Señoras y señores, damas y caballeros, siguiendo la tradición de las anteriores ediciones de este precioso baile, mantendremos el misterio que ocultan las máscaras de estas jóvenes y, para no desvelar su identidad, utilizaremos solamente sus nombres de pila. Así que, sin más dilación, empecemos. La primera de ellas es la encantadora Jada.
Una muchacha muy joven vestida de azul explota en una risita absurda y sale al centro de la pista de la mano del maestro de ceremonias. A pesar de la máscara, baja la cabeza, tímida como un conejo en una jaula de leones. Mientras el conductor de la gala canta las maravillas de la joven y escultural –hay que reconocerlo- Jade, Jada, o como se llame, yo concentro mi atención en escrutar a mis compañeros de puja. A todos, menos a dos de ellos, que ya han dado un paso adelante, dispuestos a pujar por la muchacha de azul que, por lo visto, debe su cuerpo esculpido a la gimnasia, y sus modales tímidos y recatados a su ascendencia japonesa. O eso pretende el maestro de ceremonias, todo es posible.
¿Cuál es la oferta inicial, caballeros? –pregunta, presentando con un brazo a Jada y retirándose unos pasos hacia atrás con una pomposa reverencia.
¡Mil dólares!
Dos mil.
Oigo voces a mi alrededor, pero no presto atención. Trato de descubrir los rostros ocultos tras las máscaras de los que serán mis oponentes, y de repente, en el extremo del escenario, descubro a Flynn. El doctor tampoco presta atención a la subasta. Sus ojos están clavados en mí, detrás del impávido antifaz. Cuando se sabe reconocido, inclina la cabeza en un gesto de reto. ¿Qué demonios hace aquí? ¿Qué pretende? ¿Una prueba médica? ¿Uno de sus tests? No es que a Flynn le falte el dinero –mis problemas se han encargado de solucionar la existencia de su familia para un par de generaciones-, pero no es el tipo que pujaría por una mujer, ni siquiera en una gala benéfica. De haber alguien auténtico en esta farsa organizada por mis padres, es él. Respondo a su enigmático gesto con otro similar, y devuelvo la atención a la subasta.
¡Cuatro mil quinientos! Señores, la puja ha alcanzado cuatro mil quinientos por el primer baile con Jada… Quién sabe, con su japonés fluido podría recitaros unos haikus en la pista.
¡Yo quiero un haiku! –dice una voz profunda y grave entre risas-. ¡Cinco mil!
El público estalla en una carcajada y aplauso, y el maestro de ceremonias da por cerrada la puja.
Mia y Anastasia cuchichean en la fila del lamentable expositor de mujeres en que se ha convertido la pista de baile. Mia tiene que estar contándole algo, probablemente embarazoso, y seguramente verdad, de mi infancia. No me quitan ojo de encima, ajenas por completo a lo que sucede a su alrededor.
La siguiente encantadora muchacha se llama Mariah. Mariah, por favor –el maestro de ceremonias le tiende la mano a la siguiente chica de la fila-. Oh, ¿qué podríamos decir de Mariah, aparte de que se defiende con la espada mejor que D’Artagnan, es una afamada concertista de violonchelo y saltadora olímpica de pértiga?
Las exageraciones del presentador no hacen más que aumentar lo patético de la subasta. No sé qué tendrá en mente decir de Anastasia, pero no voy a permitirlo. Y creo que Flynn ha adivinado mis pensamientos. Mientras el maestro divaga sobre las maravillas de Mariah, me mira, y le hago un gesto de negación con la cabeza. Empieza un diálogo gestual en el que adivino al terapeuta diciéndome que no es más que un juego, que la gente se está divirtiendo, Ana incluida, que no trate de sobresalir, que no le corte las alas, que no utilice ni mi dinero ni mi poder para salirme con la mía y cambiar el rumbo natural de la vida. Lo siento, Flynn. No hay discusión. Será como yo quiera que sea. Y nada ni nadie podrá evitarlo. No pienso someter a Anastasia al juicio público. No voy a permitir que nadie se atreva a ofrecer dinero por ella. Ana es mía.
¡Ofrezco tres mil dólares! –arranca la subasta un hombre con una máscara medieval.
¡Tres mil dólares de oferta inicial! ¡No está nada mal, damas y caballeros! Pero, una saltadora de pértiga bien merece una puja más alta. ¿Quién da más? –anima el maestro al público enfrebrecido.
¡Tres mil cien!
Anastasia es casi la próxima en la fila. Sólo hay una chica más
¡Tres mil quinientos!
¡Eso está mucho mejor, caballeros! Una puja de altura para una dama acostumbrada a surcar los cielos. ¿Alguien da más?
