Nunca he querido más hasta que llegaste a mi vida, las palabras recién pronunciadas retumban en mi interior como el sonido de una piedra que cae en el fondo de un cañón estrecho y profundo. Es cierto, nunca había querido más. Mi propia locuacidad me sorprende, pero sienta bien decir las cosas en voz alta, así que sigo respondiendo al repentino interrogatorio de Anastasia.
- ¿Y qué fue de las otras catorce?
- A decir verdad Anastasia, sólo he tenido relaciones largas con cuatro mujeres. Y con Elena, claro –estudio su reacción con el rabillo del ojo, divertido. – Elena fue la primera de ellas.
Anastasia me mira descolocada y preciosa. La luz del amanecer le cae tan bien… No puede evitar seguir preguntando.
- ¿Y qué fue de ellas?
- Por increíble que te parezca una se enamoró de otro. Y las demás quisieron más de mí de lo que yo estaba dispuesto a darles –Anastasia me observa en silencio, tratando de digerir mi respuesta. –Las demás, simplemente la cosa no funcionó.
Las últimas horas de confesiones han sido muy intensas, y no tengo ganas de seguir dando vueltas en el pasado. Acepto la sinceridad como elemento fundamental de una relación basada en la confianza, y por eso he aceptado contarle muchas más cosas de las que jamás había contado. Pero ya es suficiente, he volado a través del país para estar con ella, para disfrutar de ella, no para remover en mis historias personales. Recuperando el placer de la sorpresa lanzo otra pista al pasar frente a una señal del desvío de la interestatal que conduce al campo de vuelo.
- Señorita preguntona, estamos a punto de llegar a nuestro destino.
- ¿Dónde me estás llevando?
- A volar.
- ¡Pero yo no quiero volver a Seattle! .¡Se ha asustado!
- ¡No! Quiero compartir contigo la segunda cosa que más me gusta en el mundo. La primera también te incluye, pero esta es más un pasatiempo de altura – la recuerdo en la cama mientras lo digo, tan dulce, tan dormida… imagino mi dedo recorriendo su pierna de la rodilla a la cadera, dibujando círculos, acercándome con el pulgar a su zona más sensible para retirarlo después.
- Más o menos sé a qué te refieres Christian, tú también estás en lo más alto de mi lista de perversiones –dice casi susurrando.
Es tan inocente que aún le da vergüenza hablar abiertamente de sexo. Pero eso cambiará, igual que cambiará su actitud hacia muchas de las cosas que nunca había probado, ni se había planteado probar. Ha empezado a disfrutar de los azotes, así que es sólo cuestión de tiempo.
Un poco más caliente de lo que tenía planeado llegamos al campo de vuelo.
- ¿Has planeado alguna vez?
- ¿Quieres decir, en un avión? – dice tímidamente.
- ¡Claro Anastasia!
- No.
- Pues ven conmigo, preciosa. Esta mañana quiero llevarte a perseguir el amanecer. No hay nada más bonito en el mundo que empezar un día a tu lado, y ver salir el sol junto a ti.
Me inclino para besarla antes de salir a abrirle la puerta del coche y ayudarla a bajar. Cogidos de la mano recorremos las instalaciones hacia la pista de despegue. Busco con los ojos a Taylor, y le encuentro junto a uno de los aviones hablando con un hombre.
- Buenos días Taylor –saludo cuando llegamos a su altura.
- Señor Grey, le presento a Mark Benson, el piloto que va a remolcar el planeador. Señorita Steele, es un placer volver a verla.
Mientras Taylor y Anastasia se saludan me aparto con Benson para establecer un plan de vuelo.
- Señor Grey –dice Benson- me han dicho que no necesita un piloto para el planeador. Hace mucho que no me encuentro con un piloto experimentado por aquí. Será un placer remolcarle.
- Muchas gracias. Hace tiempo que no llevo un planeador, estoy ansioso.
- ¿Dónde aprendió, si no es indiscreción?
- Por supuesto que no. En Alemania.
- Me alegra escuchar eso. Los europeos tenemos una fama merecida de buenos pilotos y en Alemania tienen las mejores escuelas de vuelo libre. Está bien, no le entretengo más. Hace una temperatura perfecta para un vuelo a térmica. El calor de los últimos días hace que la diferencia de temperatura entre el suelo y el aire a estas horas de la mañana y hay muchas corrientes que le ayudarán a subir y hacer un vuelo más largo de lo habitual. Cuanto antes despeguemos mejor.
- Por supuesto. Permítame presentarle a una persona –me giro hacia Anastasia, que cuchichea algo con Taylor -¡Anastasia! Ven, por favor. Esta es mi novia, señor Benson, Anastasia Steele.
- Encantado señorita Steele.
- Bien, no perdamos más tiempo. ¡Vámonos!
Tomo de la mano a Anastasia y noto que transpira más de lo normal. Se la aprieto para tranquilizarla mientras ultimo los detalles del vuelo mientras nos acercamos al planeador.
- ¿Qué velero tiene preparado para nosotros?
- Un Blanik L-23, es el aparato con mejor coeficiente de planeo que existe, 1:28. Lo fabricaron como planeador de entrenamiento pero ya lo verán, surca el cielo con una suavidad inigualable.
