- Por supuesto, señor Grey. ¿Quiere que llame a Gail? Podría pedirle que viniera si los señores van a pasar aquí el fin de semana. Estoy seguro de que la señorita Steele agradecerá algo de comida caliente -ofrece Taylor.
- No es necesario. Que descanse. Y lamento haber interrumpido tu fin de semana también, Taylor -mientras hablo con Taylor la línea con Welch ha empezado a dar tono, y despido al chófer-. Espero que tu hija no se enfade. Eso es todo. Welch, soy Grey.
- Todo el dispositivo está en marcha y funcionando. ¿Ha encendido las pantallas? -pregunta Welch, refiriéndose al sistema de control remoto de cámaras de vigilancia.
- Sí, lo tengo delante.
- Eso está mejor.
- Estamos instalando también dispositivos en sus vehículos, detectores de altas frecuencias -por lo visto a Welch también se le ha pasado por la cabeza que pudiera colocar una bomba.
- Bien. ¿En el de la señorita Steele también?
- Por supuesto.
- En cuanto al equipo humano, tengo a dos de mis mejores hombres de camino a su domicilio en el Escala. Ellos se ocuparán de su seguridad personal. Darán el relevo al los dos que les han acompañado hasta su apartamento en el Honda Accord.
- Me gustaría entrevistarlos en persona, Welch -mi personal lo superviso yo.
- Contaba con ello señor Grey. Le llamarán antes de dar el relevo al primer equipo, y después subirán ellos.
- Perfecto. Y -necesito preguntarlo, aunque el hecho de que Welch no lo haya mencionado es la respuesta a mis dudas-. ¿Ha habido algún nuevo movimiento? ¿Se sabe algo de Leila?
- No, lo lamento. Se lo haré saber en cuanto haya alguna novedad. Y mientras tanto, tranquilo, todo está bajo control.
Me tranquiliza saber que el dispositivo de control está funcionando. Welch es competente como pocos, y sé que puedo confiar en él y en su equipo. Era el oficial al cargo de la seguridad del embajador de Sierra Leona en plena crisis de los diamantes. Por algún motivo el embajador me lo cedió en mi visita a su país, cuando nos invitaron a la cumbre africana de apoyo ciudadano gracias a nuestra labor en Darfur. Y desde aquel día supe que si en algún momento tenía que montar un dispositivo de seguridad, quería a Welch al mando. Me lo traje. Sin más.
La casa está en silencio, pero el silencio se acentúa más cuanto más miro las pantallas de las cámaras de vigilancia, que directamente graban sin sonido. La sensación de quietud se multiplica mirándolas. Trasteo con los menús de selección de cámara, y conecto el circuito cerrado de mi apartamento, buscando a Anastasia. Le había dicho que me esperara en el salón, pero ahí no está. La encuentro en su habitación, mirando la ropa del vestidor. No puedo ver su cara, pero adivino el disgusto en sus gestos. Anastasia es la primera mujer que he conocido que no pierde la cabeza por un armario lleno de prendas de alta costura, zapatos de las mejores marcas, toda una colección de Louboutin, bolsos de Prada… Grace y Mia son las dos mujeres de las que más cerca he estado todos estos años, e irse de compras un par de veces al año era uno de sus entretenimientos favoritos. Elena, después, que me enseñó a apreciar la ropa, los tejidos, la caída de un pliegue… Y desde luego ninguna de mis sumisas se había quejado antes de que les pusiera un vestidor lleno de primeras marcas, a la última de todas las tendencias europeas. Claro que ninguna de mis sumisas anteriores se había quejado jamás de nada. Va con la etiqueta de sumisa, no quejarse. Y menos con un Amo generoso como yo. Pero Anastasia está cortada por otro patrón. En fin…
* Franco está aquí, señor Grey.
Taylor me avisa con un mensaje de texto de que el estilista ya ha llegado al apartamento.
Vuelvo los ojos a Anastasia, disfrutando del placer de mirarla a escondidas antes de ir a avisarla de que por fin puede tener su corte de pelo. Lentamente, acaricia uno por uno los vestidos, más con miedo que con emoción. Se detiene en las etiquetas con el precio, aún sin retirar… Mierda, tendría que haberlas quitado. El dinero es un obstáculo entre nosotros, y sería mejor no recordárselo. Ni siquiera estoy seguro de que Anastasia pueda dar más de veinte pasos seguidos con unos tacones altos, y tiene un armario lleno de ellos. Allí va ella, con sus pantalones vaqueros azules lavados a la piedra, su camiseta sencilla y sus playeras. Sonrío al verla.
