- Muy bien, señor Grey, y no se preocupe por mi descanso. ¿Tenemos los datos de la señorita Steele en contabilidad? No recuerdo haber realizado ninguna transacción a su nombre con anterioridad.
Mientras hablo con Andrea me acerco a la ventana del salón, y aparto las cortinas para asomarme a la calle. Tal y como había supuesto, ahí está el Audi. Taylor ha cumplido a la perfección con sus deberes, como siempre.
- No la busques, no la hemos hecho. En clúster del ordenador central hay una carpeta con su nombre. Ahí encontrarás todos los datos –respondo.
- Perfecto. ¿Veinticuatro mil dólares?
Por el rabillo del ojo veo que Anastasia ha salido de la habitación y, apoyada en el marco de la puerta, me mira con los brazos cruzados sobre el pecho.
- Eso es. Veinticuatro mil dólares. Directamente –le devuelvo la mirada fiera mientras lo digo.
- De acuerdo. Esta misma mañana lo hago –me dice Andrea, diligente como siempre.
- Bien –mis ojos siguen clavados en los de Anastasia, solo que ahora el gesto triunfante ha desaparecido de su mirada.
- El lunes el ingreso se hará efectivo en la cuenta de la señorita Steele, señor Grey.
- ¿El lunes? –repito en voz alta, sólo por el placer de hacer patente que hago lo que quiero, y que lo consigo con una simple llamada de teléfono-. Estupendo.
- ¿Necesita algo más, señor Grey? –pregunta Andrea.
- No, eso es todo Andrea, muchas gracias.
Con la pose del que ha ganado me giro hacia Anastasia levantando una ceja, imitando su gesto anterior.
- El dinero estará ingresado en tu cuenta el lunes, Anastasia. Y sabes que no tienes que jugar conmigo –porque tienes todas las de perder, pienso, pero no digo.
- ¡Veinticuatro mil dólares! –chilla nerviosamente-. Y, además, ¿tú cómo sabes mi número de cuenta?
¿Que cómo sé su número de cuenta? Me parece increíble que siga dudando de mi capacidad para controlarlo todo. ¿Por qué, si fue ella la que me bautizó como obseso del control?
- Anastasia, yo lo sé todo de ti.
- Pero es imposible que mi coche valiera tanto dinero. ¡Veinticuatro mil dólares! –repite la cifra como si así fuera a cambiar algo.
- En principio te daría la razón –digo, justificando la cifra, a sabiendas de que Taylor obtuvo apenas un puñado de dólares por él. Pero no pienso decírselo. Esgrimo mis argumentos sin intentar convencerla, pero sí noquearla-, pero tanto si vendes como si compras, la clave de todas las operaciones está en conocer el mercado. Encontramos por ahí un lunático que se enamoró de la chatarra que era tu coche y estaba dispuesto a pagar esa cantidad. Por lo que tengo entendido, el modelo de tu coche era un clásico raro. Si no me crees, puedes preguntarle a Taylor. El fue quien se ocupó de venderlo, y puede decírtelo.
Anastasia sigue en silencio, junto al quicio de la puerta, mirándome intensamente. Mis argumentos no han servido para nada más que para aumentar aún más su sensación de impotencia ante mí. Pero a mí me gusta. Me enciende. Sus ojos profundos me atraviesan. Y la sensación de triunfo que experimento en este momento, acentuada por la mentira piadosa de que su coche valía una fortuna, me enciende aún más. Puedo ocuparme de ella. Es mía; de algún modo, es mía. Y me pone tremendamente cachondo saber que es mía. Su desafío me excita.
Decido resolver la tensión entre nosotros fundiéndola con el calor de nuestros cuerpos. Me acerco a ella y sin esperar que me perdone, ni siquiera que entienda mis motivos para comprarle un coche y regalarle dinero, la aprisiono entre mi cuerpo y la pared. La beso con toda la tensión acumulada. Hundo mi lengua en su boca apretando con una mano su nuca, para atraerla hacia mí. Con la otra agarro su culo, y tiro de él hacia mi entrepierna que ya no puede esconder más la erección que tengo. Agarro su pelo y guío con mis movimientos su cabeza, besándola una y otra vez, lamiendo su lengua, mordiendo sus labios. Lejos de rechazarme, Anastasia me devuelve los besos. Su cuerpo responde al mío como una máquina perfectamente engrasada. Arquea la espalda para que sus pechos toquen mi torso y su cadera bascula abriendo camino a mi mano, que se abre paso a través de sus nalgas, por encima del pantalón que quiero arrancar.
.
Con mi boca dentro de la suya, pregunto:
- ¿Por qué Ana? ¿Por qué me desafías?