En cuanto acaben con Mariah, y la siguiente, es el turno de Anastasia. Esto es detestable. Querría salir de aquí. Sacarla de la palestra, e irnos de aquí.
¡Cuatro mil!
Repugnante.
¿Nadie da más? En ese caso señores, cuatro mil a la de una, cuatro mil a la de dos, cuatro mil a la de tres. ¡Adjudicada nuestra saltadora por cuatro mil dólares a este afortunado caballero! Suba a por ella, ¿o tal vez preferiría saltar Mariah?
Ana y mi hermana siguen hablando, ausentes de la subasta. Doy por hecho que Mia le está contando lo que opinaban sus amigos de mí, lo han dejado bastante claro antes. Gay. Homosexual. Yo. Ana sabe mejor que nadie que no es cierto. Pero Mia es consciente de todos los problemas que me ha traído haber dejado que los demás sí lo pensaran. Me daba igual lo que opinaran de mí, lo que dijeran.
Cuando el maestro de ceremonias presenta a Jill, la siguiente chica, el circo de las exageraciones se repite, y la callada conversación entre el doctor Flynn y yo también. Estoy tenso. La puja de Jill va tan lenta que parece que el tiempo se detiene a la vez que crece mi ansiedad. Quiero sacar a Anastasia de ahí ya mismo, quiero apartarla de ese escaparate.
¡Cuatro mil a la de una, cuatro mil a la de dos! ¿Alguien da más?
Ana es la siguiente.
¡Cuatro mil a la de tres! ¡Adjudicada nuestra instructora de ala delta! Les deseo un feliz baile a los dos.
Anastasia, mi Anastasia. Le toca a ella ya. Sigue hablando con Mia, no se ha dado cuenta de que es el turno de venderla. Detrás de mí, el grupo de amigos de Mia no dejan de cuchichear y alborotar, viendo que se acerca el turno de mi novia, como dicen ellas, y de su amiga. Listas para ver si es verdad que Ana está a la altura del inalcanzable Christian Grey. Finjo que no las oigo, pero no puedo evitar escuchar los comentarios impertinentes de Lily. Lily es la manzana podrida de todos los grupos. La que habría que extirpar, y me encargaré de hacerlo. No me gusta que Mia esté rodeada de gente así.
Vi ese vestido en la semana de la moda de París el año pasado. Vamos, ¿es que esa chica no se ha enterado de que el gris perla no se lleva esta primavera? Está claro que no tiene dinero ni clase para estar a la moda –dice Lily, refiriéndose a Anastasia.
Una muchacha muy joven vestida de azul explota en una risita absurda y sale al centro de la pista de la mano del maestro de ceremonias. A pesar de la máscara, baja la cabeza, tímida como un conejo en una jaula de leones. Mientras el conductor de la gala canta las maravillas de la joven y escultural –hay que reconocerlo- Jade, Jada, o como se llame, yo concentro mi atención en escrutar a mis compañeros de puja. A todos, menos a dos de ellos, que ya han dado un paso adelante, dispuestos a pujar por la muchacha de azul que, por lo visto, debe su cuerpo esculpido a la gimnasia, y sus modales tímidos y recatados a su ascendencia japonesa. O eso pretende el maestro de ceremonias, todo es posible.
¿Cuál es la oferta inicial, caballeros? –pregunta, presentando con un brazo a Jada y retirándose unos pasos hacia atrás con una pomposa reverencia.
¡Mil dólares!
Dos mil.
Oigo voces a mi alrededor, pero no presto atención. Trato de descubrir los rostros ocultos tras las máscaras de los que serán mis oponentes, y de repente, en el extremo del escenario, descubro a Flynn. El doctor tampoco presta atención a la subasta. Sus ojos están clavados en mí, detrás del impávido antifaz. Cuando se sabe reconocido, inclina la cabeza en un gesto de reto. ¿Qué demonios hace aquí? ¿Qué pretende? ¿Una prueba médica? ¿Uno de sus tests? No es que a Flynn le falte el dinero –mis problemas se han encargado de solucionar la existencia de su familia para un par de generaciones-, pero no es el tipo que pujaría por una mujer, ni siquiera en una gala benéfica. De haber alguien auténtico en esta farsa organizada por mis padres, es él. Respondo a su enigmático gesto con otro similar, y devuelvo la atención a la subasta.
¡Cuatro mil quinientos! Señores, la puja ha alcanzado cuatro mil quinientos por el primer baile con Jada… Quién sabe, con su japonés fluido podría recitaros unos haikus en la pista.
¡Yo quiero un haiku! –dice una voz profunda y grave entre risas-. ¡Cinco mil!
El público estalla en una carcajada y aplauso, y el maestro de ceremonias da por cerrada la puja.
