De la mano, la conduzco hasta el fondo del pasillo. Camina vacilante encima de los tacones nuevos, pero con mucho estilo, de eso no hay duda. Nada más abrir la puerta se cuela por el hueco que queda entre mi brazo y el marco. Mira a su alrededor extasiada, con la boca abierta, girando sobre sí misma.
- ¡Una biblioteca! ¡Tienes una biblioteca! –exclama, como si no diera crédito a lo que ven sus ojos.
- Sí. Aunque Elliot la llama el salón de bolas -digo, señalado con un gesto la mesa de billar que preside la estancia-. Este apartamento es muy amplio y hoy, cuando pensaba en aquello que has dicho de explorar, me he dado cuenta de que nunca te lo había enseñado. Ahora no tengo tiempo de hacerlo, pero me ha parecido que debía enseñarte esta sala cuanto antes. Y puede que en un futuro no demasiado lejano te rete a una partida de billar.
- Cuando tú quieras, Christian -acompaña sus palabras de una extraña sonrisa de… suficiencia, tal vez.
- ¿Qué ocurre? -pregunto, intrigado por su risa.
- Nada -espeta.
- Bueno, tal vez el doctor Flynn sea capa de desentrañar tus secretos. Esta noche te lo presentaré.
- ¿Va a estar en la fiesta de tus padres? ¿Ese charlatán tan caro?
- El mismo, sí señor. Y, además, se muere de ganas de conocerte, nena. Y ahora vámonos. O llegaremos tarde. Taylor nos espera abajo.
- ¿También está invitado a la fiesta? Debí imaginarlo, Taylor es como de la familia, ¿no?
- No, Ana. Trabaja para mí. Es mi chofer, y en calidad de chofer nos llevará hoy a la fiesta.
- Pero… -Anastasia me interrumpe con sus sentimentalismos-, te conoce muy bien, y lleváis juntos muchos años.
- Por eso le pago bien y sigue a mi servicio. Pero no es mi amigo. Y mucho menos de la familia.
- Es cierto. Tú sólo tienes una amiga.
Tomo su mano de nuevo y tiro de ella para sacarla de la biblioteca y dirigirnos al ascensor. Por el camino recojo la bolsa con su máscara de la encimera de la cocina, y se la entrego, y la mía, que recuerdo haber dejado sobre la cama.
El ascensor se abre ante nosotros y agradezco el cambio de ambiente. La mención a Elena ha dejado, una vez más, viciado el aire. Anastasia entra en él por delante de mí y por un momento sus pies vacilan, y se apoya en mi brazo.
- ¿Problemas con los tacones? -pregunto, ofreciéndole mi mano para estabilizarse.
- Digamos más bien que tengo un problema más interno -responde, sonrojándose.
- ¿Cómo de interno?
- Como unas bolas de plata, señor Grey. Cada vez que estoy parada se me olvida que las llevo. Pero al dar un paso se mueven en mi interior, y su peso me…
- ¿Acaricia por dentro? -tercio sin dejarle tiempo a terminar.
- No es así como lo habría descrito pero sí, más o menos.
- ¿Y te gusta? –pregunto, satisfecho de mi ocurrencia.
- Oh, ya lo creo.
- Déjame comprobarlo.
Suelto su mano para acariciarle el muslo por debajo del vestido. Escalo hacia arriba sin perder ni un segundo el contacto visual con los ojos de Anastasia, que me miran ávidos, me devoran. Paso por el fino encaje de la liga, y sigo subiendo. La seda deja paso a la piel. Busco con las yemas de los dedos el raso del tanga. Al llegar a su entrepierna noto ya el calor que emana de su cuerpo. Sigo tocando, busco el elástico de las bragas y lo retiro. Con un dedo llego a su vagina, de la que sale el cordelillo de las bolas. Haciendo pinza tiro un poco de él y Anastasia gime, mordiéndose un labio.
- Sí que te gusta, nena. Estás tan húmeda que podría follarte ahora mismo sin ningún tipo de
preliminares.
- Ojalá tuviéramos tiempo… -susurra ella.
- Tranquila, no te haré esperar demasiado.
Saco la mano de sus bragas y se las recoloco. Después, me llevo los dedos impregnados de sus flujos a la boca, y los lamo.
- Tu sabor es delicioso –digo, justo antes de besarla con fruición, con el objeto de compartirlo.
