Anastasia me sostiene la mirada, esperando mi reacción, sabiendo que no quiero que se marche. Pero noto su emoción y las ganas de Mia de hacer partícipe a mi novia de la fiesta, así que a disgusto, consiento. Pero antes de dejar que se marchen la sujeto por la muñeca y la atraigo hacia mí.
- Supongo que ya sabes que el primer baile será conmigo, nena –susurro al oído de Anastasia-. Y no será en la pista.
Lamo con lascivia el lóbulo de su oreja, y le propino un firme mordisco, una suerte de marca en el territorio.
- Lo estoy deseando, Christian –me responde, y siento su escalofrío en la piel de su antebrazo que sostengo entre mis manos, que al contacto con mi fría saliva se ha erizado.
- Ana, venga, vamos –insiste Mia, tirando del otro brazo de Anastasia hacia la pista de baile-. ¡Está todo el mundo esperándonos! ¿Se puede saber a qué esperas?
No les quito los ojos de encima mientras se alejan entre las mesas en dirección a la tarima, donde en torno al maestro de ceremonias se han reunido una docena de chicas. El factor común es la risa tonta. Esto es absurdo, y Anastasia es parte de ello. Parecen las jovenzuelas de un pueblo del medio oeste provincial concursando para ver quién ha criado la calabaza más grande en la feria del ganado de Iowa. Lamentable.
Recorro con la mirada a la concurrencia, intentando evitar así que ningún par de ojos se pose sobre mi chica. Pero para mi desgracia, son cientos de ellos los que murmuran al verla. Anastasia es, de largo, la mujer más atractiva sobre la pista. Junto con Mia, pero Mia tiene ese aura de encanto infantil que le confiere algo de intocable. Cosa que Anastasia no tiene. Anastasia es dolorosamente carnal, subida en sus tacones, con el vestido plateado, las ondas de pelo cayéndole a los lados de la cara… Y sólo yo sé lo que se esconde debajo de tanta plata, de tanto brillo, de tanto rubor: un conjunto delicioso, transparente, con brocados. Unas entrañas perfectamente lubricadas deseosas de recibirme. Otra vez, inevitablemente, me pongo cachondo.
El maestro de ceremonias las coloca en fila, una al lado de la otra, para que estén bien visibles a todo el público. Mi madre se acerca, ocupando la silla que Ana ha dejado libre.
- Anastasia está preciosa, hijo mío. Me alegro mucho de que hayáis resuelto las cosas –su mano se acerca a la mía, y la aprieta con cariño. Yo, no consigo apartar los ojos de la pista por la que Anastasia deambula un poco perdida, dejándose arrastrar por Mia. Para evitar contestar a Grace, apuro de un sorbo la copa Jerez francés que tengo delante de mí e, incómodo, me zafo del apretón de manos de mi madre, que sigue hablando.-
- ¿No vas a contarme nada? Creía que tenía ciertos privilegios por ser tu madre.
- Por esos privilegios pago una fortuna al doctor Flynn, créeme. Además, no te gustaría estar allí.
- Cariño –sigue Grace-, sabes que nunca he evitado acercarme a tus problemas.
- Esto no son problemas madre. Como puedes ver –digo, señalando a Ana con un gesto de cabeza, que me busca desde el fondo de la pista sonriendo-, esto son cualquier cosa menos problemas.
- Ya veo, ya –sonríe ella también en dirección a Anastasia y le dedica un brindis en la distancia-. Sinceramente, me sorprende mucho que hayas dejado que se una a la subasta.
- No he dejado que lo hiciera –replico-. Ha sido cosa de Mia. Hablaré con ella. Mucho me temo que ha invitado a Anastasia a unirse sin explicarle en qué consistía, y Ana no ha podido negarse. Es mi invitada, y complacer a mi familia para sentirse aceptada es prioritario para ella. Mia no debería haberla puesto en ese compromiso. Los ojos de mi madre se hielan al escuchar mis palabras.
- Espero que no hagas de esto una cuestión, Christian –me advierte.
- ¿O qué? –replico yo, devolviéndole el hielo de la mirada.
- Ya sabes que esto no es más que una tradición, una excusa más para pasarlo bien y reunir un poco más de dinero.
- Grace, por favor, no seas ingenua. Ni uno solo de los invitados que están aquí ha venido por tu organización –digo, enfatizando el tu.