De pronto sale del ángulo de visión de la cámara y mientras pulsó los botones para mover la imagen a su habitación ella ha cogido el teléfono y habla. Malditas cámaras sin sonido, tengo que comentárselo a Welch y encontrar la forma de modernizar el circuito. Quiero saber.
¿Será Ethan, el hermano de Kate? ¿Será el gilipollas de su jefe, atreviéndose a molestarla un domingo? ¿El fotógrafo, acaso? Anastasia se deja caer sobre la cama y se lleva las manos a la cabeza. Dios mío, ¿Leila? ¿No será Leila?
Atravieso a toda velocidad el despacho y el salón y enfilo el pasillo en dirección al cuarto de las sumisas. Justo cuándo voy a abrir la puerta de un empujón escucho a Anastasia hablar.
- Es complicado, mamá -su madre, es su madre… Aliviado apoyó la espalda contra la pared y sigo escuchando. Apostaría cualquier cosa a que se refiere a mí-. Creo que está loco, ése es el problema.
¿Loco? ¿Yo, loco? Si era ella la que quería pararse me plena calle a discutir cuando hay una mujer desequilibrada persiguiéndonos, suelta, por las calles de Seattle, y posiblemente armada?
Decido hacerme ver antes de que Anastasia diga algo de lo que pueda arrepentirse. Llamo suavemente con los nudillos a la puerta entornada, y paso. Cuando me ve, tapa el auricular con la palma de la mano y se dirige a mí haciendo un gesto.
- Lo siento mamá, tengo que colgar, te llamaré otra vez pronto, un día de estos… Yo también te quiero.
- Creía que te habías ido -digo, disimulando, como si mi aparición en el umbral de la puerta no tuviera nada que ver con las cámaras de seguridad y su llamada de teléfono -¿Por qué te escondes aquí?
- No es necesario. Que descanse. Y lamento haber interrumpido tu fin de semana también, Taylor -mientras hablo con Taylor la línea con Welch ha empezado a dar tono, y despido al chófer-. Espero que tu hija no se enfade. Eso es todo. Welch, soy Grey.
- Todo el dispositivo está en marcha y funcionando. ¿Ha encendido las pantallas? -pregunta Welch, refiriéndose al sistema de control remoto de cámaras de vigilancia.
- Sí, lo tengo delante.
- Bien. Como verá hemos establecido cuatro puntos de control principales, en los domicilios y los puestos de trabajos tanto de usted como de la señorita Steele.
- ¿Cuatro? –cuatro no son en absoluto suficientes-. Welch, con lo que te pago y con lo que ha costado el sistema de seguridad podría tener una filmación de toda la ciudad de Seattle en tres dimensiones si quisiera.
- Eso está mejor.
- Estamos instalando también dispositivos en sus vehículos, detectores de altas frecuencias -por lo visto a Welch también se le ha pasado por la cabeza que pudiera colocar una bomba.
- Bien. ¿En el de la señorita Steele también?
- Por supuesto.
- En cuanto al equipo humano, tengo a dos de mis mejores hombres de camino a su domicilio en el Escala. Ellos se ocuparán de su seguridad personal. Darán el relevo al los dos que les han acompañado hasta su apartamento en el Honda Accord.
- Me gustaría entrevistarlos en persona, Welch -mi personal lo superviso yo.
- Contaba con ello señor Grey. Le llamarán antes de dar el relevo al primer equipo, y después subirán ellos.
- Perfecto. Y -necesito preguntarlo, aunque el hecho de que Welch no lo haya mencionado es la respuesta a mis dudas-. ¿Ha habido algún nuevo movimiento? ¿Se sabe algo de Leila?
- No, lo lamento. Se lo haré saber en cuanto haya alguna novedad. Y mientras tanto, tranquilo, todo está bajo control.