- Porque puedo –su respuesta es un nuevo desafío digna de mí. Podría haberlo dicho yo mismo. De hecho, es lo que yo mismo le digo siempre. Sabe que ejerce cierto poder sobre mí, y lo usa.
Es ese poder el que me hace quererla de una forma que no he experimentado nunca antes. No es sólo instinto de protección lo que tengo con ella, y sé que es eso mismo lo que ella rechaza: que alguien haga el papel que le han enseñado que tiene que hacer ella sola. No, no es solamente protección. No es sólo amor. Es deseo. Un deseo que me haría follármela ahora mismo, pero no me quedan condones. La noche ha sido más movida de lo que había previsto.
- Oh, Dios, Ana, quiero poseerte ahora mismo, pero ya no me quedan condones –digo, derrotado, ahora sí, apoyando mi frente contra la suya. Parando el lance sexual que habíamos empezado para evitar seguir calentándome antes de que sea tarde para parar-. Nunca me canso de ti. Eres una mujer enloquecedora y desquiciante.
- Y tú me vuelves loca a mí, Christian –responde ella, abandonándose lánguida entre mis brazos-. En todos los sentidos.
- Anda, ven –digo, apartándome de ella, y sacando mis manos de debajo de su camiseta, ajustando el sostén que he estado a punto de quitarle-. Lo mejor será que vayamos a desayunar. Y además, conozco un sitio al que puedes ir para cortarte el pelo.
Cariñosamente, le acaricio un mechón moreno que le cae sobre la cara, y se lo aparto, para dejar a la vista sus preciosos ojos.
- Vale –responde-. Vámonos.
Miro a mi alrededor para comprobar que no me dejo nada. Es extraño pasar la noche fuera de casa, cambiar las rutinas. Anastasia entra en su habitación para coger el bolso y aprovecho que se ha ido para chequear mi correo electrónico, esperando encontrar en mi buzón algo que diga que hemos encontrado a Leila, pero no hay nada más que un mail de mi padre recordándome la cena de esta noche, otro de mi madre, para lo mismo, y la confirmación de la orden de transferencia de los veinticuatro mil dólares de Andrea.
- ¡Voy en un segundo! –escucho que dice Anastasia desde el cuarto de baño-. Tengo que terminar de arreglarme.
- No vas a conseguir retrasar el desayuno y no comer, Ana.
- Tranquilo, señor Grey. Tanta actividad me ha dejado hambrienta. Además, si no vamos a acostarnos, lo mejor será engañar al cuerpo con comida. Dame sólo un segundo.
Mientras hablo con Andrea me acerco a la ventana del salón, y aparto las cortinas para asomarme a la calle. Tal y como había supuesto, ahí está el Audi. Taylor ha cumplido a la perfección con sus deberes, como siempre.
- No la busques, no la hemos hecho. En clúster del ordenador central hay una carpeta con su nombre. Ahí encontrarás todos los datos –respondo.
- Perfecto. ¿Veinticuatro mil dólares?
Por el rabillo del ojo veo que Anastasia ha salido de la habitación y, apoyada en el marco de la puerta, me mira con los brazos cruzados sobre el pecho.
- Eso es. Veinticuatro mil dólares. Directamente –le devuelvo la mirada fiera mientras lo digo.
- De acuerdo. Esta misma mañana lo hago –me dice Andrea, diligente como siempre.
- Bien –mis ojos siguen clavados en los de Anastasia, solo que ahora el gesto triunfante ha desaparecido de su mirada.
- El lunes el ingreso se hará efectivo en la cuenta de la señorita Steele, señor Grey.
- ¿El lunes? –repito en voz alta, sólo por el placer de hacer patente que hago lo que quiero, y que lo consigo con una simple llamada de teléfono-. Estupendo.
- ¿Necesita algo más, señor Grey? –pregunta Andrea.
- No, eso es todo Andrea, muchas gracias.
Con la pose del que ha ganado me giro hacia Anastasia levantando una ceja, imitando su gesto anterior.
- El dinero estará ingresado en tu cuenta el lunes, Anastasia. Y sabes que no tienes que jugar conmigo –porque tienes todas las de perder, pienso, pero no digo.
- ¡Veinticuatro mil dólares! –chilla nerviosamente-. Y, además, ¿tú cómo sabes mi número de cuenta?
¿Que cómo sé su número de cuenta? Me parece increíble que siga dudando de mi capacidad para controlarlo todo. ¿Por qué, si fue ella la que me bautizó como obseso del control?
- Anastasia, yo lo sé todo de ti.
- Pero es imposible que mi coche valiera tanto dinero. ¡Veinticuatro mil dólares! –repite la cifra como si así fuera a cambiar algo.
- En principio te daría la razón –digo, justificando la cifra, a sabiendas de que Taylor obtuvo apenas un puñado de dólares por él. Pero no pienso decírselo. Esgrimo mis argumentos sin intentar convencerla, pero sí noquearla-, pero tanto si vendes como si compras, la clave de todas las operaciones está en conocer el mercado. Encontramos por ahí un lunático que se enamoró de la chatarra que era tu coche y estaba dispuesto a pagar esa cantidad. Por lo que tengo entendido, el modelo de tu coche era un clásico raro. Si no me crees, puedes preguntarle a Taylor. El fue quien se ocupó de venderlo, y puede decírtelo.
Anastasia sigue en silencio, junto al quicio de la puerta, mirándome intensamente. Mis argumentos no han servido para nada más que para aumentar aún más su sensación de impotencia ante mí. Pero a mí me gusta. Me enciende. Sus ojos profundos me atraviesan. Y la sensación de triunfo que experimento en este momento, acentuada por la mentira piadosa de que su coche valía una fortuna, me enciende aún más. Puedo ocuparme de ella. Es mía; de algún modo, es mía. Y me pone tremendamente cachondo saber que es mía. Su desafío me excita.
Decido resolver la tensión entre nosotros fundiéndola con el calor de nuestros cuerpos. Me acerco a ella y sin esperar que me perdone, ni siquiera que entienda mis motivos para comprarle un coche y regalarle dinero, la aprisiono entre mi cuerpo y la pared. La beso con toda la tensión acumulada. Hundo mi lengua en su boca apretando con una mano su nuca, para atraerla hacia mí. Con la otra agarro su culo, y tiro de él hacia mi entrepierna que ya no puede esconder más la erección que tengo. Agarro su pelo y guío con mis movimientos su cabeza, besándola una y otra vez, lamiendo su lengua, mordiendo sus labios. Lejos de rechazarme, Anastasia me devuelve los besos. Su cuerpo responde al mío como una máquina perfectamente engrasada. Arquea la espalda para que sus pechos toquen mi torso y su cadera bascula abriendo camino a mi mano, que se abre paso a través de sus nalgas, por encima del pantalón que quiero arrancar.
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Con mi boca dentro de la suya, pregunto:
- ¿Por qué Ana? ¿Por qué me desafías?
- Porque puedo –su respuesta es un nuevo desafío digna de mí. Podría haberlo dicho yo mismo. De hecho, es lo que yo mismo le digo siempre. Sabe que ejerce cierto poder sobre mí, y lo usa.
Es ese poder el que me hace quererla de una forma que no he experimentado nunca antes. No es sólo instinto de protección lo que tengo con ella, y sé que es eso mismo lo que ella rechaza: que alguien haga el papel que le han enseñado que tiene que hacer ella sola. No, no es solamente protección. No es sólo amor. Es deseo. Un deseo que me haría follármela ahora mismo, pero no me quedan condones. La noche ha sido más movida de lo que había previsto.
- Oh, Dios, Ana, quiero poseerte ahora mismo, pero ya no me quedan condones –digo, derrotado, ahora sí, apoyando mi frente contra la suya. Parando el lance sexual que habíamos empezado para evitar seguir calentándome antes de que sea tarde para parar-. Nunca me canso de ti. Eres una mujer enloquecedora y desquiciante.
- Y tú me vuelves loca a mí, Christian –responde ella, abandonándose lánguida entre mis brazos-. En todos los sentidos.
- Anda, ven –digo, apartándome de ella, y sacando mis manos de debajo de su camiseta, ajustando el sostén que he estado a punto de quitarle-. Lo mejor será que vayamos a desayunar. Y además, conozco un sitio al que puedes ir para cortarte el pelo.
Cariñosamente, le acaricio un mechón moreno que le cae sobre la cara, y se lo aparto, para dejar a la vista sus preciosos ojos.
- Vale –responde-. Vámonos.
Miro a mi alrededor para comprobar que no me dejo nada. Es extraño pasar la noche fuera de casa, cambiar las rutinas. Anastasia entra en su habitación para coger el bolso y aprovecho que se ha ido para chequear mi correo electrónico, esperando encontrar en mi buzón algo que diga que hemos encontrado a Leila, pero no hay nada más que un mail de mi padre recordándome la cena de esta noche, otro de mi madre, para lo mismo, y la confirmación de la orden de transferencia de los veinticuatro mil dólares de Andrea.
- ¡Voy en un segundo! –escucho que dice Anastasia desde el cuarto de baño-. Tengo que terminar de arreglarme.
- No vas a conseguir retrasar el desayuno y no comer, Ana.
- Tranquilo, señor Grey. Tanta actividad me ha dejado hambrienta. Además, si no vamos a acostarnos, lo mejor será engañar al cuerpo con comida. Dame sólo un segundo.
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