Acerco el oído a la puerta entreabierta del cuarto de baño a tiempo de escuchar cómo se cierra el grifo y el agua deja de correr. Con la mano que tengo libre golpeo suavemente dos veces la madera.
- ¿Se puede?
- ¡Pasa! –responde Anastasia desde dentro.
Paso y cierro la puerta tras de mí. Anastasia se escurre el pelo dentro del plato de la ducha, enrollándolo sobre sí mismo. El agua resbala por su cuerpo y un olor intensísimo, el de su champú, lo inunda todo.
- He echado de menos este olor –digo, tomando una toalla y acercándome a ella. – Pensaba enjabonarte la espalda pero has sido muy rápida.
- Yo diría que te ha costado mucho tiempo hacer la cama. ¿Has tenido que pelear con las sábanas? –se mofa de mí.
- Digamos que he tenido algún problemilla, pero nada que no haya sabido resolver con una llamada a mi secretaria –le sigo la broma.
- ¿Estás loco?
- No, bromeo, tonta –alargo una mano y le ofrezco ayuda para salir de la ducha-. ¿Sales, o repites la ducha conmigo?
- Me encantaría repetirla, pero las yemas de mis dedos empiezan a arrugarse –dice, tomando mi mano para salvar la cerámica y salir-. Va a ser que sí has tardado mucho, mira.
Me enseña sus manos para que compruebe yo mismo que la piel ha comenzado a arrugarse de tanto agua. Beso sus dedos, y la envuelvo en la toalla.
- Está bien. Ya que estamos en plan doméstico, me ducharé yo solo mientras te secas el pelo.
- ¿Tampoco me vas a dejar que me acueste con el pelo mojado? –me pregunta en tono quejoso.
- No. Y tampoco que enchufes el secador descalza. Podría darte un calambre, el suelo está mojado –respondo yo, en tono paternalista.
- Sí, señor Grey, como usted diga.
- Así me gusta, pequeña –la atraigo contra mí envuelta en su toalla un momento, y paso a la ducha.
- Tampoco pareces muy acostumbrado a esto, señor Presidente de Grey Entrerprises Holdings.
- Y de SIP, no lo olvides –respondo abriendo el grifo.
- No, no lo olvido… -dice ella, molesta de nuevo.
- Pero tienes razón, no suelo ducharme en ninguna casa que no sea mía. Salvo que sea un hotel, claro. Y no un hotel cualquiera. Uno de los buenos.
- ¿Nunca habías tenido que ducharte en casa de otra chica?
- ¿Tengo que recordarte que nunca ha habido, ya no otra, sino una chica, Anastasia?
Se hace el silencio por encima del agua en el cuarto de baño.
- ¿Ni siquiera la señora Robinson? –pregunta, al fin.
- Ni siquiera. La señora Robinson no fue una chica. Ni otra chica. Fue… algo distinto, y diferente. Que me hizo ser quien soy ahora. Y le estoy agradecido.
- No lo entiendo, Christian.
- Lo sé. Y no hace falta que lo entiendas. Sécate el pelo y vete a la cama Anastasia.
Solamente alcanzo a oír el klakk de la puerta al cerrarse. Probablemente se ha enfadado, siempre le molesta que Elena salga en la conversación pero, inevitablemente, lo hace. Pero a medida que los restos de helado de vainilla van despegándose de mi cuerpo, mi mente vuelve otra vez a ella, a sus curvas, a su piel. Y una sensación de seguridad me invade en esta casa que curiosamente no me es extraña. Cuando vuelvo a la habitación está ya en la cama, y levanta las sábanas a su lado golpeando con la palma de la mano dos veces el colchón. Por lo visto a ella también le ha vuelto el buen humor.
- Ven conmigo, estoy muerta de sueño.
- ¿De verdad quieres dormir? –pregunto, lanzando una mirada a mi entrepierna, que empieza a despertarse de nuevo, atrapada debajo de la toalla que me cubre.
- Por favor –sonríe-, dame aunque sean un par de horas.
Acaricio su rostro con delicadeza, besándola en los labios.
- Concedido. Un par de horas. Ahora duerme, Anastasia.
Me devuelve el beso y apaga la luz. Se hunde desnuda con un profundo suspiro en el hueco de mi pecho, y se deja acariciar por mí mientras va cayendo profundamente dormida.
Sobre la mesa de mi despacho hay un sobre. La estancia está en penumbra, y una pequeña luz, fantasmagórica, ilumina la carta que me espera. Sé que es para mí aunque no tiene nombre. Avanzo descalzo sobre una alfombra de trozos de piedra rotos, ladrillos, vigas retorcidas de metal. No me duelen las plantas de los pies, y me sorprende. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad descubro que lo que piso son los restos de un derribo. ¿Los restos de una casa? Cristales quebrados, platos rotos, macetas que alguna vez contuvieron una planta muerta. Tropezando, consigo llegar al escritorio, y abro la carta. La letra de Anastasia me grita desde dentro: tienes el corazón lleno de escombros, hojas muertas, vidrios rotos.
