Vuelvo a mi habitación a terminar de arreglarme. Los últimos toques para no faltar a ninguno de los caprichos de las estúpidas galas benéficas. Que si esmoquin, que si pajarita, camisa almidonada, chaleco. Y por si fuera poco, máscaras. La de esta noche es de máscaras. Me pregunto por qué no podríamos limitarnos solamente a ingresar el dinero anónimamente en una cuenta corriente. Si se trata de eso, de repartir entre los que tenemos y los que no, no es necesario el circo de intermediarios. No, a menos que lo que quiera uno es justamente eso: el circo, el teatro. Dejarse ver y que todos sepan quiénes son los que tienen, y no sólo eso, sino los que además de tener, dan.
Me ajusto la pajarita, incómodo por ser parte de este tinglado. Los focos en la entrada de casa de mis padres, una improvisada alfombra roja, mis pasos ahogados sobre ella. Flashes. Gritos de periodistas maleducados, malditos paparazzis. Sobre la cama, la chaqueta del esmoquin y dos bolsas negras. Los antifaces. Gail es tan eficiente como siempre. Si no fuera por ella hoy me habría presentado a cara descubierta. O peor aún: habría tenido que usar una de las máscaras que Grace tendrá, seguro, para los despistados. Por lo menos éstas son discretas.
Me adelanto hacia la cocina y deposito el elegante antifaz de Anastasia sobre la encimera. Aún es pronto, puede ser buena idea brindar antes de salir de casa. Por esta maravillosa segunda oportunidad. La línea roja que no ha terminado de desaparecer me provoca un cosquilleo. Me recuerda que está ahí. Sonrío para mis adentros y compruebo que en la nevera hay una botella bien fría de champán. Y la hay. Habrá que cambiar de planes también.
* Taylor, que suba el equipo de seguridad. Quiero revisar un par de puntos antes de salir.
Guardo de nuevo la BlackBerry en el bolsillo después de darle las órdenes a Taylor. Anastasia aún no ha terminado de arreglarse, Taylor no ha subido… Me encuentro solo, en un taburete de la cocina, en medio de una casa que de pronto se me hace gigante. Trato de mirarla con los ojos de Anastasia, de identificarme con ella para saber qué es lo que tanto le apabulla. ¿El tamaño de las habitaciones? ¿El de los ventanales? ¿La altura de los techos? Ella que está acostumbrada a la literatura antigua inglesa debería saber mejor que nadie que esto no es un castillo, y mucho menos un palacio. Y en ese momento caigo en la cuenta: todavía no le he enseñado la biblioteca. Y entonces, vuelvo a caer. ¿Cómo no va a estar apabullada si hace meses que nos conocemos y aún hay habitaciones de mi casa que desconoce?
- Señor Grey -Taylor carraspea desde la puerta.
- Adelante, por favor. Muchachos -saludo con una ligera inclinación de la cabeza-. Veo que habéis hecho caso a mi recomendación de vestir una indumentaria más apropiada para pasar desapercibidos, me alegro. Lo que olvidé decirnos es que la fiesta de esta noche es una gala benéfica de máscaras.
Los tres hombres me miran atónitos. Taylor, cómplice mío, sonríe.
- No, no se trata de que donen su dinero, caballeros, sino de que en la fiesta todo el mundo debe mantener su identidad oculta tras una máscara. Eso hará más difícil una identificación rápida.
- No será un gran problema puesto que esas máscaras son más un adorno que un antifaz -continúa Taylor-, pero deberán estar especialmente alerta.
- Por supuesto, así lo haremos.
- ¿Tienen todos los hombres el perfil de Leila Williams? No quiero que haya ningún fallo.
- Todos y cada uno de ellos, señor Grey.
- Bien. Estaremos en contacto permanentemente.
La atención de los tres hombres se desvía en un algún punto a mi espalda, más allá del pasillo, en el salón. Se hace el silencio entre nosotros y Taylor y yo nos giramos para ver qué es lo que les ha abstraído. Entonces la veo. A Anastasia. Majestuosa en su vestido plateado, calzando los delicados tacones de Louboutin. El pelo suelto cayéndole en ondas elegantes sobre la cara. Está preciosa.
- Por cierto, señores -digo, volviéndome un instante hacia ellos-, nos llevaréis al baile. Esta noche no me apetece conducir. Bajaremos en unos minutos.
Anastasia espera inmóvil en el salón, aguardando a que me acerque. Cuando la alcanzo y la beso en la frente, deja escapar un suspiro. Agradece mi aprobación. ¿Cómo no hacerlo?
- Estás deslumbrante, Anastasia. ¿Te gustaría tomar una copa de champán antes de salir?
