Mia se aleja hacia la pista de baile y grita:
- ¡Adios pareja, que os divirtáisl!
Desde luego que nos divertiremos… Seguro que más que Lily, que nos mira, hierática, en el centro de la multitud. Busco con la mirada a mis padres, calculando cuántas despedidas más tendré que soportar antes de marcharme al fin de aquí con Anastasia. A veces, lo peor de estas reuniones, son justamente las despedidas. La falsa alegría con la que todo el mundo muestra lástima porque abandonas antes de que se haya apagado el último farolillo. Diviso a mis padres entre los Wellington, los Rown y un tipo desconocido que sigue aún con la máscara puesta. Taylor, que sigue a menos de dos metros de nosotros, también le ha visto y se adelanta a comprobar quién es. Espero a que me haga un gesto, y vamos.
- Si te parece bien, nos despedimos de mis padres y nos marchamos a casa, nena.
- Claro Christian. Estoy deseando llegar a casa –me contesta pícara, acariciando la base de mi espalda. El calor de su piel a través de la tela me hace, aún más, querer marcharme. Mis padres se separan del grupo cuando nos ven acercarnos.
- Ana, querida, vuelve cuando quieras, por favor. Ha sido todo un placer compartir contigo esta noche tan especial –dice mi madre, tan cariñosa como siempre. ¿Cómo es posible que me parezca tan poco a ella, con todos los años que hemos compartido techo?
- Muchas gracias a vosotros, Grace. Me lo he pasado muy bien. Y es maravilloso ver cómo toda esta gente se ha volcado en vuestra iniciativa. Es admirable –responde Anastasia, encantadora y correcta.
- Oh, vamos… Hacemos lo que podemos –replica mi madre, modesta.
- Anastasia, tengo que admitir que, mejorando lo presente –dice mi padre, tomando a Grace por la cintura-, no había visto una muchacha más bonita en todas las ediciones de este evento que llevamos. Y son unas cuantas ya.
Anastasia sonríe ruborizada, y tiende la mano a mi padre, que se la besa ceremonioso.
- Marchaos, anda –dice mi madre, rescatando a Anastasia de uno de los discursos de mi padre acerca de la maravilla del género femenino y de cómo detrás de todo gran hombre tiene que haber una gran mujer… -Mis padres se han marchado hace un rato, no tienen edad ya para estas juergas… Os han buscado para despedirse justo antes del baile pero no os han encontrado –cruzo con Anastasia una mirada cómplice, claro que no nos habían encontrado, estábamos cumpliendo un castigo por insolencia en mi antigua habitación-, pero me han pedido que me despida de su parte. Les has causado la mejor de las impresiones.
- Como a todo el mundo –corto-. Gracias de nuevo, mamá, papá. Que paséis buena noche. Y no dejéis que Mia beba más, está desatada.
Mis padres miran divertidos al centro de la pista, donde Mia lidera una conga que ha reunido a todos los participantes en un gusano que gira moviendo las caderas alrededor de la pista.
- Oh, dios mío –dice mi padre-, me parece que en Francia ha aprendido algo más que cocina.
Riendo, nos marchamos acariciando discretamente nuestras manos entrelazadas. Al final, quién sabe, tal vez sí sea cariñoso…. Taylor se une a nosotros de camino al coche, a una discreta distancia por detrás.
- ¿Tienes frío? Me da la sensación de que no vas muy abrigada –le digo, observando la piel de gallina de sus hombros y colocando su chal un poco más alto, para que la cubra.
- No, estoy muy bien, gracias. Me sentará bien un poco de aire fresco después de todas emociones de la noche –contesta, guiñándome un ojo.
- He disfrutado mucho de esta velada, Anastasia. Gracias por haberme acompañado.
- Yo también he disfrutado mucho, Christian –mordiéndose sensual el labio, añade:- de unas partes más que de otras, si quieres que te sea honesta.
Oh, joder, cómo me pone que se muerda el labio. Es automático, una respuesta que no puedo controlar, una voluntad irreprimible de arrancarle la ropa, y quedarme con su cuerpo y su labio, de morderlo yo también, lamer el interior de su boca…
- Por favor, no te muerdas así el labio Anastasia.
- Por cierto, ¿qué querías decir antes con eso de que mañana va a ser un día importante? ¿Pasa algo? –pregunta, curiosa.
- Mañana tienes una cita con la ginecóloga, la doctora Greene. Va a venir a que solucionemos lo tuyo. Pero eso no es todo, tengo otra sorpresa para ti.
