viernes, 11 de septiembre de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 30.17 - ( Fans de Grey )

Welch sigue hablando al otro lado de la línea de teléfono, y yo estoy clavado en el suelo, los sentidos alerta a mi alrededor, Anastasia siempre cerca. No puedo perderla de vista, no puedo permitir que Leila vuelva a acercarse a ella.

- La cosa no termina ahí, señor Grey –prosigue mi jefe de seguridad. Joder, ¿qué más puede haber?

- Dime.

- Hemos rastreado los movimientos de su tarjeta de crédito desde que se presentó en su apartamento en el Escala, pero no había hecho ninguna transacción con ella, hasta ayer. Aparece un cargo, de la oficina de licencias de armas del estado de Washington -por el tono de voz de Welch intuyo que está tan preocupado como yo. ¿Un arma? ¿Leila, con un brote psicótico, y armada?

- ¿Qué? -replico, incrédulo.

- Mucho me temo que quiere decir lo que parece, señor Grey. Leila ha obtenido un permiso de armas.

- Ya veo. ¿Cuándo? –joder, tendríamos que haber previsto esto. Es culpa del imbécil del doctor que la atendió y dejó que se fuera. Me encargaré personalmente de quitarle su licencia para ejercer la medicina tan pronto como esta situación esté al fin bajo control.

- Hace veinticuatro horas. Le sobran veintitrés para comprar un arma. Y hay una armería justo al lado. Es probable que entrara allí si quería comprarse un arma. Estamos estudiando las cintas de la cámara de seguridad en este momento.

- Pero, ¿cómo es posible que se lo hayan dado? –sigo sin comprender cómo ha podido saltarse todos los trámites-, ¿sin un registro de antecedentes penales?

- No lo sé, tal vez sobornó a algún funcionario. Es imposible que lo hayan tramitado sin haber pasado por el registro de penales y, créame, lo sabríamos si hubiera seguido los cauces normales. Ya no hay nada que hacer con eso, pero tenemos que encontrarla y espero que la grabación de la cámara de seguridad nos ayude.

- Ya -respondo, pero tal vez yo pueda averiguar algo por ni cuenta, saber más, y las cintas parecen un buen punto de inicio. Conozco bien a Leila y verla me ayudaría a saber cómo está, y evaluar los riesgos-. Envíame un e-mail con la dirección y el nombre, y si hay alguna foto, mándamela también.

- Por supuesto, señor Grey. Seguimos en contacto.

Cuelgo el teléfono. Anastasia me mira atónita, los ojos enormes, abiertos, fijos en mí.

- ¿Y bien? – pregunta al fin, en cuanto cuelgo el teléfono.

- Era Welch -respondo.

- ¿Y quién es Welch? -insiste, y sólo entonces me doy cuenta de que aún no se han visto en persona, pese a que Welch ha vigilado a Anastasia del mismo modo que puede que Leila Williams nos esté vigilando ahora a nosotros.

- Welch está al cargo de mi seguridad, es mi asesor -respondo.
- Vale. ¿Pero qué ha pasado? ¿Ocurre algo?

Durante unos segundos dudo si contarle o no contarle a Anastasia lo que ha pasado. Preferiría no involucrarla aún más, evitarle la preocupación de saber que hay alguien siguiéndonos, y puede que desde muy cerca. Pero si voy a someterla al régimen de vigilancia exhaustivo que acabo de acordar con Welch lo mejor es que esté al tanto, al menos, de lo imprescindible.

- Se trata de Leila, Leila Williams -escruto el rostro de Anastasia en busca de alguna reacción, pero no encuentro nada, y prosigo con la versión resumida de los hechos-. Dejó a su marido hace algunos meses y se largó con un tipo que murió poco tiempo después en un accidente de coche. Hace cuatro semanas -mentalmente echo cuentas, Leila no tardó mucho en aparecer de vuelta en Seattle y colarse en el Escala desde que su amante falleció.

- Oh -es todo lo que ofrece Anastasia por respuesta. Supongo que piensa que es mi culpa, que mi vida ponzoñosa es la que me ha llevado a terminar viviendo situaciones como ésta, rozando lo grotesco. Y, sin embargo, sé que no es así, y sé que Leila está rota de dolor por la pérdida de su amado, y que es ese mismo dolor el que le ha provocado un brote psicótico que necesita tratamiento urgente.

- El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto, ella… Ella simplemente está herida. Si el incompetente del doctor que la atendió hubiera sido simplemente prudente, esto no habría ocurrido. El dolor es el problema -por un momento pienso en si sería parecido el dolor que sentiría yo si Anastasia llegara a sufrir algún daño, si ella pudiera desaparecer algún día. Pero tengo que evitarlo a toda costa y sacudir de mi mente ese pensamiento antes de que me haga enloquecer. La sola idea de perderla me haría enloquecer. Tenemos que irnos de aquí, ponernos a salvo-. Vamos.
Tomo su mano en la mía para salir de allí lo más pronto posible, pero la retira bruscamente.

-¡Eh! -dice, plantándose en la acera-, estábamos en medio de una conversación sobre nosotros, y sobre ella, tu querida señora Robinson.

Anastasia quiere aún más lucha y no es el momento. Exasperado, trato de cubrir con los ojos todos los flancos para asegurarme de que Leila no está acechando pero no consigo verla y mi ansiedad va en aumento. Vuelvo a tomar su mano con intención de arrancar.

- Elena no es mi señora Robinson. Y podemos terminar esta conversación en mi casa.  Anastasia se suelta de mi mano con un ademán brusco.

- No quiero ir a tu casa. Quiero ir a cortarme el pelo, maldita sea.

En el límite de mi paciencia cojo el teléfono para llamar a la Esclava y hacer que Franco pase por mi casa. Ya me da igual que Anastasia se sienta incómoda porque alguna vez en un pasado tan hipotético como remoto esté mismo estilista hubiera podido peinar a alguna de mis ex sumisas. La línea de La Esclava comienza a dar tono. Joder, Anastasia parece una niña pequeña con otra de sus rabietas. Ni siquiera me mira, cabreada se abraza a sí misma, con el ceño fruncido. Nuestra vida, su vida, puede estar corriendo peligro y ella quiere ir a cortarse el pelo. Ahora quiere cortarse el pelo. Justo ahora.
- Salón de belleza La Esclava, le atiende Greta. ¿En qué puedo ayudarle?

- Greta, soy Christian Grey. Quiero que venga Franco a mi apartamento dentro de una hora.

- Pero, señor Grey, la agenda de Franco está repleta toda la mañana -otra incompetente que parece que no sabe con quién está hablando.

- Consúltalo con la señora Lincoln. Ella lo arreglará –respondo con hastío.

- De acuerdo señor Grey, como usted diga.

- Bien.

- Le deseo que tenga un buen fin de semana, señor Grey.

Guardando el teléfono en el bolsillo con una mano, atrapo la de Anastasia con la otra. A pesar de los buenos deseos de Greta, este fin de semana no parece que vaya a ser en absoluto el mejor de mi vida






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