- Muy bien. Dígame, ¿qué es concretamente lo que tanto le molesta, señorita Steele?
- ¿Que qué me molesta?- Anastasia toma aire para dar rienda suelta a su lista-. Bueno, pues para empezar, tu flagrante invasión de mi vida privada. Después, el hecho de que me llevaras a un salón de belleza que es propiedad de una de tus ex amantes y al que, para más INRI, solías llevar al resto de tus sumisas para que las depilaran. Me molesta que me hayas cargado a hombros por la calle como si fuera una niña pequeña que necesitaba una reprimenda y, por encima de todo, lo que me molesta más de todo es que dejaras que tu señora Robinson te tocara –sus ojos se ensombrecen cuando llega, por fin, al corazón de sus preocupaciones.
Esto ya no me hace tanta gracia, pero es la pregunta que me temía que me hiciera desde el momento en el que apareció Elena en el fondo del salón.
- Vaya con la lista -resoplo-, pero déjame que te aclare una cosa una vez más: Elena Lincoln no es mi señora Robinson.
Ya está bien, joder. El hielo vuelve a instalarse entre nosotros.
- Pero ella puede tocarte, Christian. Lo he visto en La Esclava con mis propios ojos -los mismos ojos que escupirían fuego sobre mí ahora mismo si pudieran.
- Ella sabe dónde, Anastasia –justifico el comportamiento de Elena.
- ¿Qué diablos quiere decir eso?
Joder esto es tan frustrante, tan desesperante… Si simplemente no se hubiera negado a hacer las cosas a mi manera.
- Anastasia, tú y yo no tenemos ninguna norma. Y yo no había tenido nunca una relación en la que no mediasen las normas. No sé jamás cuándo vas a tocarme, y eso me pone nervioso. Tus caricias son, son… -¿cómo explicarlo? No son como las que Grace habría querido darme y no pudo. No son tampoco las que Mia me daba cuando apenas era un bebé y era la única que me tocaba. No. Son otra cosa. Son algo más-. Tus caricias significan más para mí, mucho más.
Los ojos de Anastasia se visten de compasión y tristeza al escuchar mis palabras. Alentada por ellas, avanza hacia mí con una mano en alto, como si la confesión que acabo de hacerle le diera carta blanca. Por un momento intento dejarme, intento no pararla, pero el cuerpo no me responde y automáticamente retrocedo un paso. No. No puede tocarme.
- Límite infranqueable, Anastasia. Lo siento.
- De verdad Christian que estoy intentando entenderte pero, ¿cómo te sentirías tú si yo no te dejara tocarme?
- Me sentiría destrozado. Y necesitado también -y frustrado. Y dolido. E impotente. Visto así no puedo entender que Anastasia esté dispuesta a quedarse a mi lado y una honda tristeza me invade.
- Algún día tendrías que contarme por qué tienes límites infranqueables, Christian.
- Supongo que sí, algún día -pero ahora no. Sigamos, hay una larga lista de cosas que enfadan a Anastasia por recorrer-. Veamos el resto de tu lista. Si no recuerdo mal en el número dos de las quejas de la señorita Steele estaba la invasión de la privacidad. ¿Por qué sé tu número de cuenta?
Anastasia hace un gesto afirmativo con la cabeza.
- Sí, ¿por qué lo sabes? Es sencillamente indignante.
- Yo investigo el historial y los datos personales de todas mis sumisas. Su pasado. Guardo los resúmenes para mi propia seguridad. ¿Quieres verlos? Mira, te los enseñaré.
Pasamos juntos al estudio y abro con la llave que guardo en el cajón del escritorio el archivador de los datos privados de mis sumisas, y de mi personal. Todos están ahí perfectamente colocados y archivados, el trabajo exhaustivo de todo un equipo a mi servicio. Rebusco entre las carpetas de la última parte del alfabeto hasta llegar a la S, y extraigo la que pone Steele, Anastasia Rose. Se la tiendo a modo de redención. Al fin y al cabo es suya.
- Muy bonito, ¿no te parece? ¿Y se supone que además tengo que estar agradecida por que me la hayas dado?
Anastasia pasa con los dedos las hojas mientras habla, y da con un currículo.
- ¿Pero tú sabías que trabajaba en Clayton’s? ¿El día que entraste en la ferretería, en Portland?
Pues claro que lo sabía. Lo que Anastasia no sabe es que lo sabía desde el mismo momento en el que ella salió de mi despachó el día que nos conocimos después de la entrevista. Gracias a nuestro protocolo de seguridad no tengo nada más que enviar un e Mail a una determinada dirección de correo electrónico con un nombre. Eso es todo. En ese preciso momento la máquina se pone a funcionar y mis empleados, por cauces más o menos legales, llegan hasta donde yo quiera que lleguen.
- Sí, lo sabía,
- Así que no fue una coincidencia, no pasabas por allí… -se lamenta su parte romántica.
- No, no fue casualidad -y si hiciera memoria recordaría que lo que compré tampoco era un pedido al uso.
- Christian, esto es muy jodido -dice agitando en mi cara la carpeta llena de informes sobre su vida, la de su madre, sus trabajos pasados, sus expedientes académicos, e incluso algún informe médico. Todo. Absolutamente todo.
- Ana, tranquila, no es para tanto. Yo no lo veo así. Simplemente tengo que ser cuidadoso con lo que hago.
- ¡Pero esta información es privada, joder! –me grita, muy enfadada.
- Nunca hago un uso indebido de ella Anastasia. Nunca. Además, todo esto lo puede conseguir cualquiera que tenga un poco de interés. Y yo necesito esa información para tener el control, Anastasia. Y siempre he actuado así.
- Pero sí que haces un uso indebido de la información, Christian. La utilizaste para ingresar en mi cuenta veinticuatro mil dólares en contra de mi voluntad. Te había dicho expresamente que no quería tu dinero pero, como disponías de la información, me lo ingresaste de todos modos.
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