sábado, 20 de junio de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 23.5 (Fans de Grey )

- No te enfades conmigo, por favor –me susurra.

- No estoy enfadado, Ana –la estrecho aún más en mis brazos. – Es sólo que no estoy acostumbrado a hablar de estas cosas, nada más que con mi terapeuta y con la propia Elena.

- ¿Hablas con ella de mí? – parece que su tensión se he rebajado, vuelve a acariciar mi pecho, se apoya en mi hombro, relajada.

- Sí, claro que sí. ¡A alguien tengo que preguntarle cómo tratar contigo! ¡Eres todo un misterio para mí!

- ¿Ah sí? ¿Y te lo da la depravada pederasta?

- O lo dejas ya o voy a tener que castigarte, seriamente… Ya te lo he dicho: tuvimos un pasado en común que fue muy beneficioso para mí. Su marido se enteró y lo nuestro terminó. Hace años que no somos más que amigos y socios. ¿Te ha quedado claro?

- Y tus padres, ¿nunca se enteraron?

"La noche en que el señor Lincoln entró en casa y nuestros ojos se cruzaron jamás podrá apartarse de mi memoria. No era miedo, ni siquiera vergüenza. Era lástima, por Elena, por una aventura que se rompía en mil pedazos. Por un sueño del que nos habían despertado sin anestesia. Volví a casa dando un rodeo, quería darle tiempo al señor Lincoln de que avisara a Grace y Carrick de lo que había visto. No me importaba enfrentarme una vez más a la desilusión, a la decepción, a las miradas reprobatorias de las pocas personas que me querían en esta vida. Tal vez así, si se enteraban, dejarían por fin de quererme, me darían finalmente por perdido. Pero no fue así. Grace y Carrick nunca se enteraron. "

- No. Y, ¿has terminado? Ahora me toca a mí. Aún no has contestado a mi e mail.

- Lo sé, y pensaba hacerlo –baja los ojos hacia el agua y separa un poco de mí, como si necesitara poner distancia para hablarme. –Pero has aparecido aquí, no he tenido tiempo.

- Es igual, aquí estoy. Espero que no te moleste.

- ¡No! – la ansiedad se adivina en la rapidez de su respuesta. – No, Christian, de veras. Me alegro muchísimo de que hayas venido. Es sólo que… necesitaba algo de tiempo para escribirte, eso es todo.

- Bien. Porque quiero saber qué es lo que sientes, Ana.

Ana remueve el agua confundida, no sé si avergonzada, como si no supiera por dónde empezar.

- ¿Qué quieres que te diga, Christian?

- Pues, así de entrada, me gustaría saber qué piensas de nuestro contrato.

El hielo vuelve a instalarse entre nosotros. Como en el bar, como cuando la conversación ha empezado a girar en torno a Elena. Vamos, Anastasia, por favor. Vamos a decirnos las verdades de una vez, acabemos con esto. ¿Acaso no se da cuenta de lo difícil que es para mí, del inmenso paso que significa? Nunca antes me había importado en absoluto qué pensaran mis sumisas del contrato. Bastaba que lo firmasen, y punto. Anastasia ha hecho saltar por los aires todas mis barreras e incluso así, me preocupa cómo se siente.

- Creo que no puedo firmarlo, Christian. No puedes pedirme que deje de ser yo durante un fin de semana entero.

Me lo temía, y no me sorprende. Anastasia no está hecha para sumisa, hace tiempo que me di cuenta, aunque esté intentando ignorar todas las señales. Tiene razón, yo tampoco creo que pueda hacerlo. Y… ¡no me importa! ¿es posible? Sonrío y le estrecho la cara entre las manos:

- Estoy de acuerdo, no creo que pudieras hacerlo.

Verme sonreír le devuelve la paz que necesitaba. Fui tan tajante al principio que es lógico que crea que no querré volver a verla si se niega a acatar mis términos tal cual los planteé en un principio, antes de que ella empezara a jugar con las reglas poniendo patas arriba mi mundo.

- Eres la peor sumisa que he conocido en mi vida.

- ¿Y no será que tengo un mal maestro?

- Si es así tendré que ser más duro contigo –pero cuanto más duro quiero ser con ella, más me ablando.

Intento invertir el interrogatorio anterior y averiguar por qué a veces parece que entra en el juego, y luego violentamente se sale. Por qué aceptó aquellos primeros azotes si después se asustó tanto.

- Ana, las palabras de seguridad están ahí por algo. No deberías cerrarte al placer que unos buenos azotes pueden provocarte.

- Lo sé, y eso es lo raro… Me gustan, pero ¿no debería odiar que alguien me pegara?

Elena tenía una pala de cuero muy fina, negra. La recuerdo a la perfección. La primera vez que me golpeó fue con ella. La vergüenza de mi desnudez, una sacudida de dolor, seca, rápida y muy caliente, seguida de un cosquilleo que presagia la llegada de algo que sólo puede ser bueno.

- A mí me pasaba lo mismo al principio. Pero tendrías que seguir las normas sin revolverte como una cabra todo el tiempo. Acátalas, colma mi necesidad de controlarte y protegerte, y ya verás cómo el placer es mutuo.

Una vez más he tocado un tema difícil para ella: el control.

- ¿Por qué necesitas controlarme?

- Porque es una forma de suplir una serie de carencias que tuve de pequeño.

- ¿Así que lo usas como terapia?

- Podría ser, sí. Pero no debes olvidar que estas son prácticas en las que las dos partes obtienen placer. No se trata de conseguir placer a costa del sufrimiento del otro, como tú dirías, eso sí es salvaje. Pero confía en mí.

- ¿Aunque no sepas lo que quieres? Pretendes que firme un contrato que me ata de pies y manos y luego resulta que te divierte que tome la iniciativa sin contar contigo. Señor Grey, espero que sea usted un poco más firme en sus negocios –me dice
.
- ¡Eh! –divertido, le devuelvo el comentario. – Es cierto, quiero atarte de pies y manos…

La luz de la luna entra a través de la ventana y se refleja en el horrible chandelier del techo. Cada uno de sus brazos está coronado con un conjunto de conchas nacaradas que rompen en mil cada rayo de luz. Anastasia está dormida, mecida por el reflejo del agua del río que sube por la pared del hotel. De vez en cuando se oye pasar un barco, surcando tan silencioso como es posibles las aguas del Savannah. Esta ciudad tiene su encanto, a pesar de todo. Su pelo cae por encima de mi brazo, que la rodea. Qué agradable es volver a verla, después de tanto tiempo. ¿Tanto tiempo? Cielos, sólo han sido tres días… La habitación está hecha un auténtico desastre. La larguísima sesión de confesiones y sexo en la bañera nos dejó tan exhaustos que tuvimos que llamar al servicio de habitaciones a que nos subieran pastel de carne y pollo frito… Anastasia se empeñó, me dijo que tenía que probarlo que era la especialidad de la cocina georgiana. ¿Albóndigas, boquerones, pollo frito? En fin. Hay que hacer de todo en esta vida y la verdad es que estaba buenísimo.







 

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