definitivamente, no entiendo la filosofía del sur.

Taylor sigue esperando en el pasillo, apoyado en el quicio de la puerta. Le hago un gesto para que entre en la habitación, y cierro tras de él. Tampoco es cuestión de montar un espectáculo público en el hotel. Y entonces Mrs Jones, al fin, habla.

- Se trata de la señorita Williams, señor Grey.

- Eso ya me lo ha dicho. La señorita Williams, perfecto. Pero, ¿qué ha pasado con ella?

- Estuvo aquí.

- ¿Cómo dice? –apenas puedo dar crédito. ¿Leila ha ido al Escala?

- Sí señor Grey.

- ¿Y se puede saber cómo coño ha entrado en mi casa?

- No lo sé, señor. No tengo ni idea. Esta mañana al despertarme me ha parecido que la puerta del cuarto de invitados estaba abierta, y creí recordar haberla cerrado ayer después de la limpieza de la casa, pero no le he dado mucha importancia. A fin de cuentas estaba –o creía estar- sola en casa. Algo más tarde he escuchado un ruido que salía de dentro de su dormitorio, y me he acercado a ver qué era. Tampoco he visto nada, salvo la puerta del armario del espejo abierta. Entonces he sabido que algo iba mal, muy mal. He cogido el atizador de la chimenea y he vuelto a su dormitorio.

No doy crédito a lo que estoy oyendo. ¿Cómo ha podido Leila burlar los controles de seguridad y entrar así en mi apartamento? ¿Cómo sabía siquiera dónde estaba mi habitación? Leila jamás puso un pie allí.

- Siga, señora Jones.

- He entrado al cuarto de baño y he visto que sus útiles de afeitar estaban sobre la encimera del lavabo. Y el bote de las píldoras naranjas que le recetó el doctor Flynn el año pasado estaba abierto, y volcado. Pero allí no había nadie. Entonces lo escuché claramente, un gemido, un llanto que salía de su habitación. Me asomé a través de la puerta del baño y la vi, sentada en el borde de la cama frente a la ventana, con la mirada perdida y la punta de su navaja de afeitar clavada en la mano.

- ¿Era Leila? ¿Leila Williams? ¿Está segura?

- Sí señor Grey, estoy segura. Hace varios años que no la veo pero la reconocería en cualquier lugar.

- ¿Le dijo algo?

- Decía cosas incoherentes, sin ningún sentido. Estaba desesperada y los somníferos habían empezado a hacer efecto. Si le digo la verdad no sé cuánto tiempo llevaba dentro de la casa, ni por dónde habría podido entrar. Llorando, repetía sin cesar “¿por qué? ¿por qué? ¡Váyase! ¡Fuera! ¡Nadie más tiene derecho a estar aquí!”. Clavaba sus ojos inyectados en sangre en mí y … oh señor Grey –Gail se rompió de nuevo, y comenzó a llorar –ha sido horrible, horrible.

- ¿Ha conseguido detenerla?

- A duras penas. Cada vez que daba un paso hacia ella hundía más la navaja en su piel. Estaba aterrorizada señor Grey yo… yo no sabía qué tenía que hacer. La sangre le caía por la mano y no parecía dispuesta a parar, así que salí de la habitación y llamé a una ambulancia.

- Ha hecho bien señora Jones, no podía hacer otra cosa.

- No sé cómo ha podido pasar, tendría que haberla encontrado antes.

- No se torture Gail, no es su culpa –traté de tranquilizarla. -¿Está fuera de peligro?

- No lo sé. Los paramédicos me han dicho que no ha perdido demasiada sangre, pero que tendrían que hacerle un lavado de estómago y esperar que la intoxicación no haya sido masiva. Y, por supuesto, confiar en que tenga ganas de vivir y eso… no lo sé señor Grey. La pobre parecía devastada, realmente rota.

- Está bien Gail. Gracias. Taylor y yo saldremos inmediatamente para allá. ¿A qué hospital la han llevado?

- Al Seattle Northwest Hospital señor.

- De acuerdo. Nos pondremos en contacto cuando aterricemos en la ciudad. Ah, y, tírelo todo señora Jones.

- ¿Cómo dice?

- Que lo tire todo. Las sábanas, la colcha, las almohadas, la alfombra. No quiero ver nada allí que recuerde el… llamémoslo accidente. Tírelo.

- Está bien señor Grey, así lo haré.

Taylor está al teléfono también, al parecer con el aeropuerto de Savannah, arreglando nuestro despegue. Empiezo a recoger mis cosas y preparar el equipaje. Quiero salir inmediatamente. ¿Qué habrá podido pasar? Pobre Leila, pero no tiene sentido, ahora no. Fue ella la que decidió abandonarme cuando conoció a aquel tipo, ¿cómo se llamaba? Ni siquiera me acuerdo. Y esa situación que entonces me parecía tan pintoresca es ahora cercana, y real. Leila quiso más, exactamente igual que Anastasia. Pero entonces yo no podía, ni quería, dar más. Ni siquiera sabía qué era ese más del que las mujeres hablaban. No le encontraba ningún atractivo y, por supuesto, ninguna ventaja. Pero llevarlo hasta este extremo. Leila quería ser feliz y se lo merecía. Lo que no se merecía era terminar colándose en la casa de un antiguo amante para cortarse las venas despechada con su cuchilla de afeitar. Ojalá hubiera encontrado la felicidad.

- ¿Señor Grey? –Taylor colgó el teléfono y se dirigió a mí.

- Todo listo. Podemos despegar en una hora y media. Tenemos el tiempo justo para hacer el check out y marcharnos. ¿Puedo hacer algo por usted?

- Tal vez, Taylor.