Sobresaltado, me despierto. Anastasia se revuelve entre mis brazos también, como si estuviéramos compartiendo la pesadilla.
- Shh… -le susurro para tranquilizarla-, estoy contigo Ana, estoy aquí.
Pero sigue inquieta, murmura algo, y no consigo entender más que alguna palabra suelta.
- ¿Quién eres? No sé quién eres –creo que dice.
De repente su inquietud se convierte prácticamente en un sollozo, y la despierto.
- Ana, Ana, despierta cariño, despierta. Es sólo un sueño, no pasa nada Ana, despierta.
- ¿Qué tienes tú que yo no tenga?
- Ana, por favor, despiértate –insisto, pero está profundamente dormida.
- ¿Quién eres?
Me incorporo en la cama para sentarme y poder sujetarla entre mis brazos. La envuelvo, zarandeándola suavemente, tratando de que salga de su agonía.
- ¡Ana, por Dios! ¡Despierta!
- ¡Ahh! –dice violentamente, abriendo los ojos como platos.
- ¿Estás bien, nena? –pregunto, acariciándole el pelo, apartándoselo de la cara-. Has tenido un mal sueño, pero sólo ha sido eso, una pesadilla. Ya pasó todo.
- Ah –responde, adormilada, dejándose caer como un peso muerto en mi regazo, sudorosa.
Alargo la mano hasta la mesilla y busco a tientas el interruptor de la lamparita de noche. Cuando encuentro el cable, la enciendo, y Anastasia entorna los ojos para protegérselos de la luz.
- Ya ha pasado todo, tranquila.
- Esa chica… -dice a media voz.
- ¿Qué chica Anastasia? ¿De quién hablas? –pregunto, dejando que hable de su sueño para que la pesadilla salga del todo de su cuerpo.
- Había una chica el otro día –dice, incorporándose un poco ella también, cubriéndose el pecho desnudo con la sábana-, delante de las oficinas de la editorial. Estaba en la puerta cuando salí de trabajar y… se parecía un poco a mí. Bueno, no, no se parecía tanto pero…
¿Una chica en la puerta de su trabajo? ¿Que se parecía a ella? Leila es morena, menuda, con los ojos grandes… y está loca. Al menos ha perdido el juicio temporalmente. Y es peligrosa. Dios mío, no, por favor, haz que no sea Leila. Mierda, Leila sigue desaparecida y yo relajé la vigilancia de Anastasia pensando que no iba a volver. Estaba demasiado concentrado en el gilipollas de su jefe y en cómo apartarle de ella.
- Dime nena, ¿cuándo fue eso? –pregunto, tratando de hacerme una composición de lugar.
- ¿Se puede?
- ¡Pasa! –responde Anastasia desde dentro.
Paso y cierro la puerta tras de mí. Anastasia se escurre el pelo dentro del plato de la ducha, enrollándolo sobre sí mismo. El agua resbala por su cuerpo y un olor intensísimo, el de su champú, lo inunda todo.
- He echado de menos este olor –digo, tomando una toalla y acercándome a ella. – Pensaba enjabonarte la espalda pero has sido muy rápida.
- Yo diría que te ha costado mucho tiempo hacer la cama. ¿Has tenido que pelear con las sábanas? –se mofa de mí.
- Digamos que he tenido algún problemilla, pero nada que no haya sabido resolver con una llamada a mi secretaria –le sigo la broma.
- ¿Estás loco?
- No, bromeo, tonta –alargo una mano y le ofrezco ayuda para salir de la ducha-. ¿Sales, o repites la ducha conmigo?
- Me encantaría repetirla, pero las yemas de mis dedos empiezan a arrugarse –dice, tomando mi mano para salvar la cerámica y salir-. Va a ser que sí has tardado mucho, mira.
Me enseña sus manos para que compruebe yo mismo que la piel ha comenzado a arrugarse de tanto agua. Beso sus dedos, y la envuelvo en la toalla.
- Está bien. Ya que estamos en plan doméstico, me ducharé yo solo mientras te secas el pelo.
- ¿Tampoco me vas a dejar que me acueste con el pelo mojado? –me pregunta en tono quejoso.
- No. Y tampoco que enchufes el secador descalza. Podría darte un calambre, el suelo está mojado –respondo yo, en tono paternalista.
- Sí, señor Grey, como usted diga.
- Así me gusta, pequeña –la atraigo contra mí envuelta en su toalla un momento, y paso a la ducha.
- Tampoco pareces muy acostumbrado a esto, señor Presidente de Grey Entrerprises Holdings.
- Y de SIP, no lo olvides –respondo abriendo el grifo.
- No, no lo olvido… -dice ella, molesta de nuevo.
- Pero tienes razón, no suelo ducharme en ninguna casa que no sea mía. Salvo que sea un hotel, claro. Y no un hotel cualquiera. Uno de los buenos.
- ¿Nunca habías tenido que ducharte en casa de otra chica?
- ¿Tengo que recordarte que nunca ha habido, ya no otra, sino una chica, Anastasia?
