jueves, 17 de septiembre de 2015

En loa piel de Grey - Capítulo 30.23 - ( Fans de Grey )

- No me escondo Christian, me desespero -dice, dejando el teléfono sobre la cama y haciendo un gesto de resignación.

- ¿Por qué Ana, por qué te desesperas? -el que se desespera soy yo… Pero uno de los dos tiene que mantener la calma.

- ¡Por todo esto! -señala con la mano las puertas abiertas del vestidor.

- ¿Te importa que pase? -tal vez, si encuentro algo bonito, elegante, precioso, algo a lo que no se pueda resistir…

- Pues claro que puedes Christian, es tu vestidor.

Joder, no es mío, es suyo, y si no lo quiere lo devolveremos, y punto. Agotado, me dejo caer en el suelo para colocarme a su altura.

- Vamos Ana, sólo es ropa, nena. Nada más. Si no te gusta podemos devolverla, y asunto resuelto.

- Es realmente complicado tratar contigo, ¿sabes?

Anastasia parece realmente hastiada mientras lo dice. Realmente le cuesta tratar conmigo. Por más que lo intento…

- Lo sé, y me estoy esforzando te lo aseguro -digo.

- Eres demasiado difícil -dice, sacudiendo la cabeza.

- Tú no eres precisamente fácil, Anastasia –replico.

- ¿Por qué haces esto, Christian?

- Ya sabes por qué.

- No, no lo sé, y no lo entiendo.

- Eres una mujer frustrante -frustrante no es la mejor manera de definir lo que es, pero no quiero echar más leña al fuego. No quiero discutir, y estoy cansado.

- Pero tú podrías tener una preciosa sumisa morena. Una que saltara sí tú le pidieras que lo hiciese, y sólo preguntaría cómo de alto le gustaría al señor que fuese el salto. Eso, siempre y cuando le hubieras dado permiso para hablar en tu presencia, claro. Así que, ¿por qué yo, Christian? No lo entiendo.

¿Así que eso es lo que cree? ¿Que lo que quiero es cualquier morena que baile a mi son, que acate mis órdenes? Tal vez una vez fue así. Pero eso fue antes de descubrir el mundo a través del filtro de la vida con ella. De nada me sirve alguien que salte si yo lo digo, si no es Anastasia la que salta. Todo adopta otro cariz cuando ella está cerca y su proximidad lo tiñe todo de una cantidad de vida que no había conocido jamás de un amor incondicional que pude haber conocido si me hubiese dejado amar cuando Grace me trajo con ellos, pero no quise. Ni siquiera con Elena, la única mujer que había contado algo en mi vida, hasta ahora las cosas habían sido así.

- Ana, tú haces que mire el mundo de manera diferente. No me quieres por mi poder, ni por mi dinero. Tú me das… tú me das esperanza.

Busco con mis ojos los suyos pero mi confesión no causa ningún efecto sobre ella. Más bien, su desconcierto ha aumentado.

- Esperanza, ¿de qué?

- De más. Tienes razón Ana, siempre la has tenido. Estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que yo digo cuando yo lo digo. Únicamente lo que yo quiero que hagan. Y eso hace que pierda el interés por ellas enseguida. Pero tú tienes algo que me atrae a un nivel mucho más profundo, mucho más intenso, y no consigo entenderlo. Es como el canto de las sirenas. No puedo resistirme a ti, y no quiero, por nada del mundo, perderte -los malos recuerdos en esta habitación se abren paso de nuevo! como si mencionar la posibilidad de su marcha despertara todos los fantasmas. Agarro su mano con fuerza, asiendo sus dedos casi con desesperación-. No te vayas Ana, por favor. Necesito que tengas un poco de fe en mí, y un poco de paciencia. Te lo pido por favor.

Ana se arrodilla a mi lado, acercándose aún más, abrazándome, besándome. Esto es justo a lo que me refería con que ella hace que mire el mundo de manera diferente. Este tipo de conforto, de compañía y consuelo. De sentirme, de verdad, parte de algo mucho más grande que yo.

- Me parece bien, paciencia y fe. Eso puedo soportarlo -dice con una sonrisa. Con cuidado le retiro un mechón de pelo de la cara, y recuerdo a qué había venido en primer lugar.

- Gracias, Ana. Y, por cierto, Franco ya ha llegado. Está esperándote para tu corte de pelo.

- ¿Ya? -se levanta del suelo con un brinco-. ¡No le he oído llegar!

- Taylor le ha acompañado desde el hall. No ha llamado a la puerta, por eso no ha oído nada.

-¿Estás lista? -me levanto yo también y le hago un gesto con la mano para que salga delante de mí. Ella la rechaza, y me cede el paso.

- Te recuerdo que no sé en cual de los aposentos tienes pensado realizar el tratamiento de belleza. Supuestamente tenía que venir aquí, ¿no?

- ¿Aposentos? –no puedo disimular una enorme sonrisa-. Parece una palabra sacada de tus novelas inglesas de otro siglo. Anda nena, ven.

Qué distinto parece esto de la última vez que estuvimos aquí juntos. Llevo a Anastasia de la mano mientras buscamos a Franco, atravesando pasillos y salones que ahora, estando juntos en ellos, cobran sentido. Qué vacía ha estado la casa estas últimas semanas…

- ¡Greeeeeey! -la voz chillona de Franco me llega desde mi habitación, revelando el paradero del peluquero-. Me ha dicho tu gorila que fuera al cuarto de la señorita pero, de ninguna manera -junta las manos bajo la barbilla en un gesto típicamente italiano-. Adoro las vistas de la ciudad de aquí. ¡Desde questa stanza me siento el padrone del mundo entero!

Taylor aparece detrás de él con gesto de exasperación.

- Lo lamento señor Grey, ha sido imposible convencerle de lo contrario.

- ¡Cazzate! ¿Cómo dicen ustedes los americanos? Ah, sí, ¡pamplinas! -continúa el show de Franco-. Soy un artista, ¡no puedo ser coaccionado! Mis cortes de pelo son tan gloriosos como el mundo visto desde questo ático.

Justo en el momento en el que estoy a punto de decirle a Franco que por muy italiano que sea, muy homosexual y muy buen peluquero, en mi casa todavía mando yo, escucho a Anastasia que ríe por lo bajo, divertida con el espectáculo. La miro y, efectivamente, se está riendo, tapándose la boca con las manos para disimular. Qué demonios, si esto hace feliz a Anastasia, que se corte el pelo incluso encima de la cama. Me adelanto unos pasos para entrar en la habitación y saludo al estilista.

- Que no sea yo el que contradiga la voluntad del gran artista Franco, recién llegado de Venecia sólo para atender mis salones -hago una ligera reverencia y guiño un ojo a Anastasia bajo la atónita mirada de Taylor.

- De Verona, Grey, de Verona. La mia città è molto più bella. De Venecia era Marco Polo y yo, permítanme la comparación, me siento un poco más Julieta. ¿Y questa preciosa signorina?

Con un gesto invito a Anastasia a entrar en la habitación, que Franco ha recolocado a su gusto, poniendo un gran espejo y un sillón giratorio frente a la ventana, y les presento.






No hay comentarios:

Publicar un comentario