Efectivamente. Una vez más, mi madre ha sabido cómo hacer una fiesta. Según nos acercamos a la mansión que mi familia posee en el corazón del barrio con más clase de Seattle, el toque Grace Travelyan Grey se deja notar. La doctora que nació para ser princesa, la llaman en el hospital. Un cartel en una marquesina aquí, una banderola en una farola allá. Nada ostentoso, pero sí visible.
Al llegar a la alta reja que bordea el perímetro de toda la casa, un equipo de al menos cinco aparcacoches vestidos con impecables libreas negras organizan el tráfico para entrar. Dos de ellos reparten las llaves de los carísimos coches que estacionan en la puerta para que los otros tres los lleven al interior del jardín, al estacionamiento privado.
Miro inquieto a Sawyer y a Taylor. No hay ni rastro del vehículo de seguridad que tendría que esperarnos en la puerta. Me inclino un poco hacia delante y toco con un dedo el hombro de mi jefe de seguridad, intentando que Anastasia no note el gesto. Prefiero evitar que se preocupe. Sawyer, captando mi toque en su hombro, señala con el mentón a su derecha. A la vez, se ajusta un casco insertado en su oído, toma el transmisor de su Walkies talkie y habla por él.
- Listos para entrar. Corto.
Entonces observo que uno de los aparcacoches lleva un pinganillo igual que el de Sawyer, y veo que dice algo que no acierto a oír. Bien hecho, muchachos. Pasa totalmente desapercibido y estando infiltrado con el grupo que recibe a los invitados pueden controlar en todo momento quién entra y quién sale.
Avanzamos lentamente en la cola de coches oscuros que serpentea por el sendero de la mansión. Al llegar a la altura del repartidor de llaves, éste se acerca a Taylor y hace un ademán de abrir la puerta para dejarlo salir y aparcar él en su lugar. Pero inmediatamente el hombre de Sawyer alcanza su mano y la baja antes incluso de que llegue a tocar la puerta. Le dice algo, y el aparcacoches asiente. Se retira, y nos deja pasar.
En el camino que lleva hasta la parte trasera de la casa, Taylor y Sawyer cuchichean, hablan por el intercomunicardor, supongo que ultiman los detalles de nuestra llegada. Anastasia mira extasiada el sendero, salpicado de pequeños farolillos rosas a ambos lados, indicando el camino hacia la carpa principal. El toque característico de Grace. Apuesto a que también habrá una pista de baile con suelo ajedrezado, esculturas de hielo, y champán a raudales. Ah, y, por supuesto, un cuarteto de cuerda que toque delicadas melodías durante toda la velada. Así es la doctora princesa.
Hasta hoy, siempre me había parecido un poco ridículo pero, sin embargo, tengo la sensación de que a Anastasia le va a gustar. Es el tipo de velada en la que pese a no ser en absoluto a lo que está acostumbrada, se amoldará inmediatamente. Anastasia tiene una clase especial, un toque único, que hace que encaje en cualquier ambiente. Estoy deseando enseñárselo todo. Estoy deseando ver la cara que pone, igual que un padre que lleva a sus hijos por primera vez a ver el mar.
- Vamos a ponernos ya las máscaras -le digo a Anastasia cuando Taylor aparca el coche.
Saco de la bolsa negra mi discreta máscara, y me la coloco. Me giro para mirar a Anastasia que también se ha puesto la suya. Adivino una sonrisa por debajo de ella.
- ¿Estás lista? – le pregunto antes de salir del coche.
- Lo estoy, Christian. Más que nunca – me responde mientras Sawyer le abre la portezuela del coche para que pueda salir.
- Estás radiante, nena – beso su mano y procedemos a salir.
Sawyer y Taylor se quedan al lado del coche, hablando. Sé que no tengo por qué preocuparme, pero les hago un gesto con la mano queriendo decir que llevo el teléfono encima, que no duden en comunicarse conmigo si es menester. Ambos asienten y tomo a Anastasia del brazo.
Avanzamos entre la gente que empieza a congregarse a los pies de la gran mansión. Así vista, decorada, resulta mucho más imponente de lo que es la casa en la que crecí con Grace y Carrick. La mansión de los señores Grey parece otra cosa al atardecer, con el jardín decorado como si fuera la corte de Versalles. Tal vez es un poco exagerado, pero a la gente parece gustarle. Grace siempre dice que se trata de eso, de que estén contentos para que aflojen la cartera con más facilidad. Al fin y al cabo, se trata de una fiesta benéfica cuyo objetivo no es otro que sacar dinero.
- ¡Señor Grey! -dos fotógrafos se acercan a la carrera por el césped, arrinconándonos contra el emparrado. Tomo a Ana del brazo con más fuerza aún, y me coloco con ella delante de sus objetivos.