De repente, Anastasia se para en seco, quedándose clavada en el sitio. Los invitados que se retiran pasan a nuestro alrededor en dirección a la fila de coches, que empieza a moverse, ignorantes de lo que ocurre.
- ¿Cómo dices? ¿La doctora Greene? Que yo sepa no he concertado ninguna cita con ella.
- No, lo he hecho yo.
- ¿Y por qué, Christian?
- Porque no me gustan los preservativos –digo, mirando el fondo de sus ojos con lujuria.
- Pero se trata de mi cuerpo. No puedes tomar decisiones sobre él. ¡Es mío! –insiste, enfadándose.
Joder, después de la noche tan magnífica que hemos pasasdo…
- Pero es mío también –le digo en un susurro, tratando de apaciguarla.
Y, sorprendentemente, ahora que es cuando más preparado estoy para enfrentarme a la enésima discusión de la noche, Anastasia me sorprende de nuevo. Discreta pero sensualmente, alza una mano hasta mi cuello, y tira de uno de los lados del lazo de la pajarita que llevo, deshaciéndolo.
- Estás de lo más sensual, así –me dice a media voz.
- Ven. Tengo que llevarte ahora mismo a casa.
Acelero el paso pensando en el momento en el que no sólo me quite la pajarita, sino que desabroche mi cinturón, lo quite, se aplique con el botón de mis pantalones, y siga… De repente quiero que me lo haga ella.
Al llegar a la altura de nuestro coche, Sawyer, que montaba guardia a su lado, habla con Taylor en voz baja. Taylor nos mira. Sawyer vuelve a decirle algo, le muestra una especie de papel, y me lo entrega. Algo pasa. En silencio aún, nos abren las puertas traseras del coche para que pasemos. No sé si están esperando a que no esté Anastasia delante, pero claramente hay algún problema. Algo ha ocurrido. El sobre me quema en las manos. Escrito en letras negras, con una caligrafía claramente femenina, se lee Para Anastasia Steele. Entramos en el coche y busco la forma de no alarmarme. Es evidente que si ha pasado por las manos de Sawyer no se trata de nada peligroso. Aún así, me inquieta. Ana, que parece haberse dado cuenta de lo raro de la situación pero en silencio, se sienta en el coche a mi lado. Vuelvo a mirar el sobre. La letra me resulta vagamente familiar, pero por mis manos pasan infinidad de papeles todos los días. Podría ser de cualquiera.
Desde luego que nos divertiremos… Seguro que más que Lily, que nos mira, hierática, en el centro de la multitud. Busco con la mirada a mis padres, calculando cuántas despedidas más tendré que soportar antes de marcharme al fin de aquí con Anastasia. A veces, lo peor de estas reuniones, son justamente las despedidas. La falsa alegría con la que todo el mundo muestra lástima porque abandonas antes de que se haya apagado el último farolillo. Diviso a mis padres entre los Wellington, los Rown y un tipo desconocido que sigue aún con la máscara puesta. Taylor, que sigue a menos de dos metros de nosotros, también le ha visto y se adelanta a comprobar quién es. Espero a que me haga un gesto, y vamos.
- Si te parece bien, nos despedimos de mis padres y nos marchamos a casa, nena.
- Claro Christian. Estoy deseando llegar a casa –me contesta pícara, acariciando la base de mi espalda. El calor de su piel a través de la tela me hace, aún más, querer marcharme. Mis padres se separan del grupo cuando nos ven acercarnos.
- Ana, querida, vuelve cuando quieras, por favor. Ha sido todo un placer compartir contigo esta noche tan especial –dice mi madre, tan cariñosa como siempre. ¿Cómo es posible que me parezca tan poco a ella, con todos los años que hemos compartido techo?
- Muchas gracias a vosotros, Grace. Me lo he pasado muy bien. Y es maravilloso ver cómo toda esta gente se ha volcado en vuestra iniciativa. Es admirable –responde Anastasia, encantadora y correcta.
- Oh, vamos… Hacemos lo que podemos –replica mi madre, modesta.
- Anastasia, tengo que admitir que, mejorando lo presente –dice mi padre, tomando a Grace por la cintura-, no había visto una muchacha más bonita en todas las ediciones de este evento que llevamos. Y son unas cuantas ya.
Anastasia sonríe ruborizada, y tiende la mano a mi padre, que se la besa ceremonioso.
