jueves, 8 de octubre de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 31.18 - ( Fans de Grey )

¿Indiscreto, dices? Oh, vamos, Anastasia, ¿qué crees que te ha contado?

- No lo sé, pero supongo que el juramento hipocrático debería tener algún valor para él, como médico, ¿no?

- O poco conozco al doctor Flynn, nena –trato de tranquilizarle- o nada de lo que te haya dicho sea algo que un niño de cinco años sin ninguna formación médica podría haber deducido de mi comportamiento solo con observarme durante media hora. No te preocupes, cariño. Mis secretos están a salvo con el doctor Flynn –digo, besando su cabello para terminar la conversación.

- ¡No lo están! –replica Anastasia-. Me lo ha contado todo.

- Vaya… en ese caso espérame aquí, iré a buscar tu bolso –digo, separándome de ella y dispuesto a dejarla sola en la pista de baile-. Estoy casi seguro de que ya no querrás tener nada que ver conmigo. No tardaré.

- ¡No! ¡No me ha contado nada!

Contento de que la treta haya surtido efecto, la tomo entre mis brazos de nuevo. Flynn jamás, jamás, traicionaría mi confianza. Jamás.

- Entonces disfrutemos del baile.

Poco a poco entre nosotros vuelve a establecerse la cercanía que el puente de nuestros cuerpos nos proporciona siempre. Esa sensación de saber que al otro lado de los brazos, de las manos, de la piel, hay un cuerpo listo para esperarnos, listo para entregarse a nosotros. Y no hay nada que pueda tranquilizar más a un par de corazones celosos y asustados como los nuestros. Agradeciendo la lentitud de los bailes, me dejo llevar con Anastasia apoyada en el hueco de mi pecho, donde seguramente seguirán aún pintadas las marcas rojas de carmín de las zonas prohibidas.
A nuestro alrededor, más parejas hacen lo propio. Bailan pegadas. En una hilera de sillas forradas de satén unas cuantas muchachas a la espera de un compañero de baile miran celosas a las otras danzarinas de la pista quienes, ajenas a ellas, como Anastasia, disfrutan de la compañía. Las amigas de Mia se encuentran entre ellas, sentadas alrededor de la jefecilla, Lily. La más solitaria de las damas solitarias de la noche. Mi parte diabólica se alegra.

Un poco más atrás, apartadas cerca del cuarteto de cuerda que acompaña a Sam, el cantante, mi madre habla con Elena Lincoln en un aparte. Sonríen, me miran, señalan a Anastasia. Ensayo una mueca que pueda servir para ambas, pero eso es imposible: Grace no podría imaginar lo que Elena significa en mi vida, lo que significó, y tampoco podría mandarle una señal de “mantente al margen” sin arriesgarme a que Grace lo entendiera. Claudico, y les dedico una sonrisa que me devuelven, alzando en el aire sus copas.
- Christian, necesito ir al lavabo un momento.

- Preferiría acompañarte –pido.

- Ambos sabemos que no sería un momento si me acompañas al tocador, Christian. Espérame aquí, te lo ruego. No tardaré –dice, besándome y saliendo en dirección al edificio principal.

No lo habría permitido de no ser porque la Blackberry empezaba a zumbar en mi bolsillo, la vibración contante de una llamada.

- Aquí estaré nena.

Mientras miro cómo las suelas rojas de sus altísimos tacones de Louboutin se alejan por el parterre hacia el edificio principal de la casa, saco del bolsillo interior mi Smart phone.

- Grey.

- Me alegra saber que por lo menos recuerdas tu nombre, no así que tienes una empresa que dirigir.

- ¿Ross? –respondo.

- Bien, también me alegra saber que recuerdas el nombre de tu mano derecha, si es que se me permite llamarme así, y teniendo en cuenta que no sé qué es lo que la mano izquierda se trae últimamente.

- Ross, no exageres. Además, es sábado por la noche, ¿no tienes nada mejor que hacer que preocuparte por mí?

- No es eso, Christian. Pero hace un par de días que se han duplicado las patrullas de seguridad en los alrededores de la oficina y a mí nadie me ha explicado nada. Esta misma noche un coche me ha seguido hasta la puerta de mi casa. ¿Se puede saber qué está pasando?

- No te preocupes Ross –trato de tranquilizarla, y evitar tener que contarle más de la cuenta-, Taylor, Sawyer y yo lo tenemos todo bajo control.

- ¿Taylor y Saywer? ¿Los dos? –dice alarmada-. Christian, estoy empezando a pensar que esto es más gordo de lo que me estás contando, y como dirigente de la empresa considero que deberíamos nombrar una reunión del consejo inmediatamente y que nos informaras de lo que está pasando.

- Basta Ross, estás sacándolo todo de quicio. El lunes hablaremos –me giro sobre mí mismo para descubrir a Anastasia hablando con Elena en la entrada de la casa… mierda-. Tengo que dejarte ahora Ross. No se te ocurra llamar al consejo. Confía en mí. Buenas noches.

- ¡Pero! ¡Christian! ¡No me cuelgues!

Cuelgo y guardo de nuevo el teléfono en el bolsillo. Unos metros por detrás de Elena y Anastasia Taylor monta guardia. Incluso desde aquí soy capaz de ver cómo la tensión domina la situación entre ellas. Joder, qué difícil es todo a veces. Es como mirar a mi futuro con los ojos clavados en mi pasado. Alcanzo a Taylor y junto nos dirigimos hacia las dos mujeres, a cuyo alrededor se ha formado una bola de energía maléfica que da un poco de miedo atravesar.

- ¡Estás aquí! –digo a Anastasia, taladrando con la mirada a Elena. Ya hemos hablado esto. Iba a mantenerse al margen-. Ana, ¿qué ha pasado?

- Podrías mejor preguntárselo a tu ex –responde insolente, soltando de su brazo de mi mano que la retenía.

- Te lo estoy preguntando a ti.

Elena asiste a la escena hierática, firme y oculta tras su máscara negra bordada con filigranas de oro. Está muy segura de sí misma, ya no tanto de quién es como de quién ha sido. Y puede que una parte de ella esté buscando la forma de darle el relevo a Anastasia. Pero no puede ser. Lo joderá todo. La apartará de mi lado y, sinceramente, si ahora mismo tengo que escoger entre la una y la otra, es Elena Robinson la que ya no tiene un hueco en mi vida.
Echa a andar, colina abajo, de vuelta a la carpa principal, los brazos muy fuertes sobre sí misma, abrazándose.

- Anastasia, por favor. No seas terca. ¿Qué ha pasado? –se para al fin, y se vuelve hacia mí. Antes de responder escruta el jardín, supongo que buscando a Elena-. Me ha amenazado Christian.

- ¿Cómo dices? –pregunto, incrédulo.

- Lo que oyes. Tu elegante señora Robinson escondida detrás de su máscara dorada me ha amenazado con que vendrá a por mí si es que alguna vez vuelvo a hacerte daño. Supongo que armada con un látigo –añade, dándole una nota de dramatismo a la situación y, ya puestos, sacando a relucir mis inicios con la señora Lincoln en los que, por supuesto, hubo más de un látigo.

- Ana… -digo, sonriendo-. Supongo que no se te ha pasado por alto la ironía de esta situación, ¿no es así?

- ¡No tiene ninguna gracia, Christian! ¡No la tiene! –está realmente enfadada.

Es cierto Ana, no la tiene. Discúlpame. Hablaré con ella.












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