- ¿Y la polar? –Anastasia me mira fascinada. Y a mí me gusta dejarla atónita.
- Muy plana, para velocidades de unos doscientos kilómetros por hora se mantiene muy baja.
- Maravilloso. Gracias Benson. ¿Y qué rumbo vamos a seguir?
- Despegaremos hacia el oeste para coger altura, y a cuatro mil pies aproximadamente viraremos nor-noreste y os soltaré. Nos abre la cubierta de la avioneta y saca los arneses.
- Ya me ocupo yo de los paracaídas.
- Está bien, voy a por el lastre para el vuelo.
No voy a permitir que nadie más que yo se ocupe de la seguridad de Anastasia. Igual que no voy a permitir que nadie más la toque. Anastasia es mía. Nada le va a pasar si soy yo el que pilota el planeador, pero quiero asegurarme de que lleva el paracaídas bien colocado, y de que sabe cómo accionarlo en caso de necesidad.
- Ven Anastasia, voy a ponerte el paracaídas. Me mira aterrada.
- Vamos nena, ¿es que no confías en mí?
Introduzco sus brazos y piernas por el arnés y ajusto todos los mecanismos de sujeción. Con un tirón suave pero firme me aseguro de que está correctamente apretado. Las correas se adaptan perfectamente a su cuerpo y dibujan su figura, enmarcándola entre las tiras blancas de poliéster.
- Siempre Christian. Siempre. ¿Vas a pilotar tú?
- ¿Y qué esperabas? ¡Pues claro! Vamos, no es la primera vez que vuelas conmigo.
- Ya… pero esto no tiene motor.
- Si no sale bien puedes darme unos azotes al volver. Ahora sube.
Acomodo a Anastasia en el asiento delantero del planeador biplaza y me siento a su espalda. La melena le cae sobre los hombros, brillante bajo la luz de las últimas estrellas que, tímidas, empiezan a desaparecer.
- Recógete el pelo.
Obedece y Benson pone en marcha la única hélice de la avioneta remolcadora. El sonido pasa apagado a través del plexiglás de nuestra cabina. Muy suavemente, empezamos a movernos, atados con una cuerda al aparato de Benson. Noto como el cuerpo de Anastasia se pone rígido, como siempre que está excitada, nerviosa. Empiezan a resultarme familiares muchos de sus gestos, muchas de sus reacciones. El remolcador levanta el vuelo a doscientos metros de nosotros, y su ruido se hace cada vez más tenue. En pocos segundos despegaremos nosotros también y Anastasia verá por primera vez cómo sale el sol sobre el que ha sido su hogar, y lo verá conmigo.
- ¿Estás lista? ¡Allá vamos!
- ¿Y qué fue de las otras catorce?
- A decir verdad Anastasia, sólo he tenido relaciones largas con cuatro mujeres. Y con Elena, claro –estudio su reacción con el rabillo del ojo, divertido. – Elena fue la primera de ellas.
Anastasia me mira descolocada y preciosa. La luz del amanecer le cae tan bien… No puede evitar seguir preguntando.
- ¿Y qué fue de ellas?
- Por increíble que te parezca una se enamoró de otro. Y las demás quisieron más de mí de lo que yo estaba dispuesto a darles –Anastasia me observa en silencio, tratando de digerir mi respuesta. –Las demás, simplemente la cosa no funcionó.
Las últimas horas de confesiones han sido muy intensas, y no tengo ganas de seguir dando vueltas en el pasado. Acepto la sinceridad como elemento fundamental de una relación basada en la confianza, y por eso he aceptado contarle muchas más cosas de las que jamás había contado. Pero ya es suficiente, he volado a través del país para estar con ella, para disfrutar de ella, no para remover en mis historias personales. Recuperando el placer de la sorpresa lanzo otra pista al pasar frente a una señal del desvío de la interestatal que conduce al campo de vuelo.
- Señorita preguntona, estamos a punto de llegar a nuestro destino.
- ¿Dónde me estás llevando?
- A volar.
- ¡Pero yo no quiero volver a Seattle! .¡Se ha asustado!
- ¡No! Quiero compartir contigo la segunda cosa que más me gusta en el mundo. La primera también te incluye, pero esta es más un pasatiempo de altura – la recuerdo en la cama mientras lo digo, tan dulce, tan dormida… imagino mi dedo recorriendo su pierna de la rodilla a la cadera, dibujando círculos, acercándome con el pulgar a su zona más sensible para retirarlo después.
- Más o menos sé a qué te refieres Christian, tú también estás en lo más alto de mi lista de perversiones –dice casi susurrando.
Es tan inocente que aún le da vergüenza hablar abiertamente de sexo. Pero eso cambiará, igual que cambiará su actitud hacia muchas de las cosas que nunca había probado, ni se había planteado probar. Ha empezado a disfrutar de los azotes, así que es sólo cuestión de tiempo.
Un poco más caliente de lo que tenía planeado llegamos al campo de vuelo.
- ¿Has planeado alguna vez?
- ¿Quieres decir, en un avión? – dice tímidamente.