Mia y Anastasia cuchichean en la fila del lamentable expositor de mujeres en que se ha convertido la pista de baile. Mia tiene que estar contándole algo, probablemente embarazoso, y seguramente verdad, de mi infancia. No me quitan ojo de encima, ajenas por completo a lo que sucede a su alrededor.
La siguiente encantadora muchacha se llama Mariah. Mariah, por favor –el maestro de ceremonias le tiende la mano a la siguiente chica de la fila-. Oh, ¿qué podríamos decir de Mariah, aparte de que se defiende con la espada mejor que D’Artagnan, es una afamada concertista de violonchelo y saltadora olímpica de pértiga?
Las exageraciones del presentador no hacen más que aumentar lo patético de la subasta. No sé qué tendrá en mente decir de Anastasia, pero no voy a permitirlo. Y creo que Flynn ha adivinado mis pensamientos. Mientras el maestro divaga sobre las maravillas de Mariah, me mira, y le hago un gesto de negación con la cabeza. Empieza un diálogo gestual en el que adivino al terapeuta diciéndome que no es más que un juego, que la gente se está divirtiendo, Ana incluida, que no trate de sobresalir, que no le corte las alas, que no utilice ni mi dinero ni mi poder para salirme con la mía y cambiar el rumbo natural de la vida. Lo siento, Flynn. No hay discusión. Será como yo quiera que sea. Y nada ni nadie podrá evitarlo. No pienso someter a Anastasia al juicio público. No voy a permitir que nadie se atreva a ofrecer dinero por ella. Ana es mía.
¡Ofrezco tres mil dólares! –arranca la subasta un hombre con una máscara medieval.
¡Tres mil dólares de oferta inicial! ¡No está nada mal, damas y caballeros! Pero, una saltadora de pértiga bien merece una puja más alta. ¿Quién da más? –anima el maestro al público enfrebrecido.
¡Tres mil cien!
Anastasia es casi la próxima en la fila. Sólo hay una chica más
¡Tres mil quinientos!
¡Eso está mucho mejor, caballeros! Una puja de altura para una dama acostumbrada a surcar los cielos. ¿Alguien da más?
En cuanto acaben con Mariah, y la siguiente, es el turno de Anastasia. Esto es detestable. Querría salir de aquí. Sacarla de la palestra, e irnos de aquí.
¡Cuatro mil!
Repugnante.
¿Nadie da más? En ese caso señores, cuatro mil a la de una, cuatro mil a la de dos, cuatro mil a la de tres. ¡Adjudicada nuestra saltadora por cuatro mil dólares a este afortunado caballero! Suba a por ella, ¿o tal vez preferiría saltar Mariah?
Ana y mi hermana siguen hablando, ausentes de la subasta. Doy por hecho que Mia le está contando lo que opinaban sus amigos de mí, lo han dejado bastante claro antes. Gay. Homosexual. Yo. Ana sabe mejor que nadie que no es cierto. Pero Mia es consciente de todos los problemas que me ha traído haber dejado que los demás sí lo pensaran. Me daba igual lo que opinaran de mí, lo que dijeran.
Cuando el maestro de ceremonias presenta a Jill, la siguiente chica, el circo de las exageraciones se repite, y la callada conversación entre el doctor Flynn y yo también. Estoy tenso. La puja de Jill va tan lenta que parece que el tiempo se detiene a la vez que crece mi ansiedad. Quiero sacar a Anastasia de ahí ya mismo, quiero apartarla de ese escaparate.
¡Cuatro mil a la de una, cuatro mil a la de dos! ¿Alguien da más?
Ana es la siguiente.
¡Cuatro mil a la de tres! ¡Adjudicada nuestra instructora de ala delta! Les deseo un feliz baile a los dos.
Anastasia, mi Anastasia. Le toca a ella ya. Sigue hablando con Mia, no se ha dado cuenta de que es el turno de venderla. Detrás de mí, el grupo de amigos de Mia no dejan de cuchichear y alborotar, viendo que se acerca el turno de mi novia, como dicen ellas, y de su amiga. Listas para ver si es verdad que Ana está a la altura del inalcanzable Christian Grey. Finjo que no las oigo, pero no puedo evitar escuchar los comentarios impertinentes de Lily. Lily es la manzana podrida de todos los grupos. La que habría que extirpar, y me encargaré de hacerlo. No me gusta que Mia esté rodeada de gente así.
Vi ese vestido en la semana de la moda de París el año pasado. Vamos, ¿es que esa chica no se ha enterado de que el gris perla no se lleva esta primavera? Está claro que no tiene dinero ni clase para estar a la moda –dice Lily, refiriéndose a Anastasia.
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