- ¿Dos fotógrafos? Desde luego, cómo sois los Grey… ¿No era suficiente con uno? -pregunta Anastasia, jocosa.
- Uno de ellos es del periódico local, el Seattle Times. Para las notas de sociedad, ya sabes -mientras lo digo pienso que no, que igual no lo sabe… El hecho de que yo haya crecido en una casa en la que el reportero de los ecos de sociedad era prácticamente un amigo de la familia no quiere decir que tenga que ser así para una joven de Savannah, Georgia-. El otro sí que lo contrata la familia, para tener un recuerdo. Luego podremos comprar una copia -digo pellizcando pícaro su trasero, pegado a mí. Anastasia deja escapar una risa sincera y se zafa de mi pellizco.
- ¡Gracias! -les dice a los dos fotógrafos, que parecen querer seguirla con sus flashes, probablemente deslumbrados por su belleza.
- Basta. Vámonos ya de aquí.
Nos acercamos al grupo más nutrido de invitados, entre los que se mueven sigilosamente varios camareros vestidos de blanco, portando bandejas de plata relucientes con burbujeantes copas de champán helado. Hago un gesto a uno para que se acerque a nosotros y tomo dos. Le ofrezco una a Anastasia, y brindamos. Busco con los ojos algún rostro conocido. Elliot, mis padres, el doctor Flynn o Mia, incluso Elena. Los invitados empiezan a desperdigarse por el jardín. Como era de esperar, mi madre ha hecho todo lo que predije: pista de baile, animales de hielo -cisnes, me parece ver-, cuarteto de cuerda… No falla. Todo decorado con un gusto exquisito en blanco y rosa pálido.
- ¿A cuánta gente esperáis esta noche, Christian? –pregunta Anastasia, intentando abarcar con los ojos todo el movimiento del jardín.
- Pues no lo sé con seguridad. Me imagino que unas trescientas personas, aproximadamente. Tendrías que preguntárselo a mi madre.
Al fin, un rostro conocido. Envuelta en tul finísimo rosa aparece Mia, la muchacha más tierna y dulce del mundo. Avanza a grandes pasos hacia nosotros, con los brazos por delante y la sonrisa tan amplia que apenas le cabe en la cara.
- ¡Christian! ¡Al fin os encuentro! ¡Hola!
Hacemos un ademán de besarnos, pero las aparatosas máscaras nos lo impiden. Reímos los tres.
- ¡Cielos, Ana! ¡Estás deslumbrante! -le dice a Anastasia tomándola de la mano y separándose un poco de ella para poder apreciar el vestido.
Al llegar a la alta reja que bordea el perímetro de toda la casa, un equipo de al menos cinco aparcacoches vestidos con impecables libreas negras organizan el tráfico para entrar. Dos de ellos reparten las llaves de los carísimos coches que estacionan en la puerta para que los otros tres los lleven al interior del jardín, al estacionamiento privado.
Miro inquieto a Sawyer y a Taylor. No hay ni rastro del vehículo de seguridad que tendría que esperarnos en la puerta. Me inclino un poco hacia delante y toco con un dedo el hombro de mi jefe de seguridad, intentando que Anastasia no note el gesto. Prefiero evitar que se preocupe. Sawyer, captando mi toque en su hombro, señala con el mentón a su derecha. A la vez, se ajusta un casco insertado en su oído, toma el transmisor de su Walkies talkie y habla por él.
- Listos para entrar. Corto.
Entonces observo que uno de los aparcacoches lleva un pinganillo igual que el de Sawyer, y veo que dice algo que no acierto a oír. Bien hecho, muchachos. Pasa totalmente desapercibido y estando infiltrado con el grupo que recibe a los invitados pueden controlar en todo momento quién entra y quién sale.
Avanzamos lentamente en la cola de coches oscuros que serpentea por el sendero de la mansión. Al llegar a la altura del repartidor de llaves, éste se acerca a Taylor y hace un ademán de abrir la puerta para dejarlo salir y aparcar él en su lugar. Pero inmediatamente el hombre de Sawyer alcanza su mano y la baja antes incluso de que llegue a tocar la puerta. Le dice algo, y el aparcacoches asiente. Se retira, y nos deja pasar.
En el camino que lleva hasta la parte trasera de la casa, Taylor y Sawyer cuchichean, hablan por el intercomunicardor, supongo que ultiman los detalles de nuestra llegada. Anastasia mira extasiada el sendero, salpicado de pequeños farolillos rosas a ambos lados, indicando el camino hacia la carpa principal. El toque característico de Grace. Apuesto a que también habrá una pista de baile con suelo ajedrezado, esculturas de hielo, y champán a raudales. Ah, y, por supuesto, un cuarteto de cuerda que toque delicadas melodías durante toda la velada. Así es la doctora princesa.