- No es mi organización –replica, con el mismo énfasis-. Y supongo que no quieres hablar de lo que significa, ¿no es así?
- Preferiría que no, no –hago un gesto a un camarero para que me rellene la copa.
- Creo que será mejor que vuelva a mi asiento. Lamento que esto te haga sentir así, Christian. Pero eso no cambia el hecho de que para tu padre y para mí es importante, igual que lo es el hecho de que estés aquí ahora, compartiéndolo con nosotros, y con esa mujer que parece que al fin ha sacado algo humano de ti.
Maternal, me da un beso en la frente, una caricia en el hombro y vuelve a su asiento. Mientras tanto, el maestro de ceremonias ha conseguido al fin poner orden en la pista, y toma el micrófono. Incómodo, me revuelvo en el asiento, dispuesto a terminar con esto a golpe de chequera.
- Damas y caballeros, el momento más emocionante de la noche ha llegado, al fin. Se trata nada más y nada menos que la tradicional subasta de jovencitas para el baile inaugural de la fiesta de máscaras del señor y la doctora Grey, que tan amablemente acogen con su hospitalidad cada año este evento. Señores, pido un sonoro aplauso para nuestros anfitriones.
Grace y Carric se dejan arropar por un aplauso del que me veo obligado a participar, totalmente a desgana. Con falsa modestia se levantan de sus sillas agarrados de las manos y hacen una media reverencia, murmurando sin voz un gracias detrás de otro. En fin…
- Y ahora, sin más dilación, procedamos. Caballeros, por favor, acérquense a echar un vistazo a estas doce bellezas que tengo a mi lado. A cuál más bella, más encantadora. Veo bajo las máscaras algunos rostros conocidos –guiña un ojo a Mia, habitual de la subasta, que responde con un coqueto gesto de cabeza-, y otros que nunca había visto –se coloca al lado de Anastasia y le dedica una reverencia. Lo que faltaba, ahora sí, todos los ojos están pendientes de ella y yo, a punto de explotar-. Lo dicho, caballeros. Aquí están estas doce adorables y complacientes muchachas dispuestas a ser subastadas y a acompañarles en este baile inaugural. ¿Quién se perdería esto? ¡Acérquense, acérquense!
Y tanto que nos acercamos. Un par de docenas de hombres más y yo vamos hasta el límite de la pista de baile, haciendo un semicírculo alrededor de las doce chicas ocultas tras sus máscaras.
Lamo con lascivia el lóbulo de su oreja, y le propino un firme mordisco, una suerte de marca en el territorio.
- Lo estoy deseando, Christian –me responde, y siento su escalofrío en la piel de su antebrazo que sostengo entre mis manos, que al contacto con mi fría saliva se ha erizado.
- Ana, venga, vamos –insiste Mia, tirando del otro brazo de Anastasia hacia la pista de baile-. ¡Está todo el mundo esperándonos! ¿Se puede saber a qué esperas?
No les quito los ojos de encima mientras se alejan entre las mesas en dirección a la tarima, donde en torno al maestro de ceremonias se han reunido una docena de chicas. El factor común es la risa tonta. Esto es absurdo, y Anastasia es parte de ello. Parecen las jovenzuelas de un pueblo del medio oeste provincial concursando para ver quién ha criado la calabaza más grande en la feria del ganado de Iowa. Lamentable.
Recorro con la mirada a la concurrencia, intentando evitar así que ningún par de ojos se pose sobre mi chica. Pero para mi desgracia, son cientos de ellos los que murmuran al verla. Anastasia es, de largo, la mujer más atractiva sobre la pista. Junto con Mia, pero Mia tiene ese aura de encanto infantil que le confiere algo de intocable. Cosa que Anastasia no tiene. Anastasia es dolorosamente carnal, subida en sus tacones, con el vestido plateado, las ondas de pelo cayéndole a los lados de la cara… Y sólo yo sé lo que se esconde debajo de tanta plata, de tanto brillo, de tanto rubor: un conjunto delicioso, transparente, con brocados. Unas entrañas perfectamente lubricadas deseosas de recibirme. Otra vez, inevitablemente, me pongo cachondo.
El maestro de ceremonias las coloca en fila, una al lado de la otra, para que estén bien visibles a todo el público. Mi madre se acerca, ocupando la silla que Ana ha dejado libre.
