- Vamos a subir a tu casa, nena -digo, aliviado después de haberle dicho toda la verdad. Ella sigue con el rostro hundido en mi pecho, la estrecho aún más entre mis brazos y beso su pelo-. Cuanto antes mejor.
Me devuelve el beso y me toma de la mano para llegar hasta el portal. Lo hacemos en silencio, los dos conscientes ahora del cariz que ha tomado la situación. Sin decir, miramos a nuestro alrededor, por encima de nuestros hombros, esperando encontrar (o más bien no encontrar) una figura femenina que ahora tememos que venga detrás del cañón de un arma. Pero no vemos nada. Una vez arriba, Anastasia se dirige a su cuarto.
- Tardaré sólo un minuto, ponte cómodo -me besa en la mejilla y desaparece en la habitación.
Mientras se va a hacer la maleta aprovecho para sacar el teléfono y mandarle a Welch la localización exacta de la casa de Anastasia y que envíe un coche a barrer la zona antes de que salgamos de allí.
* Salimos en diez minutos de aquí. Manda el coche a esta dirección.
La respuesta de Welch no tarde ni un minuto en llegar.
* Enviado. Dispositivo en marcha, y funcionando.
Me acerco a la ventana, y me detengo frente a la enorme cristalera del salón, medio escondido detrás de las cortinas color crudo. Escruto el exterior, atento a cualquier movimiento sospechoso. Miro detrás de los coches, incluso busco alguna ventana en el edificio de enfrente que pueda resultar rara, pero no sé qué busco, y no encuentro nada. Anastasia se mueve velozmente de su habitación al cuarto de baño, con una maleta pequeña en la mano. Me asomo al umbral de la puerta en el mismo momento en el que mete en ella el globo con forma de helicóptero, la versión de Charlie Tango que yo le envié. Medio deshinchado. Lo mismo da: lo ha conservado, y su gesto me hace secreta y fácilmente feliz.
Me recuerda a aquella vez que a Grace se le cayó de entré las páginas de un libro un dibujo que yo le hice cuando estaba en el hogar de acogida. Había dos adultos, Grace y Carrick, y dos niños, Elliot y yo. Recuerdo que la terapeuta que me obligaban a ver aquella época me hizo dibujarlo, pero Grace lo conservó con el mismo amor que si lo hubiera hecho de motu propio. En aquella época yo no hablaba, y mi única forma de comunicación eran dibujos en un cuaderno que Grace me había regalado, junto con un paquete de rotuladores.
- ¿El Charlie Tango también se viene? -pregunto, sin poder ocultar una sonrisa de satisfacción.
Anastasia asiente y sigue cogiendo cosas, algo de ropa que no necesitará porque tiene el guardarropa lleno, pero no me parece el momento de hurgar en esa herida. Mete también libros, el Mac que le regalé, la BlackBerry, incluso el iPad. Me gusta ver que, al final, cede. Me gusta que se adapte a un estilo de vida acorde con el siglo XXI. Aún me cuesta creer que hace sólo unas semanas ni siquiera tuviera un ordenador.
- El martes vuelve Ethan a la ciudad -dice a media voz, como quien no quiere la cosa.
¿Ethan? ¿Quién demonios es Ethan y por qué debería advertirme de que vuelve a la ciudad? No parecen parar los hombres que revolotean alrededor de Anastasia y de los que tengo que ocuparme: el fotógrafo presuntuoso, el dependiente de la tienda, el gilipollas de su jefe, y ahora Ethan.
- El hermano de Kate, ¿te acuerdas de él? Os presenté en la fiesta de mi graduación. Se muda a Seattle y va a quedarse en casa hasta que encuentre un piso para él solo -explica ella sin dejar de meter cosas en la maleta, como si la naturalidad de sus gestos apoyara lo absurdo de su idea de quedarse bajo el mismo techo que cualquier otro hombre, sea el hermano de quien sea.
- Razón de más para que te vengas conmigo y te quedes en el Escala. Ethan tendrá más espacio para él.
- Es que no sé si Kate le ha dejado las llaves del apartamento, así que tendré que volver aquí para dárselas cuando llegue –protesta ella.
Eso ya lo veremos, me digo a mí mismo. No veo qué problema pueda haber en que pase él a buscarlas por la oficina de Anastasia, ella puede dejarlas en la recepción. Y si alguien tiene algún inconveniente que venga y me lo diga, que para algo soy el dueño. Me doy una palmada mental en la espalda por el tremendo acierto de haber comprado la editorial. Incluso podría pedirle a Taylor que se las llevara él mismo a Ethan, así ni siquiera tendría que pasar por las oficinas de la SIP.