Hasta hoy, siempre me había parecido un poco ridículo pero, sin embargo, tengo la sensación de que a Anastasia le va a gustar. Es el tipo de velada en la que pese a no ser en absoluto a lo que está acostumbrada, se amoldará inmediatamente. Anastasia tiene una clase especial, un toque único, que hace que encaje en cualquier ambiente. Estoy deseando enseñárselo todo. Estoy deseando ver la cara que pone, igual que un padre que lleva a sus hijos por primera vez a ver el mar.
- Vamos a ponernos ya las máscaras -le digo a Anastasia cuando Taylor aparca el coche.
Saco de la bolsa negra mi discreta máscara, y me la coloco. Me giro para mirar a Anastasia que también se ha puesto la suya. Adivino una sonrisa por debajo de ella.
- ¿Estás lista? – le pregunto antes de salir del coche.
- Lo estoy, Christian. Más que nunca – me responde mientras Sawyer le abre la portezuela del coche para que pueda salir.
- Estás radiante, nena – beso su mano y procedemos a salir.
Sawyer y Taylor se quedan al lado del coche, hablando. Sé que no tengo por qué preocuparme, pero les hago un gesto con la mano queriendo decir que llevo el teléfono encima, que no duden en comunicarse conmigo si es menester. Ambos asienten y tomo a Anastasia del brazo.
Avanzamos entre la gente que empieza a congregarse a los pies de la gran mansión. Así vista, decorada, resulta mucho más imponente de lo que es la casa en la que crecí con Grace y Carrick. La mansión de los señores Grey parece otra cosa al atardecer, con el jardín decorado como si fuera la corte de Versalles. Tal vez es un poco exagerado, pero a la gente parece gustarle. Grace siempre dice que se trata de eso, de que estén contentos para que aflojen la cartera con más facilidad. Al fin y al cabo, se trata de una fiesta benéfica cuyo objetivo no es otro que sacar dinero.
- ¡Señor Grey! -dos fotógrafos se acercan a la carrera por el césped, arrinconándonos contra el emparrado. Tomo a Ana del brazo con más fuerza aún, y me coloco con ella delante de sus objetivos.
- ¿Dos fotógrafos? Desde luego, cómo sois los Grey… ¿No era suficiente con uno? -pregunta Anastasia, jocosa.
- Uno de ellos es del periódico local, el Seattle Times. Para las notas de sociedad, ya sabes -mientras lo digo pienso que no, que igual no lo sabe… El hecho de que yo haya crecido en una casa en la que el reportero de los ecos de sociedad era prácticamente un amigo de la familia no quiere decir que tenga que ser así para una joven de Savannah, Georgia-. El otro sí que lo contrata la familia, para tener un recuerdo. Luego podremos comprar una copia -digo pellizcando pícaro su trasero, pegado a mí. Anastasia deja escapar una risa sincera y se zafa de mi pellizco.
- ¡Gracias! -les dice a los dos fotógrafos, que parecen querer seguirla con sus flashes, probablemente deslumbrados por su belleza.
- Basta. Vámonos ya de aquí.
Nos acercamos al grupo más nutrido de invitados, entre los que se mueven sigilosamente varios camareros vestidos de blanco, portando bandejas de plata relucientes con burbujeantes copas de champán helado. Hago un gesto a uno para que se acerque a nosotros y tomo dos. Le ofrezco una a Anastasia, y brindamos. Busco con los ojos algún rostro conocido. Elliot, mis padres, el doctor Flynn o Mia, incluso Elena. Los invitados empiezan a desperdigarse por el jardín. Como era de esperar, mi madre ha hecho todo lo que predije: pista de baile, animales de hielo -cisnes, me parece ver-, cuarteto de cuerda… No falla. Todo decorado con un gusto exquisito en blanco y rosa pálido.
- ¿A cuánta gente esperáis esta noche, Christian? –pregunta Anastasia, intentando abarcar con los ojos todo el movimiento del jardín.
- Pues no lo sé con seguridad. Me imagino que unas trescientas personas, aproximadamente. Tendrías que preguntárselo a mi madre.
Al fin, un rostro conocido. Envuelta en tul finísimo rosa aparece Mia, la muchacha más tierna y dulce del mundo. Avanza a grandes pasos hacia nosotros, con los brazos por delante y la sonrisa tan amplia que apenas le cabe en la cara.
- ¡Christian! ¡Al fin os encuentro! ¡Hola!
Hacemos un ademán de besarnos, pero las aparatosas máscaras nos lo impiden. Reímos los tres.
- ¡Cielos, Ana! ¡Estás deslumbrante! -le dice a Anastasia tomándola de la mano y separándose un poco de ella para poder apreciar el vestido.
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