viernes, 18 de septiembre de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.24 - ( Fans de Grey )

- Señorita Steele, tengo el hondísimo honor de presentarle a Franco -mierda, he olvidado su apellido o nunca lo he sabido, así que opto por un guiño que seguro será de su agrado para evitar romper la grandilocuencia de este momento tan teatral, que tanto está divirtiendo a mi Anastasia- Montesco. Don Franco, he aquí la cabeza de Anastasia Steele, la más bella de toda la ciudad, lista para poner a prueba sus dotes.

- Supongo que ha querido decir Franco Capuleto -me mira de reojo mientras besa la mano de Anastasia con mucha pompa-, pero el resto es cierto y me siento completamente a la altura de la cabeza más bella de Seattle. Cosa que por mi parte, respaldo. Y tengan en cuenta los signori que por mis manos pasa la flor y nata del estado de Washington a diario. Señorita Steele, será un placer.

Anastasia se deja besar y con la misma ceremonia responde haciendo una reverencia, y sujetandose la cola de un vestido inexistente.

- El honor es mío, señor Capuleto. Montesco –añade mirándome y corrigiéndome, y haciendo gala de sus conocimientos de literatura inglesa-, era el apellido de Romeo. Capuleto era el de Julieta.

- Bien, ya veo que vais a entenderos a la perfección. Y puesto que no me necesitáis aquí, me marcho. Ana, querida, ven a mi despacho cuando terminéis.

- Grazie señor Grey. E allora, mía bellissima ragazza, ¿qué vamos a hacer contigo y con tu pelo?

Apenas me han dejado terminar la frase. Franco tiene que ser tan cansino como buen peluquero, a juzgar por lo que habla. Sólo espero que Anastasia sepa mantener la discreción que espero de ella.

- Este hombre es un caso aparte -le digo a Taylor mientras vamos hacia mi despacho.

- Cuidado con lo de hombre, señor Grey. La última vez que yo se lo dije me dio una lección acerca de la poca importancia del género en las relaciones humanas. Dijo que él se sentía no hombre, sino persona. Y que mejor nos iría a todos si compartiéramos esa sensación.

- Habría que ver su sensación si en lugar de meterle en la cama un jugador de hockey robusto le encerráramos con una vedette de revista -estallamos ambos en una carcajada imaginándonos al estilista con una mujer de figura escultural y muy ligera de ropa.

- Lamento cambiar tan bruscamente de tema, pero el equipo de seguimiento que ha enviado Welch está ya aquí. Tengo entendido que quería hacerles una entrevista personal -Taylor recupera el tono grave, y la seriedad.

- Así es -tomo asiento en mi despacho-, hazles pasar, por favor.

Cuando Taylor desaparece por la puerta en busca de los dos hombres que serán mi sombra en los próximos días, recupero las imágenes de la pantalla. En ella aparece el vestidor, ahora vacío, y busco por los menús hasta que doy con la cámara que está conectada a mi habitación. Allí está Franco, ajustando sobre los hombros de Anastasia una toalla y pasándola al interior del cuarto de baño, supongo que para lavarle la cabeza. Iba charlando con él, tranquila y animadamente, como si no le costará en absoluto establecer una conversación con él. Sin embargo, conmigo, hay trampas, baches, obstáculos. Joder, qué fácil parece con los otros y qué difícil conmigo.

- ¿Señor Grey? -Taylor me llama desde la puerta-. Welch y sus muchachos están aquí.



Mi jefe de seguridad se marcha con los últimos dos tipos que he entrevistado. Como era de suponer viniendo de Welch, tienen experiencia sobrada y son discretos. No necesito nada más que la garantía de mi empleado de que estos hombres nos protegerán. Me quedo un rato dando vueltas a sus currículum y sus cartas de recomendación. Definitivamente, estamos en buenas manos.

- Llegó esto para usted ayer, señor Grey -Taylor me alcanza un paquete envuelto en papel de estraza. Está rasgado en un extremo-. Lamento la invasión de su intimidad, pero las órdenes de Welch son muy claras: la correspondencia debe abrirse antes de que llegue a sus manos

- Gracias -digo, cogiendo el paquete-. Pero me parece que María Callas es totalmente inofensiva.
Rasgo el papel para encontrar la primera grabación de la diva de I Vespri Siciliani, la primera ópera que la Callas grabó en su totalidad en 1951. Ya entonces tenía esa voz que la hizo mundialmente famosa. Pongo el disco, y me siento a disfrutar de la música. Hojeo mientras tanto la lista de ediciones raras que mi comprador en Europa ha metido en ella. Este tipo sabe que puede hacer negocio conmigo, el documento que me ha mandado tiene más de cuatro páginas. Pero pueden esperar. Al fondo de la sala entran Anastasia y Franco, ambos mirándome expectantes.

- Estás preciosa, Anastasia -realmente lo está. Franco ha sabido extraer toda su personalidad rebelde y contestona en un corte de pelo que le va a la perfección.

-¿Lo ves, principessa? Te dije que le gustaría. Ay, Franco conoce molto bene i gusti del señor Grey.

- Muchas gracias Franco -le corto, tratando de evitar que empiece a decir cosas que no debe-. Creo que aún te esperan La Esclava.

- Así es, signori. Anastasia, cara mia -se vuelve hacia ella y la envuelve en un inmenso abrazo- me debes prometer que no dejarás que nadie que no sea yo toque ese precioso pelo.

- Hasta pronto, Franco -le cojo del antebrazo para acompañarle a la puerta.

- Ciao señor Grey. Ha sido un piacere.

Anastasia está realmente preciosa. El pelo le cae en cascada a ambos lados de la cara con unas ondas amplias que dibujan con nitidez la línea de su cuello.

- Me alegro mucho de que te lo hayas dejado largo, nena. Es tan suave -le acaricio un mechón y fijó la vista en sus ojos, brillantes-. ¿Aún estas enfadada conmigo?

- Sí -miente, con una sonrisa.

- ¿Y puedo saber por qué?

- ¿Quieres que te haga una lista? -Anastasia resopla con cansancio cuando lo dice.

- ¿Tienes una lista?

- La tengo, y es bastante larga, por cierto.

- Entonces quiero una lista. Tal vez eso me ayudaría a entenderte -bajo mi mano del pelo a su cintura y la atraigo hacia mí-. ¿Podrías decírmela en la cama?

- No -responde ella, pegando sus caderas a las mías. Joder qué cachondo me pone esta mujer.

- Entonces durante el almuerzo. Estoy hambriento, y no sólo de comida.

- Oh, no, Christian -dice ella, apartando su pelvis de la mía-, no voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.

Es una pena, podría estrenar su nuevo corte de pelo con un buen polvo. Pero tendrá que esperar a la charla que tenemos pendiente. Y cuanto antes la tengamos, mejor.







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