Son más de las dos cuando vuelvo a casa, y debe estar amaneciendo ya en Savannah. Me sirvo una copa y me siento al piano, y acaricio las teclas sin llegar a tocar nada. La velada ha sido estupenda, a pesar de las excentricidades vikingas del Copper Gate. El olor del perfume de Elena me envuelve todavía, me resulta muy familiar. Y sin embargo no es el perfume que me gustaría tener cerca. Preferiría tener cerca a Anastasia, agarrarla por las caderas y culminar la noche encima de ella. Dentro de ella. ¿Cuánto más va a tardar en volver?
Sé que hoy también me costará conciliar el sueño, a pesar de que la conversación con Elena ha surtido el efecto balsámico de siempre. Tiene esa capacidad de hacer que me encuentre… en casa. Ambos sabemos que soy quien soy, gracias a ella, que fueron sus atenciones las que dieron forma al cascarón que me cubre. Apuro la copa y enciendo el ordenador esperando que Anastasia me haya contestado, por fin, al largo mail que le envié respondiendo a sus temores. Ahora que tiene la distancia que quería y está lejos de mí, tal vez haya conseguido aclarar algo. Un punto rojo aparece al lado de su nombre en la pantalla, y un asunto que no es el que esperaba me grita: “Compañeros de cena apropiados.”
Ahí están, de nuevo, los temores de Ana en lugar de sus respuestas. Dios, es desesperante. ¡Celos! Me sirvo otra copa antes de sentarme a contestar. Noto una mezcla de ira, rabia y frustración dentro de mí, la respiración se me altera, mis ojos abrasan. Su ataque de celos me cabrea casi tanto como me excita: quiero gritar, quiero verla, quiero golpear cosas, quiero besarla, quiero apartar de un manotazo tanta incertidumbre, quiero poseerla.
De: Christian Grey
Fecha: 31 de mayo de 2011 23:40
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿Ahora eres tú la que me controla?
Señorita Steele, me temo que hay un par de cosas que no le han quedado del todo claras y, por desgracia, hay alguna más que tampoco me ha quedado clara a mí. Le agradecería mucho que evitara las evasivas y sus respuestas irónicas y entrara de verdad en materia. Por mi parte, voy a intentar aclarar algunos puntos oscuros.
Ana, ¿cómo tengo que decírtelo? No quiero que intentes controlar mi vida. Nunca lo ha hecho nadie, y no va a cambiar ahora. Me he comprometido a intentar corresponder a tus deseos de querer más, por mucho que me cueste. Sabes que quiero hacerlo, pero nunca lo conseguirás si sigues con ese afán de huir de mí y dudar desde la distancia. De Elena, la señora Robinson como tú la llamas, pequeña irrespetuosa, sabes todo lo que necesitas saber. Te he repetido hasta la saciedad que no es más que una amiga, y que fue una persona muy importante en mi vida. Que, de algún modo, lo seguirá siendo siempre. Pero entre nosotros no hay más que una vieja amistad y un negocio a medias. Cuando nos conocimos te dije que yo no tengo relaciones. Eso la incluye a ella. Incluye a todas menos a ti, por lo visto, aunque no te des cuenta. Has dormido en mi cama, has rascado más allá de la superficie como nadie lo había hecho, y has conseguido que esto no me haga sentir del todo incómodo.
Me gustaría zanjar esto de una vez por todas y poder pasar página, pero me resulta muy difícil hacerlo por correo, y mucho más sin saber si va a servir para algo, o no es más que otro vano intento de convencerte de que no quiero hacerte daño. Si es así, no lo dudes, te advierto de que mi capacidad de castigarte no conoce límites.
Christian Grey, ofendido presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Antes de pulsar la tecla “Envío” me paro, y releo la última frase: te advierto que mi capacidad de castigarte no conoce límites. No, no puedo decirle esto. No lo entenderá. Otra vez pensará que quiero azotarla y llenar su cuerpo de moratones. Es tan frustrante… Elimino el mensaje antes de que un impulso me haga enviarlo sin más, y vuelvo a intentarlo.
De: Christian Grey
Fecha: 31 de mayo de 2011 23:53
Para: Anastasia Steele
Asunto: Vuelve
Querida Ana, me temo que sólo hay una forma de que pueda contestarte a esa pregunta: vuelve a casa.
Christian Grey, todavía frustrado presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Vuelvo a mirar el botón de “Envío”, y vuelvo a pulsar “Eliminar borrador”. No, esto tampoco funcionará. Estoy cansado de jueguecitos, de hacernos los adolescentes. Tengo que decírselo a la cara, tengo que verla y hablar con ella. Tengo que ir allí. Hace tiempo que quiero abrir una oficina en el sur de la costa Este y Savannah puede ser un sitio tan bueno como cualquier otro, pese a que Detroit parece la mejor opción. Aprovecharé para estudiar el terreno y ver las posibilidades que ofrece.
Excitado por lo improvisado del plan, reviso los informes de la compañía sobre los potenciales mercados entre Nueva York y Florida. Savannah ni siquiera aparece entre las cinco ciudades con inversores de Grey Enterprises Holdings, aunque se encuentra a medio camino entre Tampa y Detroit, dos de las posibilidades iniciales. Sin embargo, el puerto de Savannah es el más importante del sur de los Estados Unidos y las comunicaciones por carretera y ferrocarril son estupendas. Tal vez no sea una mala idea, que le deberé a Anastasia para siempre porque, sin saberlo, será mérito suyo. Jamás habría pensado en abrir una oficina en un ciudad llena de fantasmas. Podría ofrecerle la dirección de nuestra sucursal allí pero sé lo que diría: “Christian, no quiero que resuelvas mis problemas” y, además, odiaría tenerla siempre tan lejos. Redacto un breve e mail para enviar a la oficina y que en adquisiciones valoren las posibilidades de expandirnos vía Georgia. Aviso asimismo al aeropuerto de que me gustaría despegar en unas horas y activo la aplicación GPS de mi BlackBerry que rastrea la posición del teléfono de Anastasia. El punto azul que señala su posición no me parece tan burlón hoy, sabiendo que en unas horas el rojo que indica la mía estará en la misma ciudad.
Intento dormir unas horas, el viaje hasta Savannah es largo y pesado, con una escala ineludible en Atlanta. El recuerdo de Anastasia entre estas sábanas está muy vivo, y aún siento la desazón de hace tan sólo un rato, cuando no sabía en qué momento íbamos a volver a encontrarnos. Ahora lo sé, mañana, y un terrible peso ha desaparecido de mis hombros. Con la mirada perdida en el techo vuelvo a pensar en aquel mail que Ana no contestó, en su huída a casa de su madre. Y entonces, me asaltan las dudas. ¿Estoy haciendo bien? ¿No es esto lo que ella llama mi afán controlador? Mierda, sí que lo es. Si necesita alejarse de mí y yo no la dejo, ¿en qué me convierte? Tengo que dejar de pensar en mí mismo sólo desde mi perspectiva. Acceder a ser más en la vida de Ansatasia implica poder verme con sus ojos, y este arrebato totalmente controlador podría estar fuera de lugar.
A las seis de la mañana, sin dejar siquiera que suene el despertador, me levanto. La señora Jones ha preparado ya el café, que humea sobre la barra de la cocina.
- Buenos días Gail. Salgo de viaje. No me esperes hasta el viernes.
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