Devuelvo mi mano a la suya y la vista al frente en el momento preciso en el que las puertas del ascensor se abren y Taylor nos recoge al lado del Audi ya arrancado. Sawyer está dentro, en al asiento del copiloto, dando órdenes por un walkie talkie.
- Señor Grey, señorita Steele, suban, por favor.
- Gracias, Taylor. Yo me ocupo -con una señal le indico al chofer que puede subir al coche, y le abro la puerta a Anastasia-. Señorita.
- Qué amable, señor Grey.
Cierro la puerta tras ella y doy la vuelta al coche para entrar por el lado opuesto.
- Vámonos, Taylor.
El coche avanza sin hacer ningún ruido. En el garaje no hay movimiento alguno, nadie entrando o saliendo, nadie que pudiera estar escondido entre dos vehículos. Me han asegurado que todas las plantas que hacen de aparcamiento están peinadas. Sawyer lleva sobre las piernas una versión portátil del sistema de control de pantallas que está instalado en mi casa. Hábilmente va pasando de una pantalla a otra comprobando todos los puntos potencialmente ciegos del recorrido pero parece tranquilo. Al embocar la calle los faros del otro coche escolta se suman a la marea del tráfico detrás de nosotros. No hay de qué preocuparse.
- ¿De dónde has sacado el pintalabios? -me pregunta Anastasia de repente.
- De Taylor -miento casi mecánicamente. O no, porque al fin y al cabo casi todo lo que guardo en ese cajón lo recogen él o la señora Jones. Sea como sea Anastasia no lo duda, y se echa a reír. Los espasmos de la risa le provocan el movimiento de las bolas, y se detiene muy rígida.
- Oh… –se interrumpe.
- Relájate nena. Y si te resulta demasiado… -tomo su mano y la beso, notando otra vez su olor en mis dedos. Goloso de su cuerpo, meto en mi boca su dedo meñique y lo lamo. Ana cierra los ojos. Sawyer echa un vistazo por el retrovisor comprobando que la escolta nos sigue. No, no es el momento. Me detengo.
- ¿Qué es lo que nos espera en la gala, Christian?
- Mm… lo habitual -cientos de galas benéficas pasan por el fondo de mi retina repitiéndose, iguales, una tras otra durante los últimos treinta años.
- No es tan habitual para mí -replica.
- Pues no es más que un montón de gente haciendo gala de la gran cantidad de dinero que tienen. Hay una subasta, una rifa, una cena excesiva y un baile aparatoso. Mi madre es buena organizando estas cosas
- ¡Una biblioteca! ¡Tienes una biblioteca! –exclama, como si no diera crédito a lo que ven sus ojos.
- Sí. Aunque Elliot la llama el salón de bolas -digo, señalado con un gesto la mesa de billar que preside la estancia-. Este apartamento es muy amplio y hoy, cuando pensaba en aquello que has dicho de explorar, me he dado cuenta de que nunca te lo había enseñado. Ahora no tengo tiempo de hacerlo, pero me ha parecido que debía enseñarte esta sala cuanto antes. Y puede que en un futuro no demasiado lejano te rete a una partida de billar.
- Cuando tú quieras, Christian -acompaña sus palabras de una extraña sonrisa de… suficiencia, tal vez.
- ¿Qué ocurre? -pregunto, intrigado por su risa.
- Nada -espeta.
- Bueno, tal vez el doctor Flynn sea capa de desentrañar tus secretos. Esta noche te lo presentaré.
- ¿Va a estar en la fiesta de tus padres? ¿Ese charlatán tan caro?
- El mismo, sí señor. Y, además, se muere de ganas de conocerte, nena. Y ahora vámonos. O llegaremos tarde. Taylor nos espera abajo.
- ¿También está invitado a la fiesta? Debí imaginarlo, Taylor es como de la familia, ¿no?
- No, Ana. Trabaja para mí. Es mi chofer, y en calidad de chofer nos llevará hoy a la fiesta.
- Pero… -Anastasia me interrumpe con sus sentimentalismos-, te conoce muy bien, y lleváis juntos muchos años.
- Por eso le pago bien y sigue a mi servicio. Pero no es mi amigo. Y mucho menos de la familia.
- Es cierto. Tú sólo tienes una amiga.
Tomo su mano de nuevo y tiro de ella para sacarla de la biblioteca y dirigirnos al ascensor. Por el camino recojo la bolsa con su máscara de la encimera de la cocina, y se la entrego, y la mía, que recuerdo haber dejado sobre la cama.