Me tranquiliza saber que el dispositivo de control está funcionando. Welch es competente como pocos, y sé que puedo confiar en él y en su equipo. Era el oficial al cargo de la seguridad del embajador de Sierra Leona en plena crisis de los diamantes. Por algún motivo el embajador me lo cedió en mi visita a su país, cuando nos invitaron a la cumbre africana de apoyo ciudadano gracias a nuestra labor en Darfur. Y desde aquel día supe que si en algún momento tenía que montar un dispositivo de seguridad, quería a Welch al mando. Me lo traje. Sin más.
La casa está en silencio, pero el silencio se acentúa más cuanto más miro las pantallas de las cámaras de vigilancia, que directamente graban sin sonido. La sensación de quietud se multiplica mirándolas. Trasteo con los menús de selección de cámara, y conecto el circuito cerrado de mi apartamento, buscando a Anastasia. Le había dicho que me esperara en el salón, pero ahí no está. La encuentro en su habitación, mirando la ropa del vestidor. No puedo ver su cara, pero adivino el disgusto en sus gestos. Anastasia es la primera mujer que he conocido que no pierde la cabeza por un armario lleno de prendas de alta costura, zapatos de las mejores marcas, toda una colección de Louboutin, bolsos de Prada… Grace y Mia son las dos mujeres de las que más cerca he estado todos estos años, e irse de compras un par de veces al año era uno de sus entretenimientos favoritos. Elena, después, que me enseñó a apreciar la ropa, los tejidos, la caída de un pliegue… Y desde luego ninguna de mis sumisas se había quejado antes de que les pusiera un vestidor lleno de primeras marcas, a la última de todas las tendencias europeas. Claro que ninguna de mis sumisas anteriores se había quejado jamás de nada. Va con la etiqueta de sumisa, no quejarse. Y menos con un Amo generoso como yo. Pero Anastasia está cortada por otro patrón. En fin…
* Franco está aquí, señor Grey.
Taylor me avisa con un mensaje de texto de que el estilista ya ha llegado al apartamento.
Vuelvo los ojos a Anastasia, disfrutando del placer de mirarla a escondidas antes de ir a avisarla de que por fin puede tener su corte de pelo. Lentamente, acaricia uno por uno los vestidos, más con miedo que con emoción. Se detiene en las etiquetas con el precio, aún sin retirar… Mierda, tendría que haberlas quitado. El dinero es un obstáculo entre nosotros, y sería mejor no recordárselo. Ni siquiera estoy seguro de que Anastasia pueda dar más de veinte pasos seguidos con unos tacones altos, y tiene un armario lleno de ellos. Allí va ella, con sus pantalones vaqueros azules lavados a la piedra, su camiseta sencilla y sus playeras. Sonrío al verla.
De pronto sale del ángulo de visión de la cámara y mientras pulsó los botones para mover la imagen a su habitación ella ha cogido el teléfono y habla. Malditas cámaras sin sonido, tengo que comentárselo a Welch y encontrar la forma de modernizar el circuito. Quiero saber.
¿Será Ethan, el hermano de Kate? ¿Será el gilipollas de su jefe, atreviéndose a molestarla un domingo? ¿El fotógrafo, acaso? Anastasia se deja caer sobre la cama y se lleva las manos a la cabeza. Dios mío, ¿Leila? ¿No será Leila?
Atravieso a toda velocidad el despacho y el salón y enfilo el pasillo en dirección al cuarto de las sumisas. Justo cuándo voy a abrir la puerta de un empujón escucho a Anastasia hablar.
- Es complicado, mamá -su madre, es su madre… Aliviado apoyó la espalda contra la pared y sigo escuchando. Apostaría cualquier cosa a que se refiere a mí-. Creo que está loco, ése es el problema.
¿Loco? ¿Yo, loco? Si era ella la que quería pararse me plena calle a discutir cuando hay una mujer desequilibrada persiguiéndonos, suelta, por las calles de Seattle, y posiblemente armada?
Decido hacerme ver antes de que Anastasia diga algo de lo que pueda arrepentirse. Llamo suavemente con los nudillos a la puerta entornada, y paso. Cuando me ve, tapa el auricular con la palma de la mano y se dirige a mí haciendo un gesto.
- Lo siento mamá, tengo que colgar, te llamaré otra vez pronto, un día de estos… Yo también te quiero.
- Creía que te habías ido -digo, disimulando, como si mi aparición en el umbral de la puerta no tuviera nada que ver con las cámaras de seguridad y su llamada de teléfono -¿Por qué te escondes aquí?
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