- Marchaos, anda –dice mi madre, rescatando a Anastasia de uno de los discursos de mi padre acerca de la maravilla del género femenino y de cómo detrás de todo gran hombre tiene que haber una gran mujer… -Mis padres se han marchado hace un rato, no tienen edad ya para estas juergas… Os han buscado para despedirse justo antes del baile pero no os han encontrado –cruzo con Anastasia una mirada cómplice, claro que no nos habían encontrado, estábamos cumpliendo un castigo por insolencia en mi antigua habitación-, pero me han pedido que me despida de su parte. Les has causado la mejor de las impresiones.
- Como a todo el mundo –corto-. Gracias de nuevo, mamá, papá. Que paséis buena noche. Y no dejéis que Mia beba más, está desatada.
Mis padres miran divertidos al centro de la pista, donde Mia lidera una conga que ha reunido a todos los participantes en un gusano que gira moviendo las caderas alrededor de la pista.
- Oh, dios mío –dice mi padre-, me parece que en Francia ha aprendido algo más que cocina.
Riendo, nos marchamos acariciando discretamente nuestras manos entrelazadas. Al final, quién sabe, tal vez sí sea cariñoso…. Taylor se une a nosotros de camino al coche, a una discreta distancia por detrás.
- ¿Tienes frío? Me da la sensación de que no vas muy abrigada –le digo, observando la piel de gallina de sus hombros y colocando su chal un poco más alto, para que la cubra.
- No, estoy muy bien, gracias. Me sentará bien un poco de aire fresco después de todas emociones de la noche –contesta, guiñándome un ojo.
- He disfrutado mucho de esta velada, Anastasia. Gracias por haberme acompañado.
- Yo también he disfrutado mucho, Christian –mordiéndose sensual el labio, añade:- de unas partes más que de otras, si quieres que te sea honesta.
Oh, joder, cómo me pone que se muerda el labio. Es automático, una respuesta que no puedo controlar, una voluntad irreprimible de arrancarle la ropa, y quedarme con su cuerpo y su labio, de morderlo yo también, lamer el interior de su boca…
- Por favor, no te muerdas así el labio Anastasia.
- Por cierto, ¿qué querías decir antes con eso de que mañana va a ser un día importante? ¿Pasa algo? –pregunta, curiosa.
- Mañana tienes una cita con la ginecóloga, la doctora Greene. Va a venir a que solucionemos lo tuyo. Pero eso no es todo, tengo otra sorpresa para ti.
De repente, Anastasia se para en seco, quedándose clavada en el sitio. Los invitados que se retiran pasan a nuestro alrededor en dirección a la fila de coches, que empieza a moverse, ignorantes de lo que ocurre.
- ¿Cómo dices? ¿La doctora Greene? Que yo sepa no he concertado ninguna cita con ella.
- No, lo he hecho yo.
- ¿Y por qué, Christian?
- Porque no me gustan los preservativos –digo, mirando el fondo de sus ojos con lujuria.
- Pero se trata de mi cuerpo. No puedes tomar decisiones sobre él. ¡Es mío! –insiste, enfadándose.
Joder, después de la noche tan magnífica que hemos pasasdo…
- Pero es mío también –le digo en un susurro, tratando de apaciguarla.
Y, sorprendentemente, ahora que es cuando más preparado estoy para enfrentarme a la enésima discusión de la noche, Anastasia me sorprende de nuevo. Discreta pero sensualmente, alza una mano hasta mi cuello, y tira de uno de los lados del lazo de la pajarita que llevo, deshaciéndolo.
- Estás de lo más sensual, así –me dice a media voz.
- Ven. Tengo que llevarte ahora mismo a casa.
Acelero el paso pensando en el momento en el que no sólo me quite la pajarita, sino que desabroche mi cinturón, lo quite, se aplique con el botón de mis pantalones, y siga… De repente quiero que me lo haga ella.
Al llegar a la altura de nuestro coche, Sawyer, que montaba guardia a su lado, habla con Taylor en voz baja. Taylor nos mira. Sawyer vuelve a decirle algo, le muestra una especie de papel, y me lo entrega. Algo pasa. En silencio aún, nos abren las puertas traseras del coche para que pasemos. No sé si están esperando a que no esté Anastasia delante, pero claramente hay algún problema. Algo ha ocurrido. El sobre me quema en las manos. Escrito en letras negras, con una caligrafía claramente femenina, se lee Para Anastasia Steele. Entramos en el coche y busco la forma de no alarmarme. Es evidente que si ha pasado por las manos de Sawyer no se trata de nada peligroso. Aún así, me inquieta. Ana, que parece haberse dado cuenta de lo raro de la situación pero en silencio, se sienta en el coche a mi lado. Vuelvo a mirar el sobre. La letra me resulta vagamente familiar, pero por mis manos pasan infinidad de papeles todos los días. Podría ser de cualquiera.
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