El ascensor se abre ante nosotros y agradezco el cambio de ambiente. La mención a Elena ha dejado, una vez más, viciado el aire. Anastasia entra en él por delante de mí y por un momento sus pies vacilan, y se apoya en mi brazo.
- ¿Problemas con los tacones? -pregunto, ofreciéndole mi mano para estabilizarse.
- Digamos más bien que tengo un problema más interno -responde, sonrojándose.
- ¿Cómo de interno?
- Como unas bolas de plata, señor Grey. Cada vez que estoy parada se me olvida que las llevo. Pero al dar un paso se mueven en mi interior, y su peso me…
- ¿Acaricia por dentro? -tercio sin dejarle tiempo a terminar.
- No es así como lo habría descrito pero sí, más o menos.
- ¿Y te gusta? –pregunto, satisfecho de mi ocurrencia.
- Oh, ya lo creo.
- Déjame comprobarlo.
Suelto su mano para acariciarle el muslo por debajo del vestido. Escalo hacia arriba sin perder ni un segundo el contacto visual con los ojos de Anastasia, que me miran ávidos, me devoran. Paso por el fino encaje de la liga, y sigo subiendo. La seda deja paso a la piel. Busco con las yemas de los dedos el raso del tanga. Al llegar a su entrepierna noto ya el calor que emana de su cuerpo. Sigo tocando, busco el elástico de las bragas y lo retiro. Con un dedo llego a su vagina, de la que sale el cordelillo de las bolas. Haciendo pinza tiro un poco de él y Anastasia gime, mordiéndose un labio.
- Sí que te gusta, nena. Estás tan húmeda que podría follarte ahora mismo sin ningún tipo de
preliminares.
- Ojalá tuviéramos tiempo… -susurra ella.
- Tranquila, no te haré esperar demasiado.
Saco la mano de sus bragas y se las recoloco. Después, me llevo los dedos impregnados de sus flujos a la boca, y los lamo.
- Tu sabor es delicioso –digo, justo antes de besarla con fruición, con el objeto de compartirlo.
Devuelvo mi mano a la suya y la vista al frente en el momento preciso en el que las puertas del ascensor se abren y Taylor nos recoge al lado del Audi ya arrancado. Sawyer está dentro, en al asiento del copiloto, dando órdenes por un walkie talkie.
- Señor Grey, señorita Steele, suban, por favor.
- Gracias, Taylor. Yo me ocupo -con una señal le indico al chofer que puede subir al coche, y le abro la puerta a Anastasia-. Señorita.
- Qué amable, señor Grey.
Cierro la puerta tras ella y doy la vuelta al coche para entrar por el lado opuesto.
- Vámonos, Taylor.
El coche avanza sin hacer ningún ruido. En el garaje no hay movimiento alguno, nadie entrando o saliendo, nadie que pudiera estar escondido entre dos vehículos. Me han asegurado que todas las plantas que hacen de aparcamiento están peinadas. Sawyer lleva sobre las piernas una versión portátil del sistema de control de pantallas que está instalado en mi casa. Hábilmente va pasando de una pantalla a otra comprobando todos los puntos potencialmente ciegos del recorrido pero parece tranquilo. Al embocar la calle los faros del otro coche escolta se suman a la marea del tráfico detrás de nosotros. No hay de qué preocuparse.
- ¿De dónde has sacado el pintalabios? -me pregunta Anastasia de repente.
- De Taylor -miento casi mecánicamente. O no, porque al fin y al cabo casi todo lo que guardo en ese cajón lo recogen él o la señora Jones. Sea como sea Anastasia no lo duda, y se echa a reír. Los espasmos de la risa le provocan el movimiento de las bolas, y se detiene muy rígida.
- Oh… –se interrumpe.
- Relájate nena. Y si te resulta demasiado… -tomo su mano y la beso, notando otra vez su olor en mis dedos. Goloso de su cuerpo, meto en mi boca su dedo meñique y lo lamo. Ana cierra los ojos. Sawyer echa un vistazo por el retrovisor comprobando que la escolta nos sigue. No, no es el momento. Me detengo.
- ¿Qué es lo que nos espera en la gala, Christian?
- Mm… lo habitual -cientos de galas benéficas pasan por el fondo de mi retina repitiéndose, iguales, una tras otra durante los últimos treinta años.
- No es tan habitual para mí -replica.
- Pues no es más que un montón de gente haciendo gala de la gran cantidad de dinero que tienen. Hay una subasta, una rifa, una cena excesiva y un baile aparatoso. Mi madre es buena organizando estas cosas
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