- Creo que ya lo tengo todo -Anastasia interrumpe mis pensamientos-. ¿Nos vamos?
Me adentro en la habitación para coger su maleta, y salimos del apartamento. Observo que Anastasia simplemente tira de la puerta.
- Cierra con llave, Anastasia -ordeno.
- Pero … -quiere protestar, pero no dejo que lo haga.
- Cierra y basta, por favor.
Al final hace lo que le digo y asegura la puerta de su apartamento con tres vueltas de llave. Mientras oigo el tintineo de las llaves, me adelanto unos pasos intentando no resultar demasiado obvio, pero quiero echar un vistazo antes, y comprobar si el dispositivo de Welch ha llegado. Dos hombres con gafas de sol y traje oscuro en un Honda Accord gris metalizado me hacen un gesto de asentimiento con la cabeza. All clear. Aún así, vigilo, miro por encima de nuestro hombro, y doy una vuelta entera al llegar al parking trasero del edificio, donde está aparcado el Audi de Anastasia. Nada, ni rastro de Leila. Mejor. Abro la puerta del copiloto para que Anastasia entre, pero me mira impasible desde el otro lado.
- ¿No tienes pensado entrar? –pregunto señalando la portezuela abierta.
- Creía que iba a conducir yo. Con todo lo que has insistido en que el coche es mío…
- Ahora no Anastasia, sube -dios es desesperante tener que discutirlo absolutamente todo.
- ¿Es que le pasa algo a mi forma de conducir? Espera, espera -abre los brazos y señala al cielo con las palmas en un gesto de rendición-, ahora es cuando tú me dices que también has investigado qué nota saqué en el examen de conducir… Tengo que reconocer que no me extrañaría nada, dada tu obsesiva tendencia al control.
- ¡Anastasia sube al coche ya! -grito perdiendo el control. ¿No entiende que éste no es un buen momento para sacar trapos sucios? ¡Joder!
- Vale, vale.
Rodea el coche y entra en el asiento el copiloto. Furioso, cierro de un portazo y entro en el coche yo también. Introduzco la llave en el contacto y me detengo un momento a escuchar cualquier sonido extraño, cualquier cosa que pueda indicar que el arranque ha sido manipulado, dios sabe para hacer qué. Pero el motor del Audi se pone en marcha con suavidad.
Me devuelve el beso y me toma de la mano para llegar hasta el portal. Lo hacemos en silencio, los dos conscientes ahora del cariz que ha tomado la situación. Sin decir, miramos a nuestro alrededor, por encima de nuestros hombros, esperando encontrar (o más bien no encontrar) una figura femenina que ahora tememos que venga detrás del cañón de un arma. Pero no vemos nada. Una vez arriba, Anastasia se dirige a su cuarto.
- Tardaré sólo un minuto, ponte cómodo -me besa en la mejilla y desaparece en la habitación.
Mientras se va a hacer la maleta aprovecho para sacar el teléfono y mandarle a Welch la localización exacta de la casa de Anastasia y que envíe un coche a barrer la zona antes de que salgamos de allí.
* Salimos en diez minutos de aquí. Manda el coche a esta dirección.
La respuesta de Welch no tarde ni un minuto en llegar.
* Enviado. Dispositivo en marcha, y funcionando.
Me acerco a la ventana, y me detengo frente a la enorme cristalera del salón, medio escondido detrás de las cortinas color crudo. Escruto el exterior, atento a cualquier movimiento sospechoso. Miro detrás de los coches, incluso busco alguna ventana en el edificio de enfrente que pueda resultar rara, pero no sé qué busco, y no encuentro nada. Anastasia se mueve velozmente de su habitación al cuarto de baño, con una maleta pequeña en la mano. Me asomo al umbral de la puerta en el mismo momento en el que mete en ella el globo con forma de helicóptero, la versión de Charlie Tango que yo le envié. Medio deshinchado. Lo mismo da: lo ha conservado, y su gesto me hace secreta y fácilmente feliz.
Me recuerda a aquella vez que a Grace se le cayó de entré las páginas de un libro un dibujo que yo le hice cuando estaba en el hogar de acogida. Había dos adultos, Grace y Carrick, y dos niños, Elliot y yo. Recuerdo que la terapeuta que me obligaban a ver aquella época me hizo dibujarlo, pero Grace lo conservó con el mismo amor que si lo hubiera hecho de motu propio. En aquella época yo no hablaba, y mi única forma de comunicación eran dibujos en un cuaderno que Grace me había regalado, junto con un paquete de rotuladores.
- ¿El Charlie Tango también se viene? -pregunto, sin poder ocultar una sonrisa de satisfacción.
Anastasia asiente y sigue cogiendo cosas, algo de ropa que no necesitará porque tiene el guardarropa lleno, pero no me parece el momento de hurgar en esa herida. Mete también libros, el Mac que le regalé, la BlackBerry, incluso el iPad. Me gusta ver que, al final, cede. Me gusta que se adapte a un estilo de vida acorde con el siglo XXI. Aún me cuesta creer que hace sólo unas semanas ni siquiera tuviera un ordenador.
- El martes vuelve Ethan a la ciudad -dice a media voz, como quien no quiere la cosa.
¿Ethan? ¿Quién demonios es Ethan y por qué debería advertirme de que vuelve a la ciudad? No parecen parar los hombres que revolotean alrededor de Anastasia y de los que tengo que ocuparme: el fotógrafo presuntuoso, el dependiente de la tienda, el gilipollas de su jefe, y ahora Ethan.
- El hermano de Kate, ¿te acuerdas de él? Os presenté en la fiesta de mi graduación. Se muda a Seattle y va a quedarse en casa hasta que encuentre un piso para él solo -explica ella sin dejar de meter cosas en la maleta, como si la naturalidad de sus gestos apoyara lo absurdo de su idea de quedarse bajo el mismo techo que cualquier otro hombre, sea el hermano de quien sea.
- Razón de más para que te vengas conmigo y te quedes en el Escala. Ethan tendrá más espacio para él.
- Es que no sé si Kate le ha dejado las llaves del apartamento, así que tendré que volver aquí para dárselas cuando llegue –protesta ella.
Eso ya lo veremos, me digo a mí mismo. No veo qué problema pueda haber en que pase él a buscarlas por la oficina de Anastasia, ella puede dejarlas en la recepción. Y si alguien tiene algún inconveniente que venga y me lo diga, que para algo soy el dueño. Me doy una palmada mental en la espalda por el tremendo acierto de haber comprado la editorial. Incluso podría pedirle a Taylor que se las llevara él mismo a Ethan, así ni siquiera tendría que pasar por las oficinas de la SIP.
- Creo que ya lo tengo todo -Anastasia interrumpe mis pensamientos-. ¿Nos vamos?
Me adentro en la habitación para coger su maleta, y salimos del apartamento. Observo que Anastasia simplemente tira de la puerta.
- Cierra con llave, Anastasia -ordeno.
- Pero … -quiere protestar, pero no dejo que lo haga.
- Cierra y basta, por favor.
Al final hace lo que le digo y asegura la puerta de su apartamento con tres vueltas de llave. Mientras oigo el tintineo de las llaves, me adelanto unos pasos intentando no resultar demasiado obvio, pero quiero echar un vistazo antes, y comprobar si el dispositivo de Welch ha llegado. Dos hombres con gafas de sol y traje oscuro en un Honda Accord gris metalizado me hacen un gesto de asentimiento con la cabeza. All clear. Aún así, vigilo, miro por encima de nuestro hombro, y doy una vuelta entera al llegar al parking trasero del edificio, donde está aparcado el Audi de Anastasia. Nada, ni rastro de Leila. Mejor. Abro la puerta del copiloto para que Anastasia entre, pero me mira impasible desde el otro lado.
- ¿No tienes pensado entrar? –pregunto señalando la portezuela abierta.
- Creía que iba a conducir yo. Con todo lo que has insistido en que el coche es mío…
- Ahora no Anastasia, sube -dios es desesperante tener que discutirlo absolutamente todo.
- ¿Es que le pasa algo a mi forma de conducir? Espera, espera -abre los brazos y señala al cielo con las palmas en un gesto de rendición-, ahora es cuando tú me dices que también has investigado qué nota saqué en el examen de conducir… Tengo que reconocer que no me extrañaría nada, dada tu obsesiva tendencia al control.
- ¡Anastasia sube al coche ya! -grito perdiendo el control. ¿No entiende que éste no es un buen momento para sacar trapos sucios? ¡Joder!
- Vale, vale.
Rodea el coche y entra en el asiento el copiloto. Furioso, cierro de un portazo y entro en el coche yo también. Introduzco la llave en el contacto y me detengo un momento a escuchar cualquier sonido extraño, cualquier cosa que pueda indicar que el arranque ha sido manipulado, dios sabe para hacer qué. Pero el motor del Audi se pone en marcha con suavidad.
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