A pesar de lo que ha dicho Greta, Elena resolverá los problemas de agenda del estilista.
- Franco vendrá a la una Ana -se acabó la discusión.
- ¡Christian! – grita Ana, resistiéndose a ceder, tozuda como siempre.
- Anastasia, sabemos que Leila sufre un brote psicótico, y desgraciadamente no sé si va detrás de ti o de mí, pero lo que sí sé es que no parará hasta dar con alguno de nosotros. Y tampoco sé hasta dónde es capaz de llegar, ni lo que está dispuesta a hacer
Anastasia me mira aún contrariada, pero al menos ha dejado de forcejear y ya no lucha por soltar su brazo de mi mano, aceptando en cierto modo mi protección, cosa que me tranquiliza
-. Voy a protegerte te guste o no, así que haremos lo que yo diga: iremos a tu casa primero a recoger algunas de tus cosas, y después iremos al Escala. Te quedarás allí hasta que la localicemos.
- ¿Y se puede saber por qué iba yo a querer hacer eso? -finge un poco de desdén para hacerse la dura, y demostrar que su enfado no era de broma, pero está asustada, reconozco el miedo en sus ojos.
- Porque es la única manera que tengo de protegerte, de asegurarme que no te va a pasar absolutamente nada.
- Pero… -intenta insistir una vez más, pero no hay caso. Leila ya dio con ella una vez y no tuvo problemas para acercarse y preguntarle qué tenía que ella no tuviese. Está totalmente fuera de control y Anastasia no podría protegerse sola.
- Ana, vas a hacer lo que yo te diga y a venir a mi apartamento aunque tenga que llevarte allí a rastras.
La boca de Anastasia se abre y se cierra buscando una respuesta a la altura, pero no la hay. No hay tampoco alternativa, vendrá conmigo y punto.
- Creo que estás exagerando -dicen sus labios mientras su cuerpo acepta mi cuidado, y su mano agarra la mía.
- No, no estoy exagerando. Vamonos ya. Podemos terminar de hablar en casa, si quieres.
Al escucharme mentar otra vez la conversación inacabada Anastasia recupera su pose de chica dura y se cruza de brazos, plantada frente a mí, desafiándome, pensando que esta vez puede ganar.
- No -dice en su tonillo intransigente de niña pequeña.
- Mira Ana, podemos arrancar ahora por las buenas, e ir por tu propio pie, o puedo llevarte yo. Lo que tú quieras.
- No te atreverías a llevarme -replica, demasiado segura de sí misma.
Perro si cree que Christian Grey no es de los que coge a una chica protestona por los muslos y la lleva como un saco al hombro, está muy equivocada. Sonrío pensando en lanzar una pista. Tal vez si me remango la camisa sabrá que hablo en serio. Y tal vez si no lo hago sea hasta más divertido. Opto por no dar ninguna pista.
- Ay, nena… Los dos sabemos que si me tiras el guante, estaré encantado de recogerlo -adelanto el torso en una media reverencia caballeresca, haciendo gala de la cita medieval de mi alusión al guante, y aprovecho que estoy reclinado para colocar sus muslos en el hueco de mi hombro para levantarla en volandas. Se acabó, nos vamos.
- ¡Aggghh! – chilla Anastasia-, ¡bájame Christian, bájame!
Sordo a sus chillidos avanzo por la avenida disfrutando de la situación:
- ¡Bájame Christian! – suplica una y otra vez-. Iré andando, te lo prometo.
El vibrador de mi teléfono vuelve a zumbar, y no puedo contestar con Anastasia cargada al hombro, así que aprovecho para dejar que crea que me ha convencido. Puedo regalarle una pequeña victoria. Nada apoyar sus pies en el suelo se desembaraza de mí y echa a caminar a toda velocidad en dirección a su apartamento. Furiosa, intuyo, por la forma en que evita hablarme, evita tocarme. Mantengo los dos pasos de distancia entre nosotros y saco el teléfono. Un mensaje de texto de Elena.
* ¿Marejada en el barco del amor? Greta me ha dicho que tu Anastasia se ha enfurruñado y os habéis ido. Y que a los cinco minutos has llamado pidiendo a Franco. Creo que lo que tu chica necesita son un par de consejos míos. ¿Me dejas llamarla?
Lo que me faltaba, lidiar con Elena ahora y con suma ganas de conocer a Anastasia. Contesto rápidamente y sigo persiguiendo a Ana por la calle.
* Créeme, es lo último que necesita.
Y, desde luego, es lo último que necesito yo. Si Anastasia hiciera una lista de la gente que más detesta en el mundo, estoy seguro de que Elena ocuparía alguna de las primeras posiciones.