- Ay, sí -dice, demasiado rápido. Estoy tentado de preguntarle sí está nerviosa por la fiesta de esta noche, su aparición en público, las bolas de plata, pero prefiero o hacerlo, y darle champán. Tendrá seguro un efecto más tranquilizador. Humm.. las bolas de plata… ¿Las llevará puestas todavía? Seguro que sí. No se atrevería a quitárselas sin decirme nada, y su mirada pícara me dice que siguen ahí, bailando dentro de su cuerpo…
Con un gesto despido a Taylor y a los tres miembros del equipo de seguridad, y nos dirigimos a la cocina. Saco de la alacena dos copas de cristal fino, y descorcho la botella.
- ¿Ése es el equipo de seguridad, Christian? -pregunta Anastasia tomando de mi mano la copa que le ofrezco
- Así es. Protección personal. Esos tres hombres están a las órdenes de Taylor. Todos están entrenados para ello.
- Taylor es de lo más versátil -réplica, levantando una ceja.
- Sí, sí que lo es. Estás adorable Anastasia -levanto mi copa para brindar con ella-. Salud.
Está de verdad adorable. Le brillan los ojos, el nuevo corte de pelo la hace más… dulce. Eso es, le ha dulcificado los gestos. La melena recta que llevaba antes era más agresiva. Ahora las finas ondas le rodean el rostro, se abren para dejar ver sus lindas orejas, el flequillo ingrávido hace las veces de telón para sus ojos azules. Bebe a pequeños tragos el líquido burbujeante, y me sonríe desde detrás del cristal de bohemia de la copa. Las chispas se reflejan en sus ojos. Cuando deposita la copa en la encimera sigo con los ojos la línea de su brazo. Su piel fina y blanca, igual de brillante que la plata del vestido.
- ¿Cómo estás? -le pregunto sin precisar, pero señalando con mis ojos su parte íntima.
- Bien, muchas gracias -responde ella, quitándole importancia.
- Lo olvidaba, Ana. Necesitarás esto -le tiendo la bolsa negra que contiene su máscara -la saca de la bolsa con cuidado-. Es un baile de máscaras.
- Ya veo -dice, mirando la máscara con intriga.
- Este antifaz realzará la intensidad de tus ojos.
- ¿Y tú? ¿También vas a llevar una? -me pregunta.
- Claro. Todo el mundo tiene que llevar una. Y, ¿sabes? Tienen una cualidad muy liberadora…. -esta vez el que levanta la ceja soy yo, insinuando cuántos y cuántos juegos se pueden hacer cambiando la personalidad simplemente con un antifaz.
Mi BlackBerry vibra en el bolsillo.
* Listos. Cuando quiera.
Aún disponemos de diez minutos y me gustaría terminar con la idea de vida y casa inalcanzable que tiene Anastasia. Quiero enseñarle la biblioteca. Un rincón de la casa que seguramente disfrutará más que yo, dada su pasión por la literatura. Podría llenarla de volúmenes especiales solo para ella. Y, quien sabe, igual también le gusta jugar al billar.
- Ven -digo, tomándola de la mano y emprendiendo el rumbo a la biblioteca-. Quiero enseñarte algo.
Me ajusto la pajarita, incómodo por ser parte de este tinglado. Los focos en la entrada de casa de mis padres, una improvisada alfombra roja, mis pasos ahogados sobre ella. Flashes. Gritos de periodistas maleducados, malditos paparazzis. Sobre la cama, la chaqueta del esmoquin y dos bolsas negras. Los antifaces. Gail es tan eficiente como siempre. Si no fuera por ella hoy me habría presentado a cara descubierta. O peor aún: habría tenido que usar una de las máscaras que Grace tendrá, seguro, para los despistados. Por lo menos éstas son discretas.
Me adelanto hacia la cocina y deposito el elegante antifaz de Anastasia sobre la encimera. Aún es pronto, puede ser buena idea brindar antes de salir de casa. Por esta maravillosa segunda oportunidad. La línea roja que no ha terminado de desaparecer me provoca un cosquilleo. Me recuerda que está ahí. Sonrío para mis adentros y compruebo que en la nevera hay una botella bien fría de champán. Y la hay. Habrá que cambiar de planes también.
* Taylor, que suba el equipo de seguridad. Quiero revisar un par de puntos antes de salir.
Guardo de nuevo la BlackBerry en el bolsillo después de darle las órdenes a Taylor. Anastasia aún no ha terminado de arreglarse, Taylor no ha subido… Me encuentro solo, en un taburete de la cocina, en medio de una casa que de pronto se me hace gigante. Trato de mirarla con los ojos de Anastasia, de identificarme con ella para saber qué es lo que tanto le apabulla. ¿El tamaño de las habitaciones? ¿El de los ventanales? ¿La altura de los techos? Ella que está acostumbrada a la literatura antigua inglesa debería saber mejor que nadie que esto no es un castillo, y mucho menos un palacio. Y en ese momento caigo en la cuenta: todavía no le he enseñado la biblioteca. Y entonces, vuelvo a caer. ¿Cómo no va a estar apabullada si hace meses que nos conocemos y aún hay habitaciones de mi casa que desconoce?
- Señor Grey -Taylor carraspea desde la puerta.