- ¡Claro Anastasia!
- No.
- Pues ven conmigo, preciosa. Esta mañana quiero llevarte a perseguir el amanecer. No hay nada más bonito en el mundo que empezar un día a tu lado, y ver salir el sol junto a ti.
Me inclino para besarla antes de salir a abrirle la puerta del coche y ayudarla a bajar. Cogidos de la mano recorremos las instalaciones hacia la pista de despegue. Busco con los ojos a Taylor, y le encuentro junto a uno de los aviones hablando con un hombre.
- Buenos días Taylor –saludo cuando llegamos a su altura.
- Señor Grey, le presento a Mark Benson, el piloto que va a remolcar el planeador. Señorita Steele, es un placer volver a verla.
Mientras Taylor y Anastasia se saludan me aparto con Benson para establecer un plan de vuelo.
- Señor Grey –dice Benson- me han dicho que no necesita un piloto para el planeador. Hace mucho que no me encuentro con un piloto experimentado por aquí. Será un placer remolcarle.
- Muchas gracias. Hace tiempo que no llevo un planeador, estoy ansioso.
- ¿Dónde aprendió, si no es indiscreción?
- Por supuesto que no. En Alemania.
- Me alegra escuchar eso. Los europeos tenemos una fama merecida de buenos pilotos y en Alemania tienen las mejores escuelas de vuelo libre. Está bien, no le entretengo más. Hace una temperatura perfecta para un vuelo a térmica. El calor de los últimos días hace que la diferencia de temperatura entre el suelo y el aire a estas horas de la mañana y hay muchas corrientes que le ayudarán a subir y hacer un vuelo más largo de lo habitual. Cuanto antes despeguemos mejor.
- Por supuesto. Permítame presentarle a una persona –me giro hacia Anastasia, que cuchichea algo con Taylor -¡Anastasia! Ven, por favor. Esta es mi novia, señor Benson, Anastasia Steele.
- Encantado señorita Steele.
- Bien, no perdamos más tiempo. ¡Vámonos!
Tomo de la mano a Anastasia y noto que transpira más de lo normal. Se la aprieto para tranquilizarla mientras ultimo los detalles del vuelo mientras nos acercamos al planeador.
- ¿Qué velero tiene preparado para nosotros?
- Un Blanik L-23, es el aparato con mejor coeficiente de planeo que existe, 1:28. Lo fabricaron como planeador de entrenamiento pero ya lo verán, surca el cielo con una suavidad inigualable.
- ¿Y la polar? –Anastasia me mira fascinada. Y a mí me gusta dejarla atónita.
- Muy plana, para velocidades de unos doscientos kilómetros por hora se mantiene muy baja.
- Maravilloso. Gracias Benson. ¿Y qué rumbo vamos a seguir?
- Despegaremos hacia el oeste para coger altura, y a cuatro mil pies aproximadamente viraremos nor-noreste y os soltaré. Nos abre la cubierta de la avioneta y saca los arneses.
- Ya me ocupo yo de los paracaídas.
- Está bien, voy a por el lastre para el vuelo.
No voy a permitir que nadie más que yo se ocupe de la seguridad de Anastasia. Igual que no voy a permitir que nadie más la toque. Anastasia es mía. Nada le va a pasar si soy yo el que pilota el planeador, pero quiero asegurarme de que lleva el paracaídas bien colocado, y de que sabe cómo accionarlo en caso de necesidad.
- Ven Anastasia, voy a ponerte el paracaídas. Me mira aterrada.
- Vamos nena, ¿es que no confías en mí?
Introduzco sus brazos y piernas por el arnés y ajusto todos los mecanismos de sujeción. Con un tirón suave pero firme me aseguro de que está correctamente apretado. Las correas se adaptan perfectamente a su cuerpo y dibujan su figura, enmarcándola entre las tiras blancas de poliéster.
- Siempre Christian. Siempre. ¿Vas a pilotar tú?
- ¿Y qué esperabas? ¡Pues claro! Vamos, no es la primera vez que vuelas conmigo.
- Ya… pero esto no tiene motor.
- Si no sale bien puedes darme unos azotes al volver. Ahora sube.
Acomodo a Anastasia en el asiento delantero del planeador biplaza y me siento a su espalda. La melena le cae sobre los hombros, brillante bajo la luz de las últimas estrellas que, tímidas, empiezan a desaparecer.
- Recógete el pelo.
Obedece y Benson pone en marcha la única hélice de la avioneta remolcadora. El sonido pasa apagado a través del plexiglás de nuestra cabina. Muy suavemente, empezamos a movernos, atados con una cuerda al aparato de Benson. Noto como el cuerpo de Anastasia se pone rígido, como siempre que está excitada, nerviosa. Empiezan a resultarme familiares muchos de sus gestos, muchas de sus reacciones. El remolcador levanta el vuelo a doscientos metros de nosotros, y su ruido se hace cada vez más tenue. En pocos segundos despegaremos nosotros también y Anastasia verá por primera vez cómo sale el sol sobre el que ha sido su hogar, y lo verá conmigo.
- ¿Estás lista? ¡Allá vamos!
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