Anastasia no se frena ni siquiera para cruzar. Un par de coches pasan peligrosamente cerca mientras ella se lanza a la calzada sin reparar en el color de los semáforos. Me mantengo cerca, pero en silencio. Nada de lo que pueda decir antes de que ella recupere la serenidad va a ayudarnos. Pero de pronto, antes de llegar a su portal frena en seco y se gira hacia mí, con un gesto interrogativo en el rostro. Me llevo mentalmente las manos a la cabeza pensando qué será lo que se le ha ocurrido ahora que ha hecho que rompa el terco silencio con el que me está castigando.
- ¿Qué es lo que ha pasado ahora? -pregunta.
Dudo antes de contestar. Esa pregunta sólo tendría sentido si fuera referida a qué absurdez ha pasado que me ha hecho cogerme está rabieta de niña pequeña. Pero me temo que no van por ahí los tiros, así que decido que es mejor preguntar.
- ¿A qué te refieres, Anastasia?
- Me refiero a Leila Williams. ¿Qué ha pasado con ella?
Vaya… No debería menospreciar las dotes de deducción de Anastasia. ¿Cómo ha podido saberlo? Lo mejor, en cualquier caso, es tratar de quitarle hierro al asunto.
- Ya te lo he contado todo.
- No, Christian, eso no es cierto, y tú lo sabes. Hay algo más y me lo estás ocultando. Ayer no insististe en que fuera a tu casa y ahora sí. Así que cuéntame qué es lo que ha cambiado.
Tiene razón, debería decírselo. No puedo manejarla como si fuera una muñequita ignorante.
- ¡Dímelo Christian! -chilla, perdiendo la paciencia.
- Leila consiguió ayer que le dieran un permiso de armas – digo, al fin, saltándome la parte de la forma irregular en la que lo ha conseguido, y que estamos examinando las cintas de una armería, bastante seguros de que pudo haber entrado allí y hacerse con algo.
- Eso sólo quiere decir que puede comprarse un arma -dice en voz apenas audible. Bien, al menos ha comprendido la gravedad de la situación.
- Ana, yo… No creo que vaya a hacer ninguna tontería -apoyo mis manos en sus antebrazos, acercándome protector a ella- pero, sencillamente, no quiero que corras ningún peligro.
Toda la tensión de los últimos minutos se diluye en el abrazo lleno de temor que me da.
- Franco vendrá a la una Ana -se acabó la discusión.
- ¡Christian! – grita Ana, resistiéndose a ceder, tozuda como siempre.
- Anastasia, sabemos que Leila sufre un brote psicótico, y desgraciadamente no sé si va detrás de ti o de mí, pero lo que sí sé es que no parará hasta dar con alguno de nosotros. Y tampoco sé hasta dónde es capaz de llegar, ni lo que está dispuesta a hacer
Anastasia me mira aún contrariada, pero al menos ha dejado de forcejear y ya no lucha por soltar su brazo de mi mano, aceptando en cierto modo mi protección, cosa que me tranquiliza
-. Voy a protegerte te guste o no, así que haremos lo que yo diga: iremos a tu casa primero a recoger algunas de tus cosas, y después iremos al Escala. Te quedarás allí hasta que la localicemos.
- ¿Y se puede saber por qué iba yo a querer hacer eso? -finge un poco de desdén para hacerse la dura, y demostrar que su enfado no era de broma, pero está asustada, reconozco el miedo en sus ojos.
- Porque es la única manera que tengo de protegerte, de asegurarme que no te va a pasar absolutamente nada.
- Pero… -intenta insistir una vez más, pero no hay caso. Leila ya dio con ella una vez y no tuvo problemas para acercarse y preguntarle qué tenía que ella no tuviese. Está totalmente fuera de control y Anastasia no podría protegerse sola.
- Ana, vas a hacer lo que yo te diga y a venir a mi apartamento aunque tenga que llevarte allí a rastras.
La boca de Anastasia se abre y se cierra buscando una respuesta a la altura, pero no la hay. No hay tampoco alternativa, vendrá conmigo y punto.
- Creo que estás exagerando -dicen sus labios mientras su cuerpo acepta mi cuidado, y su mano agarra la mía.
- No, no estoy exagerando. Vamonos ya. Podemos terminar de hablar en casa, si quieres.
Al escucharme mentar otra vez la conversación inacabada Anastasia recupera su pose de chica dura y se cruza de brazos, plantada frente a mí, desafiándome, pensando que esta vez puede ganar.
- No -dice en su tonillo intransigente de niña pequeña.
- Mira Ana, podemos arrancar ahora por las buenas, e ir por tu propio pie, o puedo llevarte yo. Lo que tú quieras.
- No te atreverías a llevarme -replica, demasiado segura de sí misma.
Perro si cree que Christian Grey no es de los que coge a una chica protestona por los muslos y la lleva como un saco al hombro, está muy equivocada. Sonrío pensando en lanzar una pista. Tal vez si me remango la camisa sabrá que hablo en serio. Y tal vez si no lo hago sea hasta más divertido. Opto por no dar ninguna pista.
- Ay, nena… Los dos sabemos que si me tiras el guante, estaré encantado de recogerlo -adelanto el torso en una media reverencia caballeresca, haciendo gala de la cita medieval de mi alusión al guante, y aprovecho que estoy reclinado para colocar sus muslos en el hueco de mi hombro para levantarla en volandas. Se acabó, nos vamos.
- ¡Aggghh! – chilla Anastasia-, ¡bájame Christian, bájame!
Sordo a sus chillidos avanzo por la avenida disfrutando de la situación:
- ¡Bájame Christian! – suplica una y otra vez-. Iré andando, te lo prometo.
El vibrador de mi teléfono vuelve a zumbar, y no puedo contestar con Anastasia cargada al hombro, así que aprovecho para dejar que crea que me ha convencido. Puedo regalarle una pequeña victoria. Nada apoyar sus pies en el suelo se desembaraza de mí y echa a caminar a toda velocidad en dirección a su apartamento. Furiosa, intuyo, por la forma en que evita hablarme, evita tocarme. Mantengo los dos pasos de distancia entre nosotros y saco el teléfono. Un mensaje de texto de Elena.
* ¿Marejada en el barco del amor? Greta me ha dicho que tu Anastasia se ha enfurruñado y os habéis ido. Y que a los cinco minutos has llamado pidiendo a Franco. Creo que lo que tu chica necesita son un par de consejos míos. ¿Me dejas llamarla?
Lo que me faltaba, lidiar con Elena ahora y con suma ganas de conocer a Anastasia. Contesto rápidamente y sigo persiguiendo a Ana por la calle.
* Créeme, es lo último que necesita.
Y, desde luego, es lo último que necesito yo. Si Anastasia hiciera una lista de la gente que más detesta en el mundo, estoy seguro de que Elena ocuparía alguna de las primeras posiciones.
Anastasia no se frena ni siquiera para cruzar. Un par de coches pasan peligrosamente cerca mientras ella se lanza a la calzada sin reparar en el color de los semáforos. Me mantengo cerca, pero en silencio. Nada de lo que pueda decir antes de que ella recupere la serenidad va a ayudarnos. Pero de pronto, antes de llegar a su portal frena en seco y se gira hacia mí, con un gesto interrogativo en el rostro. Me llevo mentalmente las manos a la cabeza pensando qué será lo que se le ha ocurrido ahora que ha hecho que rompa el terco silencio con el que me está castigando.
- ¿Qué es lo que ha pasado ahora? -pregunta.
Dudo antes de contestar. Esa pregunta sólo tendría sentido si fuera referida a qué absurdez ha pasado que me ha hecho cogerme está rabieta de niña pequeña. Pero me temo que no van por ahí los tiros, así que decido que es mejor preguntar.
- ¿A qué te refieres, Anastasia?
- Me refiero a Leila Williams. ¿Qué ha pasado con ella?
Vaya… No debería menospreciar las dotes de deducción de Anastasia. ¿Cómo ha podido saberlo? Lo mejor, en cualquier caso, es tratar de quitarle hierro al asunto.
- Ya te lo he contado todo.
- No, Christian, eso no es cierto, y tú lo sabes. Hay algo más y me lo estás ocultando. Ayer no insististe en que fuera a tu casa y ahora sí. Así que cuéntame qué es lo que ha cambiado.
Tiene razón, debería decírselo. No puedo manejarla como si fuera una muñequita ignorante.
- ¡Dímelo Christian! -chilla, perdiendo la paciencia.
- Leila consiguió ayer que le dieran un permiso de armas – digo, al fin, saltándome la parte de la forma irregular en la que lo ha conseguido, y que estamos examinando las cintas de una armería, bastante seguros de que pudo haber entrado allí y hacerse con algo.
- Eso sólo quiere decir que puede comprarse un arma -dice en voz apenas audible. Bien, al menos ha comprendido la gravedad de la situación.
- Ana, yo… No creo que vaya a hacer ninguna tontería -apoyo mis manos en sus antebrazos, acercándome protector a ella- pero, sencillamente, no quiero que corras ningún peligro.
Toda la tensión de los últimos minutos se diluye en el abrazo lleno de temor que me da.
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