- Anastasia está preciosa, hijo mío. Me alegro mucho de que hayáis resuelto las cosas –su mano se acerca a la mía, y la aprieta con cariño. Yo, no consigo apartar los ojos de la pista por la que Anastasia deambula un poco perdida, dejándose arrastrar por Mia. Para evitar contestar a Grace, apuro de un sorbo la copa Jerez francés que tengo delante de mí e, incómodo, me zafo del apretón de manos de mi madre, que sigue hablando.-
- ¿No vas a contarme nada? Creía que tenía ciertos privilegios por ser tu madre.
- Por esos privilegios pago una fortuna al doctor Flynn, créeme. Además, no te gustaría estar allí.
- Cariño –sigue Grace-, sabes que nunca he evitado acercarme a tus problemas.
- Esto no son problemas madre. Como puedes ver –digo, señalando a Ana con un gesto de cabeza, que me busca desde el fondo de la pista sonriendo-, esto son cualquier cosa menos problemas.
- Ya veo, ya –sonríe ella también en dirección a Anastasia y le dedica un brindis en la distancia-. Sinceramente, me sorprende mucho que hayas dejado que se una a la subasta.
- No he dejado que lo hiciera –replico-. Ha sido cosa de Mia. Hablaré con ella. Mucho me temo que ha invitado a Anastasia a unirse sin explicarle en qué consistía, y Ana no ha podido negarse. Es mi invitada, y complacer a mi familia para sentirse aceptada es prioritario para ella. Mia no debería haberla puesto en ese compromiso. Los ojos de mi madre se hielan al escuchar mis palabras.
- Espero que no hagas de esto una cuestión, Christian –me advierte.
- ¿O qué? –replico yo, devolviéndole el hielo de la mirada.
- Ya sabes que esto no es más que una tradición, una excusa más para pasarlo bien y reunir un poco más de dinero.
- Grace, por favor, no seas ingenua. Ni uno solo de los invitados que están aquí ha venido por tu organización –digo, enfatizando el tu.
- No es mi organización –replica, con el mismo énfasis-. Y supongo que no quieres hablar de lo que significa, ¿no es así?
- Preferiría que no, no –hago un gesto a un camarero para que me rellene la copa.
- Creo que será mejor que vuelva a mi asiento. Lamento que esto te haga sentir así, Christian. Pero eso no cambia el hecho de que para tu padre y para mí es importante, igual que lo es el hecho de que estés aquí ahora, compartiéndolo con nosotros, y con esa mujer que parece que al fin ha sacado algo humano de ti.
Maternal, me da un beso en la frente, una caricia en el hombro y vuelve a su asiento. Mientras tanto, el maestro de ceremonias ha conseguido al fin poner orden en la pista, y toma el micrófono. Incómodo, me revuelvo en el asiento, dispuesto a terminar con esto a golpe de chequera.
- Damas y caballeros, el momento más emocionante de la noche ha llegado, al fin. Se trata nada más y nada menos que la tradicional subasta de jovencitas para el baile inaugural de la fiesta de máscaras del señor y la doctora Grey, que tan amablemente acogen con su hospitalidad cada año este evento. Señores, pido un sonoro aplauso para nuestros anfitriones.
Grace y Carric se dejan arropar por un aplauso del que me veo obligado a participar, totalmente a desgana. Con falsa modestia se levantan de sus sillas agarrados de las manos y hacen una media reverencia, murmurando sin voz un gracias detrás de otro. En fin…
- Y ahora, sin más dilación, procedamos. Caballeros, por favor, acérquense a echar un vistazo a estas doce bellezas que tengo a mi lado. A cuál más bella, más encantadora. Veo bajo las máscaras algunos rostros conocidos –guiña un ojo a Mia, habitual de la subasta, que responde con un coqueto gesto de cabeza-, y otros que nunca había visto –se coloca al lado de Anastasia y le dedica una reverencia. Lo que faltaba, ahora sí, todos los ojos están pendientes de ella y yo, a punto de explotar-. Lo dicho, caballeros. Aquí están estas doce adorables y complacientes muchachas dispuestas a ser subastadas y a acompañarles en este baile inaugural. ¿Quién se perdería esto? ¡Acérquense, acérquense!
Y tanto que nos acercamos. Un par de docenas de hombres más y yo vamos hasta el límite de la pista de baile, haciendo un semicírculo alrededor de las doce chicas ocultas tras sus máscaras.
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