Se hace el silencio por encima del agua en el cuarto de baño.
- ¿Ni siquiera la señora Robinson? –pregunta, al fin.
- Ni siquiera. La señora Robinson no fue una chica. Ni otra chica. Fue… algo distinto, y diferente. Que me hizo ser quien soy ahora. Y le estoy agradecido.
- No lo entiendo, Christian.
- Lo sé. Y no hace falta que lo entiendas. Sécate el pelo y vete a la cama Anastasia.
Solamente alcanzo a oír el klakk de la puerta al cerrarse. Probablemente se ha enfadado, siempre le molesta que Elena salga en la conversación pero, inevitablemente, lo hace. Pero a medida que los restos de helado de vainilla van despegándose de mi cuerpo, mi mente vuelve otra vez a ella, a sus curvas, a su piel. Y una sensación de seguridad me invade en esta casa que curiosamente no me es extraña. Cuando vuelvo a la habitación está ya en la cama, y levanta las sábanas a su lado golpeando con la palma de la mano dos veces el colchón. Por lo visto a ella también le ha vuelto el buen humor.
- Ven conmigo, estoy muerta de sueño.
- ¿De verdad quieres dormir? –pregunto, lanzando una mirada a mi entrepierna, que empieza a despertarse de nuevo, atrapada debajo de la toalla que me cubre.
- Por favor –sonríe-, dame aunque sean un par de horas.
Acaricio su rostro con delicadeza, besándola en los labios.
- Concedido. Un par de horas. Ahora duerme, Anastasia.
Me devuelve el beso y apaga la luz. Se hunde desnuda con un profundo suspiro en el hueco de mi pecho, y se deja acariciar por mí mientras va cayendo profundamente dormida.
Sobre la mesa de mi despacho hay un sobre. La estancia está en penumbra, y una pequeña luz, fantasmagórica, ilumina la carta que me espera. Sé que es para mí aunque no tiene nombre. Avanzo descalzo sobre una alfombra de trozos de piedra rotos, ladrillos, vigas retorcidas de metal. No me duelen las plantas de los pies, y me sorprende. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad descubro que lo que piso son los restos de un derribo. ¿Los restos de una casa? Cristales quebrados, platos rotos, macetas que alguna vez contuvieron una planta muerta. Tropezando, consigo llegar al escritorio, y abro la carta. La letra de Anastasia me grita desde dentro: tienes el corazón lleno de escombros, hojas muertas, vidrios rotos.
Sobresaltado, me despierto. Anastasia se revuelve entre mis brazos también, como si estuviéramos compartiendo la pesadilla.
- Shh… -le susurro para tranquilizarla-, estoy contigo Ana, estoy aquí.
Pero sigue inquieta, murmura algo, y no consigo entender más que alguna palabra suelta.
- ¿Quién eres? No sé quién eres –creo que dice.
De repente su inquietud se convierte prácticamente en un sollozo, y la despierto.
- Ana, Ana, despierta cariño, despierta. Es sólo un sueño, no pasa nada Ana, despierta.
- ¿Qué tienes tú que yo no tenga?
- Ana, por favor, despiértate –insisto, pero está profundamente dormida.
- ¿Quién eres?
Me incorporo en la cama para sentarme y poder sujetarla entre mis brazos. La envuelvo, zarandeándola suavemente, tratando de que salga de su agonía.
- ¡Ana, por Dios! ¡Despierta!
- ¡Ahh! –dice violentamente, abriendo los ojos como platos.
- ¿Estás bien, nena? –pregunto, acariciándole el pelo, apartándoselo de la cara-. Has tenido un mal sueño, pero sólo ha sido eso, una pesadilla. Ya pasó todo.
- Ah –responde, adormilada, dejándose caer como un peso muerto en mi regazo, sudorosa.
Alargo la mano hasta la mesilla y busco a tientas el interruptor de la lamparita de noche. Cuando encuentro el cable, la enciendo, y Anastasia entorna los ojos para protegérselos de la luz.
- Ya ha pasado todo, tranquila.
- Esa chica… -dice a media voz.
- ¿Qué chica Anastasia? ¿De quién hablas? –pregunto, dejando que hable de su sueño para que la pesadilla salga del todo de su cuerpo.
- Había una chica el otro día –dice, incorporándose un poco ella también, cubriéndose el pecho desnudo con la sábana-, delante de las oficinas de la editorial. Estaba en la puerta cuando salí de trabajar y… se parecía un poco a mí. Bueno, no, no se parecía tanto pero…
¿Una chica en la puerta de su trabajo? ¿Que se parecía a ella? Leila es morena, menuda, con los ojos grandes… y está loca. Al menos ha perdido el juicio temporalmente. Y es peligrosa. Dios mío, no, por favor, haz que no sea Leila. Mierda, Leila sigue desaparecida y yo relajé la vigilancia de Anastasia pensando que no iba a volver. Estaba demasiado concentrado en el gilipollas de su jefe y en cómo apartarle de ella.
- Dime nena, ¿cuándo fue eso? –pregunto, tratando de hacerme una composición de lugar.
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