- Adelante, por favor. Muchachos -saludo con una ligera inclinación de la cabeza-. Veo que habéis hecho caso a mi recomendación de vestir una indumentaria más apropiada para pasar desapercibidos, me alegro. Lo que olvidé decirnos es que la fiesta de esta noche es una gala benéfica de máscaras.
Los tres hombres me miran atónitos. Taylor, cómplice mío, sonríe.
- No, no se trata de que donen su dinero, caballeros, sino de que en la fiesta todo el mundo debe mantener su identidad oculta tras una máscara. Eso hará más difícil una identificación rápida.
- No será un gran problema puesto que esas máscaras son más un adorno que un antifaz -continúa Taylor-, pero deberán estar especialmente alerta.
- Por supuesto, así lo haremos.
- ¿Tienen todos los hombres el perfil de Leila Williams? No quiero que haya ningún fallo.
- Todos y cada uno de ellos, señor Grey.
- Bien. Estaremos en contacto permanentemente.
La atención de los tres hombres se desvía en un algún punto a mi espalda, más allá del pasillo, en el salón. Se hace el silencio entre nosotros y Taylor y yo nos giramos para ver qué es lo que les ha abstraído. Entonces la veo. A Anastasia. Majestuosa en su vestido plateado, calzando los delicados tacones de Louboutin. El pelo suelto cayéndole en ondas elegantes sobre la cara. Está preciosa.
- Por cierto, señores -digo, volviéndome un instante hacia ellos-, nos llevaréis al baile. Esta noche no me apetece conducir. Bajaremos en unos minutos.
Anastasia espera inmóvil en el salón, aguardando a que me acerque. Cuando la alcanzo y la beso en la frente, deja escapar un suspiro. Agradece mi aprobación. ¿Cómo no hacerlo?
- Estás deslumbrante, Anastasia. ¿Te gustaría tomar una copa de champán antes de salir?
- Ay, sí -dice, demasiado rápido. Estoy tentado de preguntarle sí está nerviosa por la fiesta de esta noche, su aparición en público, las bolas de plata, pero prefiero o hacerlo, y darle champán. Tendrá seguro un efecto más tranquilizador. Humm.. las bolas de plata… ¿Las llevará puestas todavía? Seguro que sí. No se atrevería a quitárselas sin decirme nada, y su mirada pícara me dice que siguen ahí, bailando dentro de su cuerpo…
Con un gesto despido a Taylor y a los tres miembros del equipo de seguridad, y nos dirigimos a la cocina. Saco de la alacena dos copas de cristal fino, y descorcho la botella.
- ¿Ése es el equipo de seguridad, Christian? -pregunta Anastasia tomando de mi mano la copa que le ofrezco
- Así es. Protección personal. Esos tres hombres están a las órdenes de Taylor. Todos están entrenados para ello.
- Taylor es de lo más versátil -réplica, levantando una ceja.
- Sí, sí que lo es. Estás adorable Anastasia -levanto mi copa para brindar con ella-. Salud.
Está de verdad adorable. Le brillan los ojos, el nuevo corte de pelo la hace más… dulce. Eso es, le ha dulcificado los gestos. La melena recta que llevaba antes era más agresiva. Ahora las finas ondas le rodean el rostro, se abren para dejar ver sus lindas orejas, el flequillo ingrávido hace las veces de telón para sus ojos azules. Bebe a pequeños tragos el líquido burbujeante, y me sonríe desde detrás del cristal de bohemia de la copa. Las chispas se reflejan en sus ojos. Cuando deposita la copa en la encimera sigo con los ojos la línea de su brazo. Su piel fina y blanca, igual de brillante que la plata del vestido.
- ¿Cómo estás? -le pregunto sin precisar, pero señalando con mis ojos su parte íntima.
- Bien, muchas gracias -responde ella, quitándole importancia.
- Lo olvidaba, Ana. Necesitarás esto -le tiendo la bolsa negra que contiene su máscara -la saca de la bolsa con cuidado-. Es un baile de máscaras.
- Ya veo -dice, mirando la máscara con intriga.
- Este antifaz realzará la intensidad de tus ojos.
- ¿Y tú? ¿También vas a llevar una? -me pregunta.
- Claro. Todo el mundo tiene que llevar una. Y, ¿sabes? Tienen una cualidad muy liberadora…. -esta vez el que levanta la ceja soy yo, insinuando cuántos y cuántos juegos se pueden hacer cambiando la personalidad simplemente con un antifaz.
Mi BlackBerry vibra en el bolsillo.
* Listos. Cuando quiera.
Aún disponemos de diez minutos y me gustaría terminar con la idea de vida y casa inalcanzable que tiene Anastasia. Quiero enseñarle la biblioteca. Un rincón de la casa que seguramente disfrutará más que yo, dada su pasión por la literatura. Podría llenarla de volúmenes especiales solo para ella. Y, quien sabe, igual también le gusta jugar al billar.
- Ven -digo, tomándola de la mano y emprendiendo el rumbo a la biblioteca-. Quiero enseñarte algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario