domingo, 11 de octubre de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 31.21 - ( Fans de Grey )

- Christian, ¿no quieres venir? Anda, vente, ¡son bonitos!

- Déjale, es como un perro, no soporta el ruido. Déjale que se haga un ovillo debajo de la cama, que se cague como un cachorro sucio, que es lo que es.

Entonces salían y cerraban la puerta tras de sí, dejándome solo en esa casa apestosa que odiaba, bajo una mesa, metido en un armario, tapándome los oídos con una almohada rancia. A menudo, esas noches, no volvían a casa, y era casi un alivio.
En el mundo real, muchos años después, la fiesta sigue. Uno a uno, van estallando todos los cohetes preparados para terminar con una traca final que coincide con el término de la pieza musical. El público tarda unos segundos en reaccionar, en recuperarse de la intensa emoción, y muy poco a poco el sonido de los aplausos llena un silencio que apenas ha durado un minuto. El aire huele a pólvora, del cielo caen como copos de nieve las pavesas, en nuestros oídos el eco de las explosiones, en las retinas de los asistentes, el recuerdo del castillo de colores. En las mías, Anastasia.

Anastasia, con un aire naïve, pueril, infantil, me abraza y me besa, emocionada por lo que acaba de ver. En sus ojos se refleja la felicidad de una niña que acaba de disfrutar intensamente. Un brillo tan distinto y tan igual al que experimenta cuando entro en su cuerpo con todo el amor que le profeso… Cuando en lugar de niña emocionada es una mujer amada, amada por mí.

- Vámonos a casa, Christian –me dice-. Me gustaría irme contigo a casa, ahora.

- En seguida. Van a despedir esto, y seremos libres para irnos.

El maestro de ceremonias toma de nuevo el micrófono para cerrar la velada.

- Señoras y señores, damas y caballeros, sólo quiero añadir un apunte más a esta extraordinaria velada que nos han regalado los señores Grey. La generosidad de los participantes, es decir, su generosidad, amigos, ha alcanzado la impresionante cifra final de un millón ochocientos cincuenta y tres mil dólares.

El público aplaude satisfecho, encantado de ver lo buenos que son, lo generosos que son, cuánto tienen que agradecerles los hijos de padres politoxicómanos… Un poco repugnado, aplaudo yo también. No soy nadie para amargarles la velada. Sobre el puente del embarcadero, desde el que antes habían lanzado los últimos fuegos artificiales se encienden un mensaje con las palabras “Gracias en nombre de Afrontarlo Juntos”, y el aplauso se redobla.

- Christian, esto es maravilloso –me dice Ana.

Sí, es maravilloso, me digo, pensando en que en cierto modo lo que ha hecho Anastasia conmigo es lo que cualquier asociación del tipo Afrontarlo Juntos debería hacer para ayudar a los niños que lo necesiten… Pero no puedo decirlo. Ni a ella, ni a nadie. Nadie lo entendería.

- Sí que lo es. Venga, es hora de irnos. Vámonos, nena.

Taylor ha adivinado nuestras intenciones y me hace con la mano un gesto que indica paciencia. Supongo que quieren vaciar el jardín antes de que salgamos. Eso es en lo que habíamos quedado desde el principio, era el plan inicial. La mejor manera de que el equipo de seguridad pudiera cerciorarse de que no corríamos ningún riesgo.

- Tenemos que quedarnos aquí un momento, Ana. Taylor quiere despejar el jardín antes de que salgamos.

El recuerdo de las noches del cuatro de julio planea aún sobre mi inconsciente.

- Creo que con los fuegos artificiales he envejecido cien años –digo, tratando de sacudirme la sombra de la infancia pasada.

- ¿Es que no te gustan? ¡No puedo creerlo! A todo el mundo le gustan.

Evito el tema con un gesto de negación. Necesito cambiar de tema antes de que quiera hurgar más en esto…

- Con que Aspen, ¿eh?

- Cielos, ¡no he pagado la puja! –dice, ruborizándose al darse cuenta de que no ha habido transacción económica.

- Tranquila, puedes mandar un cheque. Conozco el número de cuenta.

- Te has enfadado cuando lo he hecho… -dice, tímida, avergonzada, tal vez.

- Sí Anastasia, lo estaba –respondo, con honestidad.

- Pues ha sido tu culpa –se defiende-. Tuya y de tus jueguecitos. Toda esta situación la fiesta, las… ya sabes. Estaba abrumada.

- Lo entiendo, señorita Steele. Pero al menos para mí, el resultado ha sido altamente satisfactorio –le guiño un ojo, recuperando el pensamiento de las bolas-. Por cierto, ¿qué has hecho con ellas?

- ¿Las bolas de plata? Las tengo aquí mismo, en mi bolso, guardadas –dice, señalando el clutch que sostiene en su regazo.

- Sabes, Ana, me gustaría recuperarlas. Son para tu placer, pero mías, al fin y al cabo. Además, son un artilugio demasiado potente para dejarlo en tus manos.

- ¿Te asusta que me pueda volver a sentir abrumada, con otra persona? –me pregunta, juguetona.

- No me gustaría que eso pasara, Ana. Además, ya sabes que yo sólo quiero tu placer.

- ¿No te fías de mí, Chrisitian? –la inocencia de su voz, de sus ojos, de su rostro al fin despojado de la anónima máscara, no deja lugar a ninguna duda.

- Por supuesto que sí, querida. Entonces, ¿vas a devolvérmelas?

- Mmm… deja que me lo piense.

La música vuelve a la pista de baile, esta vez estridente, música moderna aliñada con luces de discoteca, focos alocados que lanzan destellos de colores sobre las copas de los árboles. Los jóvenes que aún no se han retirado a sus casas se agolpan alrededor de una barra de bar colocada en un lateral de la pista de baile. Taylor aparece y me indica que tenemos carta blanca para marcharnos.

- ¿Quieres bailar? Igual te gustaría quedarte un rato más, por lo visto la noche es joven.

- No, Christian. La verdad es que estoy bastante cansada. Ha sido un día muy largo. Si a ti no te importa, preferiría irme.

Asiento a Taylor y de la mano, nos dirigimos hacia la parte trasera de la casa, donde nos espera el coche. Apenas queda nadie en el jardín, los pocos invitados que quedan están todos arremolinados alrededor del disc-jockey que pincha los últimos éxitos de la música de hoy, supongo. Mi ignorancia al respecto es total. Y no me gusta demasiado.

- ¿No estaréis pensando en iros? –Mia sale como una exhalación hacia nosotros, cortándonos el paso-. ¡Esto no ha hecho nada más que empezar!-. Vamos Ana, vente a bailar con nosotros.

- Mia –interrupo, cortante-. Nos marchamos ya. Lo siento. Anastasia está muy cansada.

- Está bien, hermanito. Pero tienes que prometerme que vendréis los dos uno de estos días a casa, la semana que viene. Ana, me encantaría que fuéramos juntas de compras… Tantos meses en Europa me han hecho perder la noción de la moda estadounidense y créeme, me encantaría que me acompañaras. ¡Tu ropa es siempre tan bonita, y te queda tan bien!

- Por supuesto Mia, cuenta con ello. Será un placer.

Anastasia me dedica una mirada cómplice. Supongo que está pensando que más le valdría a Mia ir de compras con la personal shopper que contraté para ella… Pero su discreción es total. Y no dice nada.

- Hasta pronto, pareja –Mia me regala un beso-. Me encanta verte así de feliz.






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